Miércoles, 16 de marzo, 1983, (Continúa el diálogo del día 15)
«El hombre ha matado al hombre en diferentes estados de la mente. Lo ha matado por razones religiosas, por razones patrióticas, por la paz o mediante la guerra organizada. Este ha sido nuestro sino, matarnos perpetuamente unos a otros. »Señor, ¿ha considerado usted lo que implica esta clase de matanza, el dolor que ha traído al hombre -el inmenso dolor de la humanidad que ha proseguido a través de las edades, las lágrimas, la agonía, la brutalidad, el terror de todo eso? Y ello aún continúa. El mundo está enfermo. Los políticos, sean de la izquierda, de la derecha, del centro, o los totalitarios, no van a traernos la paz. Cada uno de nosotros es responsable, y siendo responsables, tenemos que ver que las matanzas lleguen a su fin de modo que vivamos en esta tierra, que es nuestra, bellamente y en paz. Ésta es una tragedia inmensa que ni afrontamos ni queremos resolver. Dejamos todo eso a los expertos; y el peligro que implican los expertos es tan grande como el peligro de un precipicio profundo o el de una serpiente venenosa. »De modo que, descartando todo eso, ¿cuál es el significado de la muerte? Para usted, señor, ¿qué significa la muerte?» «Para mí significa que todo lo que he sido, todo lo que soy, súbitamente termina a causa de alguna enfermedad, un accidente o la vejez. Por supuesto, he leído y he hablado de ello con asiáticos, con hindúes para quienes existe la creencia en la reencarnación. No sé si eso es verdadero o no, pero hasta donde yo puedo entenderlo, la muerte significa el fin de una cosa viviente; la muerte de un árbol, la muerte de un pez, la muerte de una araña, la muerte de mi mujer y de mis hijos -una súbita interrupción, un súbito fin de aquello que ha estado viviendo, con todos sus recuerdos, sus ideas, su dolor, su ansiedad, sus alegrías y placeres, el contemplar juntos una puesta de sol... todo eso ha llegado a su fin. Y no es sólo el recuerdo de todo eso lo que arranca lágrimas, sino también el darse cuenta de la propia insuficiencia, de la propia soledad. Y la idea de separarse uno de la esposa y de los hijos, de las cosas por las que uno ha trabajado, que uno ha querido y a las que se ha aferrado, los apegos y el dolor del apego -todo eso y más termina súbitamente. Pienso que en general eso es lo que entendemos por muerte; la muerte significa eso. Para mí es el final. »Hay una fotografía de mi mujer y mis hijos sobre el piano en mi cabaña junto al mar. Acostumbrábamos tocar el piano juntos. El recuerdo de ello está en la fotografía sobre el piano, pero la realidad ha desaparecido. El recuerdo es doloroso o puede darle a uno placer; pero el placer es más bien débil, porque lo que domina es el dolor. Todo eso implica la muerte para mí. »Teníamos un hermoso gato persa, una cosa verdaderamente bella. Y una mañana se había muerto. Estaba en el portal del frente. Debió de haber comido alguna cosa -y ahí estaba, carente de vida, de significación; nunca más ronronearía. Eso es la muerte. El final de una vida larga, o el final de un bebé recién nacido. Una vez tuve una plantita nueva que prometía convertirse en un árbol saludable. Pero alguna persona imprudente, distraída, pasó junto a la planta, la pisoteó, y ésta jamás llegó a ser un gran árbol. Ésa también es una forma de muerte. El final de un día, de un día que ha sido pobre o rico y bello, también puede llamarse muerte. El principio y el fin». «Señor, ¿qué es vivir? Desde el instante en que uno nace hasta que muere, ¿qué es el vivir? Es muy importante comprender el modo en que vivimos -por qué vivimos de este modo después de tantos siglos. Es cosa suya, señor, si esa vida es una constante lucha, ¿no es así? Conflicto, dolor, alegría, placer, ansiedad, soledad, depresión, y trabajar, trabajar, trabajar, esforzarse por uno mismo o por otros; ser egocéntrico y, quizás, ocasionalmente generoso; ser envidioso, iracundo, tratando de reprimir la ira o dejando que la ira se desate desenfrenadamente, etcétera. Esto es lo que llamamos el vivir -lágrimas, risas, dolor, y la adoración de algo que hemos inventado; vivir a base de mentiras, de ilusiones y odio, y la fatiga de todo eso, el hastío, las insensateces: ésta es nuestra vida. No sólo la vida suya, sino la vida de todos los seres humanos en esta tierra. Y también el tratar de escapar de todo eso. Este proceso de adoración, de aflicción extrema y miedo, ha proseguido desde la antigüedad hasta nuestros días -esfuerzo, lucha, sufrimiento, incertidumbre, así como dicha y risas. Todo esto es parte de nuestra existencia. »A la terminación de todo esto se le llama muerte. La muerte pone fin a todos nuestros apegos, por superficiales o profundos que sean. El apego del monje, del sannyasi, el apego del ama de casa, el apego a la propia familia... toda forma de apego tiene que terminar con la muerte. »Hay varios problemas implicados en esto; uno, la cuestión de la inmortalidad. ¿Existe tal cosa como la inmortalidad? O sea, aquello que no es mortal -puesto que ‘mortal’ implica lo que conoce la muerte. Lo inmortal es lo que está más allá del tiempo y es totalmente ajeno a este final. ¿Es inmortal el sí mismo, el yo? ¿O conoce la muerte? El sí mismo nunca puede volverse inmortal. El ‘yo’, el ‘mí’ con todas sus cualidades se forma a través del tiempo, que es pensamiento; ese ‘yo’ jamás puede ser inmortal. Podemos inventar una idea de inmortalidad, una imagen, un dios, una representación pictórica y aferrarnos a ello para obtener consuelo -pero eso no es inmortalidad. »El segundo problema es un poquito más complejo: ¿Es posible vivir con la muerte? No morbosamente, no en alguna forma de autodestrucción. ¿Por qué hemos separado la muerte del vivir? La muerte es parte de nuestra vida, es parte de nuestra existencia -el morir y el vivir, el vivir y el morir. Son inseparables. La envidia, la ira, el dolor, la soledad y el placer que uno disfruta (todo eso que llamamos el vivir), y esta cosa que denominamos muerte -¿por qué las separamos? ¿Por qué las mantenemos a millas de distancia? Sí, apartadas a millas de tiempo. Aceptamos la muerte de un anciano; es natural. Pero cuando una persona joven muere debido a un accidente o a una enfermedad, nos rebelamos contra ello. Decimos que es injusto, que no debería ser. De modo que siempre estamos separando la vida y la muerte. Es éste un problema que debemos cuestionar y comprender -o no tratar esto como un problema, sino mirarlo, ver sus implicaciones internas sin engañarnos. »Otro problema es la cuestión del tiempo -el tiempo que implica el vivir, el aprender, el acumular, el actuar, el hacer; y la cesación del tiempo tal como lo conocemos: el tiempo que separa el vivir del final. Donde hay separación, división, de aquí hasta allá, de ‘lo que es’ a ‘lo que debería ser’, está involucrado el tiempo. Para mí, el factor principal es el mantenimiento de esta división entre lo que llamamos muerte y eso que llamamos vida. »Cuando existe esta división, esta separación, hay miedo. Entonces surge el esfuerzo por superarlo, y con él la búsqueda de consuelo, de la satisfacción que brinda un sentimiento de continuidad. (Estamos hablando del mundo psicológico, no del mundo físico o técnico). Es el tiempo el que ha formado el yo, y el pensamiento es el que sostiene al ego, al sí mismo. ¡Si tan sólo pudiéramos captar realmente la significación del tiempo y de la división, de la separación psicológica del hombre contra el hombre, de la raza contra la raza, de un tipo de cultura contra otro! Esta separación, esta división como el vivir y el morir, es producida por el pensamiento y el tiempo. Y vivir una vida junto con la muerte, sin separarlas, implica un cambio profundo en toda nuestra perspectiva de la existencia. Terminar con el apego sin tiempo ni motivo alguno, es morir mientras vivimos. »En el amor no existe el tiempo. No es mi amor opuesto a su amor. El amor nunca es personal; uno puede amar a otro ser humano, pero cuando ese amor se limita, cuando se reduce a una sola persona, entonces deja de ser amor. Donde verdaderamente hay amor, no existe la división del tiempo, del pensamiento -todas las complejidades de la vida, toda la desdicha y la confusión, las incertidumbres, los celos, las ansiedades que implica esa división. Tenemos que dedicar muchísima atención al tiempo y al pensamiento. No es que uno deba vivir sólo en el presente, eso sería completamente absurdo. El tiempo es el pasado, que se modifica y prosigue como el futuro. Es un continuo, y el pensamiento se aferra, se adhiere a esto. Se adhiere a algo que él mismo ha creado, ha fabricado. »Otro problema es: puesto que los seres humanos representan a la humanidad total -uno es toda la humanidad, no la representa, tal como uno es el mundo y el mundo es uno mismo- ¿qué ocurre cuando uno muere? Cuando usted u otro mueren, usted y el otro son la manifestación de esta vasta corriente de acción y reacción humana, la corriente de la conciencia, de la conducta humana, etc.; usted pertenece a esa corriente. Esa corriente ha condicionado la mente humana, el cerebro humano, y en tanto permanecemos condicionados por la codicia, por la envidia, el placer, la alegría y todo eso, somos parte de esta corriente. El organismo de uno puede llegar a su fin, pero uno pertenece a esa corriente, tal como uno es, mientras vive, la corriente misma. Esa corriente que cambia, con lentitud a veces, rápidamente otras, que es profunda y superficial, que se estrecha entre ambos márgenes y se abre paso por la estrechez hasta convertirse en un inmenso caudal de agua -mientras uno pertenezca a esa corriente, no habrá libertad. Uno no está libre del tiempo, de la confusión y desdicha de todos los recuerdos y apegos acumulados. Sólo cuando hay un final de esa corriente -el final, no el salirse uno momentáneamente de ella para volver convertido en alguna otra cosa, sino el final de la corriente sólo entonces existe una dimensión por completo distinta. Esa dimensión no pueden medirla las palabras. Terminar con la corriente sin motivo alguno, es todo el significado del vivir y el morir. En el vivir y el morir están las raíces del cielo».
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