Viernes, 18 de marzo, 1983
En el comedero de los pájaros había una docena o más de ellos piando, picoteando los granos, pugnando, peleándose entre sí, y cuando llegó otro pájaro grande todos escaparon batiendo las alas. Cuando el pájaro grande volvió a irse, regresaron con su parloteo, riñendo, piando, haciendo una bulla tremenda. Pronto pasó cerca un gato, y hubo agitación, chillidos y un gran alboroto. Ahuyentaron al gato -era uno de esos gatos salvajes, no un gato mimado; hay muchos de esos gatos salvajes alrededor de aquí, los hay de diferentes formas, tamaños y colores. En el comedero había pájaros durante todo el día, algunos pequeños, otros grandes, y después llegó una urraca regañando a todos, a todo el universo, y ahuyentó a los otros pájaros -o más bien se fueron cuando la urraca llegó. Estaban todos muy alertas a causa de los gatos. Y cuando estuvo cercano el anochecer, todos los pájaros volaron y hubo silencio, quietud, paz. Los gatos iban y venían, pero ya no había pájaros. Esa mañana las nubes estaban llenas de luz y el aire contenía la promesa de más lluvias. Había estado lloviendo durante las últimas semanas. Hay un lago artificial, y las aguas estaban a punto de desbordarse. Todas las hojas verdes y los arbustos y los grandes árboles aguardaban la presencia del sol, que no había aparecido con ese brillo que tiene el sol californiano; por algunos días no había mostrado su rostro. Uno se pregunta cuál es el futuro de la humanidad, el futuro de todos esos niños que vemos gritando, jugando, con sus rostros tan felices, dulces y hermosos -¿cuál es el futuro de ellos? El futuro es lo que somos ahora. Esto ha sido así históricamente por muchos miles de años -el vivir y el morir, y todo el tormento de nuestras existencias. Parece que no prestamos mucha atención al futuro. Vemos en la televisión el interminable entretenimiento que se desarrolla desde la mañana hasta tarde en la noche excepto en uno o dos canales, pero las transmisiones de éstos son muy breves y no demasiado serias. Los niños se entretienen. Todos los comerciales alimentan la sensación de que con esto se nos distrae. Y ello ocurre prácticamente en todo el mundo. ¿Cuál será el futuro de estos niños? Está el entretenimiento del deporte -treinta, cuarenta mil espectadores mirando a unas pocas personas en el campo de juego y gritando hasta quedarse roncos. Y uno también va y presencia alguna ceremonia que se realiza en una gran catedral, algún ritual, y eso también es una forma de entretenimiento, sólo que lo llamamos sagrado, religioso, pero sigue siendo un entretenimiento -una experiencia romántica, sentimental, una sensación de religiosidad. Observando todo esto en diferentes partes del mundo, viendo cómo la mente está ocupada con la diversión, el entretenimiento, el deporte, es inevitable que uno se pregunte, si es que de algún modo le interesa: ¿Qué será del futuro? ¿Más de lo mismo en formas diferentes? ¿Una variedad de diversiones? Tenemos que considerar, pues, si es que de alguna manera nos damos cuenta de lo que nos está pasando, cómo los mundos del entretenimiento y del deporte están aprisionando nuestra mente, moldeando nuestra vida. ¿Adónde conduce todo esto? ¿O acaso es algo que no nos interesa en absoluto? Probablemente no nos preocupa. Quizá ni hemos pensado al respecto, o, si lo hemos hecho, tal vez digamos que es demasiado complejo, demasiado alarmante, demasiado peligroso pensar en los años venideros -no en nuestra vejez particular sino en el destino (si se puede usar esa palabra), en el resultado de nuestro actual estilo de vida, lleno de toda clase de sentimientos y búsquedas románticas, emocionales, sentimentales, y con todo el mundo del entretenimiento golpeando contra nuestra mente. Si de algún modo nos damos cuenta de todo esto, ¿cuál es el futuro de la humanidad? Como dijimos antes, el futuro es lo que somos ahora. Si no hay un cambio -no adaptaciones superficiales, no ajustes superficiales a algún patrón político, religioso o social, sino un cambio mucho más profundo que exige nuestra atención, nuestro cuidado, nuestro afecto- si no hay un cambio fundamental, entonces el futuro es lo que estamos haciendo cada día de nuestra vida en el presente. ‘Cambio’ es una palabra más bien difícil ¿Cambiar a qué? ¿Cambiar de un patrón a otro patrón? ¿De un concepto a otro concepto? ¿De un sistema político o religioso a otro? ¿Cambiar de esto a aquello? Aquello sigue estando en el reino, o en el campo de ‘lo que es’. El cambiar a aquello es proyectado por el pensamiento, formulado por el pensamiento, decidido por el proceso material. Uno debe, pues, investigar cuidadosamente esta palabra ‘cambio’. ¿Hay cambio si existe un motivo? ¿Hay cambio si existe una dirección particular, una finalidad particular, una conclusión que parece sensata, racional? O tal vez una expresión mejor que ‘cambio’ sea, ‘terminación de lo que es’. La terminación, no el movimiento de ‘lo que es’ a ‘lo que debería ser’. Eso no es verdadero cambio. Pero la terminación, la cesación, la... ¿cuál es la palabra apropiada?... pienso que ‘terminación’ es una buena palabra, así que atengámonos a ella. La terminación. Pero si la terminación tiene un motivo, un propósito, si es un asunto de decisión, entonces es meramente un cambio de esto a aquello. La palabra ‘decisión’ implica una acción de la voluntad: ‘Yo haré esto’, ‘yo no haré aquello’. Cuando en el acto de terminar con algo se introduce el deseo, éste se convierte en la causa de la terminación. Donde hay una causa hay un motivo, y entonces no existe en absoluto una verdadera terminación. El siglo veinte ha conocido una gran cantidad de cambios producidos por dos guerras devastadoras, y el materialismo dialéctico, y el escepticismo con respecto a las creencias religiosas, a las actividades de los rituales, etc., aparte del mundo tecnológico que ha dado origen a muchísimos cambios; y habrá futuros cambios cuando la computadora esté completamente desarrollada -nos hallamos sólo en el comienzo de ese desarrollo. Entonces, cuando la computadora tome el mando, ¿qué va a ocurrir con nuestras mentes humanas? Pero ésta es otra cuestión. Cuando la industria del entretenimiento asume la dirección, tal como gradualmente lo está haciendo ahora, cuando los jóvenes, los niños, los estudiantes son constantemente instigados al placer, a la fantasía, a la sensualidad romántica, las palabras moderación y austeridad se dejan a un lado y ni siquiera se les dedica jamás un solo pensamiento. La llamada austeridad de los monjes, de los sannyasis que niegan el mundo, que visten sus cuerpos con alguna clase de uniforme o un simple taparrabo -esta negación del mundo material, ciertamente no es austeridad. Es probable que la mayoría ni siquiera escuche esto, que no preste atención a las implicaciones que tiene la austeridad. Cuando desde la infancia se nos ha educado para que nos divirtamos y escapemos de nosotros mismos mediante los entretenimientos, religiosos o de otra índole, y cuando la mayoría de los psicólogos dicen que debemos expresar todo lo que sentimos y que cualquier forma de abstinencia o restricción es nociva y conduce a diversas formas de neurosis, es natural que entremos más y más en el mundo del deporte, de las diversiones y los entretenimientos, todo lo cual nos ayuda a escapar de nosotros mismos, de lo que somos. Comprender la naturaleza de lo que somos, comprenderlo sin distorsión alguna, sin ningún prejuicio, sin ningún tipo de reacciones ante lo que descubrimos que somos, es el principio de la austeridad. La observación, la percepción alerta de cada pensamiento, de cada sentimiento, sin refrenarlos, sin controlarlos, sino observándolos como observamos un pájaro que vuela, sin introducir en tal observación los propios prejuicios y distorsiones -ese observar da origen a un extraordinario sentido de austeridad que está mucho más allá de toda restricción, de todo el tonto engañarnos a nosotros mismos y de toda esta idea del mejoramiento propio, de la propia realización personal. Todo eso es más bien infantil. En este observar existe una gran libertad, y en ella reside el sentido de dignidad que hay en la austeridad. Pero si uno dijera todo esto a un moderno grupo de estudiantes o niños, ellos probablemente mirarían hacia afuera por la ventana llenos de aburrimiento, porque este mundo sólo está dispuesto a la persecución del propio placer. Una gran ardilla de color castaño amarillento bajó del árbol, subió al comedero, mordisqueó unos pocos granos y se sentó ahí, en la parte superior, mirando alrededor con sus ojos como dos grandes cuentas brillantes y su curva cola levantada; una criatura maravillosa. Permaneció allí por un momento y después bajó, recorrió unas cuantas rocas, y finalmente se lanzó hacia lo alto del árbol y desapareció. Al parecer, el hombre siempre ha escapado de sí mismo, de lo que él es, eludiendo ver adónde va, huyendo de todo esto que le concierne -el universo, su vida cotidiana, el morir y el comenzar. Es extraño que nunca nos demos cuenta de que por mucho que escapemos de nosotros mismos, por mucho que podamos alejarnos de manera consciente, deliberada, inconsciente o sutil, el conflicto, el placer, el dolor, el miedo, etc., siempre están ahí. Y finalmente dominan. Uno puede tratar de reprimirlos, puede tratar de apartarlos deliberadamente por un acto de la voluntad, pero vuelven a la superficie. Y el placer es uno de los factores que predominan; también conlleva los mismos conflictos, el mismo dolor, el mismo hastío. El cansancio y el desgaste del placer forman parte de esta confusión que es nuestra vida. No podemos eludir esto. No podemos escapar de esta insondable confusión a menos que realmente le dediquemos cierta reflexión, y no sólo reflexión, sino que veamos con atención cuidadosa, con diligente vigilancia todo el movimiento del pensar y del yo. Muchos podrán decir que esto es demasiado fatigoso, tal vez innecesario. Pero si no le prestamos atención, si no le hacemos caso, el futuro no sólo va a ser más destructivo, más intolerable sino que carecerá de mayor significación. Éste no es un punto de vista deprimente, desalentador; es realmente así. Lo que somos ahora, es lo que seremos en los días que vendrán. No podemos evitarlo. Es algo tan preciso como la salida y puesta del sol. Esto lo compartirán todos los seres humanos, toda la humanidad, a menos que cambiemos todos, cada uno de nosotros, que cambiemos hacia algo que no sea proyectado por el pensamiento.
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