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«La terminación del dolor»
Después de pasar tres noches en Londres, K se encontró con Vanda Scaravelli en Ginebra y fue con ella a Gstaad, donde Vanda alquiló una casa para el verano, el Chalet Tanneg.
Se habían hecho arreglos para una pequeña reunión en el Town Hall, situado en el pueblo vecino de Saanen.
Doris Pratt, que se había encontrado con K en Heathrow, relató a Vanda que lo había visto «absolutamente exhausto».
Él le había dicho: «Usted no sabe lo que es tener a alguien como la Signora Vanda a quien poder acudir. Nunca antes he sido tratado tan maravillosamente».
Doris dedujo que él no lo había pasado nada bien en Ojai.
K le había pedido que no le enviara más información a Rajagopal sobre el dinero que se gastaba para él en Inglaterra.
(Sus gastos totales durante mayo y junio, incluida la casa de Wimbledon y el alquiler del salón [Town Hall], ascendían a 477 libras, mientras que las donaciones sumaban en total 650 libras).
De todas maneras se desconoce si K le había hablado a Rajagopal acerca de los asuntos de la KWINC, pero más tarde le escribió pidiéndole que lo mantuviera informado al respecto, insistiendo en que su carta debía mostrarse a todos los síndicos y pidiendo nuevamente su reincorporación a la junta.
No recibió respuesta, aunque algún tiempo después, mientras K se encontraba en la India, Rajagopal le envió una hoja de Balance que K, por supuesto, no entendió.
A esta primera reunión en Saanen asistieron trescientas cincuenta personas, todas las que podía contener el Town Hall, de diecinueve nacionalidades diferentes.
(Las reuniones de Saanen iban a convertirse en un acontecimiento internacional que habría de repetirse anualmente con una asistencia cada vez mayor, por los siguientes veinticuatro años).
K había permanecido durante casi dos semanas en el Chalet Tanneg antes de que dieran comienzo las reuniones. El 14 de julio, al día siguiente de su arribo, escribió en su diario: «El impulso de repetir una experiencia, por placentera, bella o provechosa que haya sido, es el terreno donde florece el dolor».
Y dos días después: Todo el proceso continuó durante la mayor parte de la noche; fue más bien intenso. ¡Cuánto puede el cuerpo resistir! Todo el cuerpo estuvo estremeciéndose y esta mañana uno despertó con la cabeza cimbreando.
Había esta mañana esa peculiar cualidad de lo sagrado llenando la habitación.
Tenía un gran poder penetrante, estaba en cada rincón del propio ser llenándolo, purificándolo, haciéndolo todo por sí misma.
La otra persona [Vanda] también la sintió. Eso es lo que todos los seres humanos desean con vehemencia y, porque lo desean, ello los elude.
El monje, el sacerdote, el sannyasi torturan sus cuerpos y su carácter anhelando esta cosa, pero ella los evade.
Porque eso no puede ser comprado; ni el sacrificio ni la virtud ni la plegaria pueden producir este amor.
Esta vida, este amor no pueden ser si la muerte es el medio para ello.
Toda búsqueda, toda súplica deben cesar completamente.
La verdad no puede ser exacta.
Lo que puede medirse no es la verdad.
Lo que no es vida puede ser medido y puede encontrarse su altura.
Fue este día cuando Vanda tuvo su primera experiencia del «proceso» de K, que ella registró así: Estábamos conversando después del almuerzo. En la casa no había nadie. Súbitamente, K experimentó un desfallecimiento.
Lo que sucedió entonces es imposible de describir, puesto que no hay palabras que puedan aproximarse a ello; pero es también demasiado serio, demasiado extraordinario, demasiado importante para que se mantenga oculto, sepultado en el silencio o sin mencionarse.
En el rostro de K hubo un cambio.
Sus ojos se volvieron más grandes, más anchos y profundos, y tenía un aspecto tremendo, más allá de cualquier estado posible.
Era como si hubiera una presencia poderosa perteneciente a otra dimensión.
Había una sensación inexplicable de vacío y plenitud al mismo tiempo. K, evidentemente, se había «salido» de sí, porque Vanda anotó las advertencias hechas por la entidad que quedó atrás: «’No me dejes hasta que él regrese.
Él debe quererte si deja que me toques, porque en esto es muy particular.
No dejes que nadie se acerque hasta que él vuelva’».
Vanda agregaba luego: «Yo no podía entender en absoluto lo que estaba ocurriendo y me sentía estupefacta».
Al día siguiente, a la misma hora, K «se salió» de sí nuevamente y otra vez Vanda anotó lo que «el cuerpo» decía mientras él estaba fuera: «’Me siento muy extraño. ¿Dónde estoy? No me dejes. ¿Puedes, por favor, quedarte conmigo hasta que él vuelva? ¿Estás cómoda? Toma una silla. ¿Lo conoces bien? ¿Lo cuidarás?’» Vanda continuaba: «Todavía no podía comprender lo que estaba sucediendo.
Era todo demasiado inesperado, demasiado incomprensible.
Cuando K recobró la conciencia, me pidió que le dijera lo que había sucedido, y por eso escribí estas notas en un intento de transmitir alguna pálida idea de lo que había visto y sentido» (1) . A fines de julio, Aldous
(1) De una copia de las notas de Vanda Scaravelli.
Huxley y su segunda esposa se encontraban en Gstaad y fueron varias veces a Saanen para escuchar las pláticas que K ofrecía en el Town Hall.
Ello estuvo «entre las cosas más impresionantes que yo haya escuchado jamás», escribió Huxley. «Era como escuchar un discurso del Buda -tal poder, tal autoridad intrínseca, tan inflexible rechazo a permitir al homme moyen sensual [hombre medio sensual], cualquier tipo de escapes o sustitutos, cualquier clase de gurús, salvadores, führers, iglesias-.
‘Yo les muestro el dolor y la terminación del dolor, y si ustedes no se deciden por satisfacer las condiciones para terminar con el dolor, estén preparados, cualesquiera que sean los gurús, iglesias, etcétera, en que puedan creer, para la indefinida continuación del dolor’»
(1) . Huxley escribía, evidentemente, acerca de la sexta plática ofrecida el 6 de agosto, donde K habló del dolor: «El tiempo no termina con el dolor.
Podemos olvidar un sufrimiento particular, pero el dolor está siempre ahí, bien en lo profundo, y yo pienso que es posible terminar por completo con el dolor.
No mañana, no con el transcurso del tiempo, sino que podemos ver la realidad en el presente e ir más allá».
Después de la última plática, el 15 de agosto, K escribió en su diario: «Al despertar esta mañana, de nuevo estaba ahí esa impenetrable fuerza cuyo poder es bendición... Allí estaba durante la plática, intangible y pura». Esta plática, cuando se lee impresa, no tiene el poder de las otras. A menudo ha sucedido que, personas que en su momento habían sentido que una plática era particularmente reveladora, quedaron decepcionadas al leerla posteriormente impresa.
Es muy probable que muchas veces, mientras hablaba, K haya estado experimentando esta extraña bendición y que fuera ésta la que había inspirado al auditorio más que sus palabras.
Durante ese verano se formó el Comité de Saanen con el propósito de hacer todos los arreglos necesarios para que K hablara allí anualmente.
Cuando se enteró de esto, Rajagopal se sintió perturbado temiendo que K fuera a excluir por completo a Ojai.
No era ésta la intención aunque, tal como ocurrió, K no habría de regresar a Ojai por cinco años.
Después de la reunión, K permaneció tranquilamente con Vanda en el Chalet Tanneg. Durante ese período, Vanda fue constantemente consciente de la «bendición», de «lo otro» que K describía diariamente en su cuaderno de notas.
En septiembre, K voló solo a París, donde se alojó con sus viejos amigos Carlo y Nadine Suarès en el apartamento que tenían en el octavo piso de la Avenida Labourdonnais.
Encontrarse en una ciudad después de la paz de las montañas que él amaba, era un cambio violento. No obstante, escribió: «Sentado quietamente... observando los tejados... muy inesperadamente, esa bendición, esa cualidad de lo otro advino con suave claridad; llenó la habitación y permaneció en ella. Está aquí mientras esto se escribe».
Después de ofrecer nueve pláticas en París y de ir nuevamente a Il Leccio, en octubre, K voló a Bombay y desde allí al Valle de Rishi por un mes, después de lo cual fue a Vasanta Vihar, Rajghat y Delhi.
Por las descripciones que figuran en su Diario, uno llega a conocer el Valle de Rishi y Rajghat como si uno mismo hubiera estado allí.
En Delhi, el 23 de enero de 1962, su Diario se interrumpe tan súbitamente como empezó.
En la casa de Shiva Rao hacia un frío tan intenso que K ya no podía seguir sosteniendo el lápiz. En parte de la última anotación se lee: ... de repente, esa incognoscible inmensidad estaba ahí, no sólo en la habitación y fuera de ella sino también en lo profundo, en los lugares más recónditos de lo que una vez fuera la mente... esa inmensidad no dejaba huella, estaba ahí pura, fuerte, impenetrable e inaccesible, y su intensidad era fuego que no dejaba cenizas.
Con ella estaba la bienaventuranza... El pasado y lo desconocido no se encuentran en ningún punto, no pueden ser reunidos por ninguna acción, cualquiera que sea, no hay puente que pueda cruzarse ni sendero que conduzca a ella.
El pasado y lo desconocido jamás se han encontrado y jamás se encontrarán.
El pasado tiene que cesar para que lo incognoscible, esa inmensidad, pueda ser.
La publicación, en 1976, de este documento extraordinario, pasó inadvertida para la prensa, tanto en Inglaterra como en los EE.UU., excepto por un párrafo en el norteamericano Publishers Weekly que concluía así: «La enseñanza de Krishnamurti es austera, en cierto sentido aniquiladora».
Una o dos personas que leyeron el manuscrito, se mostraron contrarias a su publicación. Temían que pudiera descorazonar a los seguidores de K.
El sostenía que los seres humanos podían transformarse radicalmente, no a través del tiempo, no por la evolución sino por la percepción instantánea, mientras que el Diario demuestra que Krishnamurti no era un ser corriente transformado, sino un ser único que existía en una dimensión diferente.
Se trataba de un punto de vista válido y cuando le fue expuesto a K, respondió: «No tenemos que ser todos Edison para encender la luz eléctrica».
Más adelante habría de decirle a un periodista en Roma, que sugirió que K había nacido como era y que, por lo tanto, otros no podían alcanzar su estado de conciencia: «Cristóbal Colón fue a América en un barco velero; nosotros podemos ir en avión».
(1) Aldous Huxley Sybille Bedfor, II (Chatto & Windus, 1973).
K ofreció veintitrés pláticas en la India durante ese invierno y sostuvo innumerables discusiones de grupo: no es sorprendente, pues, que estuviera exhausto cuando llegó a Roma a mediados de marzo y fue recibido allí por Vanda Scaravelli.
Al día siguiente, K cayó enfermo con fiebre.
En ese estado «se salió de sí», como acostumbraba hacer durante «el proceso».
Vanda registró por escrito lo que dijo el ser que había quedado a cargo del cuerpo.
Pero va no fue la voz de un niño la que habló; la voz sonaba completamente natural: No me dejes.
El se ha ido lejos, muy lejos.
Te han dicho que cuides de él.
El no debió haberse ido.
Debiste decírselo.
Durante la comida está medio trastornado.
Tienes que advertírselo con una mirada, de manera que las otras personas no lo vean, y él comprenderá.
Bello rostro para mirarlo.
Esas pestañas son inútiles para un hombre.
¿Por qué no las tomas tú? Ese rostro ha sido cuidadosamente elaborado.
Ellos han trabajado y trabajado durante tanto tiempo, tantos siglos, para producir un cuerpo semejante.
¿Lo conoces?
No puedes conocerlo.
¿Cómo puedes conocer el agua que fluye? Sólo escucha. No le hagas preguntas.
El debe amarte si deja que llegues tan cerca de él.
Él se cuida mucho de no permitir que otras personas toquen su cuerpo.
Tú sabes cómo te trata; quiere que no te suceda nada.
No hagas nada extravagante.
Todo este viajar ha sido demasiado para él.
Y esas personas en el avión, el fumar, y ese estar empacando todo el tiempo, llegar y partir, ha sido demasiado para el cuerpo.
El quería llegar a Roma por esa señora [Vanda].
¿La conoces? Es por ella que quería llegar rápidamente.
Él se ve afectado si ella no está bien.
Todos esos viajes... no, no me estoy quejando.
Tú ves qué puro es él. No se permite nada a sí mismo. Todo este tiempo el cuerpo ha estado al borde de un precipicio.
Lo han sostenido, lo han vigilado intensamente todos estos meses, y si lo sueltan él se irá muy lejos.
La muerte está cerca.
Yo le dije que era demasiado.
Cuando él se encuentra en esos aeropuertos está completamente solo.
No está del todo ahí. Toda aquella pobreza en la India, y esa gente que muere.
Terrible.
Este cuerpo también habría muerto si no lo hubieran encontrado.
Y esa suciedad en todas partes.
Él es tan limpio, su cuerpo se mantiene limpio.
Él lo lava con mucha solicitud.
Esta mañana él quería comunicarte algo.
No lo interrumpas.
Él debe amarte.
Dile esto; toma un lápiz y dile: La muerte está siempre ahí, está muy cerca, para protegerte.
Y cuando te refugies en ella, morirás.
Cuando K se sintió suficientemente bien, se trasladaron a Il Leccio, pero allí cayó muy enfermo con una recurrencia de su problema renal complicado con un severo ataque de paperas.
Se puso tan enfermo, que por varias noches Vanda durmió afuera en el piso junto a su puerta.
No fue sino hasta mediados de mayo que K llegó a Inglaterra, donde Doris Pratt había alquilado para él otra casa amueblada en Wimbledon.
Lady Emily tenía ahora ochenta y siete años y prácticamente había perdido la memoria.
Sin embargo, él solía ir a verla con frecuencia y se sentaba a su lado tomándole la mano y cantando para ella por una hora o más.
Ella lo reconocía y amaba su presencia.
Lady Emily habría de morir a principios de 1964. A veces yo solía ir a buscarlo a Wimbledon y lo llevaba en auto hasta Sussex donde paseábamos por nuestros bosques de campánulas.
Jamás hablábamos seriamente y durante el paseo no hablábamos en absoluto.
Yo sabía que él gustaba del silencio, del espectáculo y del perfume de las campánulas, que se deleitaba con la paz del bosque, con el canto de los pájaros y con las tiernas hojas nuevas de las hayas.
Acostumbraba detenerse a menudo y mirar hacia atrás, entre las piernas, la bruma azul que se levantaba de la tierra.
El era lo que siempre había sido para mí, no un maestro sino un querido ser humano, más íntimo que ninguna de mis hermanas.
Me gustaba pensar que yo era tal vez la única persona con quien jamás había tenido que esforzarse.
Cuando supe que K hablaría en la Friend’s Meeting House además de hacerlo en Wimbledon, tuve un impulso súbito de ir a escucharle.
No había asistido a una plática suya desde 1928, en Ommen.
El salón se encontraba repleto; la gente estaba de pie en la parte de atrás.
No le vi avanzar hacia el estrado; en un instante, la solitaria silla dura colocada en el centro se hallaba vacía, y al instante siguiente K estaba ahí sentado sobre sus manos sin haber hecho ruido alguno al entrar.
Una figura muy delicada, impecablemente vestida con un traje oscuro, camisa blanca, corbata también oscura, los pies calzados con zapatos marrones bien lustrados y elegantemente situados uno junto al otro. Estaba solo en el estrado (nunca le hacían una presentación y, como ya he dicho, jamás traía consigo ninguna nota).
En la sala había un silencio completo, como si una intensa vibración de expectativa recorriera el auditorio.
Estaba sentado ahí, totalmente silencioso, el cuerpo inmóvil, evaluando a su público con ligeros movimientos de cabeza a uno y otro lado. Un minuto... dos minutos... empecé a sentir pánico por él. ¿Estaba sufriendo un colapso? Yo sentía en todo el cuerpo una punzante angustia de preocupación por él cuando de pronto comenzó a hablar, sin apresurarse, conmoviendo el silencio con su voz más bien melodiosa y teñida de un ligero acento indio.
Más tarde descubrí que este largo silencio al comienzo de una plática era habitual.
Resultaba sumamente impresionante, pero su motivo no era el de impresionar.
Antes de comenzar a hablar, K raramente sabía lo que iba a decir y parecía mirar al auditorio para guiarse. Es por esto que una plática comenzaba frecuentemente con poca convicción: «Me pregunto cuál es el propósito de una reunión como ésta», podía decir, o: «¿Qué esperan ustedes de esto?» O podía comenzar una serie de pláticas diciendo: «Pienso que sería muy bueno si pudiéramos establecer una verdadera relación entre quien les habla y el auditorio».
Otras veces sabía exactamente lo que quería decir: «Esta tarde quiero hablar acerca del conocimiento, la experiencia y el tiempo», pero la plática que seguía, no necesariamente se limitaba a esos temas. Siempre insistía en que no hablaba didácticamente, que él y el auditorio estaban participando juntos en una investigación.
En el curso de una plática solía reiterar esto dos o tres veces.
En esta tarde particular, en la Friend’s Meeting House él sabía exactamente lo que quería decir: Para entender lo que vamos a considerar esta tarde y las tardes siguientes, se necesita una mente clara, una mente que pueda percibir de manera directa.
La comprensión no es algo misterioso. Requiere una mente capaz de mirar las cosas de manera directa, sin prejuicio, sin inclinaciones personales, sin opiniones. Lo que quiero decir esta tarde concierne a la revolución interna total, a la destrucción de la estructura psicológica de la sociedad, que somos nosotros.
Pero la destrucción de esta estructura psicológica de la sociedad que somos ustedes y yo, no se produce mediante el esfuerzo; y creo que ésta es una de las cosas más difíciles de comprender para la mayoría de nosotros.
El significado que hay detrás de las palabras de K llegaba, creo, para la mayoría de la gente, a través de la presencia física del hombre mismo.
Había una emanación que, como un destello, enviaba el significado directamente a nuestra comprensión pasando por alto la mente.
Y si uno encontraba más o menos significativa una plática, ello dependía más de nuestro propio estado de receptividad que de lo que él decía.
Aunque solía sentarse sobre sus manos cuando acababa de subir al estrado, gesticulaba con una de ellas o con ambas muy expresivamente en el transcurso de una plática, a menudo separando ampliamente los dedos.
Era un goce contemplar sus manos.
Al terminar una plática, se escabullía tan discretamente como había entrado.
Sus auditorios en la India han sido siempre mucho más demostrativos que en Occidente y, dado que allá hablaba al aire libre, era más difícil para él abandonar el estrado.
Se sentía agudamente embarazado por las demostraciones devocionales que recibía en la India, por las prosternaciones y los esfuerzos por tocarle o tocar sus ropas.
En Bombay, cuando se alejaba en automóvil de una reunión allí celebrada, las manos solían extenderse para estrechar las suyas a través de la ventanilla abierta.
Una vez se sintió horrorizado cuando un hombre le asió la mano y la metió dentro de su boca.
Ese verano, la segunda reunión de Saanen se realizó en una gran carpa.
(No fue sino hasta 1965 que la franja de tierra alquilada en que se levantaba la carpa, próxima al río Saanen, fue adquirida por la KWINC con fondos suministrados por Rajagopal).
Vanda Scaravelli volvió a alquilar el Chalet Tanneg, como lo haría todos los veranos hasta 1983, trayendo consigo a su propia cocinera retirada, Fosca, para que se ocupara de la casa.
K no se sintió del todo bien después de las reuniones a fin de agosto.
Decidió cancelar su visita de ese año a la India y permaneció en Tanneg hasta la navidad.
En octubre, Rajagopal, vino otra vez a verle con la esperanza de lograr una reconciliación, pero como Rajagopal la deseaba en sus propios términos y K insistía en que se le repusiera en la junta de la KWINC, llegaron a un punto muerto.
Rajagopal fue también a Londres, donde denostó a K ante mí con más virulencia que antes acusándolo de hipocresía, para lo cual no aportó ninguna evidencia, y de cuidar demasiado de su apariencia antes de subir a un estrado, asegurándose en un espejo de que cada cabello estuviera en su lugar.
Rajagopal sabía tan bien como yo de que a K siempre le había importado la apariencia externa, tanto la propia como la de los demás.
Cuando una iba a verle, tomaba el mayor cuidado en lucir lo mejor que pudiera, puesto que reparaba en todo.
Puede haber sido un mero hecho de cortesía hacia su auditorio el tratar de verse lo más pulcro posible cuando se encontraba en el estrado.
Insté a Rajagopal a que dejara de trabajar para K si sentía tales cosas acerca de él (me llevó a pensar que el dinero no era el problema) y a que se estableciera en Europa donde tenía muchos amigos, pero su verdadera aflicción parecía radicar en que se hallaba encerrado en una relación unilateral de amor-odio, de la que el retraimiento de K le hacía tanto más difícil escapar.
Después de dejar Tanneg, K fue con Vanda a Roma donde ella le presentó a muchas personas prominentes: directores de cine, escritores y músicos, incluyendo a Fellini, Pontecorvo, Alberto Moravia, Carlo Levi, Segovia y Casals, quien tocó para él.
(Desde Il Leccio Vanda lo había llevado varias veces para que viera a Bernard Berenson en I Tatti) (1) .
Huxley estuvo en Roma en marzo y veía a K frecuentemente.
Fue la última vez que se encontraron, porque Huxley habría de morir en Los Ángeles en noviembre.
Un mes después de la muerte de Huxley, K me escribió: «Aldous Huxley me dijo hace un par de años que tenía cáncer en la lengua; me confió que no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a su esposa.
Lo vi en Roma esta primavera y tenía bastante buen aspecto, de modo que fue un golpe enterarme de su muerte.
Espero que no haya sufrido». A fines de mayo K regresó a Gstaad.
Mi marido y yo nos detuvimos una noche en Gstaad durante nuestro viaje a Venecia en automóvil y fuimos a Tanneg para verle.
Excepto por Fosca, K se encontraba solo.
Se mostró muy acogedor y nos llevó a un paseo en el Mercedes adquirido por el Comité de Saanen.
Resultaba evidente que K
(1) En el registro del diario de Berenson correspondiente al 7 de mayo de 1956, cuando tenía noventa años, se lee: “Krishnamurti a la hora del té: afable, sensible, admitiendo todas mis objeciones, y en verdad nuestra discusión apenas si fue polémica. Insistió, sin embargo, en un Más Allá y que éste era un estado de existencia inmóvil, sin sucesos, sin pensamientos, sin preguntas, sin... ¿qué? Rechazó mi argumento de que un estado así era algo que estaba fuera del alcance de mi mente occidental. Fui tan lejos como para preguntarle si no estaba él detrás de algo meramente verbal. Lo negó firmemente, pero sin acaloramiento”. (Sunset and Twilight, editado por Nicky Mariano, Hamish Hamilton, 1964).
utilizaba el automóvil raras veces y que lo apreciaba limpiándolo y puliéndolo cada vez que regresaba de un viaje por corto que fuese.
Continuando en Italia, nos detuvimos en el hotel-castillo de Pergine, donde habíamos parado en 1924. Le envié una postal de la torre redonda que él había ocupado. K contestó: «No puedo recordar absolutamente nada al respecto; podría haber sido en cualquier otro castillo, tanto se ha borrado eso de mi mente».
En la reunión de Saanen de ese año había un recién llegado que, por unos cuantos años, iba a jugar un papel importante en la vida exterior de K.
Se trataba de Alain Naudé, un pianista profesional sudafricano de treinta y cinco años, quien había estudiado en París y en Siena, ofreciendo conciertos en Europa y siendo en ese entonces profesor en la Universidad de Pretoria.
Interesado desde la infancia en la vida religiosa y habiendo sabido de Krishnamurti, Alain aprovechó las vacaciones para viajar a Saanen con el fin de escuchar a K.
Lo conoció personalmente y estuvo en la India ese invierno mientras K se encontraba allí.
Cuando regresó a Pretoria en los comienzos de 1964, renunció a su cátedra en la Universidad con el fin de seguir su destino espiritual. Alain Naudé fue a Saanen nuevamente en el verano de 1964.
También se encontraba allí Mary Zimbalist (Taylor de soltera), viuda de Sam Zimbalist, el productor de cine.
Era una fina, elegante dama norteamericana europeizada, procedente de una familia de Nueva York muy conocida en el mundo de los negocios.
Había escuchado a K por primera vez junto con su marido, en 1944.
Cuando el marido falleció repentinamente de un ataque al corazón en 1958, ella fue, aún devastada por la pena, a escuchar a K nuevamente durante la reunión de 1960.
Después tuvo una larga entrevista privada con él, en la que K le habló de la muerte en una forma que ella estaba preparada para entender: uno no podía huir de la muerte por los caminos habituales de escape; el hecho de la muerte tenía que ser comprendido; lo que acarreaba dolor era el escapar de la soledad, no el hecho de la soledad, de la muerte; la pena era autocompasión, no amor.
Mary había esperado oírle hablar nuevamente en Ojai, pero cuando pareció improbable que K fuera a volver allá, Mary viajó a Saanen para escucharle.
Allí hizo amistad con Alain Naudé, y K les pidió a ambos que se quedaran después de la reunión para asistir a las pequeñas discusiones privadas en Tanneg.
Mary tuvo también otra larga entrevista personal con K.
Las acciones conservadas en Inglaterra para los gastos de K, ahora habían dejado de dar dividendos, y Doris Pratt sugirió a Rajagopal que todos los costos de los viajes de K a la India y en Europa fueran pagados en adelante por la KWINC al Comité de Saanen, el cual también recibiría los fondos reunidos en Europa; y, por razones de salud, K debía viajar en el futuro en primera clase.
Rajagopal accedió a la primera proposición pero no respondió a la sugerencia de que K viajara en primera clase.
Considerando que cada penique que ingresaba a la KWINC, ya sea en forma de donaciones, de legados o de regalías por los libros, era ganado por el propio K, parece extraordinario que tuviera que solicitarse el permiso de Rajagopal con respecto a la manera en que podía gastarse el dinero necesario para el bienestar personal de K; y que cuando K, habiendo visto nuevamente a Alain Naudé en el invierno de 1964-65, quiso que se convirtiera en su secretario y compañero de viaje, tuviera que obtenerse otra vez el consentimiento de Rajagopal a fin de que se le pagara a Naudé un modesto salario.
Tan obvio era que, a la edad de setenta años, el viajar sin compañía se había vuelto difícil para K, especialmente después de sus numerosas enfermedades.
Conocí a Alain Naudé en Londres, durante la primavera de 1965, cuando lo encontré acompañando a K en la casa Huntsman, su sastre en Savile Row.
Alain se alojaba con K y Doris Pratt en otra casa amueblada que habían alquilado en Wimbledon, y había tornado a su cargo las grabaciones de las pláticas de K en Wimbledon.
Cuando K fue conmigo a nuestro habitual paseo de las campánulas, se le veía mucho más animado de lo que lo había estado por años.
Me contó cuánta diferencia había significado Alain en su vida, viajando con él y ocupándose del equipaje.
K sentía una natural afinidad con él; Alain era alegre, aunque de mentalidad seria, enérgico y cosmopolita, con aptitud para los idiomas.
Mary Zimbalist también estaba en Londres, pero no me encontré con ella hasta el año siguiente.
Mary alquiló un automóvil y llevaba a K y a Alain para que conocieran los lugares más bellos de Inglaterra, y cuando después de Londres los tres fueron a París, fue con ellos a Versailles, Chartres, Rambouillet y otros sitios, la clase de viajes placenteros que a K se le habían negado por años en su exteriormente tediosa vida.
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