martes, 8 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS -

 Notas 


Fuentes de las notas

 AA Archivos de Adyar, Sociedad Teosófica, Adyar, Madrás, India. 

AB Archivos de Brockwood, B.P., Hampshire, Inglaterra. 

EFB English Foundation Bulletin. 

(Boletín de la English Foundation) Herald, El Heraldo de la Estrella ISB International 

Star Bulletin (Boletín Internacional de la Estrella) 

AKFA Archivos de la Krishnamurti Foundation of America, Ojai, California 

SPT Star Publishing Trust (Fideicomiso de Publicaciones de la Estrella) 

TPH Theosophical Publishing House 

(Casa de Publicaciones teosóficas), Adyar, Madrás. 

Toda la correspondencia entre Mr. Besant y C.W. Leadbeater se encuentra en los AA. 

Las que se citan aquí provienen de copias que me envió B. Shiva Rao a pedido de Krishnamurti. 

Las cartas de Krishnamurti a Lady Emily Lutyens, están en los AB. 

Las de Lady Emily a Mrs. Besant están en los AA. 


Reconocimientos 

Deseo disculparme con los numerosos amigos de Krishnamurti que no han sido mencionados en este libro. 

Confío en que ellos comprenderán que, al condensar su vida en un solo volumen, han tenido que omitirse muchos detalles externos, aunque, eso espero, nada que sea esencial para su desarrollo. 

Mi profunda gratitud a David Bohm, Mary Cadogan, Mark Edwards, Pupul Jayakar, Dr. Parchure, a la fallecida Doris Pratt, Vanda Scaravelli y, especialmente, a Scott Forbes y a Mary Zimbalist, por concederme el permiso para citar sus escritos. 

También quisiera agradecer a Ray McCoy por enviarme rápidamente desde el Centro de Brockwood todo cuanto le solicité respecto a libros, videos y casetes, y a Radha Burnier por entregarme una copia, procedente de los Archivos Teosóficos en Adyar, de la larga carta de Nitya a Mrs. Besant describiendo el comienzo del «proceso». 

Y, en primer lugar, mi gratitud al ya fallecido B. Shiva Rao, sin cuya amistad y generosidad yo jamás hubiera podido intentar escribir la biografía de Krishnamurti.


Mary Lutyens (1908-1999) fue la biógrafa oficial de J. Krishnamurti, además de una distinguida novelista. Es autora de los tres libros que exponen la biografía de Krishnamurti -Los años del despertar, Los años de plenitud y La puerta abierta-, todos ellos publicados por Kairós. Google Books
Nacimiento: 31 de julio de 1908, Bloomsbury Square, Londres, Reino Unido
Fallecimiento: 9 de abril de 1999, Londres, Reino Unido
Hijas: Amanda Links
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lunes, 7 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 23 -

 23 

«El cerebro no puede comprender» 

La muerte de Krishnamurti fue en ciertos aspectos tan misteriosa como su vida. 

Resultó irónico que, habiendo sentido durante una gran parte de su existencia que le era más fácil «escabullirse» que permanecer vivo, hubiera seguido viviendo cuando anhelaba escabullirse. 

El había creído que sabía cuándo iba a morir y, sin embargo, su muerte llegó para él como una sorpresa. Cuando, en la última grabación que hizo en Ojai, habló de «las condenadas supersticiones indias» se refería, desde luego, a la tradicional creencia india de que un hombre santo puede disponer su propia muerte. 

K podía haber muerto con sólo pedir que lo separaran de la sonda que lo alimentaba, pero eso, en su sentir, hubiera sido suicidio, una violación del cuerpo confiado a su cargo -una responsabilidad sagrada-. 

Pero el deseo de morir, si tenía éxito, ¿acaso no era también una forma de suicidio? K expresó sorpresa de que «lo otro» quisiera residir en un cuerpo enfermo. 

¿Por qué no lo liberaba? Se preguntó si su enfermedad había sido causada por algo que él había hecho mal. 

Uno puede a su vez preguntar: ¿Le permitió «lo otro» morir porque su cuerpo se había vuelto inservible o permitió que se desarrollara en él una enfermedad fatal porque ya no le quedaba nada por decir, porque su enseñanza estaba completa? En cualquiera de los casos «lo otro», aparentemente, no lo abandonó al final. 

K creía que «algo» estaba decidiendo lo que debía sucederle a K, algo acerca de lo cual no le estaba permitido hablar, sin embargo, al propio tiempo decía lo extraordinario que sería si hubiera algo decidiendo todo lo que ocurría. 

Ciertamente, aquí parece haber una contradicción. 

Pero después hay diversas anomalías más en sus declaraciones acerca de sí mismo. 

K nunca dudó de que siempre había estado protegido por algo. 

Estaba convencido de que nada podía sucederle mientras viajaba en avión o en cualquier otro medio con el propósito de hablar y que esa protección se extendía a cualquiera que viajara con él. 

Sin embargo, era su deber no exponerse a ningún peligro por mero placer, como el de deslizarse en un planeador. 

Jamás dudó tampoco de la importancia de la enseñanza o del cuerpo confiado a su cargo. 

Fue tan lejos como para decir que había tomado muchos siglos producir un cuerpo como ése. (Siempre era «la enseñanza», «el cuerpo», nunca «mi enseñanza», «mi cuerpo»). 

Pareció estar siempre dentro y fuera de su propio misterio. 

El no quería hacer un misterio: no obstante, existía un misterio que él mismo parecía totalmente incapaz de resolver, pensando que no era asunto suyo hacerlo, aunque estaba ansioso de que otros lo resolvieran, en cuyo caso él podría corroborar la solución de ellos. 

K había dicho que la enseñanza venía como una «revelación», que si se sentaba a pensar sobre ella, no vendría a él; sin embargo, es evidente que vino todos los días mientras estuvo escribiendo el Diario. ¿Qué le impulsó de pronto a escribir el Diario? 

Aparte de su contenido, es un manuscrito extraordinario: 323 páginas sin una sola tachadura.

De las propias palabras de K uno está obligado a sacar la conclusión de que él era un «vehículo» de «algo», y que la enseñanza venía a él desde ese «algo». No obstante, estaba en su mayor parte tan imbuido de ese «algo», que aquello era él mismo y, aunque aquello se retirara, solía regresar si él hablaba seriamente de ello o se abría él mismo a ello, especialmente durante sus meditaciones nocturnas, pero sin invitarlo jamás. 

A veces él mismo se sorprendía de que aquello estuviera allí, como cuando en el Diario describió su llegada desde la paz de Gstaad al octavo piso de un apartamento en París y encontró que: «Sentado quietamente en el atardecer, contemplando los tejados... de lo más inesperadamente, esa bendición, ese poder, ese «otro» llegó con suave claridad; llenó la habitación y permaneció allí. Está aquí mientras esto se escribe». 

He escuchado argüir que la inspiración de K no era diferente de la de cualquier otro artista, particularmente la de algún músico; que uno podría igualmente tratar de descubrir de dónde venía el genio de Mozart. 

Si la enseñanza hubiera salido del cerebro de K, ese argumento podría sostenerse, pero jamás he oído que otro genio haya tenido que pasar alguna vez por algo como «el proceso». 

El misterio de Krishnamurti desaparecería enseguida si uno pudiera aceptar la teoría del Señor Maitreya haciéndose cargo del cuerpo preparado para él. 

Todo lo que atañe al «proceso» encajaría en su lugar, todos aquellos mensajes «retransmitidos», en Ojai, Ehrwald y Pergine, la propia convicción que K tenía de que el dolor era algo que debía sobrellevarse sin intento alguno de impedirlo o aliviarlo. La cualidad singular del fenómeno se explicaría por el mensaje que Nitya recibió y «retransmitió» en Ojai: «El trabajo que ahora se hace es de la más grave importancia y excesivamente delicado. Es la primera vez que este experimento se lleva a cabo en el mundo». 

K mismo no descartaba esta teoría más de lo que negaba ser el Instructor del Mundo. 

Decía meramente que era «demasiado concreta», «no lo suficientemente sencilla». 

Y, en verdad, uno lo siente así. En 1972, cuando hablaba al grupo que en Ojai le preguntó acerca de quién era él, había contestado: «Siento que estamos penetrando en algo que la mente consciente jamás podrá comprender... Existe algo, un depósito inmenso, por así decirlo, que, si la mente pudiera alcanzarlo, revelaría algo que ninguna mitología intelectual, ninguna invención, suposición o dogma, podrían revelar jamás. Existe algo, pero el cerebro no puede comprenderlo». 

Sin embargo, cuando lo interrogué dos años después dijo, que si bien él no podía descubrirlo por sí mismo («el agua no puede conocer qué es el agua»), estaba «absolutamente seguro» de que Mary, Zimbalist, y otros podríamos descubrir la verdad si nos sentáramos y dijéramos: «Investiguemos», «pero», añadió, «ustedes tienen que, tener el cerebro vacío». Esto nos trae a la «mente vacía». Durante mi averiguación, K continuó volviendo al tema de la mente vacía «del niño», un vacío que, dijo, nunca había perdido. ¿Qué es lo que mantuvo vacía la mente?, preguntó. ¿Qué es lo que protegió esa vacuidad? Si él mismo hubiera escrito acerca del misterio, habría comenzado con lo de la mente vacía. Esas palabras que pronunció nueve días antes de su muerte, son para mí más perturbadoras que cualquier cosa que K haya dicho jamás: «¡Si sólo supieran todos ustedes lo que se han perdido... ese inmenso vacío!...». 

K afirmaba que la teosofía en que lo habían formado, no lo había condicionado nunca. 

¿No es posible, sin embargo, que subconscientemente haya sido condicionado por ella (aunque él no reconociera la existencia de una cosa como el subconsciente) y que, cuando estaba fuera de su cuerpo, todo lo que le habían dicho acerca del Señor Maitreya, los Maestros, etcétera, aflorara a la superficie? Pero eso no explicaría por qué dejaba el cuerpo, por qué tuvo lugar «el proceso». 

Otro aspecto a tener en cuenta es la energía que tan frecuentemente penetraba en él o pasaba a través de él. Cuando hablaba seriamente de lo que él era, solía decir: «Usted puede sentirlo en la habitación ahora, un latido». En la última cinta que grabó, dijo: «No creo que la gente comprenda qué tremenda energía e inteligencia pasó por este cuerpo...» Cuando escuché esas palabras en un casete pensé enseguida en el poder, en la fuerza que se precipitó sobre mí saliendo del salón aquella tarde de Brockwood, cuando menos la esperaba. 

Si esa fuerza, esa «energía tremenda» había estado utilizando el cuerpo de K desde que «el proceso» empezó por primera vez en 1922, es asombroso, que él haya vivido tanto. 

¿Era esa energía «lo otro»? ¿Era la energía la que ocasionaba el dolor del «proceso»? ¿Acaso la energía, «el proceso», continuó desde 1922 con una gradual disminución del dolor sólo porque su cuerpo había sido lentamente abierto para crear un vacío mayor? Esa energía que, pasaba a través de él cuando era viejo, ¿lo hubiera matado con su fuerza si hubiera penetrado en él de repente antes de que su cuerpo hubiera sido afinado para recibirla? 

Creo que ahora debe uno preguntarse: ¿Sabía K más de lo que haya revelado nunca acerca de qué y quién era él? Cuando nos dijo a Mary Zimbalist y a mí, que si pudiéramos descubrir la verdad él podría corroborarla y que nosotros seríamos capaces de encontrar palabras para ello, ¿estaba en realidad diciendo: «Yo no debo revelarla a ustedes, pero si pueden descubrirla por sí mismas entonces puedo decir: ‘Sí, es eso’?» Quizá la cosa más significativa que alguna vez haya dicho, fue la respuesta que diera a Mary cuando ella le preguntó, antes de que él partiera de Brockwood hacia Delhi a fines de octubre de 1985, si alguna vez volvería a verlo nuevamente.. K contestó: «No moriré de repente... está todo decidido por alguien más. No puedo hablar de ello. No se me permite, ¿comprende? Es mucho más serio. Hay cosas que usted no sabe. Inmensas. Y no puedo revelárselas». 

(Nótese: todo decidido por «alguien más», no por «algo más»). Por lo tanto, había cosas que K sabía acerca de sí mismo que nunca reveló, si bien en ese último casete levantó un ángulo de la cortina. Muchas personas sentirán que, cualquier intento de resolver el misterio de Krishnamurti, no sólo es un desperdicio de tiempo sino que carece por completo de importancia; es la enseñanza la que importa, no el hombre. 

Pero para alguien que conoció al joven Krishna y participó en alguno de aquellos tempranos acontecimientos y no puede aceptar que la enseñanza se desarrolló en su propio cerebro, quedará un enigma exasperante sin solución, a menos, tal vez, que uno logre vaciar su propio cerebro. K había dicho: «Esa cosa se encuentra en la habitación. 

Si uno le preguntara qué es, no respondería. Diría: ‘Eres demasiado pequeño’». 

Sí, ése es el sentimiento de humildad con que a uno lo dejan: uno es demasiado pequeño, demasiado insignificante, con un cerebro que está siempre parloteando. En gran parte con el mismo sentido, K había dicho en su última grabación: «Todos ellos pretenderán o tratarán de imaginar que pueden entrar en contacto con aquello. 

Tal vez podrán hacerlo de algún modo si [la bastardilla es mía] "viven las enseñanzas". Pero, independientemente de su origen, la enseñanza de Krishnamurti ha venido en un momento crítico de la historia del mundo. Como le dijo una vez a un reportero en Washington: «Si el hombre no cambia radicalmente, si no genera una mutación fundamental dentro de sí mismo, nos destruiremos unos a otros. 

Una revolución psicológica es posible ahora, no dentro de mil años. Ya hemos tenido miles de años y seguimos siendo bárbaros. Por lo tanto, si no cambiamos hoy, seguiremos siendo bárbaros mañana o dentro de un millón de mañanas». 

Si entonces alguien pregunta: «¿Cómo puede la transformación de una persona afectar al mundo?», sólo existe la propia respuesta de K para darle: «Cambie y vea que sucede». 

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 22 -

22 

«Ese inmenso vacío» 

En el vuelo de 24 horas a Los Ángeles, con cortas paradas en Singapur (donde cambiaron de avión) y en Tokio, K se sintió muy enfermo con agudos dolores de estómago. 

Mary Zimbalist lo recibió en el aeropuerto y, apenas estuvieron solos, mientras se alejaban en el automóvil (dejando a los otros para que trajeran el equipaje), K le dijo que los siguientes dos o tres días ella no debía dejarlo solo o él podría «escabullirse». 

Le dijo: «Aquello no quiere residir en un cuerpo enfermo, un cuerpo que no podría funcionar». 

Esa noche tuvo una temperatura de 38,5º C (1) . 

El 13 de enero, K tuvo una consulta con el Dr. Deutsch en Santa Paula y, como resultado de los detallados exámenes clínicos que se le hicieron en el Hospital de la Comunidad de Santa Paula, el médico dispuso que el día 20 se le efectuara una ecografía del hígado, vesícula y páncreas en el Hospital de Ojai. 

La ecografía mostró «un bulto en el hígado», de modo que se ordenó un examen CAT para el día 22. Pero a la 1 de la mañana del 22, K se despertó con un dolor muy fuerte de estómago que no podía ser mitigado. 

Cuando el Dr. Deutsch llamó por teléfono, dijo que no estaba en condiciones de abordar el caso fuera del hospital. 

K accedió, después de pensarlo cuidadosamente, a que lo trasladaran, y ese mismo día fue admitido en una sala privada de la unidad de cuidados intensivos del Hospital de Santa Paula. 

Las radiografías revelaron una obstrucción en el intestino, y se le pasó un tubo por la nariz para bombear hacia afuera el fluido. Cuando se vio que estaba seriamente desnutrido, comenzaron a administrarle una hiperalimentación por vía endovenosa. 

Su peso había caído a poco más de 42 kilos. 

Después de que le hubieron hecho todas estas cosas desagradables, K dijo a Scott: «Tengo que aceptarlo. ¡He aceptado tanto!». 

(Cuando leí estas palabras después de su muerte, pensé enseguida en lo que Mrs. Kirby había escrito acerca de K en el campamento de Ommen de 1926: «¡Qué vida, pobre Krishnaji! No hay duda de que él es el Sacrificio»). 

Sin embargo, lo que aceptó con gratitud fueron las inyecciones de morfina que le dieron cuando todos los otros calmantes habían dejado de actuar. Puesto que nunca había tomado ninguna clase de calmantes durante toda la agonía del «proceso», K debe haber reconocido que este dolor de la enfermedad no era espiritualmente necesario; en realidad, habría de decir que «lo otro» no podía «pasar» cuando el dolor estaba ahí. 

K permaneció en el hospital por ocho noches durante las cuales Mary, el Dr. Parchure y Scott se turnaban para dormir en el sillón reclinaba dentro de su cuarto, mientras Erna y Theodor Lilliefelt pasaron los días allí. 

El 23 fue un día crítico porque hubo peligro de que cayera en coma por una hepatitis. 

El Dr. Parchure le dijo que probablemente tenía cáncer, para lo cual no había ningún tratamiento. 

Esto trastornó a Mary y a Scott, que lo consideraron prematuro, hasta que el Dr. Parchure les explicó que hacía mucho tiempo había prometido a K que, si alguna vez advertía en él algún peligro de muerte, se lo diría inmediatamente: que ahora, ante el riesgo de un coma, había sentido que era justo cumplir con su promesa. 

Cuando después Scott y Mary entraron al cuarto de K, él les dijo: «Parece que voy a morir», como si no lo hubiera esperado tan pronto, pero aceptando el hecho como tantas otras cosas. 

Más tarde dijo: «Me pregunto por qué ‘lo otro’ no libera el cuerpo». 

También le dijo a Mary, refiriéndose a la muerte: «Estoy esperándola. Es de lo más curioso. ‘Lo otro’ y la muerte sostienen una lucha». 

Después de que se le diagnosticó definitivamente el cáncer, le dijo a Mary con extrañeza: «¿Qué he hecho mal?», como si de algún modo hubiera fallado en cuidar el cuerpo que había sido confiado a su cargo por «lo otro». 

Pidió a Mary y a Scott que permanecieran con él hasta el final, porque quería que cuidaran «el cuerpo» tal como él mismo lo había cuidado. 

Hizo este pedido sin la más leve traza de sentimentalismo o autocompasión. 

El día 24, la obstrucción intestinal comenzó a disiparse y retrocedieron los signos de ictericia. 

El cirujano cambió la conexión intravenosa, pasándola de una vena en la mano a un tubo más grande insertado bajo la clavícula, de modo que pudiera pasar más fluido, esto liberó ambas manos, lo cual fue un alivio, y cuando al día siguiente le sacaron el tubo de la nariz «se sintió como un hombre nuevo». También aceptó una transfusión de sangre que se le hizo para darle fuerzas. 

El 27 se le realizó un examen CAT en un gran camión que recorría los hospitales locales. 

Característico en él, se mostró intensamente interesado en el mecanismo de los procedimientos: cómo izaban la camilla para introducirla en el camión, etc. 

El examen confirmó que había un bulto en el hígado con calcificación del páncreas, sugiriendo que este último era la fuente primaria de la malignidad. 

Cuando el Dr. Deutsch le dijo esto, K pidió que se le permitiera volver a la Cabaña de los Pinos: no quería morir en el hospital. 

Mientras aún estaba en el hospital, pidió a Scott que registrara en un grabador lo que quería que se hiciera con sus cenizas. 

Tenían que ser divididas en tres partes y llevadas a Ojai, Brockwood y la India. 

No quería ningún tipo de ceremonias ni «todo ese desatino», y el suelo donde se enterraran sus cenizas «no debería convertirse en un lugar santo donde la gente viniera para adorarlas y toda esa corrupción».

 (En la India, sus cenizas fueron esparcidas en el Ganges). 

Sin embargo, por pura curiosidad quiso que el Pandit Jagannath Upadhyaya le explicara

()1 El último volumen de mi biografía de K La Puerta Abierta, ofrece un relato detallado de su última enfermedad y de su muerte, relato tomado de tres fuentes independientes: las anotaciones de Mary Zimbalist en su diario, el informe médico diario del Dr. Parchure y los recuerdos de Scott Forbes escritos después de la muerte de K El Dr. Deutsch confirmó posteriormente que los relatos eran exactos. Las mismas fuentes han sido utilizadas en este libro en forma más abreviada. 

cuál era en la India la manera tradicional de tratar el cuerpo muerto de un hombre «santo», por lo que se envió una carta solicitando esta información. 

En la mañana del día 30, libre ya del dolor y habiendo recuperado gracias a la super-alimentación increíblemente seis kilos de peso, K volvió a la Cabaña de los Pinos. 

Habían colocado en su habitación una cama de hospital en lugar de su propia cama, la cual fue trasladada a un cuarto de vestir, y se contrató un servicio de enfermeras para las veinticuatro horas. 

Tan regocijado estaba de haber vuelto, que le pidió a Mary que pusiera un disco de Pavarotti con canciones napolitanas y quiso comer un sándwich de tomate y un poco de helado. 

Un solo bocado del sándwich le hizo vomitar (fue su último alimento por boca); el dolor volvió a la noche y hubo que darle morfina nuevamente. 

Tan pronto K supo que iba a morir y mientras todavía se encontraba en el hospital, pidió que enviaran desde la India a cuatro personas: Radhika Herzberger, el Dr. Krishna (el nuevo Rector en Rajghat), Mahesh Saxena (a quien K había designado en Madrás como nuevo Secretario de la Indian Foundation) y R. Upasani (Director del Colegio Agrícola de Rajghat) (1) . 

Los cuatro eran miembros de la generación más joven, de los que K esperaba que llevaran adelante su labor en la India, y aún tenía cosas que quería decirles. 

Sin embargo, otras personas fueron a Ojai, no invitadas por él, cuando supieron que se estaba muriendo: Pupul Jayakar y su sobrino Asit Chandmal, en cuyo apartamento K se había alojado con frecuencia cuando estaba en Bombay, Mary Cadogan, Secretaria de la English Foundation y el Síndico del Brockwood Educational Trust (Trust Educacional de Brockwood), Dorothy Simmons, Jane Hammond, síndico de Inglaterra, mujer que había trabajado muchos años para K y, finalmente, mi marido y yo.

 Parecía imposible impedir esto y, aunque K nos recibió con beneplácito, es indudable que no nos necesitaba y que nuestras vibraciones probablemente le hicieron más mal que bien, también debimos ser una carga para la amable gente de Ojai que tuvo que alimentarnos y, en general, cuidar de nosotros. Los de la India y los de Inglaterra arribaron el 31 de enero. 

Durante la semana en que mi marido y yo estuvimos ahí, K experimentó una remisión de su enfermedad y no pudimos evitar la esperanza de que hubiera ocurrido un milagro y fuera a recobrarse. Le dijo al Dr. Deutsch que el dolor, la ictericia, la morfina y las otras drogas no habían dejado ningún efecto en su cerebro. 

También estaba teniendo «meditaciones maravillosas» por las noches, lo que demostraba que «lo otro» seguía estando con él. 

El Dr. Parchure confirmó todo esto en su informe. 

Durante ese período, K sostuvo en su dormitorio dos reuniones que fueron grabadas por Scott Forbes.

 A la primera el 4 de febrero, asistimos sólo aquellos que teníamos algo que ver con la preparación y publicación de sus libros (Radhika y el Dr. Krishna acababan de convertirse en miembros del recientemente formado Comité Internacional de Publicaciones). 

K expresó de manera inequívocamente clara sus deseos con respecto a las publicaciones: quería que las de sus pláticas y escritos continuaran siendo publicadas en Inglaterra, mientras que la India debía concentrarse en traducir sus obras a los dialectos locales. 

Hacia el fin de la reunión dijo que los de la Fundación india sentían que ellos lo comprendían mejor que otros porque él había nacido en un cuerpo indio.

 «Vea, Dr. Krishna, yo no soy indio», dijo K. «Ni nosotros somos indios», interrumpió Radhika, «en ese sentido creo que yo tampoco soy india.» «Ni yo soy inglesa», intercaló Mary Cadogan (2). 

Esa tarde K se sintió lo bastante bien como para salir. Fue conducido hacia abajo por los escalones de la galería en una silla de ruedas y, puesto que era un día hermoso, pidió que lo dejaran solo bajo el pimentero, que había crecido y ahora era enorme, desde allí tenía una perspectiva del valle hasta los cerros. 

Sin embargo, Scott se quedó a cierta distancia detrás de la silla por temor de que K pudiera inclinarse y caer hacia atrás, ya que se había ubicado sobre el asiento con las piernas cruzadas. K permaneció ahí perfectamente quieto por algún tiempo, antes de pedir que lo condujeran de vuelta a la Cabaña en su silla de ruedas. 

Fue la última vez que salió. 

Al día siguiente, cuando el Dr. Deutsch vino a verle, K le preguntó si podría viajar nuevamente y ofrecer pláticas. 

«No como antes», contestó el médico, aunque podría escribir, dictar o sostener discusiones privadas. 

El médico ya se había hecho amigo de K y lo visitaba casi todos los días. 

En la mañana del día 5, K llamó a otra reunión y le pidió a Scott que la grabara. En esta ocasión estuvimos presentes catorce de nosotros. 

K comenzó explicándonos que el médico le había dicho que no habría más pláticas ni viajes. 

En ese momento no tenía ningún dolor, dijo, y su cerebro estaba «muy, muy claro». 

Podría seguir en esta condición durante meses. «Mientras este cuerpo esté vivo», prosiguió diciendo, «sigo siendo el instructor. 

K está aquí como está sobre el estrado... Todavía soy la cabeza de todo ello. 

Quiero dejar esto muy, muy en claro. 

En tanto el cuerpo esté vivo, K está ahí. 

Lo sé porque tengo sueños maravillosos todo el tiempo... no sueños... lo que sea que ocurra». 

Quería que le informaran en detalle, dijo, qué estaba sucediendo en la India y en Brockwood. 

«No me digan que todo está muy bien».

 (1) Upasani no vino porque no pudo conseguir a tiempo un pasaporte. (2) De una grabación (AB). 

Después rogó, lo más cortésmente posible, que todos los visitantes se fueran. 

Cuando muriera, no quería que la gente viniera «a saludar el cuerpo». 

Después le pidió a Scott que no se cambiaran las palabras que estaban siendo grabadas. 

Hizo que Scott, que se encontraba junto a la cama sosteniendo el micrófono, se volviera hacia nosotros y dijera: «juro que nada será alterado en ninguna de las cintas. 

Nada lo ha sido y nada lo será». 

Nos sacudió bastante oírle decir a K: «Sigo siendo el instructor. K está aquí como está sobre el estrado». 

¿Acaso alguien podría haber dudado de ello? Aunque en esta reunión su resistencia se había quebrado de cuando en cuando por pura debilidad física, K era arrolladoramente él mismo. 

Ninguno podrá decir jamás, con verdad, que él no estuvo «totalmente ahí» durante este período de remisión. 

Acatando los deseos de K, mi marido y yo partirnos al día siguiente. 

Una vez que me despedí de él, sin creer realmente que nunca más volvería a verle, K envió a Mary afuera, muy característico en él, a fin de que viera qué clase de coche habíamos ordenado para que nos llevara al aeropuerto, se sintió satisfecho cuando supo que se trataba de un buen automóvil. 

Los demás visitantes partieron poco después. 

Asit Chandmal también se fue pero habría de regresar y permanecer hasta la muerte de K. 

Lo que K esperaba con interés eran las visitas del Dr. Deutsch, aunque le preocupaba la cantidad de tiempo que les quitaba a los otros pacientes. 

El médico aceptó, como amigo y no como médico, el hermoso reloj Pathek-Philippe que K le obsequió.

 (El Dr. Deutsch jamás mandó una cuenta por el tratamiento de K durante su enfermedad final). 

Al enterarse de que K era aficionado a Clint Eastwood como él, le trajo algunas películas de Eastwood que había pasado a video, y también transparencias del Valle de Yosemite, sabiendo lo mucho que a K le gustaban los árboles y las montañas. 

En la mañana del día 7, Mary Zimbalist preguntó a K si se sentía como para contestar una pregunta que Mary Cadogan había formulado por escrito para él. 

K pidió a Mary que se la leyera. 

Era ésta: «Cuando Krishnaji muere, ¿qué es lo que realmente ocurre con ese extraordinario foco de comprensión y energía que es K?» 

La respuesta inmediata de K, que Mary garabateó en el papel, fue: «Se ha ido. Si alguien penetra plenamente en las enseñanzas, tal vez pueda alcanzar eso, pero no puede tratar de alcanzarlo». 

Luego, al cabo de un momento agregó: «¡Si sólo supieran todos ustedes lo que se han perdido... ese inmenso vacío». 

Es probable que la pregunta de Mary Cadogan aún estuviera en la mente de K cuando, a media mañana, envió por Scott y le pidió que registrara en el grabador algo que quería decir. 

«Su voz era débil», anotó Mary, «pero habló con intenso énfasis».

 Había pausas entre casi todas sus palabras, como si le costara un esfuerzo emitirlas: Les estuve diciendo esta mañana... por setenta años esa super energía... no... esa inmensa energía, esa inmensa inteligencia, ha estado usando este cuerpo. No creo que la gente se de cuenta de la tremenda energía e inteligencia que pasaron por este cuerpo... hay un motor de doce cilindros. 

Y por setenta años... fue un tiempo considerablemente largo... Y ahora el cuerpo ya no puede soportar más. 

Nadie, a menos que el cuerpo haya sido preparado muy cuidadosamente, protegido, etcétera... nadie puede comprender lo que pasó por este cuerpo. 

Nadie. Que nadie lo pretenda. Nadie. Repito esto: Nadie entre nosotros o el público, sabe lo que ocurrió. 

Sé que no lo saben. 

Y ahora, después de setenta años, eso ha llegado a su fin. 

No es que esa inteligencia y, energía... En cierto modo está aquí, todos los días, especialmente por la noche. 

Y después de setenta años, el cuerpo no puede aguantar más. 

No puede. 

Los hindúes tienen un montón de condenadas supersticiones acerca de esto... que uno lo dispone y el cuerpo prosigue... y toda esa clase de tonterías. 

Ustedes no encontrarán otro cuerpo como éste... o esa suprema inteligencia operando en un cuerpo... no lo encontrarán por muchos cientos de años. 

No verán eso otra vez. Cuando él se va, ello se va. 

Ninguna conciencia queda detrás de esa conciencia, de ese estado. 

Todos ellos pretenderán o tratarán de imaginar que pueden entrar en contacto con eso. 

Tal vez lo hagan en cierto modo si viven las enseñanzas. 

Pero nadie lo ha hecho. 

Nadie. 

Y eso es todo (1) . 

Cuando Scott le pidió que clarificara algo de lo que había dicho, por temor de que ello fuera mal entendido, K «se enfadó mucho» con él y dijo: «Usted no tiene derecho a interferir con esto». 

Al decirle a Scott que no interfiriera, parece evidente que K quería que esta declaración fuera conocida por todos los que se interesaran en ella. 

A K le quedaban sólo nueve días más de vida. 

Él quería morir y preguntó qué ocurriría si te quitaran el tubo de alimentación. 

Se le dijo que el cuerpo podría deshidratarse rápidamente. 

Él sabía que tenía el derecho legal de pedir que le quitaran la sonda de alimentación, pero no quiso causar posibles dificultades a Mary o al médico; además, «el cuerpo» estaba todavía a su cargo; por lo tanto, continuo cuidándolo hasta el final: limpiando sus 

(1) De una grabación (AB). (Trascripción fidedigna). 

dientes, como siempre lo había hecho, tres o cuatro veces por día, incluso el paladar y la lengua, haciendo sus ejercicios cotidianos. Gotas para la vista, colocando en su ojo izquierdo las gotas contra el glaucoma. 

Citando al Dr. Deutsch le dijo que el soplar dentro de un guante quirúrgico ayudaría a limpiar el líquido que se había acumulado en la base del pulmón como resultado de su permanencia en cama, él inflaba el guante cada hora hasta que no tuvo más fuerzas para soplar. 

Todas las tardes, a sugerencia del Dr. Deutsch, llevaban ahora a K en su silla de ruedas a la gran sala de estar, donde se sentaba contemplando las llamas de una estufa de leños. 

La primera vez que entró ahí pidió que le dejaran solo pero permitió que Scott permanecerá a sus espaldas por si se deslizaba cayendo hacia atrás. 

Más tarde, Scott escribió: «El hizo algo en la sala. Uno podía verle haciéndolo, y la sala no fue la misma después. El tenía todo el poder y la magnificencia que siempre había tenido. Aunque estaba sentado en su andador de ruedas, completamente cubierto por las mantas, alimentado por vía endovenosa desde estas botellas, era no obstante inmenso y majestuoso y llenaba absolutamente el lugar y hacía que todo vibrara». 

Cuando, después de una media hora, quiso regresar a la cama, asombró a todos caminando de vuelta a su habitación sin ninguna ayuda. 

El día 10, llegó la respuesta del Pandit Jagannath Upadhyaya a la pregunta de K acerca del tratamiento dado al cuerpo de un hombre religioso después de la muerte. 

Al saberlo, K dijo que no quería nada de eso. 

No quería que nadie viera su cuerpo después de la muerte y debía haber la menor cantidad posible de personas en su cremación. 

Cuando estuvo demasiado débil para subir a la silla de ruedas, lo llevaban al sofá de la sala de estar en una hamaca hecha con las ropas de cama. 

El día 14 volvió el dolor y le dieron morfina nuevamente. 

Durante los diez minutos que ésta tardó en actuar, le dijo a Mary: «Demasiado bueno para ser cierto... dolor, creía que te había perdido». 

Mary está completamente segura de que lo que quiso decir con esto fue: «Creía que había perdido el sufrimiento pero era demasiado bueno para ser cierto». 

Al día siguiente, empezó hablándole a Scott sobre el estado del mundo y preguntó: «¿Piensa que el Dr. Deutsch sabe todo acerca de esto? ¿Piensa que él lo ve? Tengo que hablar con él acerca de ello». 

Es lo que hizo cuando el médico vino esa tarde. 

Scott registró lo siguiente: Lo que Krishnaji dijo al Dr. Deutsch en esa ocasión, fue una extraordinaria síntesis de diez o quince minutos que abarcó mucho de lo que él dice acerca de la naturaleza del mundo.

 Fue elocuente, concisa y completa, y yo estaba ahí asombrado e impresionado, escuchando a los pies de la cama, mientras que el Dr. Deutsch se encontraba sentado junto a él al costado de la misma. 

La única cosa que recuerdo bien de las que Krishnaji le dijo al Dr. Deutsch, es: «No tengo miedo de morir porque he vivido con la muerte toda mi vida. Jamás he guardado ninguna clase de recuerdos». 

Más tarde, el doctor diría: «Siento que soy el último discípulo de Krishnaji». 

Fue algo realmente bello. 

También fue extraordinariamente conmovedor que Krishnaji, tan débil y tan cerca de la muerte como estaba, hubiera podido convocar la fuerza necesaria para hacer la síntesis que hizo, y es también una indicación del afecto que sentía por el Dr. Deutsch. 

K murió mientras dormía, justo después de la medianoche del 17 de febrero. 

El fin llega en las palabras de Mary: Parchure, Scott y yo nos encontrábamos ahí como de costumbre y como de costumbre K pensaba en el bienestar de los otros. 

Me urgió: «Vaya a acostarse, buenas noches, vaya a la cama, vaya a dormir». 

Dije que lo haría, pero que quería estar por allí cerca. 

Se durmió, y cuando me moví para sentarme a su izquierda y tomarle la mano, eso no lo inquietó. Levantaron la parte superior de la cama para que de esta manera estuviera más cómodo, y sus ojos se hallaban entreabiertos. 

Estábamos sentados junto a él, Scott a su derecha y yo a su izquierda; el Dr. Parchure iba y venía vigilando silenciosamente; el enfermero, Patrick Linville, permanecía en la habitación contigua.

 Lentamente, el sueño de Krishnaji se profundizó hasta entrar en un coma, su respiración se hizo más lenta. 

El Dr. Deutsch llegó silencioso y repentinamente alrededor de las once. 

En algún momento de la noche, el desesperado anhelo que una tenía de que él mejorara tuvo que cambiarse por un deseo de que al fin quedara libre de su sufrimiento. 

El Dr. Deutsch, Scott y yo estábamos allí cuando el corazón de Krishnaji cesó de latir diez minutos después de la medianoche. 

De acuerdo con sus deseos, sólo unas pocas personas le vieron después de su muerte y únicamente un puñado de amigos estuvo presente en su cremación, que tuvo lugar en Ventura a las ocho de esa misma mañana. 

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 21 -

 21 

«El mundo de la creación» 

K no permitiría que Mary Zimbalist fuera con él a la India ese invierno, puesto que el año anterior ella había estado enferma mientras se encontraba allá. 

Mary se preguntaba si volvería a verlo alguna vez, tan frágil se había vuelto él. «Si estuviera a punto de morir, le telefonearé inmediatamente», le aseguró K. «No moriré de repente. Estoy bien de salud, mi corazón, todo está bien. 

Todo es decidido por alguien más. 

No puedo hablar de ello. 

No me está permitido, ¿comprende? Es mucho más serio. 

Hay cosas que usted no conoce. 

Inmensas, y no puedo decírselas. 

Es muy difícil encontrar un cerebro como éste, y debe continuar tanto como el cuerpo pueda hacerlo, hasta que algo diga basta». 

Cuando Mark Edwards fotografió a K el 19 de octubre, cuatro días antes de que éste partiera a la India, encontró que su aspecto era notablemente bueno. 

Sin embargo, durante la semana que pasó en Nueva Delhi, K durmió muy poco y apenas si comió alguna cosa, de modo que cuando llegó a Rajghat el 2 de noviembre, el Dr. Parchure, que lo estaba aguardando, lo encontró terriblemente débil. 

Desde ese día hasta la muerte de K, el médico ya jamás se apartó de su lado y llevó un registro de su estado de salud. 

Mientras estuvo en Rajghat, K llevó a cabo una de sus principales tareas en la India, la de hallar un nuevo Director («Rector», como se llamaba el puesto) para la Escuela de Rajghat. 

Este resultó ser el Dr. P. Krishna, sobrino de Radha Burnier y Profesor de Física en la Universidad Hindú de Benarés quien, con el consentimiento de su Rector, accedió renunciando a su puesto en la Universidad para hacerse cargo, en febrero, de sus nuevos deberes en Rajghat. 

En lugar de escribir cartas diarias a Mary Zimbalist, como lo había hecho en sus visitas anteriores a la India cuando ella no le había acompañado, K dictaba ahora, casi todos los días, cartas mucho más largas en casetes que le remitía por correo. 

Esto se debía a su mano temblorosa. 

El 9 de noviembre, le dijo desde Rajghat que su tensión sanguínea había bajado considerablemente y que sus piernas estaban tan «tambaleantes» que apenas podía caminar; el día anterior había rodado unos cuantos escalones al no poder subirlos. 

El Dr. Parchure le había recomendado ciertos ejercicios y masajes con aceite en las piernas, por lo cual estaba seguro de que pronto se fortalecerían. 

Sentía que ya no podía comer con los demás y tomaba todas sus comidas en la cama. 

La gente venía a verle todo el tiempo en su habitación y allí se realizaban las discusiones. Pupul Jayakar, Nandini Mehta, Radhika Herzberger, Sunanda y Pama Patwardhan, se encontraban todos en Rajghat. 

El día 11 sus piernas estaban mejor y en general se estaba sintiendo con más fuerzas. 

Habló sobre la belleza del río cuando el sol se levantaba cerca de las 6,15. 

Estaba leyendo Lincoln, de Gore Vidal y lo calificó de «realmente maravilloso». 

A pesar de su debilidad, K ofreció dos pláticas públicas en Rajghat y participó en las discusiones con los síndicos de la India y algunos eruditos budistas, incluyendo a Jagannath Upadhyaya (1) . 

El Gobierno de la India había entregado una subvención artística a G. Aravindan, un productor cinematográfico muy conocido, para que realizara una película de largo metraje basada en la vida de K, The Seer who Walks Alone (El Profeta que marcha Solo). 

El filme se había comenzado el año anterior y las últimas secuencias se tomaron en Rajghat durante esta visita final de K. 

Cuando K subió al Valle de Rishi a fines de noviembre, revelaba su debilidad, según el Dr. Parchure, durante sus paseos vespertinos, cuando «se inclinaba tanto hacia la derecha que podía caerse». 

También estaba sintiendo fuertemente el frío, probablemente a causa de su pérdida de peso. 

K dijo a Mary que ni las mantas ni una botella de agua caliente podían mantenerlo abrigado por las noches, la temperatura ambiente estaba por debajo de los 9º C incluso en las mañanas. 

Comía a solas en su habitación, tal como lo había hecho en Rajghat y también se proponía hacerlo en Madrás. 

Pero no parecía aún tener idea de lo enfermo que estaba porque, el 4 de diciembre, le dijo a Mary que el 20 de enero iría desde Madrás a Bombay y que partiría de Bombay hacia Londres el 12 de febrero; que después de permanecer cuatro días en Brockwood volaría a Los Ángeles, de modo que volvería a verla el 17 de febrero (que, de hecho, era el día en que iba a morir). 

El 11 dijo que se sentía mucho más fuerte; sus piernas se estaban poniendo «un poco más firmes». 

A mediados de diciembre, maestros de todas las escuelas Krishnamurti se reunieron en el Valle de Rishi para una deliberación. 

Scott Forbes, uno de los que vinieron desde Inglaterra, quedó penosamente afectado por el deterioro físico de K. 

Más tarde habría de escribir: Las personas en el Valle de Rishi estaban muy conscientes de su debilidad y todos los estudiantes y profesores eran muy amables y, cautos con él. 

Había en el aire una sensación de presagio. 

Ninguno quería hablar abiertamente de ello -al menos no a mí- pero había muchos y obvios indicios de que nadie esperaba que Krishnaji regresara alguna vez al Valle de Rishi. 

El tiene que haber estado preparando a la gente para esto, porque poco a poco se aceptó que probablemente ya no volvería a la India.

(1) El Futuro es Hoy (Kier, 1992). 

Radhika estuvo haciendo de anfitriona para todos, manejando esta deliberación y tratando de cuidar a Krishnaji y, al mismo tiempo, de afrontar sus propias y continuas responsabilidades en la escuela. Recuerdo haber pensado varias veces que ella hacía esto muy bien y que estaba manejando una situación muy, muy difícil, de la mejor manera que podía hacerse (1) 

Para sorpresa de todos, K participó en la deliberación de los maestros, hablando en ella tres veces y «poniendo toda la cosa sobre una base diferente de radiante grandeza», según dijo uno de los maestros de Inglaterra. 

En la última intervención, K preguntó si existía una inteligencia no nacida del conocimiento y, por ende, libre de interés propio. 

Trazó una distinción entre mente y cerebro, siendo éste un mecanismo físico, esencialmente la sede del pensamiento. 

La mente era por completo diferente de esto y no estaba involucrada en el pensamiento como tiempo.

Preguntó: «¿Está el tiempo implicado en la bondad?» Y planteó que, contrariamente a la experiencia humana, el bien no estaba relacionado con el mal, ni como una reacción a éste ni como un estado primordial. 

Recordó a los presentes que habían estado discutiendo asuntos tales como el curriculum, cuál era para K todo el propósito de las escuelas: cómo dar origen a un cerebro nuevo y qué significaba florecer en la bondad (2) . 

K también habló solamente para los niños cuando estuvo en el Valle de Rishi. 

Recalcó, como lo había hecho con nosotros en 1924 cuando estuvimos en Pergine, que lo peor era crecer mediocres. 

Uno podía alcanzar la más alta posición en la tierra y seguir siendo mediocre. 

Era una cuestión de ser, no de realización. 

Hubo alguna discusión entre Radhika Herzberger y Scott acerca de un pequeño centro de estudios que, financiado por Friedrich Grohe, iba a construirse en el Valle de Rishi. 

Pequeños centros también habrían de construirse en Rajghat y en Uttar Kashi, en los Himalayas cerca de Dehradoon, sobre una parcela de terreno que habían obsequiado a la Indian Foundation y que era inaccesible en invierno. 

Friedrich también financió estas construcciones. 

Durante estas discusiones, una abubilla, pájaro que tiene un pico largo y una alta cresta, solía posarse en el antepecho de la ventana del dormitorio de K, picoteando el vidrio y deseando entrar. 

Había hecho esto en otras varias visitas de K. 

Él nunca la había alimentado y el pájaro no parecía tener razón alguna para querer entrar; sin embargo, siempre andaba cerca de ahí. 

K le hablaba y decía que al pájaro le gustaba el sonido de su voz. 

Estaba ahí, como de costumbre, picoteando el vidrio en esta última visita de K. 

Uno puede escucharlo nítidamente si presta atención al casete de las deliberaciones (3) . 

El 19 de diciembre, dos días antes de viajar a Madrás, K decía a Mary en el casete que diariamente grababa para ella: Estoy, perdiendo mucho peso. 

Al parecer, me fatigo muy rápidamente. 

A mediados de enero usted sabrá si no voy, a Bombay y/o si tomo el vuelo en la línea aérea Singapur de Madrás a Singapur y, de Singapur a LA [Los Ángeles]. 

Eso me gusta: no bajar en Heathrow-Londres y luego, cinco días después, tomar otro avión a LA... veremos qué pasa. 

Estoy verdaderamente bien, es un hecho, ningún problema de corazón, ningún dolor de cabeza; mi cerebro está bien, funciona, muy bien y el hígado y todo lo demás está bien, pero al parecer no puedo continuar recuperando peso. 

Lo estoy perdiendo, de modo que lo sensato podría ser ir a Singapur y directamente sobre el Pacífico... pero como le escribo todos los días, le hablo todos los días, usted lo sabrá. 

Veremos qué pasa. 

Cuanto menos viaje mejor; todo me cansa ahora. 

Hay interrupciones en esta grabación cuando K habla a lo que, evidentemente, es la abubilla: «Entra, estoy aquí, ven. 

Ven, vieja, estoy de este lado. 

Ven y siéntate. (Lo siento, estoy hablando a los pájaros). ¡Tienes ojos muy penetrantes!, ¿verdad?» 

Para el día 21, como le dijo a Mary, K había cancelado sus pláticas en Bombay, y tomó la decisión de volar a Los Ángeles vía Singapur. «No puedo perder peso», siguió diciendo, «he perdido una cantidad considerable y, si pierdo algo más me debilitaré tanto que no podré caminar. 

Eso no convendría en absoluto». 

Ahora K había pedido a Scott Forbes que fuera con él a Ojai en vez de regresar a Europa con los demás maestros, que cambiara su pasaje (el de K) y el del Dr. Parchure para viajar por la Singapore Airlines y que consiguiera uno para sí mismo. 

Afortunadamente, Scott tenía una tarjeta American Express con la cual pudo hacer estos arreglos. 

K no podía afrontar el frío en Europa. 

Quería partir directamente apenas finalizaran las pláticas de Madrás y las reuniones de los síndicos que seguirían a las mismas. 

El Dr. Parchure dispuso que K consultara a un médico eminente tan pronto llegara a Madrás. 

Ahora sólo pesaba 44 kilos y tenía fiebre. 

El médico, sospechando algo maligno, quiso realizar unos exámenes clínicos pero K se negó a hacer nada que pudiera perturbarle durante las pláticas. 

En vista de esto, decidió ofrecer tres en lugar de cuatro pláticas públicas vespertinas en los jardines de Vasanta Vihar, y pidió a Scott que adelantara la fecha de su

(1) De un largo relato sobre la enfermedad de K, escrito por Scott Forbes después de la muerte de K. (2) De una carta de Stephen Smith a la autora, escrita después de la muerte de K. (3) Archivos de la Indian Foundation y AB. 

partida al 10 de enero en vez del 17. 

(«El casi estaba corriendo de regreso a Ojai para entregarse al cuidado del Dr. Deutsch», según registró el Dr. Parchure). 

Enfermo como estaba, en los anocheceres continuó paseando por la playa desde la casa de Radha Burnier" A principios de enero, todos los que estaban en Vasanta Vihar fueron a Madrás para el estreno de la película de Aravindan, que había sido terminada en un tiempo notablemente corto. Hay en el filme algunas tomas muy, bellas, aunque es una lástima que no se identifiquen los lugares por los que vemos a K paseando y hablando (1) . 

K finalizó su tercera plática del 4 de enero de 1986, la última que habría de ofrecer jamás, con las palabras: La creación es algo de lo más sagrado. 

Es la cosa más sagrada que hay en la vida, y si ustedes han convertido en una confusión la vida que viven, cámbienla. 

Cambien esa vida hoy mismo, no mañana. 

Si están inseguros, descubran por qué y estén seguros. 

Si el pensar de ustedes no es correcto, piensen correctamente, lógicamente. 

A menos que todo eso esté preparado, establecido en ustedes, no podrán penetrar en este mundo de la creación. 

Esto se termina. 

[Estas palabras, más aspiradas que pronunciadas, son casi inaudibles en el casete. No pudieron haber sido escuchadas por el auditorio]. 

Después, tras una larga pausa, agregó: «Esta es la última plática. ¿Quieren permanecer sentados juntos y tranquilos un rato? 

Muy bien, señores, quédense un rato sentados en silencio» (2) . 

En la revisión de la Indian Foundation que siguió a las pláticas, K insistió en que las casas donde había vivido no debían convertirse en lugares de peregrinaje, en que no debía desarrollarse ningún culto en torno a él. 

Y pidió que en las normas y reglamentos de la Fundación se insertara el siguiente memorándum: Bajo ninguna circunstancia, la Fundación o cualquiera de las instituciones bajo sus auspicios, ni miembro alguno de las mismas, se erigirá en autoridad con respecto a las enseñanzas de Krishnamurti. 

Esto está de acuerdo con la declaración de Krishnamurti en el sentido de que nadie, en ninguna parte, deberá considerarse una autoridad en Krishnamurti o en sus enseñanzas (3) .

(1) Se consigue un video de esta película en AB. (2) EFB, edición especial, 1986, y El Futuro es Hoy. (3) Boletín de la Indian Foutidation, 1986/3.

domingo, 6 de agosto de 2023

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 20 -

 20 

«Mi vida ha sido planeada» 

K no habló en Nueva York en 1985, porque Milton Friedman, autor y, al mismo tiempo, escritor de discursos para la Casa Blanca, había organizado para él dos pláticas a realizarse durante el mes de abril en el Kennedy Center de Washington D.C. 

Sin embargo, antes de eso K habló nuevamente para la Sociedad Pacem in Terris de las Naciones Unidas en ocasión de celebrarse el 40 aniversario de las mismas. 

Esta vez el auditorio fue escaso y K tuvo que esperar media hora debido a una confusión que se produjo en el salón donde tenía que hablar. 

Cuando dejaba el edificio al terminar la plática, dijo a Mary: «No más Naciones Unidas». 

Esta fue la primera y única vez que K habló en Washington. 

No quedaba un asiento vacío en la sala. Al dirigirse a un auditorio nuevo, inteligente y seriamente interesado, K alcanzó nuevamente la cima de sus poderes. 

No fue que dijera nada nuevo; más bien fue lo que irradiaba, la fuerza y convicción de su voz, las resonancias de su lenguaje. En la segunda plática hubo un pasaje particularmente bello acerca del dolor: Cuando hay dolor, no hay amor. 

Cuando uno está sufriendo, cuando está ocupado con el propio sufrimiento, ¿cómo puede haber amor ahí?... ¿Qué es el dolor? ¿Es autocompasión? Por favor, investiguen. 

No decimos que lo sea o que no lo sea... ¿Es la soledad la que origina el dolor, el sentirse desesperadamente solo, aislado?... ¿Podemos mirar el dolor tal como realmente es en nosotros, permanecer con el dolor, retenerlo y no escapar de él? El dolor no es diferente de aquel que sufre. 

La persona que sufre desea zafarse del dolor, escapar, hacer toda clase de cosas. Pero si miraran el dolor como mirarían a un niño, a un hermoso niño, si permanecieran con el dolor sin escapar jamás, entonces verían por sí mismos, si en verdad miraran profundamente, que el dolor toca a su fin. Y cuando termina el dolor, hay pasión; no lujuria, no estimulación de los sentidos, sino pasión (1) . 

Dos días antes de la primera plática, apareció en lugar destacado del Washington Post, una entrevista que Michael Kernan le hizo a K. 

Kernan, además de relatar brevemente los primeros años de la vida de K, citaba algunos de sus comentarios, tales como: «Cuando uno termina con el apego completamente, entonces hay amor. Y: «Para aprender acerca de uno mismo, para comprenderse, uno debe descartar toda autoridad... No hay nada que aprender de nadie, incluido el que les habla... Él no tiene nada que enseñarles. Él actúa meramente como un espejo en el cual pueden ustedes verse a sí mismos. Entonces, cuando alcanzan a verse claramente, pueden descartar el espejo». 

En otra entrevista se le preguntó a K: «¿Qué pasa si alguien que le escucha se toma a pecho sus sugerencias y cambia realmente? ¿Qué puede hacer una sola persona?» A esto K respondió: «Esa es la pregunta equivocada. Cambie... y vea qué ocurre». 

Y en una transmisión de radio del 18 de abril para «La Voz de América», cuando se le preguntó qué pensaba del renacimiento religioso en Norteamérica, contestó: «Eso no es en absoluto un renacimiento religioso. ¿Qué es un renacimiento? Revivir algo que se ha ido, que ha muerto, ¿no es así? Quiero decir que usted puede revivir un cuerpo que está medio muerto: vierte en él un montón de medicinas religiosas, pero el cuerpo, después de ser revivido, será el mismo viejo cuerpo. Eso no es religión». 

Más adelante, dijo en la entrevista: Si el hombre no cambia radicalmente, si no da origen a una mutación fundamental en sí mismo, no por medio de Dios, no por medio de plegarias -toda esa cosa es demasiado infantil, demasiado inmadura-, entonces nos destruiremos a nosotros mismos. 

Una revolución psicológica es posible ahora, no dentro de mil años. Ya hemos vivido miles de años y seguimos siendo bárbaros. De modo que si no cambiemos ahora, seguiremos siendo bárbaros mañana o dentro de un millar de mañanas... 

Si no detengo la guerra hoy, iré a la guerra mañana. Así que, muy sencillamente expresado, el futuro es ahora. 

Fue una pena que K tuviera que continuar con sus habituales pláticas de todos los años, después del apogeo de Washington: Ojai, Saanen, Brockwood, India... 

Hubo cierto deterioro en sus pláticas de este año, nada sorprendente a los noventa. 

Puesto que a K le había disgustado tanto Schönried el año anterior, para la reunión de ese año Friedrich Grohe le prestó su propio piso en Rougemont, distante unas cinco millas de Gstaad en el mismo valle.

 Permaneció aquí con Mary, mientras que Vanda y el Dr. Parchure ocupaban un piso más grande que habían alquilado en el mismo chalet. 

Fosca tuvo que renunciar finalmente a su trabajo (murió en agosto a los noventa años), así que Raman Patel, que había estado a cargo de la cocina en Brockwood, era quien se ocupaba de ellos. 

Desde Rougemont, como lo había hecho desde Schönried, K iba en automóvil a Tanneg para iniciar desde allí sus

(1) Washington D.C. Talks 1985 (Mirananda, Holanda, 1988).

 paseos vespertinos. 

En su primer paseo de ese año, se adelantó y entró solo en el bosque «para ver si éramos bienvenidos».

 Durante la reunión, que tuvo lugar con un tiempo perfecto, K no se sintió del todo bien. 

Una tarde se sintió tan enfermo que le dijo a Mary: «Me pregunto si mi hora ha llegado». 

En la asamblea internacional de síndicos celebrada durante las pláticas sugirió que, a fin de acortar sus viajes, después de un verano más en Saanen las reuniones se hicieran en Brockwood. 

Pero, antes de que finalizaran las pláticas, algunos de los síndicos fueron a Rougemont y le recomendaron enfáticamente que no celebrara ni una reunión más en Saanen. 

K, después de considerar cuidadosamente la sugerencia, la aceptó. 

La Dra. Liechti, que se encontraba nuevamente allí, y el Dr. Parchure aprobaron esto desde el punto de vista médico, y así se anuncio al día siguiente en la carpa. 

En la última sesión de preguntas y respuestas, el día 25 de julio, K dijo con gran sentimiento: «Hemos tenido los días más maravillosos, hermosas mañanas, bellos atardeceres, largas sombras y profundos valles azules, un claro cielo celeste y la nieve... Jamás ha habido un verano como éste. Así es como las montañas, los valles, los árboles y el río nos dicen adiós». 

Se había pedido a Mark Edwards que fuera a Saanen ese año para tomar fotografías de la reunión, desde la instalación de las carpas hasta la última de las pláticas, de modo que resultó una coincidencia afortunada que se encontrara ahí para registrar esta reunión final después de veinticuatro años.

(1) Cuando Mark fue al chalet de Rougemont para tomar una fotografía, K advirtió inmediatamente que tenía una cámara nueva, una Nikon SA en lugar de una Leica. Como no había película colocada en la nueva cámara, Mark abrió el respaldo para enseñarle a K el nuevo tipo de obturador. 

K sostuvo la cámara y preguntó si podía llevarla hasta la ventana. 

Una vez allí, miró con curiosidad el hermoso mecanismo examinándolo por largo tiempo con atención completa antes de devolver la cámara a Mark. 

Por el resto del verano K se vio enfrentado a un dilema sobre el que estuvo reflexionando en Rougemont después de la reunión. 

El viajar se estaba tornando demasiado agotador y, sin embargo, no podía permanecer mucho tiempo en un solo lugar. 

Se había vuelto tan sensible que sentía cómo la gente fijaba su atención en él si se quedaba demasiado, una presión que ya no podía soportar más. 

Y tenía que seguir hablando. 

Hablar era su raison d’être (razón de ser). 

Necesitaba muchísimo que alguien le planteara retos, de modo que pudiera encontrar nueva inspiración para investigar más y más profundamente dentro de sí mismo. Decía que nadie podía hacerlo ya; él no podía llegar más lejos con David Bohm o con el Pandit Jagannath Upadhyaya en la India. 

Los seminarios con psicólogos que organizaba para él el Dr. Shainberg cada vez que K iba a Nueva York, habían comenzado a perder interés, al igual que las conferencias con científicos en Brockwood.

 En los últimos años había sostenido discusiones con el Dr. Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio, con el Profesor Matirice Wilkins, la escritora Iris Murdoch y otros. También le habían entrevistado innumerables personas, incluyendo a Bernard Levin en la televisión, pero ninguno de ellos había aportado inspiración nueva. 

Cuanto más erudita era una persona, cuanto más había leído, cuanto mejor era su memoria y más atiborrada estaba su cabeza con conocimientos de segunda mano, tanto más difícil encontraba K comunicarse con ella. 

Sus entrevistadores buscaban compararlo con otros maestros religiosos, con otros filósofos, trataban de encasillarlo de algún modo. 

Parecían incapaces de escuchar lo que él tenía que decir, sin pasarlo por el tamiz de sus propios prejuicios o conocimientos. 

K tenía el propósito de acortar su programa de ese invierno en la India y dar sólo una serie de pláticas en los EE.UU. durante 1986. 

Consideró la posibilidad de ofrecer pláticas en Toronto, donde nunca había estado, pero temía tener que cancelarlas si su salud fallaba. 

Habló largamente con Mary en Rougemont, tratando de encontrar una respuesta a su problema. Acababa justamente de llegar una carta de una pareja de amigos griegos que los invitaban a él y a Mary, ofreciéndoles alojarlos con ellos en una isla de Grecia. 

K se sintió tentado y encontró la isla en el mapa, pero después se preguntó si habría allí suficiente sombra (una vez había sufrido una insolación y no podía soportar el caminar o el sentarse al sol). 

Un día, mientras todavía se encontraba en Rougemont, dijo a Mary: «Aquello está vigilando». 

Mary anotó: «El habla como si algo estuviera decidiendo lo que ocurre. "Aquello" decidirá cuándo su trabajo está acabado, y de aquí, por inferencia, su vida». 

Otro día ella anotó una conversación que tuvo con él cuando discutían planes de viajes.

K: No es el efecto físico sobre el cuerpo. Es otra cosa. Mi vida ha sido planeada. Aquello me dirá cuándo debo morir, dirá que esto ha terminado. Aquello determinará mi vida. Pero debo tener mucho cuidado de no interferir con «aquello» diciendo: «Ofreceré sólo dos pláticas más». 

M: ¿Siente usted cuánto tiempo más le concede aquello? 

K: Creo que unos diez años más. 

(1) Setenta de estas excelentes fotografías se publicaron en Las Talks at Saanen, (Gollancz, Harper & Row, 1986). 

M: ¿Quiere decir que va a hablar por otros diez años? 

K: Cuando deje de hablar, habrá terminado todo. Pero no quiero fatigar el cuerpo. Necesito cierta cantidad de descanso, pero no más. Un lugar tranquilo donde nadie me conozca. Pero, por desgracia, la gente llega a conocerme. 

En estos días dijo a Mary una vez más que debía escribir un libro sobre él, «lo que era vivir con él», como decía. También le pidió a Mary que anotara lo siguiente: «Si alguien se siente lastimado por lo que tengo que decir, es que no ha prestado atención a la enseñanza». 

Antes de que Erna Lilliefelt, que había asistido a la asamblea internacional, partiera de regreso a California, K les dijo a ella y a Mary que debían encargarse de que él tuviera cosas que hacer durante su permanencia en Ojai. 

No iba a quedarse simplemente sentado ahí, pero ellas no tenían que disponer las cosas simplemente para complacerlo a él: «Tiene que ser algo que ustedes consideran necesario». 

Paseando por el bosque en la tarde siguiente, dijo: «El espíritu se ha ido de Saanen, probablemente sea por eso que me siento tan incómodo. Se ha trasladado a Brockwood». 

Cuando Vanda Scaravelli que, como era habitual, había vuelto a Florencia durante la reunión, regresó a Rougemont en vísperas de la partida de K, le aconsejó que se tomara un largo descanso y fuera a Italia el próximo verano, en vez de ir a Suiza. 

K se tornó de pronto muy alegre y entusiasta: «Podemos ir a los Alpes Franceses o a las montañas de Italia», le dijo a Mary. También le hubiera gustado ir a Florencia, Venecia y Roma. 

El 12 de agosto, día de su partida a Inglaterra, se despidió de Vanda Scaravelli por última vez. 

K se sentía muy cansado cuando regresó a Brockwood, incluso demasiado cansado un día para hacer sus ejercicios, un acontecimiento sumamente raro. 

Le dijo a Mary que, desde el fin de las reuniones de Saanen, algo había estado ocurriendo dentro de él, y que «si algo decide todo lo que le sucede a K, se trata de algo extraordinario». 

Mary le preguntó si se daba cuenta de ciertos cambios que ocurrían en él, en su comportamiento, «un poco de rudeza impropia de usted». 

«¿Soy rudo con otros?», le preguntó K. 

«No».

 «¿Sólo con usted?»

 «Sí». 

Él dijo que nunca había hecho nada inadvertidamente, que ella tenía que apresurarse a cambiar, que por eso había sido rudo. «Quiero darle un nuevo cerebro», le dijo. 

Pero quince días después, K le dijo que había estado examinando su propia irritabilidad. 

«O me estoy poniendo viejo, o he caído en un hábito [de regañarla a ella] y ésa es una falla mía que tengo que eliminar. Mi cuerpo se ha vuelto hipersensible. La mayor parte del tiempo siento deseos de «marcharme», y eso es algo que no debo hacer. Voy a habérmelas con esto. Es imperdonable». 

Otro día le dijo a ella: «No debo enfermarme seriamente. El cuerpo existe para hablar». 

Era evidente que sus fuerzas físicas estaban decayendo. Sus paseos se acortaban. 

Pero tenía «meditaciones extraordinarias» que siempre implicaban que «lo otro», cualquier cosa que fuera «lo otro», estaba con él. 

La reunión de Brockwood comenzó el 24 de agosto con un tiempo espléndido. 

En la tercera plática, vino un equipo profesional de cine para realizar una película. Tenían una grúa, de modo que pudieron hacer tomas panorámicas completas. La película, titulada The Rol of The Flower (El Papel que juega la Flor), se exhibió el 19 de enero de 1986 en la Thames Television. 

No podía haber sido un filme mejor de la reunión en su totalidad, pero la entrevista que le hicieron a K al final, que prometía ser particularmente buena, resultó demasiado corta. 

K sentía ahora que había puesto «la casa en orden» en Brockwood, pero que una «puesta en orden» similar le aguardaba en la India, y eso en parte lo temía y en parte «ardía por estar allá». 

Una mañana, mientras esperaba en el andén de la estación de Petersfield en su camino a Londres, le dijo a Mary que Scott Forbes le había preguntado cuánto tiempo iba a vivir. 

K dijo que lo sabía pero que no lo diría. «¿Lo sabe usted realmente?» le preguntó Mary: K: Creo que lo sé. Tengo insinuaciones. M: ¿No quiere usted decírmelo? K: No, no sería lo correcto. No puedo decírselo a nadie. 

M: ¿Podría uno tener al menos una vaga idea del tiempo? 

K: Scott me preguntó si yo aún estaría aquí cuando se terminara de construir el Centro de Brockwood. 

Dije que sí. [El Centro no podría completar su construcción antes de septiembre de 1987]. 

M: ¿Hemos de vivir pensando que en cualquier momento K podría dejarnos? 

K: No, no es así, ello no ocurrirá por bastante tiempo. 

M: ¿Cuánto hace que lo sabe? 

K: Unos dos años. Mientras almorzábamos ese día en Fortnum, también a mí me dijo que sabía el día en que iba a morir pero que no podía revelárselo a nadie. Yo deduje que podían ser entre dos o tres años, aunque se le veía tan joven y activo y eternamente, bello ese día, que diez años parecían ser un término más probable. No tenía en absoluto la apariencia de un anciano sino más bien la de un duende inmortal. 

Era tan observador como siempre, mirando con el mismo vehemente interés a la gente que había alrededor de nosotros en el restaurante. 

Ese otoño, en Brockwood, K empezó a enseñar a Scott Forbes algunos de sus ejercicios de yoga. 

Era un maestro severo. 

Scott habría encontrado extraordinaria una elasticidad como la de K aun en un hombre mucho más joven.

Aunque ya no se paraba sobre su cabeza tal como lo había hecho por años. K también tenía una conversación con Scott grabada en un casete, la cual revela lo que él esperaba de un maestro que enseñara en una de sus escuelas. 

Comienza preguntando a Scott si el grupo de maestros principalmente responsables por la escuela sabía, siquiera intelectualmente, de qué hablaba él (K). 

Scott contestó que ellos respondían a «lo otro» que estaba ahí. 

Entonces K quiso saber qué estaba ocurriendo en Scott mismo: ¿Cuál era su sentir con respecto a K? ¿Cuál era su actitud hacia la enseñanza de K y hacia toda la labor que se estaba realizando en EE.UU., la India y Brockwood? ¿Por qué él, Scott, se encontraba en Brockwood? Su contacto con la enseñanza, ¿se debía solamente a K? ¿Dependía Scott de K? ¿Y suponiendo que K muriera mañana? Habiendo entrado en contacto con K, «ese soplo, ese hálito, ese sentir, ¿morirá eso después de la muerte de K o florecerá, crecerá, se multiplicará?... ¿Florecerá ello por sí mismo? ¿Sin depender de las circunstancias? Nada puede corromperlo una vez que está ahí. Puede pasar por diferentes circunstancias, pero siempre está ahí». 

Scott respondió que ello «aún no tenía consistencia». «No use la palabra ‘aún’», le advirtió K. «’Aún’ significa tiempo. ¿Le permitirá usted adquirir consistencia, fuerza y echar raíces profundas y florecer? ¿O dependerá de las circunstancias?» 

La conversación prosiguió así: S: No, señor. Uno lo haría todo... K: No, no, no, señor. No se trata de que usted haga nada. 

La cosa misma lo hará; como en una matriz, usted no tiene nada que hacer. 

Ello crece. Está ahí. 

Está obligado a crecer. 

Está obligado a florecer (ésa es una palabra mejor)... 

Se da cuenta Scott de que la semilla está ahí? ¿Está impidiendo Scott el florecimiento a causa de una excesiva actividad, de una excesiva organización, no dándole el aire suficiente para que florezca? 

Lo que generalmente sucede es que las organizaciones ahogan esa cosa...

Usted tiene que estar muy seguro de que la semilla se encuentra ahí, de que no es algo inventado por el pensamiento. 

Si la semilla es fuerte, usted realmente no tiene nada que hacer al respecto... Dentro de usted no puede haber ningún conflicto. 

Ellos [los estudiantes] pueden tener conflictos pero usted no... Ellos pueden emitir opiniones. 

Usted no puede tener opiniones... 

Usted tiene que escucharlos, ver lo que dicen, escuchar a cada uno, no reaccionar a ello como «Scott» o desde su propio trasfondo, sino escucharlos muy, muy atentamente... ¿Puede usted estar libre de su trasfondo? Eso es muy difícil. 

Eso requiere realmente de toda su energía... 

El trasfondo es todo su aprendizaje norteamericano, su educación norteamericana y la llamada cultura... Discuta con ello, evalúelo, consulte con su trasfondo. 

No diga: «Bien, tengo que librarme de mi trasfondo», eso no puede hacerlo nunca... 

Usted puede darse cuenta de su trasfondo y no dejarle que reaccione, no dejarle que interfiera. 

Creo que es necesaria una acción en ese sentido, puesto que usted va a dirigir este lugar. 

Usted posee la energía, posee el impulso. 

Conserve eso. 

No deje que poco a poco se vaya marchitando debido a esta carga

(1) . A K le preocupaba mucho por esta época que la organización y las actividades de las escuelas pudieran estar ahogando la enseñanza. 

No había organización alguna que pudiera mantener unidas a las Fundaciones. 

«El factor unificador debe ser la inteligencia», les dijo a Mary y a Scott. 

«Sean libres en el verdadero sentido, y esa libertad es inteligencia. 

La inteligencia es común a todos nosotros y es la que nos unirá, no la organización. 

Si vemos la importancia de que cada uno de nosotros sea libre, y que esa libertad implica amor, consideración, atención, cooperación, compasión, entonces esa inteligencia es el factor que habrá de mantenernos unidos». 

También le pidió a Mary que anotara: «La independencia sin libertad no tiene sentido. Si uno tiene libertad, no necesita independencia». 

El 21 de septiembre, en una reunión del cuerpo directivo, K preguntó: «¿Cómo hacen ustedes para que los estudiantes vean instantáneamente, sin tiempo, que el interés propio es la raíz del conflicto? No sólo que lo vean, sino que se transformen instantáneamente». 

Siguió diciendo que de todos los centenares de estudiantes que habían pasado por el Valle de Rishi, su escuela más antigua, ni uno solo había cambiado. 

Después de la reunión, cuando estaban solos, Mary le preguntó cuál era el sentido de tener estudiantes si ninguno de ellos en todos estos años había cambiado. 

Si, con toda la influencia que K ejercía, ningún estudiante se había transformado, ¿cómo podía el resto de nosotros, que aparentemente tampoco había cambiado, producir un cambio en los estudiantes? 

«Si usted no lo ha hecho, ¿hay alguna posibilidad de que nosotros podamos hacerlo?»preguntó ella.

 «No lo sé», contestó K, pero lo dijo más bien en tono de broma, evidentemente poco deseoso de continuar con un tema tan serio.

(1) AB. La escuela de Brockwood continuó floreciendo desde la muerte de K. 

Es mucho más pequeña que las escuelas de la India, con capacidad para sólo sesenta estudiantes, de los cuales hay un número igual de muchachos y muchachas de veinte nacionalidades diferentes, con edades entre los catorce y los veinte años. 

Existe un fondo especial para becas. 

Algunos de los estudiantes toman cursos en la Universidad Libre mientras viven y trabajan en Brockwood. 

En octubre, Keith Critchlow estaba otra vez en Brockwood con planos detallados para el Centro y muestras de los dos diferentes tipos de ladrillos coloreados que quería usar, así como de las tejas para el techo, ambos materiales hechos a mano. 

Estas muestras contaron con la aprobación general. 

K había declarado recientemente y grabado en video, lo que quería que el Centro fuera: Debe ser un centro religioso, un centro donde la gente sienta que no hay nada preparado, nada imaginativo, ninguna clase de atmósfera «santa». 

Un centro religioso, no en el sentido ortodoxo de la palabra; un centro donde exista una llama viva, no las cenizas de ella. 

La llama está viva, y si uno llega a esa casa podrá tomar la luz, la llama y llevarla consigo, o podrá encender su propia bujía o ser el más extraordinario de los seres humanos, un ser humano no fragmentado, una persona realmente total en la que no haya sombra alguna de dolor, de angustia, toda esa clase de cosas. 

Por lo tanto, eso es un centro religioso (1) . K también dijo acerca de la sala «tranquila»: «Esa es la fuente de K. Lo siento, en esto soy completamente impersonal. Esa es la fuente de la verdad, resplandece y vive»  (2). K le dijo a Critchlow que él no quería que la casa se viera como la de un «nouveau riche» (nuevo rico) o como «un hotel campestre». «¿Hará que yo sienta deseos de vestirme apropiadamente, que sea limpio?», preguntó. Critchlow respondió que si la casa era «respetuosa» con la gente, la gente sería respetuosa con la casa. 

Este sentido de respeto mutuo ha sido magníficamente logrado en el Centro, que se inauguró completamente terminado en diciembre de 1987. 

Muestra lo que todavía pueden realizar artesanos con dedicación cuando se sienten inspirados por el proyecto en que se les alentó a participar. 

Cuando uno entra en la casa, penetra inmediatamente en la singular atmósfera de Krishnamurti. (1) AB. (2) Cuando habló acerca del Centro con Mary Zimbalist y Scott Forbes en Schönried, agosto de 1984.

VIDA Y MUERTE DE KRISHNAMURTI - ESCRITO POR MARY LUTYENS - 19 -

 19 

«Usted tiene que apresurarse a comprender» 

En abril de 1983, K fue a Nueva York nuevamente, ofreciendo esta vez las pláticas en el Felt Forum del Madison Square Garden, que tenía una capacidad aún mayor que la del Carnegie Hall. 

Dos reporteros que lo entrevistaron para el East West Journal, comentaron: «Nos encontramos con un hombre atento y tímido que parecía dotado de una paciencia infinita, si bien al mismo tiempo exhibía una gran vehemencia y un sentido misionero... Su claridad y sus agudos comentarios nos abochornaron muchas veces, dejándonos con la sensación de que estábamos frente a un hombre verdaderamente libre que, sin proponérselo, había alcanzado lo que en mi sentir es un tipo de anarquía espiritual, una perspectiva profundamente moral y sagrada, por completo independiente de las ideologías o religiones ortodoxas». 

En la reunión de Ojai que siguió a las pláticas de Nueva York, se exhibió una película en color de largo metraje sobre la vida de K, que había sido filmada por Evelyne Blau, síndico de la American Foundation, y que le llevó cinco años de elaboración. 

Su título era The Challenge of Change (El Reto del Cambio) y fue dirigida por Michael Mendizza, con textos leídos por el actor norteamericano Richard Chamberlain. 

K permaneció sentado durante toda la exhibición, cosa rara en él porque jamas quería verse a sí mismo en televisión o escuchar sus entrevistas por la radio, del mismo modo que no quería mirar sus propios libros. 

Evidentemente, disfrutó de esta película con sus hermosas tomas de Suiza y de la India. 

El filme tuvo muy exitosas exhibiciones públicas en diversas ciudades de los EE.UU. 

Poco después de que K y Mary llegaran a Brockwood en junio, Dorothy Simmons sufrió un ataque al corazón. 

Aunque se recuperó bien, no pudo ya seguir cargando con todas las responsabilidades de la escuela, tal como lo había hecho magníficamente por catorce años. 

Se retiró, pero continuó viviendo en Brockwood con su marido, que también se había retirado unos años antes (1) . 

Finalmente, un joven norteamericano, Scott Forbes, casado con una muchacha sudafricana, Kathy, que enseñaba danza en la escuela, fue designado como nuevo Director. 

Scott era un joven dinámico que había estado trabajando en Brockwood por unos diez años, principalmente a cargo del video (que ahora contaba con un equipo de color). 

Había viajado mucho, viviendo un tiempo en París y manejando un negocio de antigüedades en Ginebra, antes de encontrarse accidentalmente con K cuando, por casualidad, fue durante un verano a Saanen. 

Se sintió cautivado escuchando una plática. 

Al ir a trabajar para K, cambió completamente su estilo de vida, en tanto que retenía su vitalidad. Cuando se le designó Director, su esposa asumió las responsabilidades del video. 

Estando todavía en Gstaad, después de la reunión de Saanen de 1983, K iba a conocer a una persona que haría posible la realización de lo qué para él era ahora su anhelo más preciado: construir en Brockwood un Centro para adultos, por completo independiente de la escuela, donde la gente pudiera ir con el solo propósito de estudiar su enseñanza. 

Este hombre de edad mediana era Friedrich Grohe, un alemán residente en Suiza, que cuatro años antes se había retirado de la empresa familiar conocida internacionalmente por su fabricación de grifos para baño y cocina. 

En 1980, la lectura de uno de los libros de K, La Pregunta Imposible, determinó de allí en adelante el curso de su vida, para usar sus propias palabras. 

Vino a ver a K en Tanneg, pues estaba ansioso de fundar una escuela Krishnamurti en Suiza. 

K lo disuadió de dar ese paso, explicándole lo difícil que era encontrar maestros. (Cuando K le preguntó si estaba casado y él le contestó que no, que estaba divorciado, K lo tomó del brazo y dijo: «Bien») (2) .

Al año siguiente, durante una visita a Brockwood, Friedrich Grohe sugirió que, en vez de fundar una escuela, él podría financiar la construcción del Centro de Estudios. 

K aceptó entusiastamente esta propuesta. 

Se eligió un lugar hermoso, cercano a la escuela pero invisible desde el edificio de la misma, con vistas ininterrumpidas hacia el sur sobre campos donde nunca podría edificarse nada. 

K encomendó a Scott Forbes la tarea de encontrar un arquitecto y obtener el permiso para el trazado de los planos. 

Después de un programa completo en la India durante ese invierno de 1983-84, en febrero K regresó bastante exhausto a Ojai y tuvo que lidiar con los problemas surgidos a raíz de la apertura de una escuela secundaria en Ojai, adyacente a la escuela primaria de El Robledal. 

En marzo, K fue invitado por el Dr. M.R. Raju, del National Laboratory Research Center (Centro Nacional de Investigaciones de Laboratorio) en Los Alamos, para que tormara parte en un simposio sobre «Creatividad en la Ciencia». 

Este centro de investigaciones atómicas en EE.UU., proporcionó a K un nuevo y estimulante auditorio. A las ocho de la mañana del 19 de marzo, habló por más de una

(1) Montagna Simmons falleció en 1986 y Dorothy en 1989. Doris Pratt también murió en 1989. (2) Friedrich Grohe fue designado posteriormente síndico de las Fundaciones de Inglaterra y la India. 

hora a cerca de 700 Científicos, sobre el tema de que el conocimiento jamás podría ser creativo porque era incompleto. 

Terminó diciendo: Ciertamente, la creación sólo puede surgir cuando el pensamiento está en silencio... La ciencia es el movimiento por el cual el conocimiento acumula más y más y más. 

El «más» es la medida, y el pensamiento puede ser medido porque es un proceso Material. 

El conocimiento tiene sus propias percepciones limitadas, su propia creación limitada, pero esto engendra conflicto. 

Estamos hablando de una percepción holística en la cual el ego, el «yo», la personalidad, no interviene en absoluto. 

Sólo entonces existe esto que llamamos creatividad. 

De eso se trata. 

A la mañana siguiente, K contestó preguntas a un auditorio más pequeño limitado a los miembros del Laboratorio Nacional de Los Alamos. 

De las quince preguntas que le fueron entregadas, contestó sólo la primera y la última. 

La respuesta a la primera pregunta: «¿Qué es la creatividad? ¿Qué es la meditación?», tomó casi toda la hora y media que se le había asignado y repitió mucho de lo que había dicho el día anterior. 

Acerca de la meditación, dijo: «La meditación no es meditación consciente. 

Lo que nos han enseñado es la meditación deliberada, consciente, el sentarse con las piernas cruzadas o acostarse repitiendo ciertas frases, lo cual es un esfuerzo deliberado, consciente, para meditar. Quien les habla dice que semejante meditación es un desatino. 

Forma parte del deseo. Desear tener una mente en paz, es lo mismo que desear una buena casa o un buen traje. La meditación consciente destruye, impide la otra forma de meditación». 

La última pregunta fue: «Si usted fuera el Director del Laboratorio con responsabilidad en la defensa del país, y reconociendo como están las cosas, ¿de qué modo dirigiría las actividades y la investigación del Laboratorio?» Esta fue, en parte, la respuesta de K: Si yo tuviera un grupo de personas que dijeran: olvidemos todo nacionalismo, toda religión, resolvamos como seres humanos este problema, tratemos de vivir juntos sin destruirnos; si dedicáramos tiempo a todo eso como un grupo de personas absolutamente consagradas que se han reunido en Los Alamos para un propósito y juntas se interesan en todas las cosas de que hemos estado hablando, entonces tal vez podría ocurrir algo nuevo... 

Nadie tiene una perspectiva global, un sentir global por toda la humanidad... no mi país, ¡por el amor de Dios! 

Si usted viajara por todo el mundo, como hace el que le habla, lloraría por el resto de su vida. 

El pacifismo es una reacción al militarismo, eso es todo. 

Quien le habla no es un «pacifista». 

En lugar de eso, consideremos la causa de todo lo que ocurre; si todos juntos buscamos la causa, entonces la cosa está resuelta. 

Pero cada cual tiene opiniones diferentes acerca de las causas y, se aferrara a sus opiniones, a sus pautas históricas. 

De modo, señor, que así están las cosas. 

Miembro del auditorio: Señor, si se me permite decirlo, creo que nos ha convencido usted.

Krishnamurti: No les estoy convenciendo de nada. 

Miembro del auditorio: Lo que quiero decir es que, una vez que realmente intentamos comprender esto y hacer algo en esa dirección, de algún modo parece faltarnos la energía necesaria... ¿Qué es lo que realmente nos retiene? Podemos ver que la casa se está quemando, pero aun así somos incapaces de hacer nada para detener el fuego. 

Krishnamurti: Pensamos que la casa que se quema está allá, pero está aquí. 

Primero tenemos que poner nuestra casa en orden, señor. 

(1) . En abril, K ofreció nuevamente pláticas en el Felt Forum de Nueva York, después de lo cual fue orador invitado en la Sociedad Pacem in Terris y habló en el Dag Hammarskjöld Library Auditorium de las Naciones Unidas. 

No dijo nada en esta ocasión que no hubiera dicho en ocasiones anteriores, aunque nunca se repetía exactamente en las mismas palabras (2) . 

Cuando K llegó a Brockwood esa primavera, encontró que habían instalado en su habitación un reproductor de discos compactos, lo cual fue una gran alegría para él. 

Beethoven era el compositor que escuchaba más a menudo y, en cercano segundo lugar, Mozart. 

Pero la música india, especialmente el canto, le gustaba igual que la música clásica. 

Después de la muerte de K, Scott Forbes me escribió: Por varios años yo había subido con frecuencia a su habitación [la de K] mientras él tomaba su desayuno, lo que hacía escuchando música.

 Acostumbraba sentarse en la cama con una bandeja en su regazo, y sus pies danzaban suavemente, casi invisiblemente bajo las sabanas al compás de la música. 

Y yo solía escuchar, o bien sólo una parte de lo que él escuchaba, o, en años posteriores, escuchaba con él la pieza completa. 

Ello no tenía nada que ver con el hecho de que era un maravilloso equipo estéreo; más bien se trataba de una cualidad de escuchar que iba mis allá de lo que yo estaba habituado, la que parecía ocurrir con naturalidad precisamente cuando escuchaba la música junto con él.

 (1) Los Alamos (folleto), Krishnamurti Foundation, England, 1985. (2) UN Secretarial News, 16 de mayo de 1984. y ESB, Nº 47. 1984. 

El Chalet Tanneg, infortunadamente, se había vendido, de modo que ya no podía alquilarse para las reuniones de Saanen. En su lugar se alquiló un chalet en Schönried, justo en lo alto de Gstaad, el cual fue abierto para K, como Tanneg lo había sido siempre, por Vanda Scaravelli y Fosca. 

A K estuvo lejos de gustarle tanto como Tanneg; continuó con sus habituales paseos vespertinos a través de un bosque hasta el río, pero ahora tenía que viajar en automóvil hasta Tanneg antes de empezar el paseo. Cada vez que llegaba al bosque, K solía preguntar en voz alta: «¿Podemos entrar?».

En septiembre de ese año, se encontraban en Brockwood para una asamblea internacional algunos de los síndicos de la India y de EE.UU. 

Scott Forbes había encontrado un arquitecto mientras K estaba en EE.UU., el cual ahora no sólo había trazado los planos sino que había construido un modelo, puesto que K no podía entender los planos arquitectónicos. 

Cuando K vio el modelo, le disgustó instantáneamente, dijo que parecía un motel. 

Los síndicos estuvieron de acuerdo. 

Antes que continuar con el mismo arquitecto, Scott decidió buscar otro. 

Las especificaciones eran un reto para cualquier arquitecto que quisiera apartarse de la apariencia de un motel: veinte pequeños dormitorios, cada uno con su propia ducha y un salón, un comedor, una biblioteca, cuartos para el personal, una cocina y, lo más importante de todo, una sala «tranquila». 

K había escrito: «Tiene que haber una sala donde uno vaya para estar tranquilo. Esa sala se usará solamente para eso... 

Será como un horno que da calor a todo el lugar... 

Si ustedes no tienen eso, el Centro se volverá un mero pasaje, con la gente yendo y viniendo, sólo trabajo y actividad. 

K insistió en que todo el material que se usara para la construcción tenía que ser de primerísima calidad, quería para todo el más alto nivel de excelencia. 

Después de intentar con distintos arquitectos, Scott Forbes supo acerca de Keith Critchlow al leer por casualidad un artículo que hablaba de él. 

En Inglaterra no había ninguna construcción hecha por Critchlow, pero éste mostró a Scott fotografías de sus trabajos en el exterior, la mayoría de ellos para edificios religiosos. 

En junio del año siguiente Critchlow fue invitado a Brockwood para que conociera a K, quien sintió inmediatamente que éste era el hombre indicado, más por su personalidad y su conversación que por sus diseños. 

Aunque inglés y miembro del Real Colegio de Arte donde enseñaba, Critchlow no estaba habilitado para practicar su profesión en Inglaterra; por lo tanto, se contrato a la firma inglesa Triad para que avalara sus planos. 

Una solicitud de autorización para los bocetos fue rechazada en febrero de 1985. 

Cuando en marzo se apeló esta decisión, se encontró que la solicitud había sido defectuosa, de modo que se anularon tanto la solicitud como el rechazo. 

Por lo tanto, se presentó otra solicitud en mayo, la que fue aceptada en agosto. 

Pero no fue sino hasta el 26 de febrero de 1986 que se aprobó la solicitud detallada. 

En el otoño de 1984, Mary Zimbalist tuvo que viajar de Brockwood a Roma por dos noches para visitar a una vieja criada italiana que había trabajado para ella en Malibú. 

A su regreso, K le dijo: «Cuando usted está lejos, es mucho más difícil para mí. 

Tiene que apresurarse a comprenderlo todo. 

Yo puedo vivir otros diez años, pero usted tiene que comprender». 

En esta época él solía decirle con frecuencia: «Usted tiene que sobrevivirme para cuidar de esta persona», refiriéndose a sí mismo de una manera completamente objetiva. 

Él sentía ahora, naturalmente, una gran urgencia por acercar a personas jóvenes y educarlas para que llevaran adelante esto después de su muerte. 

El 28 de octubre de 1984, K llegó con Mary Zimbalist a Delhi para alojarse por una semana con Pupul Jayakar. 

Tres días después era asesinada Mrs. Gandhi, que vivía en la misma calle. Este horrible suceso afectó el resto de la permanencia de K en la India durante ese invierno, aunque no le impidió ofrecer sus habituales pláticas en Rajghat, Madrás y Bombay ni hablar todos los días a los maestros y estudiantes en el Valle de Rishi durante las tres semanas que estuvo allí. 

Como era costumbre, en febrero de 1985 interrumpió en Brockwood, por cuatro días, su viaje de Bombay a Ojai. 

Cuando siguió vuelo a Los Ángeles el 17 de febrero, sólo le quedaba un año de vida hasta el mismo día del año siguiente. 

En marzo se hizo su examen clínico anual, esta vez a cargo de un nuevo médico joven, el Dr. Gary Deutsch de Santa Paula, a dieciséis millas de Ojai. 

Este médico había sido recomendado por un amigo de Mary cuando el médico anterior de K en Los Ángeles le aconsejó que tuviera un profesional más cerca de Ojai. 

K simpatizó inmediatamente con el Dr. Deutsch. Fue éste el médico que lo atendió en su enfermedad final.