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«Entrar a la morada de la muerte»
Cuando K regresó de la India, los Rajagopal notaron en él un nuevo sentido de independencia, cosa que les molestó. Habían oído los rumores acerca de Nandini y Rosalind estaba muy humanamente celosa después de haber sido por tanto tiempo la única mujer en la vida de K. Los celos conducen al afán de poseer, y K no podía ser poseído por mucho que él amara a alguien. En noviembre estaba otra vez de regreso en la India. En diciembre, al hablar en Rajamundy, 350 millas al norte de Madrás, le preguntaron: «Usted dice que el hombre es la medida del mundo, y que cuando él se transforme, el mundo estará en paz. Su propia transformación, ¿ha demostrado que esto es cierto?» K contestó: Usted y el mundo no son dos entidades diferentes. Usted es el mundo, no como un ideal sino de hecho... Como el mundo es usted mismo, al transformarse usted produce una transformación en la sociedad. El interlocutor da a entender que, puesto que la explotación no ha cesado, lo que yo digo es inútil. ¿Es cierto eso? Yo viajo alrededor del mundo tratando de señalar la verdad, no haciendo propaganda. La propaganda es una mentira. Uno puede propagar una idea, pero no puede propagar la verdad. Yo voy de un sitio a otro señalando la verdad, y a ustedes corresponde distinguirla o no. Un hombre no puede cambiar el mundo, pero ustedes y yo podemos cambiar el mundo juntos. Ustedes y yo podemos descubrir qué es la verdad, porque es la verdad la que disuelve los sufrimientos, las desdichas del mundo. En enero de 1950, mientras hablaba por primera vez en Colombo, a K le formularon una pregunta esencialmente similar: «¿Por qué desperdicia usted su tiempo predicando, en vez de ayudar al mundo de un modo práctico?» K contestó: Usted quiere decir producir un cambio en el mundo, un mejor ajuste económico, una mejor distribución de la riqueza, una relación humana mejor; o, para expresarlo más brutalmente, ayudarle a usted a encontrar un empleo mejor. Usted quiere ver un cambio en el mundo, todo hombre inteligente lo desea; y usted quiere un método para producir ese cambio. Por lo tanto, me pregunta por qué desperdicio mí tiempo predicando en vez de hacer algo al respecto. Ahora bien, lo que yo estoy haciendo, ¿es realmente una pérdida de tiempo? Sería una pérdida de tiempo, ¿no es así? Si yo introdujera un nuevo conjunto de ideas para reemplazar la vieja ideología, el viejo patrón. En vez de indicar lo que usted llama una manera práctica de actuar, de vivir, de obtener un trabajo mejor, de crear un inundo mejor, ¿no es importante descubrir cuáles son los obstáculos que realmente impiden una verdadera revolución? No una revolución de la izquierda o de la derecha, sino una revolución fundamental, radical, que no se base en las ideas. Porque, como lo hemos discutido, los ideales, las creencias, las ideologías, los dogmas, impiden la acción.
En Ojai, en agosto de 1950, K decidió hacer un retiro de un año.
No ofreció pláticas, como tampoco concedió entrevistas, y pasaba la mayor parte del tiempo paseando a solas, meditando y «ocupándose del jardín», como relatara a Lady Emily.
En el invierno de 1951 se hallaba de regreso en la India una vez más, en esta ocasión con Rajagopal que no había estado allí por catorce años, pero K se encontraba todavía en un semí-retiro y no daba pláticas, manteniéndose muy apartado.
En todo este tiempo pareció estar mirando profundamente dentro de sí mismo.
Lo mejor que le ocurrió a K exteriormente a principios de los años 50, fue el establecimiento de una estrecha amistad con Vanda Passigli de Scaravelli, a quien había conocido en Roma en 1937.
Después de pasar dos días en Roma con Vanda y su marido, durante el otoño de 1953, subió con ella a Il Leccio (1) , la gran casa en lo alto de Fiesole. Allí, entre olivos, cipreses y colinas, K se sentía en paz. Il Leccio se convirtió para él en un refugio entre sus constantes viajes a Ojai y la India. Aunque habría de detenerse en Inglaterra y a veces en París y en otras partes de Europa, era sólo en Il Leccio donde estaba libre de pláticas, discusiones y entrevistas.
En mayo de 1954, K habló y sostuvo discusiones por una semana en Nueva York, en la Washington Irving High School. Estas pláticas atrajeron grandes multitudes, puesto que mucha gente nueva se había interesado en él desde la reciente publicación de La Libertad Primera y Última.
Ann Morrow Lindbergh, al escribir sobre la edición norteamericana del libro, había dicho: «... la diáfana sencillez de lo que él tiene que decir es asombrosa.
En un solo párrafo, incluso en una oración, al lector se le da lo suficiente como para mantenerlo durante días explorando, cuestionando, reflexionando».
Cuando el libro se publicó en Inglaterra, el crítico del Observer escribió: «... para aquellos que desean escuchar, el libro tendrá un valor que está más allá de las palabras», y otro, en el suplemento literario del Times dijo: «Él es un artista, tanto en la visión como en el análisis».
Cuando dos años más tarde apareció la edición norteamericana de Comentarios sobre el Vivir, impecablemente preparada para su publicación por Rajagopal, Francis Hacket, el conocido autor y periodista norteamericano, escribió acerca de K en el periódico New Republic.
«Yo siento que él guarda un secreto mágico... Él no es otra cosa que lo que parece:
(1) En el jardín había una enorme encina de la que la casa tomó su nombre.
un hombre libre, un ser humano de primera clase, que envejece como los diamantes, pero su fulgor, al igual que el de la gema, es intemporal y perenne».
Y el crítico del suplemento literario del Times escribió con respecto a la edición inglesa: «La lucidez espiritual y poética de los comentarios está tan sencillamente expresada, como penetrante es en su requerimiento».
K jamás mencionó un libro de él en ninguna de sus cartas a Lady Emily, aunque en los años 30 había hecho referencia a la corrección de sus pláticas que ya había dejado de hacer mucho tiempo atrás.
K no se interesaba en absoluto en sus propias obras publicadas, excepto para sugerir a veces el título de un libro cuando se lo solicitaban.
¿Se debería su falta de memoria al hecho de que nunca pensaba en nada una vez que había pasado?
Después de otro invierno de pláticas en la India, desde octubre de 1954 a abril de 1955, donde estuvo acompañado por Rajagopal, y de otra visita a Il Leccio así como de pláticas en Amsterdam, en junio K llegó a Londres donde habló seis veces en la Friend’s Meeting House.
(Cuando estaba en Londres, se alojaba ahora con Mrs. Jean Bindley, una antigua amiga de los primeros tiempos de la Estrella, puesto que Lady Emily se había mudado a un pequeño apartamento y ya no tenía lugar para él; sin embargo, la veía diariamente).
Fue en la tercera de estas pláticas de Londres que habló por primera vez públicamente de entrar en la morada de la muerte mientras aún se estaba vivo, un tema al que se iba a referir con frecuencia en el futuro.
Ello surgió en respuesta a una pregunta: «Le tengo miedo a la muerte. ¿Puede usted darme alguna seguridad?»
Esto es en parte lo que K contestó: Uno teme abandonar todas las cosas que ha conocido... Teme abandonar todo eso totalmente, a fondo, desde las profundidades mismas de su ser, y quedarse con lo desconocido que, después de todo, es la muerte... ¿Puede usted, que es el resultado de lo conocido, penetrar en lo desconocido que es la muerte? Si desea hacerlo, tiene que hacerlo, ciertamente, mientras vive, no en el último instante...
Entrar en la morada de la muerte mientras uno vive no es, precisamente, una idea mórbida; es la única solución.
Mientras vivimos una existencia rica, plena -cualquier cosa que ello signifique- o mientras vivimos una existencia desdichada, empobrecida, ¿no podemos conocer aquello que es inmensurable, aquello que el experimentador sólo vislumbra en raros momentos?… ¿Puede la mente morir de instante en instante a todo lo que experimenta y no acumular jamás?
K habría de expresar la misma idea más sencillamente en la segunda serie de Comentarios sobre el Vivir (1959): «¡Qué necesario es morir cada día, morir cada minuto a todo, a los muchos ayeres y al instante que acaba de pasar! Sin muerte no hay renovación, sin muerte no hay creación.
La carga del pasado da origen a su propia continuidad, y las preocupaciones de ayer dan nueva vida a la preocupación de hoy».
En los dos años siguientes, K viajó a muchos lugares además de Ojai, la India e Inglaterra, y en todos ellos ofreció pláticas públicas y sostuvo entrevistas privadas, así como reuniones y discusiones de grupo: Sydney, Alejandría, Atenas, Hamburgo, Holanda y Bruselas.
Pasó todo junio de 1956 con un amigo belga, Robert Linssen, en su villa cercana a Bruselas. Monsieur Linssen organizó para él seis pláticas en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas y seis charlas privadas en la villa.
La Reina Elisabeth de Bélgica asistió a cada una de estas pláticas y también quiso tener una entrevista privada con K.
En el invierno de 1956-57 K estaba en la India con Rajagopal y Rosalind, yendo de un lugar a otro con ellos y su grupo de seguidores indios.
En 1956, el Dalai Lama Tenzin Gyatso, de veintiún años de edad, aceptó una invitación para visitar la India y ver los lugares sagrados vinculados con el Buda.
Era la primera vez que un Dalai Lama dejaba el Tíbet; tres años antes había escapado a la India cuando los chinos amenazaban su vida.
Un funcionario político de Sikkhim, Apa Sahib Pant, que viajaba con el Dalai Lama y su vasto séquito en un tren especial, le habló de Krishnamurti y de la naturaleza de su enseñanza.
En diciembre, cuando el Dalai Lama llegó a Madrás y supo que Krishnamurti se encontraba en Vasanta Vihar, insistió en conocerle aunque ello iba contra el protocolo.
Según Apa Sahib y tal como lo relata Pupul Jayakar: «’Krishnaji lo recibió sencillamente.
Fue asombroso sentir el afecto eléctrico que destelló instantáneamente entre ellos’.
El Dalai Lama, dulcemente pero de manera directa, preguntó: ‘Señor, ¿en qué cree usted?’. Y luego la conversación siguió en frases casi monosilábicas, puesto que era una conversación exenta de retórica. El joven lama se sentía en un terreno familiar, ya que Krishnaji le permitía ‘co-experimentar’.
El Dalai Lama habría de decir después: ‘Un alma grande, una gran experiencia’», expresando el deseo de volver a encontrarse con Krishnamurti
(1) . No se convino un futuro encuentro entre ellos hasta el 31 de octubre de 1984, en Delhi, pero nunca tuvo lugar porque ese mismo día asesinaron a Mrs. Gandhi.
En enero de 1957, en Colombo, el Gobernador de Sri Lanka permitió que fueran emitidas por radio, en su totalidad, las cinco pláticas de K, lo cual a él le pareció algo extraordinario puesto que eran tan subversivas.
Después de una última plática en Bombay ofrecida en el mes de marzo, no volvió a dar más pláticas en ninguna
(1) De una copia de las notas de Pupul Jayakar, publicadas anteriormente en Los Años de Plenitud. El relato también se encuentra en su Krishnamurti, con algunas leves diferencias.
parte hasta septiembre de 1958. Esto fue dictado por las circunstancias, no por una decisión tomada entonces. K se estaba acercando a un gran cambio en su vida exterior. Desde Bombay emprendió viaje a Roma con Rajagopal el 6 de marzo, y de ahí fue a Il Leccio, donde había planeado permanecer solamente hasta fines de mes antes de viajar a Helsinki con Rajagopal para una asamblea.
Había estado bastante enfermo en la India y, súbitamente, canceló no sólo Helsinki sino todo su futuro programa de pláticas en Londres, Biarritz, Ojai, Nueva Zelanda y Australia.
Permaneció en Il Leccio por semanas sin hacer nada y apenas si escribió alguna carta.
(El marido de Vanda Scaravelli falleció en Florencia mientras K se encontraba en Il Leccio).
No fue sino hasta fines de mayo que se encontró con Rajagopal en Zurich y fueron juntos a Gstaad, donde los habían invitado a alojarse. Esta fue la primera entrada de K a un sitio que pronto habría de conocer íntimamente. Fue probablemente durante esta visita que concibió la idea de realizar una reunión anual internacional en Suiza, sobre las mismas bases de los campamentos de Ommen.
Esto le evitaría tener que viajar tanto. (K jamás quiso volver a Ommen después de que el lugar fuera convertido durante la guerra en un campo de concentración).
El 11 de junio, él y Rajagopal se mudaron al Hotel Montesano, en Villars, donde K había parado por primera vez con Nitya en 1921. Después de quince días de permanecer allí, Rajagopal regresó a Ojai dejando a K solo y con apenas el dinero suficiente para pagar la cuenta del hotel.
Evidentemente, se había producido alguna clase de crisis en la relación de ambos. La tensión había ido creciendo entre ellos desde que K regresó de la India en 1949.
La fragilidad de una relación ya desgastada se demostró cuando Rajagopal, que no creía que K hubiera estado realmente enfermo en Il Leccio y que había hecho los arreglos para sus giras, de pronto tuvo que cancelarlo todo.
Parece que dijo a K en Villars, que estaba harto de ser su agente de viajes y que en el futuro los arreglos al respecto podía hacerlos Doris Pratt, la Secretaria de la KWINC en Londres, que había trabajado para K desde los tempranos días de Ommen.
Los gastos de K en Londres y los viajes desde Londres eran pagados con los dividendos provenientes de una donación de acciones hecha para sostener su labor, que eran administradas por Doris Pratt.
Los gastos de Rajagopal en Inglaterra también eran pagados con dinero de este fondo.
Rajagopal había dado instrucciones a Doris Pratt de llevar cuenta de todo lo gastado por K.
Para los gastos de K en la India, Rajagopal enviaba fondos desde Ojai.
Cualquier cosa que haya pasado entre K y Rajagopal, hizo que K se mostrara renuente a volver a Ojai. Al dejarlo en Villars, Rajagopal le había dicho que ya aprendería lo que era sentirse solo.
Pero K nunca se sentía solo.
Permaneció sin compañía alguna en Villars durante todo un mes, perfectamente feliz.
Escribió a Lady Emily: «Estoy viviendo en retiro. No veo a nadie y la única conversación que tengo es con el mozo del hotel. Es agradable no hacer nada, pero haciendo otras cosas.
Hay aquí paseos espléndidos y es difícil que uno se encuentre en ellos con alguien. Por favor, no diga a nadie dónde estoy».
Por «haciendo otras cosas», K se refería a la meditación que se desarrollaba Intensamente en él toda vez que estaba tranquilo, profundizando más y más dentro de sí mismo.
Doris Pratt sabía dónde estaba K.
Ella le reenviaba las cartas dirigidas a él y K las devolvía después de leerlas diciéndole que no contestaría ninguna puesto que deseaba «tomar un largo y completo descanso aun cuando me siento bien». Le envió a Miss Pratt instrucciones de cómo debía contestarlas sin tener que leerlas ella. El 20 de julio, León de Vidas y su esposa, a quieres K había conocido tiempo atrás (él tenía una empresa textil), de algún modo encontraron a K en Villars completamente sin dinero y lo llevaron a la casa que tenían en la Dordogne.
(K podía haberle pedido a Rajagopal que le enviara dinero pero, aparentemente, no quería comunicarse con él, y era imposible enviar dinero desde Inglaterra debido a los controles de cambio).
K se hospedó en la Dordogne hasta noviembre, habiendo escrito a Lady Emily a fines de octubre: «Se está muy tranquilo aquí y no veo a nadie excepto a mis dos anfitriones. Esto se encuentra lejos de cualquier ciudad. Ha sido un retiro completo, con paseos y soledad. Fue muy bueno. Haré lo mismo en la India».
Ese invierno, Rajagopal fue con K a la India por última vez, pero sólo estuvo allí hasta enero de 1958. K permaneció en retiro hasta septiembre, primero en el Valle de Rishi, luego en Rajghat y finalmente estuvo por un mes a solas en Ranikhet, la estación en la colina del norte.
Después de esto, reinició sus pláticas públicas.
En Vasanta Vihar, el 13 de noviembre firmó un documento certificado por Notario Público y el Tribunal Superior con jurisdicción en Madrás, transfiriendo a la KWINC los derechos de autor de todos sus escritos, tanto de los anteriores como de los que hubiere a partir de esa fecha y autorizando a Rajagopal, Presidente de la KWINC, a hacer todos los arreglos para la publicación de sus libros.
K no recordaba cuándo había renunciado a su condición de síndico de la KWINC ni por qué lo había hecho.
Parece extraño que este documento se hubiera firmado en el momento en que la relación de K con Rajagopal era tan precaria, pero fue probablemente por este motivo que Rajagopal deseaba legalizar su situación.
Una razón alternativa puede haber sido que éste fue el año en que entró en vigor un acuerdo para los derechos internacionales de autor.
El calor era tan intenso en Delhi, donde K estaba ofreciendo pláticas a comienzos de 1959 y alojándose allí, que en marzo se alquiló para él una casa en Srinagar, Cachemira.
Pero cuando se encontró que estaba sucia e infestada de ratas, K se mudó a Pahalgam, un valle en Cachemira a 7.200 pies sobre el nivel del mar, donde se alojó en una cabaña gubernamental, «nada lujosa», como le escribió a Lady Emily, «pero con maravillosos alrededores, picos nevados y millas de bosques de pinos».
Pupul Jayakar y Madhavachari habían estado con él en Srinagar, pero en Pahalgam estaba solo con Parameshwaran, el cocinero jefe en el Valle de Rishi. A mediados de agosto K enfermó nuevamente de una infección a los riñones y tuvo que ser bajado a Srinagar con mucha fiebre y de ahí llevado a la casa de Shiva Rao en Nueva Delhi, donde le administraron antibióticos por primera vez en su vida.
Estos actuaron sobre él con tanta fuerza que temporariamente le paralizaron las piernas (creyó que estaba paralizado de por vida, como lo admitió más tarde, y aceptó el hecho con serenidad) y se debilitó tanto que Parameshwaran tuvo que alimentarlo como a un bebé. Estuvo en cama por casi siete semanas y luego se recuperó en el Valle de Rishi antes de ofrecer más pláticas en distintas partes de la India.
No fue sino hasta el 11 de marzo de 1960, que finalmente emprendió vuelo a Roma, donde lo recibió Vanda Scaravelli y subió con él a Il Leccio.
Rajagopal no supo nada de los planes de K hasta que recibió una carta suya en la que le decía que permanecería en Il Leccio por algunas semanas y luego se internaría en la clínica Bircher-Benner de Zurich.
Rajagopal no sabía si K tenía o no el propósito de regresar a Ojai ese verano.
Pidió a Doris Pratt que, para la clínica, enviara a K dinero proveniente de los fondos ingleses, pero la continuación de los controles de cambio lo impidió.
K dijo a Miss Pratt que no se preocupara; los amigos de Puerto Rico habían ofrecido pagar todos sus gastos en la clínica.
K se internó en la clínica el 11 de abril y allí fue puesto a una dieta muy estricta. Permaneció internado hasta el 1º de mayo, cuando voló a Londres en ruta hacia los EE.UU.
Doris Pratt, que lo recibió en Heathrow, se sobresaltó al ver su aspecto tan demacrado.
Él tuvo que encargar zapatos nuevos por lo mucho que habían adelgazado sus pies.
A pesar de su debilidad «rehusó absolutamente viajar por avión en primera clase», informó Doris Pratt a Rajagopal; y nuevamente, el día en que K partía de Londres, ella escribió: «Debo decirle muy, muy privadamente, lo que siento: que él es un hombre muy enfermo y que no está para nada en condiciones de ofrecer pláticas en Ojai, pero parece decidido a hacerlo...
Se ha dicho que estuvo a punto de morir en Delhi y puedo creerlo por su estado actual. Yo diría que es sumamente importante que en Ojai se le brinde el máximo y más afectuoso cuidado» (1) . K interrumpió su viaje en Nueva York, donde se hospedó con un amigo que le dijo que, a menos que tomara algunas medidas, pronto se encontraría con que ya nada tenía que ver con los asuntos de la KWINC.
Este amigo le rogó que asumiera una responsabilidad mayor, puesto que las grandes sumas donadas a la KWINC eran para emplearse en su labor. Después de treinta y cinco años de manejar los asuntos de K con gran eficiencia y éxito, Rajagopal no veía razón alguna para esta súbita interferencia.
Es verdad que tenía un vicepresidente y una junta de Síndicos, pero él mandaba autocráticamente sobre ellos.
Por desgracia, se negó a darle a K la información que éste le solicitara, y cuando más adelante K pidió ser reintegrado como síndico, el pedido fue rechazado.
Si Rajagopal tan sólo hubiera repuesto a K en la junta, seguramente K habría perdido muy pronto todo interés. Pero tal como estaban las cosas, la intransigencia de Rajagopal engendraba sospechas, lesionando con ello ulteriormente una relación basada en la confianza mutua.
Uno puede entender a Rajagopal cuando K, tras haber insistido en ofrecer pláticas en Ojai y habiéndose comprometido a ocho de ellas, anunció en la tercera que solamente podría dar una más.
(Esta tercera plática fue excelente y versó sobre cómo la mente podía «volverse inocente mediante la muerte de lo conocido» y sobre la urgente necesidad de una transformación radical de la psique humana).
La cancelación de las últimas cuatro pláticas creó un alboroto y una gran decepción en la gente que había recorrido una gran distancia para escuchar la serie completa. Rajagopal fue entre todos el más exasperado porque, como le dijo a Doris Pratt, K no había cancelado las pláticas porque estuviera enfermo, sino por el mero hecho de que no tenía «energía suficiente» para continuar con ellas y, no obstante, había sostenido «tres días de entrevistas de varias horas de duración».
Uno se pregunta si, al esperar que K ofreciera pláticas con la misma facilidad que las entrevistas privadas, Rajagopal tenía la más mínima comprensión de la verdadera vida interior de K.
Tan obvio parece que, para hablar en público a un gran auditorio, se necesitaba una energía muy especial.
K tenía el propósito de volver a la clínica Bircher-Benner a fines de junio pero, ante el intenso fastidio de Rajagopal, siguió posponiendo su partida. Ahora no concedía entrevistas ni contestaba cartas, ni siquiera las de Lady Emily y Vanda Scaravelli, de modo que su correspondencia se estaba acumulando. Finalmente, se quedó hasta que viajó a la India en noviembre, aunque la atmósfera en Arya Vihara debe haber sido bastante desagradable, no sólo porque la tensión entre él y Rajagopal iba en aumento, sino porque Rajagopal y Rosalind reñían continuamente y pronto habrían de divorciarse.
K todavía no se sentía con ánimo para dar pláticas en la India; sin embargo, estaba dispuesto a dirigir la palabra en pequeñas reuniones. Al parecer, le escribió a Rajagopal desde la India pidiéndole que arreglara para él una reunión en Inglaterra que se realizaría al año siguiente, porque recibió un cable que decía: «Imposible ahora arreglar personalmente nada.
He hablado con Doris Pratt, quien ayudará. Por favor, escríbele. Feliz año nuevo». (1) Cartas a y de Doris Pratt Rajagopal se había lavado las manos de todo lo que hubiera que hacer en Europa con relación a K.
Cuando envió este cable se encontraba en Londres y había tenido «ásperos cambios de palabras» con Doris Pratt, quien lo encontró en una condición muy desdichada. Yo misma lo vi una vez y, sin saber nada del cambio habido en su relación con K, me sentí profundamente angustiada cuando comenzó a denostarlo.
Yo me había encariñado particularmente con Rajagopal desde que él había estado en Cambridge, donde acostumbraba visitarlo con frecuencia. Rajagopal también denostó a K ante mi madre, quien quedó tan angustiada como yo puesto que sentía un afecto igual por él.
Confiamos en que sólo se tratara de una fase transitoria. A fines de 1960 K habló a pequeños grupos en Nueva Delhi, y al comenzar 1961 lo hizo en Bombay. Por esta época estaba profundamente interesado en la urgencia de un cambio en la psique humana y en la creación de una mente nueva.
A mediados de marzo abandonó la India para dirigirse a Il Leccio, donde pasó varias semanas antes de venir a Londres en mayo. Doris Pratt había hecho lo mejor que podía organizando una reunión para él. Sabiendo lo mucho que le gustaba pasear por Wimbledon Common, en los viejos tiempos, cuando se alojaba con Miss Dodge en West Side House, Miss Pratt había alquilado para él una casa en Wimbledon, y contrató allí el Town Hall para doce pequeñas reuniones; además, envió invitaciones personales a más de 150 personas.
Ella y una amiga holandesa a quien K había conocido por muchos años, Anneke Korndorffer, se ocupaban de cuidarlo. Por primera vez, K permitió que estas reuniones se grabaran en cinta magnetofónica.
Doris y Anneke, que se alojaron con él en Wimbledon por ocho semanas, quedaron muy preocupadas cuando le oyeron gritar fuerte en la noche, y cuando durante las comidas a menudo dejaba caer cuchillo y tenedor y parecía «transfigurado» y a punto de desmayarse.
Doris le preguntó si había algo que ella pudiera hacer.
El contestó que «no había nada excepto mantenernos tranquilas, relajadas y no preocuparnos, así como no tocarlo».
Dijo que si bien él mismo sabía exactamente lo que pasaba, era incapaz de explicárnoslo. El 18 de mayo le escribía a Nandini Mehta en la India: «Extrañamente, las cosas que ocurrieron en Ooty están sucediendo aquí, a pesar de que nadie sabe nada al respecto; es muy intenso» (1) . El 14 de junio, K partió de Londres hacia Ojai vía Nueva York, llevando con él, a pedido de Rajagopal, las cintas grabadas de sus pláticas en Wimbledon. Al día siguiente, Doris Pratt escribió a la Signora Vanda, como K la llamaba, que él había estado temiendo la ocasión de su visita a Ojai porque, según ella deducía, allí había algo que él debería afrontar.
K le había dicho que podría regresar muy pronto. Fue el 18 de junio, un día antes de su venida a Los Angeles desde Nueva York, que comenzó a escribir el más extraordinario relato de sus estados internos de conciencia. Escrito en lápiz y, en cuadernos comunes de ejercicios, sin una sola palabra tachada, K continuó este diario por siete meses. Nunca antes había llevado un registro semejante y no recordaba qué le había impulsado a comenzarlo. Es lo más cerca que llegaremos jamás al conocimiento de cómo era él. Muestra qué poco afectaban a su ser interno los sucesos de su vida exterior (2 ). Uno sólo tiene que abrir el libro al azar, para sentirse traspasado por un sentimiento de maravilla y misterio. Las notas comienzan abruptamente: «Al anochecer estaba ahí; súbitamente estuvo ahí llenando la sala, un gran sentido de belleza, poder y dulzura. Otros lo advirtieron [los amigos que se hospedaban con él en Nueva York]». La «inmensidad», «lo sagrado», «la bendición», «lo otro», «la vastedad», eran todos nombres con los que K se refería a lo largo del diario, al misterioso «aquello» que no podía buscarse pero que llegaba a él todos los días con tanta fuerza que a veces los otros lo advertían.
Escribió también sobre «el proceso», el dolor intenso en la cabeza y la espina dorsal que tenía lugar al mismo tiempo que sus percepciones. En este diario se encuentra la totalidad de su enseñanza, así como muy bellas descripciones de la naturaleza.
El día 21, en Ojai, escribió: «Al despertar alrededor de las dos, había una presión peculiar y el dolor era más agudo, estaba más en el centro de la cabeza. Persistió por más de una hora, y uno despertó varias veces por la intensidad de la presión.
Cada vez el éxtasis se expandía más y más; el júbilo continuó».
Y al día siguiente: «La fuerza y belleza de una tierna hoja radica en su vulnerabilidad a la destrucción.
Como una brizna de hierba que brota a través del pavimento, ella tiene el poder de enfrentarse a la muerte fortuita».
Y el día 23: «Justo en el momento en que uno se disponía a acostarse, ahí estaba aquella plenitud de Il L [Il Leccio]. Estaba no sólo en la habitación sino que parecía cubrir la tierra de horizonte a horizonte. Era una bendición».
Y el 27 escribió: «Esa presencia que estuvo en Il L estaba ahí, esperando pacientemente, benignamente, con inmensa ternura».
Estos dos últimos extractos muestran que, cualquier cosa que sucediera, había sido experimentada antes en Il Leccio. A menudo se descubría a sí mismo gritando en la noche, pero puesto que dormía solo en la Cabaña de los Pinos, no se le podía oír en Arya Vihara.
Aunque K permaneció durante diecinueve días en Ojai, escribiendo todos los días en su cuaderno, no mencionó nada de lo que estuvo haciendo allí, excepto una vez que visitó al dentista, cuando «aquello» estuvo con él mientras se hallaba sentado en el sillón, y también un paseo cuando «rodeado por estas violáceas y desnudas
(1) Krishnamurti, Pupul Jayakar. (2) Estos relatos, con el título de Krishnamurti’s Notebook, fueron publicados en 1976 por Gollancz and Harper & Row. (En español, se publicaron en 1978 bajo el título de Diario de Krishnamurti, por la Edit. Edhasa de Barcelona). [N. del T.]
montañas rocosas, súbitamente advino la soledad; tenía una inmensa e insondable riqueza; poseía esa belleza que está más allá del pensamiento y el sentimiento... Era un estado singular de soledad, no de aislamiento sino de soledad, como una gota de lluvia que contiene en sí todos los mares de la tierra».
Este Diario debe ser leído, ninguna cantidad de citas puede siquiera comenzar a hacerle justicia.
Es un documento infinitamente precioso, una de las grandes obras místicas de todos los tiempos que seguramente algún día será reconocida en todo su valor.
K le dijo a Rosalind que mientras él estuviera en Ojai, ella podía vivir en Arya Vihara. Rosalind estaba aún dirigiendo la escuela del Valle Feliz, pero ésta había dejado de ser desde hacía tiempo una escuela Krishnamurti.
Rajagopal se había mudado a una casa construida para él, no lejos de El Robledal en el extremo occidental del valle.
Rosalind era ahora independiente, puesto que Robert Logan, cuya esposa había muerto, dejó a Rosalind su dinero y su propiedad cuando él murió. (Mr. Logan había obsequiado dos relojes Pathek-Philippe a K, uno de oro que K nunca usó y uno de bolsillo hecho de acero con una corta cadena que tenía una antigua moneda griega en su extremo. Este reloj es el que usó hasta su enfermedad final).
Después de volar durante la noche a Londres el 8 de julio, K anotó al día siguiente en su diario: … entre todo el ruido, el fumar y las conversaciones en alta voz, muy inesperadamente comenzó a presentarse la sensación de inmensidad y esa bendición extraordinaria experimentada en Il L, ese inminente sentimiento de lo sagrado.
El cuerpo estaba nerviosamente tenso a causa de la apertura, el ruido, etc., pero a pesar de todo esto «aquello» estaba ahí.
La presión y la tirantez eran intensas y había un dolor agudo en la parte posterior de la cabeza. Sólo existía este estado y no había observador.
Todo el cuerpo estaba enteramente en ello, y el sentimiento de lo sagrado era tan intenso que un gemido escapó del cuerpo, y había pasajeros sentados en los asientos contiguos.
Eso prosiguió por varias horas hasta tarde en la noche. Era como si uno estuviese mirando no con los Ojos solamente, sino con un millar de Siglos; era un suceso enteramente extraño.
El cerebro estaba por completo vacío, había cesado cualquier tipo de reacción; durante todas esas horas uno no era consciente de esta vacuidad, sino que ella se torna en algo conocido solamente al escribir; pero este conocimiento es sólo descriptivo y no real.
Que el cerebro pueda vaciarse a sí mismo es un fenómeno raro. En cuanto los ojos se cerraban, el cuerpo, el cerebro, parecía sumergirse en profundidades insondables, estados de increíble sensibilidad y belleza.
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