domingo, 6 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 20 -

 20 

«Mi vida ha sido planeada» 

K no habló en Nueva York en 1985, porque Milton Friedman, autor y, al mismo tiempo, escritor de discursos para la Casa Blanca, había organizado para él dos pláticas a realizarse durante el mes de abril en el Kennedy Center de Washington D.C. 

Sin embargo, antes de eso K habló nuevamente para la Sociedad Pacem in Terris de las Naciones Unidas en ocasión de celebrarse el 40 aniversario de las mismas. 

Esta vez el auditorio fue escaso y K tuvo que esperar media hora debido a una confusión que se produjo en el salón donde tenía que hablar. 

Cuando dejaba el edificio al terminar la plática, dijo a Mary: «No más Naciones Unidas». 

Esta fue la primera y única vez que K habló en Washington. 

No quedaba un asiento vacío en la sala. Al dirigirse a un auditorio nuevo, inteligente y seriamente interesado, K alcanzó nuevamente la cima de sus poderes. 

No fue que dijera nada nuevo; más bien fue lo que irradiaba, la fuerza y convicción de su voz, las resonancias de su lenguaje. En la segunda plática hubo un pasaje particularmente bello acerca del dolor: Cuando hay dolor, no hay amor. 

Cuando uno está sufriendo, cuando está ocupado con el propio sufrimiento, ¿cómo puede haber amor ahí?... ¿Qué es el dolor? ¿Es autocompasión? Por favor, investiguen. 

No decimos que lo sea o que no lo sea... ¿Es la soledad la que origina el dolor, el sentirse desesperadamente solo, aislado?... ¿Podemos mirar el dolor tal como realmente es en nosotros, permanecer con el dolor, retenerlo y no escapar de él? El dolor no es diferente de aquel que sufre. 

La persona que sufre desea zafarse del dolor, escapar, hacer toda clase de cosas. Pero si miraran el dolor como mirarían a un niño, a un hermoso niño, si permanecieran con el dolor sin escapar jamás, entonces verían por sí mismos, si en verdad miraran profundamente, que el dolor toca a su fin. Y cuando termina el dolor, hay pasión; no lujuria, no estimulación de los sentidos, sino pasión (1) . 

Dos días antes de la primera plática, apareció en lugar destacado del Washington Post, una entrevista que Michael Kernan le hizo a K. 

Kernan, además de relatar brevemente los primeros años de la vida de K, citaba algunos de sus comentarios, tales como: «Cuando uno termina con el apego completamente, entonces hay amor. Y: «Para aprender acerca de uno mismo, para comprenderse, uno debe descartar toda autoridad... No hay nada que aprender de nadie, incluido el que les habla... Él no tiene nada que enseñarles. Él actúa meramente como un espejo en el cual pueden ustedes verse a sí mismos. Entonces, cuando alcanzan a verse claramente, pueden descartar el espejo». 

En otra entrevista se le preguntó a K: «¿Qué pasa si alguien que le escucha se toma a pecho sus sugerencias y cambia realmente? ¿Qué puede hacer una sola persona?» A esto K respondió: «Esa es la pregunta equivocada. Cambie... y vea qué ocurre». 

Y en una transmisión de radio del 18 de abril para «La Voz de América», cuando se le preguntó qué pensaba del renacimiento religioso en Norteamérica, contestó: «Eso no es en absoluto un renacimiento religioso. ¿Qué es un renacimiento? Revivir algo que se ha ido, que ha muerto, ¿no es así? Quiero decir que usted puede revivir un cuerpo que está medio muerto: vierte en él un montón de medicinas religiosas, pero el cuerpo, después de ser revivido, será el mismo viejo cuerpo. Eso no es religión». 

Más adelante, dijo en la entrevista: Si el hombre no cambia radicalmente, si no da origen a una mutación fundamental en sí mismo, no por medio de Dios, no por medio de plegarias -toda esa cosa es demasiado infantil, demasiado inmadura-, entonces nos destruiremos a nosotros mismos. 

Una revolución psicológica es posible ahora, no dentro de mil años. Ya hemos vivido miles de años y seguimos siendo bárbaros. De modo que si no cambiemos ahora, seguiremos siendo bárbaros mañana o dentro de un millar de mañanas... 

Si no detengo la guerra hoy, iré a la guerra mañana. Así que, muy sencillamente expresado, el futuro es ahora. 

Fue una pena que K tuviera que continuar con sus habituales pláticas de todos los años, después del apogeo de Washington: Ojai, Saanen, Brockwood, India... 

Hubo cierto deterioro en sus pláticas de este año, nada sorprendente a los noventa. 

Puesto que a K le había disgustado tanto Schönried el año anterior, para la reunión de ese año Friedrich Grohe le prestó su propio piso en Rougemont, distante unas cinco millas de Gstaad en el mismo valle.

 Permaneció aquí con Mary, mientras que Vanda y el Dr. Parchure ocupaban un piso más grande que habían alquilado en el mismo chalet. 

Fosca tuvo que renunciar finalmente a su trabajo (murió en agosto a los noventa años), así que Raman Patel, que había estado a cargo de la cocina en Brockwood, era quien se ocupaba de ellos. 

Desde Rougemont, como lo había hecho desde Schönried, K iba en automóvil a Tanneg para iniciar desde allí sus

(1) Washington D.C. Talks 1985 (Mirananda, Holanda, 1988).

 paseos vespertinos. 

En su primer paseo de ese año, se adelantó y entró solo en el bosque «para ver si éramos bienvenidos».

 Durante la reunión, que tuvo lugar con un tiempo perfecto, K no se sintió del todo bien. 

Una tarde se sintió tan enfermo que le dijo a Mary: «Me pregunto si mi hora ha llegado». 

En la asamblea internacional de síndicos celebrada durante las pláticas sugirió que, a fin de acortar sus viajes, después de un verano más en Saanen las reuniones se hicieran en Brockwood. 

Pero, antes de que finalizaran las pláticas, algunos de los síndicos fueron a Rougemont y le recomendaron enfáticamente que no celebrara ni una reunión más en Saanen. 

K, después de considerar cuidadosamente la sugerencia, la aceptó. 

La Dra. Liechti, que se encontraba nuevamente allí, y el Dr. Parchure aprobaron esto desde el punto de vista médico, y así se anuncio al día siguiente en la carpa. 

En la última sesión de preguntas y respuestas, el día 25 de julio, K dijo con gran sentimiento: «Hemos tenido los días más maravillosos, hermosas mañanas, bellos atardeceres, largas sombras y profundos valles azules, un claro cielo celeste y la nieve... Jamás ha habido un verano como éste. Así es como las montañas, los valles, los árboles y el río nos dicen adiós». 

Se había pedido a Mark Edwards que fuera a Saanen ese año para tomar fotografías de la reunión, desde la instalación de las carpas hasta la última de las pláticas, de modo que resultó una coincidencia afortunada que se encontrara ahí para registrar esta reunión final después de veinticuatro años.

(1) Cuando Mark fue al chalet de Rougemont para tomar una fotografía, K advirtió inmediatamente que tenía una cámara nueva, una Nikon SA en lugar de una Leica. Como no había película colocada en la nueva cámara, Mark abrió el respaldo para enseñarle a K el nuevo tipo de obturador. 

K sostuvo la cámara y preguntó si podía llevarla hasta la ventana. 

Una vez allí, miró con curiosidad el hermoso mecanismo examinándolo por largo tiempo con atención completa antes de devolver la cámara a Mark. 

Por el resto del verano K se vio enfrentado a un dilema sobre el que estuvo reflexionando en Rougemont después de la reunión. 

El viajar se estaba tornando demasiado agotador y, sin embargo, no podía permanecer mucho tiempo en un solo lugar. 

Se había vuelto tan sensible que sentía cómo la gente fijaba su atención en él si se quedaba demasiado, una presión que ya no podía soportar más. 

Y tenía que seguir hablando. 

Hablar era su raison d’être (razón de ser). 

Necesitaba muchísimo que alguien le planteara retos, de modo que pudiera encontrar nueva inspiración para investigar más y más profundamente dentro de sí mismo. Decía que nadie podía hacerlo ya; él no podía llegar más lejos con David Bohm o con el Pandit Jagannath Upadhyaya en la India. 

Los seminarios con psicólogos que organizaba para él el Dr. Shainberg cada vez que K iba a Nueva York, habían comenzado a perder interés, al igual que las conferencias con científicos en Brockwood.

 En los últimos años había sostenido discusiones con el Dr. Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio, con el Profesor Matirice Wilkins, la escritora Iris Murdoch y otros. También le habían entrevistado innumerables personas, incluyendo a Bernard Levin en la televisión, pero ninguno de ellos había aportado inspiración nueva. 

Cuanto más erudita era una persona, cuanto más había leído, cuanto mejor era su memoria y más atiborrada estaba su cabeza con conocimientos de segunda mano, tanto más difícil encontraba K comunicarse con ella. 

Sus entrevistadores buscaban compararlo con otros maestros religiosos, con otros filósofos, trataban de encasillarlo de algún modo. 

Parecían incapaces de escuchar lo que él tenía que decir, sin pasarlo por el tamiz de sus propios prejuicios o conocimientos. 

K tenía el propósito de acortar su programa de ese invierno en la India y dar sólo una serie de pláticas en los EE.UU. durante 1986. 

Consideró la posibilidad de ofrecer pláticas en Toronto, donde nunca había estado, pero temía tener que cancelarlas si su salud fallaba. 

Habló largamente con Mary en Rougemont, tratando de encontrar una respuesta a su problema. Acababa justamente de llegar una carta de una pareja de amigos griegos que los invitaban a él y a Mary, ofreciéndoles alojarlos con ellos en una isla de Grecia. 

K se sintió tentado y encontró la isla en el mapa, pero después se preguntó si habría allí suficiente sombra (una vez había sufrido una insolación y no podía soportar el caminar o el sentarse al sol). 

Un día, mientras todavía se encontraba en Rougemont, dijo a Mary: «Aquello está vigilando». 

Mary anotó: «El habla como si algo estuviera decidiendo lo que ocurre. "Aquello" decidirá cuándo su trabajo está acabado, y de aquí, por inferencia, su vida». 

Otro día ella anotó una conversación que tuvo con él cuando discutían planes de viajes.

K: No es el efecto físico sobre el cuerpo. Es otra cosa. Mi vida ha sido planeada. Aquello me dirá cuándo debo morir, dirá que esto ha terminado. Aquello determinará mi vida. Pero debo tener mucho cuidado de no interferir con «aquello» diciendo: «Ofreceré sólo dos pláticas más». 

M: ¿Siente usted cuánto tiempo más le concede aquello? 

K: Creo que unos diez años más. 

(1) Setenta de estas excelentes fotografías se publicaron en Las Talks at Saanen, (Gollancz, Harper & Row, 1986). 

M: ¿Quiere decir que va a hablar por otros diez años? 

K: Cuando deje de hablar, habrá terminado todo. Pero no quiero fatigar el cuerpo. Necesito cierta cantidad de descanso, pero no más. Un lugar tranquilo donde nadie me conozca. Pero, por desgracia, la gente llega a conocerme. 

En estos días dijo a Mary una vez más que debía escribir un libro sobre él, «lo que era vivir con él», como decía. También le pidió a Mary que anotara lo siguiente: «Si alguien se siente lastimado por lo que tengo que decir, es que no ha prestado atención a la enseñanza». 

Antes de que Erna Lilliefelt, que había asistido a la asamblea internacional, partiera de regreso a California, K les dijo a ella y a Mary que debían encargarse de que él tuviera cosas que hacer durante su permanencia en Ojai. 

No iba a quedarse simplemente sentado ahí, pero ellas no tenían que disponer las cosas simplemente para complacerlo a él: «Tiene que ser algo que ustedes consideran necesario». 

Paseando por el bosque en la tarde siguiente, dijo: «El espíritu se ha ido de Saanen, probablemente sea por eso que me siento tan incómodo. Se ha trasladado a Brockwood». 

Cuando Vanda Scaravelli que, como era habitual, había vuelto a Florencia durante la reunión, regresó a Rougemont en vísperas de la partida de K, le aconsejó que se tomara un largo descanso y fuera a Italia el próximo verano, en vez de ir a Suiza. 

K se tornó de pronto muy alegre y entusiasta: «Podemos ir a los Alpes Franceses o a las montañas de Italia», le dijo a Mary. También le hubiera gustado ir a Florencia, Venecia y Roma. 

El 12 de agosto, día de su partida a Inglaterra, se despidió de Vanda Scaravelli por última vez. 

K se sentía muy cansado cuando regresó a Brockwood, incluso demasiado cansado un día para hacer sus ejercicios, un acontecimiento sumamente raro. 

Le dijo a Mary que, desde el fin de las reuniones de Saanen, algo había estado ocurriendo dentro de él, y que «si algo decide todo lo que le sucede a K, se trata de algo extraordinario». 

Mary le preguntó si se daba cuenta de ciertos cambios que ocurrían en él, en su comportamiento, «un poco de rudeza impropia de usted». 

«¿Soy rudo con otros?», le preguntó K. 

«No».

 «¿Sólo con usted?»

 «Sí». 

Él dijo que nunca había hecho nada inadvertidamente, que ella tenía que apresurarse a cambiar, que por eso había sido rudo. «Quiero darle un nuevo cerebro», le dijo. 

Pero quince días después, K le dijo que había estado examinando su propia irritabilidad. 

«O me estoy poniendo viejo, o he caído en un hábito [de regañarla a ella] y ésa es una falla mía que tengo que eliminar. Mi cuerpo se ha vuelto hipersensible. La mayor parte del tiempo siento deseos de «marcharme», y eso es algo que no debo hacer. Voy a habérmelas con esto. Es imperdonable». 

Otro día le dijo a ella: «No debo enfermarme seriamente. El cuerpo existe para hablar». 

Era evidente que sus fuerzas físicas estaban decayendo. Sus paseos se acortaban. 

Pero tenía «meditaciones extraordinarias» que siempre implicaban que «lo otro», cualquier cosa que fuera «lo otro», estaba con él. 

La reunión de Brockwood comenzó el 24 de agosto con un tiempo espléndido. 

En la tercera plática, vino un equipo profesional de cine para realizar una película. Tenían una grúa, de modo que pudieron hacer tomas panorámicas completas. La película, titulada The Rol of The Flower (El Papel que juega la Flor), se exhibió el 19 de enero de 1986 en la Thames Television. 

No podía haber sido un filme mejor de la reunión en su totalidad, pero la entrevista que le hicieron a K al final, que prometía ser particularmente buena, resultó demasiado corta. 

K sentía ahora que había puesto «la casa en orden» en Brockwood, pero que una «puesta en orden» similar le aguardaba en la India, y eso en parte lo temía y en parte «ardía por estar allá». 

Una mañana, mientras esperaba en el andén de la estación de Petersfield en su camino a Londres, le dijo a Mary que Scott Forbes le había preguntado cuánto tiempo iba a vivir. 

K dijo que lo sabía pero que no lo diría. «¿Lo sabe usted realmente?» le preguntó Mary: K: Creo que lo sé. Tengo insinuaciones. M: ¿No quiere usted decírmelo? K: No, no sería lo correcto. No puedo decírselo a nadie. 

M: ¿Podría uno tener al menos una vaga idea del tiempo? 

K: Scott me preguntó si yo aún estaría aquí cuando se terminara de construir el Centro de Brockwood. 

Dije que sí. [El Centro no podría completar su construcción antes de septiembre de 1987]. 

M: ¿Hemos de vivir pensando que en cualquier momento K podría dejarnos? 

K: No, no es así, ello no ocurrirá por bastante tiempo. 

M: ¿Cuánto hace que lo sabe? 

K: Unos dos años. Mientras almorzábamos ese día en Fortnum, también a mí me dijo que sabía el día en que iba a morir pero que no podía revelárselo a nadie. Yo deduje que podían ser entre dos o tres años, aunque se le veía tan joven y activo y eternamente, bello ese día, que diez años parecían ser un término más probable. No tenía en absoluto la apariencia de un anciano sino más bien la de un duende inmortal. 

Era tan observador como siempre, mirando con el mismo vehemente interés a la gente que había alrededor de nosotros en el restaurante. 

Ese otoño, en Brockwood, K empezó a enseñar a Scott Forbes algunos de sus ejercicios de yoga. 

Era un maestro severo. 

Scott habría encontrado extraordinaria una elasticidad como la de K aun en un hombre mucho más joven.

Aunque ya no se paraba sobre su cabeza tal como lo había hecho por años. K también tenía una conversación con Scott grabada en un casete, la cual revela lo que él esperaba de un maestro que enseñara en una de sus escuelas. 

Comienza preguntando a Scott si el grupo de maestros principalmente responsables por la escuela sabía, siquiera intelectualmente, de qué hablaba él (K). 

Scott contestó que ellos respondían a «lo otro» que estaba ahí. 

Entonces K quiso saber qué estaba ocurriendo en Scott mismo: ¿Cuál era su sentir con respecto a K? ¿Cuál era su actitud hacia la enseñanza de K y hacia toda la labor que se estaba realizando en EE.UU., la India y Brockwood? ¿Por qué él, Scott, se encontraba en Brockwood? Su contacto con la enseñanza, ¿se debía solamente a K? ¿Dependía Scott de K? ¿Y suponiendo que K muriera mañana? Habiendo entrado en contacto con K, «ese soplo, ese hálito, ese sentir, ¿morirá eso después de la muerte de K o florecerá, crecerá, se multiplicará?... ¿Florecerá ello por sí mismo? ¿Sin depender de las circunstancias? Nada puede corromperlo una vez que está ahí. Puede pasar por diferentes circunstancias, pero siempre está ahí». 

Scott respondió que ello «aún no tenía consistencia». «No use la palabra ‘aún’», le advirtió K. «’Aún’ significa tiempo. ¿Le permitirá usted adquirir consistencia, fuerza y echar raíces profundas y florecer? ¿O dependerá de las circunstancias?» 

La conversación prosiguió así: S: No, señor. Uno lo haría todo... K: No, no, no, señor. No se trata de que usted haga nada. 

La cosa misma lo hará; como en una matriz, usted no tiene nada que hacer. 

Ello crece. Está ahí. 

Está obligado a crecer. 

Está obligado a florecer (ésa es una palabra mejor)... 

Se da cuenta Scott de que la semilla está ahí? ¿Está impidiendo Scott el florecimiento a causa de una excesiva actividad, de una excesiva organización, no dándole el aire suficiente para que florezca? 

Lo que generalmente sucede es que las organizaciones ahogan esa cosa...

Usted tiene que estar muy seguro de que la semilla se encuentra ahí, de que no es algo inventado por el pensamiento. 

Si la semilla es fuerte, usted realmente no tiene nada que hacer al respecto... Dentro de usted no puede haber ningún conflicto. 

Ellos [los estudiantes] pueden tener conflictos pero usted no... Ellos pueden emitir opiniones. 

Usted no puede tener opiniones... 

Usted tiene que escucharlos, ver lo que dicen, escuchar a cada uno, no reaccionar a ello como «Scott» o desde su propio trasfondo, sino escucharlos muy, muy atentamente... ¿Puede usted estar libre de su trasfondo? Eso es muy difícil. 

Eso requiere realmente de toda su energía... 

El trasfondo es todo su aprendizaje norteamericano, su educación norteamericana y la llamada cultura... Discuta con ello, evalúelo, consulte con su trasfondo. 

No diga: «Bien, tengo que librarme de mi trasfondo», eso no puede hacerlo nunca... 

Usted puede darse cuenta de su trasfondo y no dejarle que reaccione, no dejarle que interfiera. 

Creo que es necesaria una acción en ese sentido, puesto que usted va a dirigir este lugar. 

Usted posee la energía, posee el impulso. 

Conserve eso. 

No deje que poco a poco se vaya marchitando debido a esta carga

(1) . A K le preocupaba mucho por esta época que la organización y las actividades de las escuelas pudieran estar ahogando la enseñanza. 

No había organización alguna que pudiera mantener unidas a las Fundaciones. 

«El factor unificador debe ser la inteligencia», les dijo a Mary y a Scott. 

«Sean libres en el verdadero sentido, y esa libertad es inteligencia. 

La inteligencia es común a todos nosotros y es la que nos unirá, no la organización. 

Si vemos la importancia de que cada uno de nosotros sea libre, y que esa libertad implica amor, consideración, atención, cooperación, compasión, entonces esa inteligencia es el factor que habrá de mantenernos unidos». 

También le pidió a Mary que anotara: «La independencia sin libertad no tiene sentido. Si uno tiene libertad, no necesita independencia». 

El 21 de septiembre, en una reunión del cuerpo directivo, K preguntó: «¿Cómo hacen ustedes para que los estudiantes vean instantáneamente, sin tiempo, que el interés propio es la raíz del conflicto? No sólo que lo vean, sino que se transformen instantáneamente». 

Siguió diciendo que de todos los centenares de estudiantes que habían pasado por el Valle de Rishi, su escuela más antigua, ni uno solo había cambiado. 

Después de la reunión, cuando estaban solos, Mary le preguntó cuál era el sentido de tener estudiantes si ninguno de ellos en todos estos años había cambiado. 

Si, con toda la influencia que K ejercía, ningún estudiante se había transformado, ¿cómo podía el resto de nosotros, que aparentemente tampoco había cambiado, producir un cambio en los estudiantes? 

«Si usted no lo ha hecho, ¿hay alguna posibilidad de que nosotros podamos hacerlo?»preguntó ella.

 «No lo sé», contestó K, pero lo dijo más bien en tono de broma, evidentemente poco deseoso de continuar con un tema tan serio.

(1) AB. La escuela de Brockwood continuó floreciendo desde la muerte de K. 

Es mucho más pequeña que las escuelas de la India, con capacidad para sólo sesenta estudiantes, de los cuales hay un número igual de muchachos y muchachas de veinte nacionalidades diferentes, con edades entre los catorce y los veinte años. 

Existe un fondo especial para becas. 

Algunos de los estudiantes toman cursos en la Universidad Libre mientras viven y trabajan en Brockwood. 

En octubre, Keith Critchlow estaba otra vez en Brockwood con planos detallados para el Centro y muestras de los dos diferentes tipos de ladrillos coloreados que quería usar, así como de las tejas para el techo, ambos materiales hechos a mano. 

Estas muestras contaron con la aprobación general. 

K había declarado recientemente y grabado en video, lo que quería que el Centro fuera: Debe ser un centro religioso, un centro donde la gente sienta que no hay nada preparado, nada imaginativo, ninguna clase de atmósfera «santa». 

Un centro religioso, no en el sentido ortodoxo de la palabra; un centro donde exista una llama viva, no las cenizas de ella. 

La llama está viva, y si uno llega a esa casa podrá tomar la luz, la llama y llevarla consigo, o podrá encender su propia bujía o ser el más extraordinario de los seres humanos, un ser humano no fragmentado, una persona realmente total en la que no haya sombra alguna de dolor, de angustia, toda esa clase de cosas. 

Por lo tanto, eso es un centro religioso (1) . K también dijo acerca de la sala «tranquila»: «Esa es la fuente de K. Lo siento, en esto soy completamente impersonal. Esa es la fuente de la verdad, resplandece y vive»  (2). K le dijo a Critchlow que él no quería que la casa se viera como la de un «nouveau riche» (nuevo rico) o como «un hotel campestre». «¿Hará que yo sienta deseos de vestirme apropiadamente, que sea limpio?», preguntó. Critchlow respondió que si la casa era «respetuosa» con la gente, la gente sería respetuosa con la casa. 

Este sentido de respeto mutuo ha sido magníficamente logrado en el Centro, que se inauguró completamente terminado en diciembre de 1987. 

Muestra lo que todavía pueden realizar artesanos con dedicación cuando se sienten inspirados por el proyecto en que se les alentó a participar. 

Cuando uno entra en la casa, penetra inmediatamente en la singular atmósfera de Krishnamurti. (1) AB. (2) Cuando habló acerca del Centro con Mary Zimbalist y Scott Forbes en Schönried, agosto de 1984.

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