sábado, 5 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 15 -

 15 

«El futuro es ahora»

 Dos libros más, escritos por K, aparecieron en 1973, época en que sus libros dejaron de ser comentados en la prensa, aunque continuaron vendiéndose muy bien. 

Uno puede comprender la dificultad de comentarlos. 

Sin embargo, John Stewart Collis, un desconocido para K, aceptó el reto al comentar el primero y más breve de ellos, Béyond Violence (Más Allá de la Violencia) para el Sunday Telegraph, en marzo de 1973: Para ser renovador es necesario ser nuevo. Esto es bastante raro en las artes. En el campo del pensamiento religioso-ético-filosófico se lo encuentra difícilmente alguna vez. J. Krishnamurti es siempre nuevo, siempre sorprendente. Dudo que un cliché haya pasado nunca por sus labios. También es muy difícil. No porque use alguna vez grandes palabras sino porque no cree en «creencias». Esto debe consternar a quienes confían en ismos y ologías. El cree en la Religión según el sentido fundamental de la palabra, pero no en las religiones ni en ningún sistema de pensamiento, cualquiera que sea. El subtítulo de Beyond Violence es: «Texto fidedigno de las pláticas y discusiones en Santa Mónica, San Diego, Londres, Brockwood Park y Roma». En primer lugar K ofrece una charla y después contesta preguntas. Las preguntas son comunes, las respuestas jamás son comunes. «¿No es la creencia en la unidad de todas las cosas, tan humana como la creencia en la división de todas las cosas?» «¿Por qué quiere usted creer en la unidad de todos los seres humanos? No estamos unidos, ése es un hecho. ¿Por qué quiere creer en algo que es irreal? Está toda esta cuestión de la creencia; sólo píenselo, usted tiene sus creencias y otro tiene sus creencias, y peleamos y nos matamos el uno al otro por una creencia». También: «¿Cuándo debemos tener experiencias psíquicas?» «¡Nunca! ¿Sabe usted lo que significa tener experiencias psíquicas? Para tener una experiencia extrasensoria, usted debe ser extraordinariamente maduro, extraordinariamente sensible e inteligente; y si usted es extraordinariamente inteligente, no desea tener experiencias psíquicas». Este volumen se ocupa fundamentalmente del cambio que debe producirse en nosotros mismos a fin de ir más allá de la violencia tan difundida en todas partes del mundo: «Estar libre de violencia implica librarse de todo cuanto el hombre ha impuesto al hombre: creencias, dogmas, rituales, mi país, su país, su dios, mi dios, mi opinión, su opinión». ¿Cómo se alcanza esta libertad? Yo lo siento muchísimo, pero no puedo ofrecer el mensaje de Krishnamurti en una proposición nítida. Hay que leerlo. La sola acción de leerlo genera un cambio en el lector. Una pista: sustituir el pensar por el acto de atención, el poder de observar. 

El segundo libro, 

The Awakening of Intelligence (1)

 fue uno muy extenso editado por George y Cornelia Wingfield-Digby, con diecisiete fotografías de K tomadas por Mark Edwards. 

Desde principios de los años 30 y por más de treinta años, K se había negado a que le tomaran fotografías. 

Cuando cedió a esto, se le preguntó a un joven fotógrafo independiente, Mark Edwards, recién egresado de la escuela de arte, si podía fotografiarlo. 

Desde entonces, Mark ha adquirido renombre con fotos del Tercer Mundo y ha realizado muchísimos trabajos fotográficos para la Krishnamurti Foundation. 

(Más adelante, K fue fotografiado por Cecil Beaton y por Karsh de Ottawa). 

The Awakening of Intelligence contiene entrevistas con diversas personas diferentes, incluyendo «Conversaciones entre Krishnamurti y Jacob Needleman», Profesor de Filosofía en el Colegio Estatal de San Francisco, «Conversaciones entre Krishnamurti y el Swami Venkatesananda», «Conversaciones con Alain Naudé» y una conversación con el Dr. David Bohm, que por esa época era Profesor de Física Teórica en el Birbeck College de la Universidad de Londres. 

En los años 40 David Bohm había sido amigo de Einstein en Princeton. 

Se sintió interesado en K por primera vez cuando leyó por casualidad La Libertad Primera y Última en una biblioteca. 

Había asistido a las pláticas que K ofreciera en Wimbledon en 1961 y, desde entonces, había estado con frecuencia en Saanen y Brockwood, donde sostuvo discusiones con K. 

Era autor de varios libros sobre la teoría cuántica, y en 1980 habría de publicar Wholeness and the Implicate Order (La Totalidad y el Orden Implicado), proponiendo una teoría revolucionaria de la física, afín a la enseñanza de K sobre la totalidad de la vida. 

En su primera conversación con el profesor Needleman, K pone el acento en la importancia de verse libre de todo condicionamiento religioso: «Uno ha de descartar todas las promesas, todas las experiencias, todas las

 (1) Se publicó en español subdividido en tres volúmenes titulados “La Raíz del Conflicto”, "La Persecución del Placer” y “La Conciencia Fragmentada”, todos con el subtítulo común de El Despertar de la Inteligencia [N. del ‘I’.] 

aseveraciones místicas.

Pienso que uno ha de empezar como si no supiera absolutamente nada». 

Needleman interrumpió: «Eso es muy difícil». 

«No, señor, no creo que sea difícil. 

Pienso que es difícil sólo para aquellos que se han llenado con el conocimiento de otras personas». 

Y, más adelante en la conversación, K dijo: «Yo no he leído libros religiosos, filosóficos o psicológicos; uno puede penetrar en sí mismo a profundidades tremendas y descubrirlo todo». 

Esto es fundamental en la enseñanza de K, que toda la comprensión de la vida puede uno descubrirla dentro de sí mismo porque, como le dijo a Alain Naudé en una de sus conversaciones: «Yo soy el mundo y el mundo es lo que yo soy; mi conciencia es la conciencia del mundo y la conciencia del mundo soy yo. 

Por lo tanto, cuando hay orden en el ser humano, hay orden en el mundo». 

En sus conversaciones con el Swami, K definió su actitud hacia los gurús. 

En respuesta a la pregunta del Swami: «Ahora bien, ¿cuál es, según usted, el papel de un gurú, el de preceptor o el de un ser que despierta a otros?», K contestó: «Señor, si usted está empleando la palabra gurú en su sentido clásico, vale decir, ‘el que disipa la oscuridad de la ignorancia’, ¿puede algún otro, sea quien fuere, iluminado o necio, ayudar realmente a disipar la oscuridad en uno mismo?» El Swami preguntó luego: «¿Pero aceptaría usted, Krishnaji, que el señalar es necesario?» A esto K contestó: «Sí, por supuesto. 

Yo señalo. 

Hago eso. 

Todos hacemos eso. 

Pregunto a un hombre en la calle: ‘¿Querría usted decirme, por favor, cuál es el camino a Saanen?’, y él me lo dice, pero yo no pierdo tiempo en expresarle devoción y decir: ‘Dios mío, es usted el más grande de los hombres!’. 

Eso es demasiado infantil». 

Como resultado de las conversaciones con David Bohm, que prosiguieron a intervalos por varios años, K habló más y más sobre la terminación del tiempo así como sobre la cesación del pensamiento. 

Fue provocado y estimulado por estas discusiones, sintiendo que se había tendido un puente entre las mentes religiosa y científica. 

Este podría calificarse como un enfoque intelectual antes que intuitivo, de su enseñanza. 

David Bohm gustaba comenzar una discusión indicando la raíz etimológica de una palabra como ayuda para la comprensión, y K llegó a adoptar él mismo esta práctica algunas veces en sus pláticas ulteriores, sin agregar nada a su lucidez y, en un caso, originando cierta confusión. 

Bohm le había indicado a K que la palabra «realidad» se derivaba de «res» (cosa, hecho), y de allí en adelante K solía usar a veces esa palabra para significar lo supremo o la verdad, o bien, después de hablar con Bohm, con el significado de «hecho», como la silla en que nos sentamos, la pluma que sostenemos, las ropas que usamos, el dolor de muelas que padecemos. Saber que la palabra «comunicar» se deriva del latín «hacer común», no le ayudó a K a comunicar lo incomunicable, que es lo que siempre estuvo tratando de hacer. 

Sin embargo, muchas personas respondieron más al nuevo enfoque intelectual de K que a su misticismo poético o a las descripciones de la naturaleza tales como: «El sol del crepúsculo daba sobre la hierba fresca y había esplendor en cada brizna. 

Las hojas primaverales, justo por encima de uno, eran tan delicadas que cuando uno las tocaba no podía sentirlas». 

A pedido de K, David Bohm organizó en Brockwood y en Ojai varias conferencias de científicos y psicólogos, y en Nueva York, el Dr. David Shainberg hizo arreglos para realizar seminarios de psicólogos en los que K tomó parte. 

Estas reuniones fueron decepcionantes en su totalidad. 

K no estaba realmente interesado en las ideas psicológicas y en las conclusiones alcanzadas por científicos y filósofos; lo que le agradaba era el estímulo de otras mentes a fin de ahondar con mayor profundidad dentro de sí mismo, mientras que los que asistían a las conferencias deseaban, naturalmente, leer en voz alta sus propios papeles. 

K recibía con avidez cualquier información factual acerca de los nuevos avances científicos que tenían lugar en el mundo. De este modo, aprovechó cuanto pudo sobre la ingeniería genética gracias al profesor Maurice Wilkins, ganador del Premio Nobel en medicina, que asistió a dos de los debates de Brockwood, y más adelante quedó fascinado aprendiendo sobre computadoras con Asit Chandmal, sobrino de Pupul Jayakar, que había trabajado en computadoras para el gran Grupo Tata de la India. 

De la misma manera, en el pasado K había querido aprenderlo todo acerca de los motores de combustión interna y de otros artefactos mecánicos como relojes y cámaras fotográficas. 

Cuando un día en Brockwood y en presencia de K, alguien hizo a Mark Edwards una pregunta sobre fotografía, Mark quedó asombrado ante la rapidez con que K la respondió él mismo de manera clara y concisa. 

Una de las cosas notables respecto de K es que con la misma facilidad conversaba seriamente con un swami, un monje budista, un científico occidental, un industrial millonario, un Primer Ministro o una reina. Aunque tímido y reservado, habiendo leído tan poco y careciendo de toda pretensión intelectual, no tenía aprehensión alguna en discutir públicamente los más abstrusos problemas psicológicos con los más grandes filósofos, científicos y maestros religiosos del mundo. 

La explicación de esto es, creo, que mientras los otros discurrían y argumentaban acerca de las teorías de x, K veía a x tan claramente como si fuese su propia mano. 

En junio de 1973 tuvo lugar en Brockwood una reunión internacional con representantes de todas las Fundaciones que se conocían por primera vez. 

K estaba preocupado por los problemas que surgirían después de su muerte y de la muerte de los síndicos existentes. 

No lograba ver de qué modo las Fundaciones podrían seguir funcionando. 

Su actitud hacia el futuro había cambiado completamente con respecto a la que tenía en 1968 cuando, durante un paseo por el bosque de Epping, mi marido le preguntó qué ocurriría con su nueva Fundación inglesa y con todo su trabajo después de su muerte. 

En aquella ocasión, K había contestado con un gesto abarcativo: «Desaparecerá todo». Permanecerían sus enseñanzas, sus libros y las grabaciones; todo lo demás podía desaparecer. 

Cuando ahora, en esta reunión internacional se le sugirió que debía escoger personas jóvenes que llevaran adelante la labor, respondió: «La mayoría de las personas jóvenes pone un escudo entre ellas y yo. 

Es responsabilidad de las Fundaciones encontrar gente joven. 

Ustedes pueden encontrarla con más facilidad que yo, porque la gente se enamora de mí, de mi rostro, se siente atraída personalmente por mí o desea avanzar en el campo espiritual... pero las escuelas, indudablemente, tienen que continuar porque pueden producir una clase diferente de ser humano» (1) . Producir una clase diferente de ser humano era el propósito de la enseñanza de K. 

Su tema principal en la reunión de Saanen de ese año, fue cómo dar origen «a un cambio psicológico revolucionario, fundamental en la mente humana». 

Sin embargo, ahora había empezado a sostener que ese cambio debía ser instantáneo. 

Era inútil decir. «Trataré de cambiar» o: «Seré diferente mañana», porque lo que uno era hoy, eso sería mañana. 

«El futuro es ahora» es una frase que habría de usar con frecuencia. 

Después de Saanen, K regresó a Brockwood para la reunión anual que había tenido lugar allí durante los últimos cuatro años, y se quedó hasta que viajó a la India en octubre. 

Ahora, cada vez que estaba en Brockwood, K solía venir a Londres una vez por semana acompañado de Mary Zimbalist, a veces para ir al dentista o al peluquero (Truefitt & Hill en Bond Street), pero siempre para visitar a su sastre, Huntsman, generalmente sólo para llevarle un par de pantalones que había que modificar o para tomarse la enésima prueba de un traje que nunca llegaba a alcanzar por completo su norma de perfección. 

Raramente ordenaba un traje nuevo. 

Parecía gustarle la atmósfera de la tienda y se demoraba examinando con atención completa los envoltorios de tela que se encontraban sobre los mostradores. 

Cada vez que venían a Londres, yo solía almorzar con ellos en el cuarto piso del restaurante de Fortnum & Mason, lo que implicaba un paseo convenientemente corto desde Savile Row a través de la Burlington Arcade, y una visita a la librería contigua de Hatchard, donde K aumentaba su surtido de novelas policiales de bolsillo. 

El menú en este restaurante era muy limitado para los vegetarianos, pero el lugar era espacioso y tranquilo y las mesas estaban suficientemente apartadas entre sí como para poder sostener conversaciones sin que otros las escucharan. 

K solía observar con intenso interés a las personas que lo rodeaban, el modo en que vestían, lo que comían, la manera en que comían y se comportaban. 

En una época, había una modelo que se paseaba alrededor de las mesas. 

K nos tocaba ligeramente con el codo a Mary y a mí diciendo: «¡Mírenla, mírenla! 

Ella desea que la miren», pero él se interesaba mucho más que nosotras en lo que ella vestía. 

Siempre manifestó un gran interés en las ropas, no sólo en las propias. 

Ocasionalmente, durante el almuerzo yo le pedía que se pusiera mi anillo, un conjunto de turquesa engarzada en diamantes, que él conocía bien porque mi madre siempre lo había llevado. 

K solía ponérsela en su dedo meñique. 

Cuando me lo devolvía en el momento en que dejábamos el restaurante, los diamantes brillaban como si acabaran de ser limpiados por un joyero. 

Esto no era imaginación. 

Un día, cuando después del almuerzo me encontré con una de mis nietas, me dijo: «¡Qué maravilloso se ve tu anillo! 

¿Acabas de mandarlo a limpiar?». 

En los años 70, un amigo de K lo describía de este modo: Cuando uno se encuentra con él, ¿qué es lo que ve? Ciertamente, hasta un grado superlativo hay nobleza, poder, gracia y elegancia. 

Los modales son exquisitos, hay un elevado sentido estético, una enorme sensibilidad y una percepción penetrante en cualquiera de los problemas que uno pueda traerle. 

En ninguna parte de Krishnamurti existe el más mínimo vestigio de algo que sea vulgar, común o trivial. 

Uno puede comprender su enseñanza o no comprenderla; uno puede tal vez criticar esto o aquello en su acento o en sus palabras. 

Pero es inconcebible que alguien pueda negar la nobleza y la gracia que fluyen desde su persona. 

Uno podría quizá decir que tiene un estilo o una categoría que están muy por encima y mucho más allá del tipo humano corriente. 

No caben dudas de que estas palabras lo turbarían. 

Su vestir, su porte, sus modales, la manera en que se mueve y habla son, en el más alto sentido de la palabra, principescos. 

Cuando él entra a algún lugar, es alguien absolutamente extraordinario el que allí se encuentra. 

El interés de K en las buenas ropas y en los buenos automóviles y su gusto por los libros y las películas escapistas, han parecido anómalos a algunos, a él nunca se le ocurrió cambiar sus inclinaciones en asuntos tan triviales ni pretender que fueran otra cosa que lo que eran. 

Un día, estando K en Londres durante ese otoño, le sugerí que debería empezar a escribir un diario tal como lo había hecho en 1961. Aceptó en el acto la idea y esa misma tarde compró cuadernos y una nueva pluma fuente de punta ancha, y a la mañana siguiente, 14 de septiembre, comenzó a escribir.

 Prosiguió escribiendo todos los días por las siguientes seis semanas, principalmente en Brockwood pero continuándolo cuando fue a Roma en octubre. 

Estos escritos diarios publicados por primera vez en 1982 bajo el título de Krishnamurti’s Journal (2) , revelan más acerca de él personalmente que

 (1) De transcripciones (AB). (2) En español se publicó con el título de Diario II. [N. del T.] 

cualquiera de sus otras obras. Refiriéndose a sí mismo en tercera persona, escribió el 15 de septiembre: «Sólo recientemente descubrió él que no había un solo pensamiento durante estos largos paseos... Él siempre había sido así, desde que era niño: ningún pensamiento penetraba en su mente. 

Él observaba y escuchaba, nada más. 

Nunca surgía el pensamiento con sus asociaciones. 

No había formación de imágenes. 

Un día, de pronto se dio cuenta de lo extraordinario que eso era; a menudo intentó pensar pero no acudía pensamiento alguno. 

En estos paseos, con gente o sin ella, había ausencia de todo movimiento del pensar. 

Esto es estar solo». 

Y el día 17: «Él siempre tuvo esta extraña falta de distancia entre él mismo y los árboles, los ríos y las montañas. 

Ello no era algo cultivado; uno no puede cultivar una cosa como ésa. 

Jamás hubo un muro entre él y otro ser humano. 

Lo que ellos le hacían, lo que le decían, jamás parecía herirlo, ni tampoco le afectaba el halago. 

De algún modo permaneció totalmente ileso. 

No era un retraído ni un solitario, sino que era como las aguas de un río. 

Tenía muy pocos pensamientos y, cuando estaba solo, ningún pensamiento en absoluto». 

Y el día 21: «Él nunca ha sido lastimado pese a las muchas cosas que le sucedieron, halagos e insultos, amenazas y seguridad. No es que fuera insensible o inconsciente; no tenía una imagen de sí mismo ni conclusión ni ideología alguna. La imagen es resistencia y, cuando ésta no existe, hay vulnerabilidad pero no hay heridas psicológicas»

Dos días después habría de escribir: Estaba de pie, solo, en la margen baja del río... Estaba de pie ahí, sin nadie en los alrededores, solo, libre y distante. 

Tendría catorce años o menos. 

Ellos le habían encontrado a él y a su hermano muy recientemente y ya le rodeaba toda la agitación y la importancia que le habían asignado. 

Era el centro del respeto y la devoción, y en los años venideros estaría a la cabeza de organizaciones y de grandes propiedades. 

Todo eso y la disolución de esas organizaciones, todavía estaba por delante. 

De pie ahí, solo, perdido y extrañamente lejano, era su primer y perdurable recuerdo de aquellos días con sus acontecimientos. 

El no recuerda su infancia, las escuelas y los castigos. 

Años más tarde, el mismo maestro que lo lastimaba, le contó que acostumbraba apalearlo prácticamente todos los días; él solía llorar y lo dejaban afuera, en el balcón, hasta que la escuela se cerraba y el maestro venía a pedirle que se fuera a su casa; de lo contrario, habría seguido allí en el balcón. 

Según le dijo este hombre, lo apaleaba porque él no podía estudiar ni recordar nada de lo que había leído o le habían enseñado. 

Más tarde, el maestro no podía creer que ese niño fuera el hombre que había ofrecido la plática que acababa de escuchar. 

Estaba sumamente sorprendido e innecesariamente respetuoso. 

Todos aquellos años pasaron sin dejar cicatrices ni recuerdos en su mente; sus amistades, sus afectos, aun esos años con quienes lo habían maltratado, de algún modo, ninguno de esos eventos, amable o brutal, ha dejado huellas en él. 

En años recientes, un escritor le preguntó si podía rememorar todos aquellos sucesos más bien extraños, y cuando él le contestó que no podía recordarlos y que sólo podía repetir lo que otros le habían contado, el hombre, con un ademán despectivo, declaró que eso era pretexto y simulación. 

Pero él nunca bloqueó conscientemente ningún suceso, agradable o desagradable, impidiendo que entrara en su mente. Los acontecimientos venían, no dejaban huella alguna y morían.

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