lunes, 7 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 23 -

 23 

«El cerebro no puede comprender» 

La muerte de Krishnamurti fue en ciertos aspectos tan misteriosa como su vida. 

Resultó irónico que, habiendo sentido durante una gran parte de su existencia que le era más fácil «escabullirse» que permanecer vivo, hubiera seguido viviendo cuando anhelaba escabullirse. 

El había creído que sabía cuándo iba a morir y, sin embargo, su muerte llegó para él como una sorpresa. Cuando, en la última grabación que hizo en Ojai, habló de «las condenadas supersticiones indias» se refería, desde luego, a la tradicional creencia india de que un hombre santo puede disponer su propia muerte. 

K podía haber muerto con sólo pedir que lo separaran de la sonda que lo alimentaba, pero eso, en su sentir, hubiera sido suicidio, una violación del cuerpo confiado a su cargo -una responsabilidad sagrada-. 

Pero el deseo de morir, si tenía éxito, ¿acaso no era también una forma de suicidio? K expresó sorpresa de que «lo otro» quisiera residir en un cuerpo enfermo. 

¿Por qué no lo liberaba? Se preguntó si su enfermedad había sido causada por algo que él había hecho mal. 

Uno puede a su vez preguntar: ¿Le permitió «lo otro» morir porque su cuerpo se había vuelto inservible o permitió que se desarrollara en él una enfermedad fatal porque ya no le quedaba nada por decir, porque su enseñanza estaba completa? En cualquiera de los casos «lo otro», aparentemente, no lo abandonó al final. 

K creía que «algo» estaba decidiendo lo que debía sucederle a K, algo acerca de lo cual no le estaba permitido hablar, sin embargo, al propio tiempo decía lo extraordinario que sería si hubiera algo decidiendo todo lo que ocurría. 

Ciertamente, aquí parece haber una contradicción. 

Pero después hay diversas anomalías más en sus declaraciones acerca de sí mismo. 

K nunca dudó de que siempre había estado protegido por algo. 

Estaba convencido de que nada podía sucederle mientras viajaba en avión o en cualquier otro medio con el propósito de hablar y que esa protección se extendía a cualquiera que viajara con él. 

Sin embargo, era su deber no exponerse a ningún peligro por mero placer, como el de deslizarse en un planeador. 

Jamás dudó tampoco de la importancia de la enseñanza o del cuerpo confiado a su cargo. 

Fue tan lejos como para decir que había tomado muchos siglos producir un cuerpo como ése. (Siempre era «la enseñanza», «el cuerpo», nunca «mi enseñanza», «mi cuerpo»). 

Pareció estar siempre dentro y fuera de su propio misterio. 

El no quería hacer un misterio: no obstante, existía un misterio que él mismo parecía totalmente incapaz de resolver, pensando que no era asunto suyo hacerlo, aunque estaba ansioso de que otros lo resolvieran, en cuyo caso él podría corroborar la solución de ellos. 

K había dicho que la enseñanza venía como una «revelación», que si se sentaba a pensar sobre ella, no vendría a él; sin embargo, es evidente que vino todos los días mientras estuvo escribiendo el Diario. ¿Qué le impulsó de pronto a escribir el Diario? 

Aparte de su contenido, es un manuscrito extraordinario: 323 páginas sin una sola tachadura.

De las propias palabras de K uno está obligado a sacar la conclusión de que él era un «vehículo» de «algo», y que la enseñanza venía a él desde ese «algo». No obstante, estaba en su mayor parte tan imbuido de ese «algo», que aquello era él mismo y, aunque aquello se retirara, solía regresar si él hablaba seriamente de ello o se abría él mismo a ello, especialmente durante sus meditaciones nocturnas, pero sin invitarlo jamás. 

A veces él mismo se sorprendía de que aquello estuviera allí, como cuando en el Diario describió su llegada desde la paz de Gstaad al octavo piso de un apartamento en París y encontró que: «Sentado quietamente en el atardecer, contemplando los tejados... de lo más inesperadamente, esa bendición, ese poder, ese «otro» llegó con suave claridad; llenó la habitación y permaneció allí. Está aquí mientras esto se escribe». 

He escuchado argüir que la inspiración de K no era diferente de la de cualquier otro artista, particularmente la de algún músico; que uno podría igualmente tratar de descubrir de dónde venía el genio de Mozart. 

Si la enseñanza hubiera salido del cerebro de K, ese argumento podría sostenerse, pero jamás he oído que otro genio haya tenido que pasar alguna vez por algo como «el proceso». 

El misterio de Krishnamurti desaparecería enseguida si uno pudiera aceptar la teoría del Señor Maitreya haciéndose cargo del cuerpo preparado para él. 

Todo lo que atañe al «proceso» encajaría en su lugar, todos aquellos mensajes «retransmitidos», en Ojai, Ehrwald y Pergine, la propia convicción que K tenía de que el dolor era algo que debía sobrellevarse sin intento alguno de impedirlo o aliviarlo. La cualidad singular del fenómeno se explicaría por el mensaje que Nitya recibió y «retransmitió» en Ojai: «El trabajo que ahora se hace es de la más grave importancia y excesivamente delicado. Es la primera vez que este experimento se lleva a cabo en el mundo». 

K mismo no descartaba esta teoría más de lo que negaba ser el Instructor del Mundo. 

Decía meramente que era «demasiado concreta», «no lo suficientemente sencilla». 

Y, en verdad, uno lo siente así. En 1972, cuando hablaba al grupo que en Ojai le preguntó acerca de quién era él, había contestado: «Siento que estamos penetrando en algo que la mente consciente jamás podrá comprender... Existe algo, un depósito inmenso, por así decirlo, que, si la mente pudiera alcanzarlo, revelaría algo que ninguna mitología intelectual, ninguna invención, suposición o dogma, podrían revelar jamás. Existe algo, pero el cerebro no puede comprenderlo». 

Sin embargo, cuando lo interrogué dos años después dijo, que si bien él no podía descubrirlo por sí mismo («el agua no puede conocer qué es el agua»), estaba «absolutamente seguro» de que Mary, Zimbalist, y otros podríamos descubrir la verdad si nos sentáramos y dijéramos: «Investiguemos», «pero», añadió, «ustedes tienen que, tener el cerebro vacío». Esto nos trae a la «mente vacía». Durante mi averiguación, K continuó volviendo al tema de la mente vacía «del niño», un vacío que, dijo, nunca había perdido. ¿Qué es lo que mantuvo vacía la mente?, preguntó. ¿Qué es lo que protegió esa vacuidad? Si él mismo hubiera escrito acerca del misterio, habría comenzado con lo de la mente vacía. Esas palabras que pronunció nueve días antes de su muerte, son para mí más perturbadoras que cualquier cosa que K haya dicho jamás: «¡Si sólo supieran todos ustedes lo que se han perdido... ese inmenso vacío!...». 

K afirmaba que la teosofía en que lo habían formado, no lo había condicionado nunca. 

¿No es posible, sin embargo, que subconscientemente haya sido condicionado por ella (aunque él no reconociera la existencia de una cosa como el subconsciente) y que, cuando estaba fuera de su cuerpo, todo lo que le habían dicho acerca del Señor Maitreya, los Maestros, etcétera, aflorara a la superficie? Pero eso no explicaría por qué dejaba el cuerpo, por qué tuvo lugar «el proceso». 

Otro aspecto a tener en cuenta es la energía que tan frecuentemente penetraba en él o pasaba a través de él. Cuando hablaba seriamente de lo que él era, solía decir: «Usted puede sentirlo en la habitación ahora, un latido». En la última cinta que grabó, dijo: «No creo que la gente comprenda qué tremenda energía e inteligencia pasó por este cuerpo...» Cuando escuché esas palabras en un casete pensé enseguida en el poder, en la fuerza que se precipitó sobre mí saliendo del salón aquella tarde de Brockwood, cuando menos la esperaba. 

Si esa fuerza, esa «energía tremenda» había estado utilizando el cuerpo de K desde que «el proceso» empezó por primera vez en 1922, es asombroso, que él haya vivido tanto. 

¿Era esa energía «lo otro»? ¿Era la energía la que ocasionaba el dolor del «proceso»? ¿Acaso la energía, «el proceso», continuó desde 1922 con una gradual disminución del dolor sólo porque su cuerpo había sido lentamente abierto para crear un vacío mayor? Esa energía que, pasaba a través de él cuando era viejo, ¿lo hubiera matado con su fuerza si hubiera penetrado en él de repente antes de que su cuerpo hubiera sido afinado para recibirla? 

Creo que ahora debe uno preguntarse: ¿Sabía K más de lo que haya revelado nunca acerca de qué y quién era él? Cuando nos dijo a Mary Zimbalist y a mí, que si pudiéramos descubrir la verdad él podría corroborarla y que nosotros seríamos capaces de encontrar palabras para ello, ¿estaba en realidad diciendo: «Yo no debo revelarla a ustedes, pero si pueden descubrirla por sí mismas entonces puedo decir: ‘Sí, es eso’?» Quizá la cosa más significativa que alguna vez haya dicho, fue la respuesta que diera a Mary cuando ella le preguntó, antes de que él partiera de Brockwood hacia Delhi a fines de octubre de 1985, si alguna vez volvería a verlo nuevamente.. K contestó: «No moriré de repente... está todo decidido por alguien más. No puedo hablar de ello. No se me permite, ¿comprende? Es mucho más serio. Hay cosas que usted no sabe. Inmensas. Y no puedo revelárselas». 

(Nótese: todo decidido por «alguien más», no por «algo más»). Por lo tanto, había cosas que K sabía acerca de sí mismo que nunca reveló, si bien en ese último casete levantó un ángulo de la cortina. Muchas personas sentirán que, cualquier intento de resolver el misterio de Krishnamurti, no sólo es un desperdicio de tiempo sino que carece por completo de importancia; es la enseñanza la que importa, no el hombre. 

Pero para alguien que conoció al joven Krishna y participó en alguno de aquellos tempranos acontecimientos y no puede aceptar que la enseñanza se desarrolló en su propio cerebro, quedará un enigma exasperante sin solución, a menos, tal vez, que uno logre vaciar su propio cerebro. K había dicho: «Esa cosa se encuentra en la habitación. 

Si uno le preguntara qué es, no respondería. Diría: ‘Eres demasiado pequeño’». 

Sí, ése es el sentimiento de humildad con que a uno lo dejan: uno es demasiado pequeño, demasiado insignificante, con un cerebro que está siempre parloteando. En gran parte con el mismo sentido, K había dicho en su última grabación: «Todos ellos pretenderán o tratarán de imaginar que pueden entrar en contacto con aquello. 

Tal vez podrán hacerlo de algún modo si [la bastardilla es mía] "viven las enseñanzas". Pero, independientemente de su origen, la enseñanza de Krishnamurti ha venido en un momento crítico de la historia del mundo. Como le dijo una vez a un reportero en Washington: «Si el hombre no cambia radicalmente, si no genera una mutación fundamental dentro de sí mismo, nos destruiremos unos a otros. 

Una revolución psicológica es posible ahora, no dentro de mil años. Ya hemos tenido miles de años y seguimos siendo bárbaros. Por lo tanto, si no cambiamos hoy, seguiremos siendo bárbaros mañana o dentro de un millón de mañanas». 

Si entonces alguien pregunta: «¿Cómo puede la transformación de una persona afectar al mundo?», sólo existe la propia respuesta de K para darle: «Cambie y vea que sucede». 

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