domingo, 6 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 18 -

 18 

«La terminación de lo conocido» 

Cuando en febrero K regresó a Ojai con su tremenda energía nueva, sentía que «no estaba siendo suficientemente utilizado». «¿Qué voy a hacer aquí por dos meses?» le preguntó a Mary. «Me están malgastando». 

Tal como ocurrieron las cosas, K encontró mucho que hacer en relación con la nueva escuela de El Robledal, hablando al cuerpo directivo y a los padres. 

Muchos padres se habían mudado al Valle de Ojai para que sus hijos pudieran asistir a la escuela y desempeñaron, en el funcionamiento de la misma, un papel mucho más importante que si se hubiera tratado de una escuela de internos. 

Mark Lee, un norteamericano que había enseñado en el Valle de Rishi y tenía una esposa india, fue el primer Director de la escuela. 

K ciertamente no fue malgastado cuando en marzo David Bohm vino a alojarse en Ojai y sostuvo con él ocho largas discusiones. 

Estas, junto con otras cinco que más tarde tuvieron lugar en Brockwood, se publicaron en 1985 bajo el título de The Ending of Time (1) , uno de los libros más importantes de K puesto que despertó el interés de un público nuevo. 

Las conversaciones, con sus agudas preguntas y respuestas, no se prestan a citas. 

El desarrollo de las ideas que en ellas se expresan es muy pausado. 

Abordan tanto la terminación del pensamiento como la terminación del tiempo, es decir, del pensamiento y el tiempo psicológico, que son el pasado. 

Todo lo que liemos aprendido, todo lo que somos, el contenido total de nuestra conciencia, es el pasado que se almacena como pensamiento en nuestra memoria, y ese pasado que llena desordenadamente el cerebro implica que no hay verdadera percepción, porque todo es visto a través de una nube de pensamientos que deben estar siempre limitados por el yo. «¿Es posible», preguntaba K, «que el tiempo se termine -toda la idea del tiempo como pasado-, de modo que no haya mañana en absoluto?» Si el cerebro permanece en la oscuridad que él mismo ha creado, se desgasta en el conflicto resultante. 

El deterioro de las células cerebrales y la senilidad, ¿pueden evitarse? 

K sugería que, a través del discernimiento directo, las células cerebrales podían cambiar físicamente y actuar de una manera ordenada, lo cual conduciría a una curación del daño ocasionado por todos los años de mal funcionamiento. 

En el prefacio de un libro que contiene dos diálogos que, en una fecha posterior, sostuvieron K y Bohm, Bohm dilucida esto: ... vale la pena observar que las modernas investigaciones sobre el cerebro y el sistema nervioso, apoyan realmente y de modo considerable la afirmación de Krishnamurti en el sentido de que el discernimiento puede transformar las células del cerebro. 

Así, por ejemplo, hoy es bien sabido que existen importantes sustancias en el cuerpo, las hormonas y los neurotransmisores, que afectan fundamentalmente todo el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. 

Estas sustancias responden, de instante en instante, a lo que una persona conoce, a lo que piensa y a lo que todo esto significa para ella. 

Hoy ya está perfectamente bien establecido que las células cerebrales y su funcionamiento son hondamente afectados por el conocimiento y las pasiones. 

Es así completamente verosímil que el discernimiento directo, la percepción inteligente que debe surgir en un estado de gran pasión y energía mental, pueda transformar las células cerebrales de un modo aún más profundo (2) . 

En camino a Gstaad, K fue ese verano a la Clínica Janker por tercer año consecutivo. 

Las radiografías mostraron que un bulto que sentía bajo su diafragma se debía a una hernia y no tenía ninguna importancia. 

En la reunión de Brockwood, posterior a Saanen, preguntaron a K por qué a su edad seguía hablando. Contestó: «A menudo me han preguntado eso: ‘¿Por qué, después de cincuenta años, continúa usted desperdiciando energía cuando nada parece cambiar?’ Pienso que cuando uno ve algo bello y verdadero, quiere hablar de eso a la gente, y lo hace por afecto, por compasión, por amor. 

Y si hay quienes no están interesados, muy bien. 

¿Puede usted preguntarle a la flor por qué se abre, por qué exhala perfume? 

Es por esa misma razón que uno habla». 

Por los últimos seis años de su vida, K habría de continuar con sus rutinas de viajes, pláticas y discusiones, si bien había desistido prácticamente de las entrevistas privadas. 

En julio de 1980, Mrs. Radha Burnier, a quien K había conocido bien por muchos años y por quien sentía un afecto profundo, fue electa Presidenta de la Sociedad Teosófica. 

Era hija de Sri Ram, un presidente anterior, y sobrina de Rukmini Arundale, que había disputado con ella la elección. 

Por consideración a Radha Burnier, K accedió a visitar la Sociedad Teosófica cuando estuvo en Madrás ese invierno. 

Por lo tanto, el 3 de noviembre Radha Burnier fue a buscarlo a Vasanta Vihar y, por primera vez en cuarenta y siete años, K cruzó las puertas del complejo residencial teosófico, donde se había congregado una multitud para darle la bienvenida, y caminó por los terrenos hasta la casa de Radha en la playa. 

No recordaba 

(1) Publicado en español con el título de Más Allá del Tiempo. [N. del T.] (2) El Futuro de la Humanidad, Edhasa, 1987.

 casi nada del lugar. 

De allí en adelante, por el resto de su vida, cuando estaba en Vasanta Vihar solía ir todas las tardes en automóvil a la casa de Radha y paseaba a lo largo de la playa donde lo habían «descubierto». 

Al día siguiente, K voló a Sri Lanka donde le habían invitado a ofrecer una serie de pláticas y donde no había estado desde 1957. 

Fue una visita triunfal: se vio con el Primer Ministro, fue entrevistado para la televisión por el Ministro de Estado y habló privadamente durante una hora con el Presidente. 

También ofreció cuatro pláticas públicas que contaron con una gran asistencia. 

Más tarde, en el Valle de Rishi, K se reunió con síndicos de las tres Fundaciones, y el 20 de diciembre, Mrs. Gandhi con Rajiv y su esposa vinieron a pasar la noche, llegando a Madanapalle en helicóptero. Pupul Jayakar y K actuaron como anfitriones. K y Mrs. Gandhi dieron solos un largo paseo, con guardias armados escondidos entre los arbustos. 

Cuando, a principios de 1981, K llegó a Brockwood interrumpiendo su viaje de la India a Ojai, nos habló excitadamente acerca de esta visita de Mrs. Gandhi y del tratamiento VIP (1)  que había recibido en Sri Lanka. 

Parecía realmente impresionado de que el Presidente de Sri Lanka hubiera deseado verle. 

Esta era una de las extrañas anomalías de K, su respeto por el éxito mundano y los honores académicos en otros. 

Sin embargo, le causaba repulsión todo aquel que alardeaba de su fama o que demostraba signos de engreimiento. 

Nunca pareció considerar que las donaciones entregadas para su labor, podían haberse originado en algunas despiadadas situaciones competitivas que él habría deplorado si las hubiera conocido. 

Con todo, si no hubieran existido estas contradicciones en la naturaleza de K, habría sido mucho menos interesante y, por cierto, menos digno de ser amado personalmente. 

En la reunión de Saanen de 1981, K sufrió de agudos dolores estomacales, pero los exámenes clínicos que se le hicieron en el hospital de Saanen no revelaron nada que diera razón de los dolores. 

Sin embargo, se había dispuesto que, antes de que fuera otra vez a la India, debía operarse de la hernia cuando volviera a Ojai al año siguiente. 

En camino a Gstaad acompañado por Mary Zimbalist, K le había pedido súbitamente que escribiera un libro sobre él -cómo era vivir con él-. 

En el curso de los años siguientes, habría de pedirle dos veces más que hiciera esto, aunque sólo fueran cien páginas, escribiendo un poquito cada día. 

Uno debe confiar en que ella lo haga un día puesto que, desde 1966, ha estado con él más que ninguna otra persona. 

Ahora siempre acompañaba a K, en Gstaad, en Brockwood y en Ojai. 

Vanda Scaravelli aún abriría Tanneg para él con la asistencia de Fosca, pero durante la reunión regresó a Florencia para volver después a fin de cerrar el chalet. 

En septiembre, K habría de variar un poco su programa anual ofreciendo dos pláticas en Amsterdam, donde no había hablado por diez años. 

El gran salón de la RAI estuvo atestado y el público afluía continuamente a una sala contigua que contaba con un circuito cerrado de televisión. 

Estuvieron con él unos pocos amigos de Inglaterra. 

Mientras nos dirigíamos en el automóvil a la primera plática, nos preguntó de qué iba a hablar. 

Yo le dije: «¿No tiene ninguna idea?» Contestó: «No, ninguna». 

Cuando apareció su pequeña figura para sentarse solo en una silla dura sobre el enorme estrado, sin siquiera una mesa delante de él, ello fue en cierto modo intensamente conmovedor. 

Como siempre, permaneció en completo silencio por unos momentos, mirando de extremo a extremo a su auditorio, mientras la gente aguardaba tensamente expectante. 

Finalmente comenzó: «Muy lamentablemente sólo habrá dos pláticas, de modo que es necesario condensar lo que tenemos que decir acerca de la totalidad de la existencia». 

Más y más estuvo en esta época haciendo hincapié en que la diferencia entre los seres humanos era sólo superficial. 

Esto lo explicó en la primera plática: El contenido de nuestra conciencia es el terreno común a toda la humanidad... Un ser humano que vive en cualquier parte del mundo, sufre, no sólo físicamente sino también internamente. 

Está perplejo, asustado, confundido, ansioso, sin ninguna sensación de profunda seguridad. 

De modo que nuestra conciencia es común a toda la humanidad... y, por tanto, no somos individuos. 

Por favor, consideren bien esto. 

Nos han educado, adiestrado, tanto religiosa como escolásticamente, para pensar que somos individuos, almas separadas que luchan cada una para sí, pero ésa es una ilusión. 

No somos entidades separadas con contenidos psicológicos separados, que luchan para obtener algo; cada uno de nosotros es, de hecho, el resto de la humanidad. 

En esta misma plática se extendió en otro tema, acerca del cual había hablado con anterioridad y sobre el que habría de hablar a menudo en sus últimos años: vivir con la muerte: La muerte implica el fin de lo conocido. 

Significa la terminación del organismo físico, la terminación de toda memoria que soy "yo", puesto que «yo» no soy sino memoria. 

Y me asusta desprenderme de todo eso, lo cual implica muerte. 

La muerte significa el fin de los apegos, o sea, morir mientras vivimos, no separados de la muerte por cincuenta años o cosa así, esperando que alguna enfermedad termine con nosotros. Es vivir 

(1) VIP: Very Important Person (Persona muy importante). [N. del T.]

 con toda nuestra vitalidad, nuestra energía, nuestra capacidad intelectual y un gran sentimiento por todas las cosas y, al mismo tiempo, terminar con ciertas conclusiones, ciertas idiosincrasias, experiencias, apegos, heridas psicológicas; morir para todo ello. 

Vale decir que, mientras uno está viviendo, vivir también con la muerte. 

Entonces la muerte no es algo que se encuentra lejos, no es algo que está al final de nuestra vida y que llega como consecuencia de algún accidente, de una enfermedad o de la vejez, sino que es más bien un final para todas las cosas de la memoria. 

Eso es la muerte, una muerte que no está separada del vivir (1) . 

Lo que de hecho pedía a sus oyentes que hicieran, era renunciar a todos los apegos humanos. ¿Cuántos querrían hacerlo, aun si pudieran? Sin embargo, más y más personas en todo el mundo seguían asistiendo a sus pláticas. 

K se sentía muy feliz de encontrarse en Holanda donde había pasado tanto tiempo cuando era joven. Una tarde fue en automóvil a ver otra vez el Castillo de Eerde, que ahora era una escuela, y en el que no había estado desde 1929. Manejando a través de los hermosos bosques de hayas se preguntó, medio en serio, por qué había devuelto la propiedad. 

Sin embargo, cuando llegó al Castillo, se negó a salir del automóvil por temor a que lo reconocieran. 

Al regresar a Ojai a principios de 1982, después de sus habituales y agotadores meses en la India, K fue a internarse en el Centro Médico de la Universidad de California, en Los Ángeles, para su operación de hernia. 

Esta no era una operación urgente, pero se consideraba que si la condición empeoraba súbitamente mientras K se hallaba de viaje, ello podría volverse peligroso. 

Mary Zimbalist permaneció en un canapé que había dentro del cuarto durante las cuatro noches que estuvo en el hospital. 

Esta operación también tuvo lugar bajo anestesia. 

Para él fue una experiencia muy penosa, y cuando el anestésico se disipó, el dolor se volvió intenso y él habló de la «puerta abierta». 

Mary le pidió que la cerrara. 

Esa noche él le dijo: «Estuvo muy cerca. Yo no sabía si tendría fuerzas para cerrar la puerta», pero en esos momentos se había incorporado en la cama y estaba leyendo una novela policial. 

Un examen posterior que se le hizo en el Centro Médico reveló que el índice de azúcar en la sangre era demasiado alto y se le prescribió una dieta para diabéticos. 

Poco tiempo después, una visita al oculista diagnosticó un comienzo de cataratas en ambos ojos y una amenaza de glaucoma en el ojo izquierdo, para lo cual se le recetaron gotas. 

Con todo, se declaró que estaba en muy buen estado físico para su edad. A fines de marzo, K ofreció dos pláticas en Nueva York, donde había hablado por última vez en 1974, pero en esta ocasión fue en el Carnegie Hall que tenía una capacidad de casi 3.000 personas. 

No quedó un asiento libre. El 26 de marzo, en el Hotel Parker-Meridien, al ser entrevistado por Paul L. Montgomery para el New York Times, K le dijo: «Vea, yo nunca acepté la autoridad y nunca ejercí autoridad sobre otros. 

Le contaré una historia divertida. Durante la época de Mussolini, uno de sus principales colaboradores me pidió que hablara en Stresa, cerca del Lago Maggiore [esto fue en el verano de 1933]. Cuando llegué a la sala, frente a mí había cardenales, obispos, generales. 

Probablemente pensaron que yo era un invitado de Mussolini. 

Hablé sobre la autoridad, de lo perniciosa, de lo destructiva que era. Al día siguiente, cuando hablé de nuevo, como público sólo había una señora anciana». Al preguntarle Montgomery si pensaba que la obra de toda su vida había establecido alguna diferencia en el modo de vivir de la gente, contestó: «Un poco, señor. Pero no mucho». 

Cuando lo que tenía que decir tuvo que comprimirlo en dos pláticas, K fue más efectivo que cuando daba una serie de pláticas como en las reuniones de Ojai, Saanen y Brockwood y en los lugares donde hablaba regularmente en la India. 

En la primera de estas pláticas de Nueva York, habló sobre el psicoanálisis, que constituye una parte tan importante de la vida norteamericana: «Si hay cualquier dificultad, corremos al analista -él es el moderno sacerdote- y pensamos que va a resolver todos nuestros tontos e insignificantes problemas. 

El análisis implica que hay un analizador y lo analizado. ¿Quién es el analizador? ¿Está separado de lo que analiza? ¿O él es lo analizado?». K estaba diciendo respecto del analista y lo analizado, lo que por años había dicho acerca del observador y lo observado, del pensador y su pensamiento. No había diferencia alguna entre ellos. 

Esto era cierto, sostenía, con respecto a toda fragmentación interna. «Cuando uno está iracundo», decía, «la ira es uno mismo. Uno no es diferente de la ira. Cuando uno siente codicia, envidia, uno es eso». K suplicó al auditorio de Nueva York que no aplaudiera antes o después de una plática: «Si aplauden, están aplaudiendo su propia comprensión... Quien les habla no se interesa para nada en ser un líder, un gurú, toda esa estúpida insensatez. Juntos estamos comprendiendo algo en la vida, una vida que se ha vuelto tan extraordinariamente compleja». 

Al final de la segunda plática preguntó si podía levantarse e irse y fue evidente que se sintió algo consternado cuando le formularon preguntas. 

Suplicó que no fueran más de dos. 

La última fue: «Señor, ¿podría usted describirme a Dios? ¿Existe Dios?» A esto K respondió:

 (1) La Madeja del Pensamiento, Edhasa, 1984. 

Hemos inventado a Dios. El pensamiento a inventado a Dios, o sea que, a causa de nuestra desdicha, desesperación, soledad, ansiedad, hemos inventado esa cosa llamada Dios. 

Dios no nos ha hecho a su imagen (desearía que lo hubiera hecho). 

Personalmente no tengo ninguna clase de creencia. 

El que habla sólo se enfrenta a lo que es, a los hechos, a la comprensión de la naturaleza de cada hecho, de cada pensamiento, de todas las reacciones; él está totalmente atento a todo eso. 

Si uno está libre del miedo, del dolor, no hay necesidad alguna de un dios (1) . 

A pesar de haber pedido que no aplaudieran, hubo aplausos cuando se levantó. 

En abril, tuvieron lugar en Ojai cuatro discusiones de una hora de duración sobre «La Naturaleza de la Mente»; participaron en ellas K, David Bohm, el Dr. John Hidley, psiquiatra que ejercía la práctica privada en Ojai, y Rupert Sheldrake, que en esa época era consultor en el International Crops Institute de Hyderabad. 

Estas discusiones, grabadas en videocolor, fueron patrocinadas por la Robert E. Simon Foundation, una institución privada que otorgaba substanciales subvenciones para el fomento de la salud mental. 

Hubo pedidos inmediatos de estos videos por parte de varias universidades y centros de enseñanza en todo el país, que podían comprarlos o pedirlos prestados para su exhibición. 

También se pasaron estos videos en diversas estaciones de TV por cable, incluso en Nueva York (2) . 

K parecía estar particularmente bien y vigoroso al llegar en mayo a su octogésimo séptimo cumpleaños. Le dijo a Mary: «Ahora la meditación me despierta todas las noches». 

Era durante su meditación que «lo otro» estaba siempre presente y le acompañaba. 

En su Diario había descrito cómo era ser despertado en la noche por esta meditación: La meditación a esa hora era libertad, y era como penetrar en un mundo desconocido de belleza y quietud, un mundo sin imagen, símbolo o palabra, sin las ondas de la memoria. 

El amor era la muerte de cada minuto y cada muerte era la renovación del amor. 

Este no era apego ni tenía raíces; florecía sin causa y era una llama que quemaba los límites, las defensas cuidadosamente construidas de la conciencia. 

La meditación era júbilo y con ella advino una bendición. 

En junio K tuvo que ofrecer dos pláticas en el Barbican Hall de Londres; era la primera vez que en Londres iba a hablar en una sala más grande que la Friend’s Meeting House. 

Pero, aunque el local estaba atestado, las pláticas no fueron un éxito. 

En la primera funcionó mal el altoparlante; en la segunda, disgustado con la atmósfera del lugar, K no se sintió de ninguna manera como en sus mejores momentos. 

No había entrada aparte para los artistas y éstos tenían que pasar por el vestíbulo principal para llegar a la sala. No pudiendo afrontar esto, K tuvo que subir por el ascensor de servicio. 

El Dr. Parchure, de Rajghat, viajaba ahora habitualmente con K a todas partes, y este año, la Dra. Dagmar Liechti, retirada de la Clínica Bircher-Benner de Zurich fundada por su tío -a la cual K había asistido en 1960-, estuvo en la reunión de Saanen y subió a Tanneg para discutir con el Dr. Parchure sobre la salud de K, cuyo índice de azúcar en la sangre era todavía demasiado alto. 

Sugirieron que K debía cancelar el seminario de científicos a realizarse en Brockwood después de la reunión y tomarse unas verdaderas vacaciones en algún lugar donde no lo conocieran. 

K accedió a esto. 

Él mismo estaba comenzando a darse cuenta de que debía espaciar más sus actividades. 

A pesar de sentirse cansado después de la reunión de Saanen, dictó otra tanda de Cartas a las Escuelas, una por día, entre el 11 y 12 de agosto. 

Después, en septiembre fue con Mary a Francia, a un hotel cerca de Blois, donde permaneció por más de una quincena. 

Dorothy Simmons se alojó con él durante una semana. 

Fueron las últimas verdaderas vacaciones en la vida de K: ni pláticas ni discusiones ni entrevistas y, por una vez, la cabeza no le molestó cuando descansaba. 

Antes de ir a la India a fines de octubre, le rogué que continuara con su Journal. 

Yo sentía que K estaba hablando demasiado y no escribía nada. 

Era mucho más fácil hablar que escribir, y en las pláticas uno se perdía sus bellas descripciones de la naturaleza. 

Decía que le resultaba muy difícil escribir debido al creciente temblor de sus manos. 

¿Por qué entonces -le sugerí- no dictaba a un grabador cuando estaba solo? 

Le gustó esta idea pero dijo que no tendría tiempo mientras estuviera en la India. 

En la India ofreció no sólo todas las pláticas en los lugares habituales (con el agregado este año de cuatro pláticas muy exitosas en Calcuta, donde jamás había hablado antes), sino que también sostuvo interminables discusiones con el grupo de personas que le habían rodeado por años y que incluía a Pupul Jayakar, Sunanda y

 (1) La Llama de la Atención, Edhasa, 1985. (2) Asequible en los AKFA y AB. 

Pama Patwardhans y el hermano mayor de Pama, Achyut, así como un eminente Pandit, Jagannath Upadhyaya (1) . 

En Europa y EE.UU., K solía desayunar en la cama y no se levantaba hasta mediodía a menos que tuviera un compromiso, mientras que en la India bajaba para desayunar con sus amigos y ahí comenzaban las conversaciones. 

En la India, la manera favorita de profundizar en las enseñanzas filosóficas o religiosas, eran las discusiones con participación de varias personas que formulaban preguntas. 

Este era, indudablemente, el mejor modo de lograr una comprensión intelectual pero impedía, al parecer, esos saltos intuitivos por los cuales algunas personas podían percibir fácilmente de qué hablaba K. 

K mismo se sentía estimulado por estas discusiones en la India. 

Le gustaba penetrar lentamente, lógicamente, paso a paso, en su filosofía. 

Era también el método indio de cuestionar todo lo que se decía. 

K aprobaba totalmente esto, dado que la fe, la aceptación incuestionable de las palabras de otro, eran para él una barrera infranqueable para el descubrimiento de la verdad a través de la comprensión de uno mismo. 

En la escuela del Valle de Rishi, la actual Directora de Estudios era la hija de Pupul Jayakar, Radhika, quien poseía un Ph.D (Doctorado) en sánscrito y en estudios budistas extendido por una universidad norteamericana. 

Estaba casada con un profesor canadiense, Hans Herzberger, y trabajaba en estrecha colaboración con Narayan, que seguía siendo el Director General. 

K quedó encantado por la forma en que marchaba la escuela. 

Había 340 estudiantes pagos procedentes de diferentes partes de la India, una tercera parte de ellos mujeres, y el diez por ciento recibía becas. 

Al volver a Ojai en febrero de 1983, K comenzó a dictar la continuación de su Journal (2) .

Mientras se hallaba solo en su habitación y permanecía en la cama después del desayuno, dictó la primera parte en un grabador nuevo, y continuó estos dictados, aunque no diariamente, hasta comienzos de abril. 

La mayoría de los trozos que componen el libro comienza con una descripción de la naturaleza, y muestra que cada día era verdaderamente un día nuevo para él, un día como nunca había sido antes. Para muchos, estas descripciones avivan todo el ser haciéndolo intuitivamente receptivo a la enseñanza que sigue luego. 

En marzo del año siguiente, otra vez en Ojai, dictó otras tres partes mientras permanecía a solas en su habitación. 

Surgidas dos años antes de su muerte, éstas fueron las últimas reflexiones privadas de K que habríamos de tener y, tal como ocurrió, la última versa sobre la muerte. 

Describió cómo, mientras paseaba en una soleada mañana de primavera, había visto una hoja muerta, «amarilla y rojo brillante», caída en el sendero. «Qué hermosa era esa hoja», dijo, «tan sencilla en su muerte, tan natural, tan llena de la belleza y vitalidad de todo el árbol y del verano. Era extraño que no se hubiera marchitado.» Y continuaba: ¿Por qué los seres humanos mueren tan desdichadamente, tan lamentablemente, con enfermedad, vejez, senilidad, con el cuerpo encogido, feo? ¿Por qué no pueden morir tan natural y bellamente como esta hoja? ¿Qué hay de malo en nosotros? A pesar de todos los médicos, medicinas y hospitales, de las operaciones y de toda la agonía de la vida, y también de los placeres, no parecemos capaces de morir con dignidad, con sencillez y con una sonrisa... 

Cuando enseñamos a los niños las matemáticas, cuando les enseñamos a leer y escribir y, todo eso que implica adquirir conocimientos, también debería enseñárseles la inmensa dignidad de la muerte, no como algo morboso y desgraciado que finalmente uno ha de afrontar, sino como algo de la vida cotidiana, la vida cotidiana de contemplar el cielo azul y observar el saltamontes sobre una hoja. 

Eso forma parte del aprender, tal como a uno le crecen los dientes y pasa por todas las incomodidades de las enfermedades infantiles. 

Los niños poseen una curiosidad extraordinaria. 

Si uno comprende la naturaleza de una hoja, no les explica que todo muere, que el polvo vuelve al polvo y todas esas cosas, sino que, sin temor alguno, les explica amablemente y les hace sentir que el vivir y el morir son una sola cosa... 

No existe la resurrección, eso es superstición, una creencia dogmática. Todo en la tierra, en esta bella tierra, vive y, muere, nace y se marchita. 

Para captar todo este movimiento de la vida se requiere inteligencia, no la inteligencia del pensamiento, de los libros o del conocimiento, sino la inteligencia del amor y de la compasión con su sensibilidad... Al contemplar esa hoja muerta con toda su belleza y color, tal vez uno podría comprender muy profundamente, darse cuenta de lo que su propia muerte tiene que ser, no en el final sino en el principio mismo. 

La muerte no es alguna cosa horrenda, algo que deba eludirse, posponerse, sino más bien algo para estar con ello día tras día. Y de eso surge un sentido extraordinario de inmensidad (3)

 . (1) Muchas de estas discusiones se transcriben detalladamente en el libro: "Krishnamurti" de Pupul Jayakar. (2) Publicado más adelante con el título de Krishnamurti to Himself. En español, se editó con el título de El último Diario. [N. del T.] (3) El Último Diario, Edhasa, 1989. 

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