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viernes, 14 de abril de 2023

El Último Diario, 17 de marzo,1983

 Jueves, 17 de marzo, 1983

 Las nubes estaban muy bajas esta mañana. Había llovido la última noche, no demasiado, pero eso regó la tierra, la nutrió, la enriqueció. En una mañana como ésta -con los cerros flotando entre las nubes y con semejante cielo- cuando uno piensa en la enorme energía que el hombre ha gastado sobre esta tierra, en el vasto progreso tecnológico de los últimos cincuenta años, en todos los ríos más o menos contaminados, en el desperdicio de energía dedicada a este perpetuo entretenimiento... todo eso se ve muy extraño y muy enfermizo. En la galería, esta mañana el tiempo está muy lejos del hombre -el tiempo como movimiento, el tiempo como el ir de aquí hasta allá, el tiempo para aprender, el tiempo para actuar, el tiempo como un medio para cambiar de esto a aquello en las cosas comunes de la vida. Uno puede entender que el tiempo sea necesario para aprender un idioma, para aprender alguna destreza, para construir un avión, para armar una computadora, para viajar alrededor del mundo; el tiempo de la juventud, el tiempo de la vejez, el tiempo como el sol que se pone o como el sol que se levanta lentamente sobre los cerros, el tiempo de las largas sombras y del crecimiento de un árbol que madura poco a poco, el tiempo para llegar a ser un buen jardinero, un buen carpintero, etcétera. En el mundo físico, en la acción física, el tiempo se vuelve indispensable y útil. ¿Es que trasladamos y extendemos el mismo uso del tiempo al mundo psicológico? ¿Extendemos este modo de pensar, de actuar, de aprender, al mundo que está bajo la piel, que está en el área de la psique, como esperanza, como llegar a ser esto o aquello, como mejoramiento propio? Suena más bien absurdo -cambiar de esto a aquello, de ‘lo que es’ a ‘lo que debería ser’. Pensamos que el tiempo es necesario para cambiar toda la compleja cualidad de la violencia transformándola en lo que no es violento. Sentado tranquilamente a solas en la galería que da sobre el largo y ancho valle, uno casi podía contar las hileras de naranjos, los huertos bellamente conservados. Ver la belleza de la tierra, del valle, no involucra al tiempo, pero el trasladar esa percepción a un lienzo o a un poema, requiere tiempo. Tal vez usamos el tiempo como un medio de escapar de ‘lo que es’, de lo que somos, de lo que el futuro será para nosotros mismos y para el resto de la humanidad. En el reino psicológico, el tiempo es el enemigo del hombre. Queremos que la psique evolucione, crezca, se expando, se realice, se convierta en algo más que lo que es. Jamás ponemos en tela de juicio la validez de tal deseo, de tal concepto; fácilmente, quizá muy contentos, aceptamos que la psique puede evolucionar, florecer, y que un día habrá paz y felicidad en el mundo. Pero en realidad no existe la evolución psicológica. Hay un colibrí que va de flor en flor, ¡un resplandor intenso en esta quieta luz, con tanta vitalidad en esa pequeñita criatura! La rapidez de las alas y el ritmo tan fantástico y constante; parece capaz de moverse hacia adelante y hacia atrás. Es algo maravilloso observarlo, sentir la delicadeza, el color brillante, y sorprenderse de esa belleza tan diminuta, tan veloz y que tan rápidamente ha desaparecido... Y hay un sinsonte sobre el cable telefónico. Otro pájaro está posado en la copa de aquel árbol y desde allí examina todo el mundo. Ha estado sin moverse de ahí por más de media hora, pero vigilando, moviendo su cabecita para advertir el más mínimo peligro. Y ahora también ha desaparecido. Las nubes están comenzando a alejarse, ¡y qué verdes se ven los cerros! Como se ha dicho, la evolución psicológica no existe. La psique nunca puede devenir o desarrollarse hasta convertirse en algo que no es. El orgullo y la arrogancia no pueden convertirse sino en un orgullo y una arrogancia mayores, ni puede el egoísmo, que es el destino común a todos los seres humanos, llegar a ser otra cosa que más y más egoísmo, más y más de su propia naturaleza. Es más bien alarmante darse cuenta de que la propia palabra ‘esperanza’ contiene todo el mundo del futuro. Este movimiento de ‘lo que es’ a ‘lo que debería ser’ es una ilusión, es realmente -si uno puede usar esa palabra- una mentira. Aceptamos como una cuestión de hecho lo que el hombre ha repetido a través de los siglos, pero cuando empezamos a cuestionar, a dudar, podemos ver muy claramente -si es que queremos verlo y no lo ocultamos detrás de alguna imagen o alguna antojadiza construcción verbal- la naturaleza y estructura de la psique, del ego, del ‘yo’. El ‘yo’ jamás puede convertirse en algo mejor. Lo intentará, pensará que puede, pero el ‘yo’ subsiste siempre en sutiles formas. Se esconde tras de muchas vestiduras, adopta múltiples estructuras; varía de vez en cuando, pero siempre existe este ‘yo’, esta actividad separativa, egocéntrica que imagina que un día hará de sí misma algo que en realidad no es. Uno ve, pues, que no existe una evolución del yo; sólo existe la terminación del egoísmo, de la ansiedad, de la aflicción y el dolor que constituyen el contenido de la psique, del ‘yo’. Sólo existe el fin de todo eso, y ese fin no requiere tiempo. No es que todo eso vaya a terminar pasado mañana. Terminará solamente cuando exista la percepción de ese movimiento. Una percepción no sólo objetiva, sin distorsión, sin prejuicio alguno, sino libre de todas las acumulaciones del pasado. Ser testigo de todo esto sin el observador -el observador pertenece al tiempo, y por mucho que quiera producir una mutación en sí mismo seguirá siendo el observador; los recuerdos, por gratos que puedan ser, carecen de realidad, son cosas del pasado, cosas desaparecidas, terminadas, muertas. Sólo observando sin el observador, uno comprende realmente la naturaleza del tiempo y la terminación del tiempo. El colibrí ha regresado. Un rayo de sol que se filtra por una abertura de las nubes, lo ha atrapado haciendo destellar sus colores, el largo y fino pico y el movimiento rápido de las alas. La pura observación de ese pequeño pájaro, el sólo observarlo sin reacción alguna, es observar todo el mundo de la belleza. «El otro día le escuché decir que el tiempo es el enemigo del hombre. Usted explicó brevemente algo al respecto. Parece una afirmación muy extravagante. Y usted ha hecho otras declaraciones similares. He encontrado que algunas de ellas son verdaderas, naturales, pero mi mente nunca puede ver con facilidad lo real, la verdad, el hecho. Me estuve preguntando, y también lo pregunté a otros, por qué nuestras mentes se han vuelto tan torpes, tan lerdas, por qué no podemos ver instantáneamente si algo es falso o verdadero. ¿Por qué necesitamos explicaciones para cosas que parecen tan obvias, si usted ya las ha explicado? ¿Por qué yo, o cualquiera de nosotros, no ve la verdad de este hecho? ¿Qué ha sucedido con nuestras mentes? Me gustaría, si es posible, dialogar sobre esto con usted a fin de averiguar por qué mi mente no es sutil, rápida. ¿Y puede esta mente, que ha sido adiestrada y educada, llegar alguna vez a ser real y profundamente rápida, sutil, y ver algo instantáneamente, percibiendo la cualidad y la verdad o falsedad de ello?» «Señor, comencemos por inquirir por qué nos hemos convertido en esto que somos. Ciertamente, ello nada tiene que ver con la vejez. ¿Es por el modo en que vivimos -el beber, el fumar, las drogas, el bullicio, la fatiga de la perpetua ocupación? Tanto exteriormente como interiormente, estamos siempre ocupados con algo. ¿Es la naturaleza misma del conocimiento la que contribuye a esto? Se nos adiestra para adquirir conocimientos -a través del colegio, de la universidad o en la acción de ejecutar algo hábilmente. ¿Es el conocimiento uno de los factores de esta falta de sutileza? Nuestros cerebros están llenos de muchísimas cosas, han reunido una gran cantidad de información proveniente de la televisión y de todos los diarios y revistas, y registran lo más que pueden; están todo el tiempo absorbiendo, reteniendo. ¿Es, pues, el conocimiento uno de los factores que destruye la sutileza de la mente? Pero no podemos desembarazarnos de nuestros conocimientos o dejarlos de lado; tenemos que poseerlos. Señor, usted necesita del conocimiento para manejar un automóvil, para escribir una carta, para realizar distintas gestiones; hasta tiene que poseer alguna clase de conocimiento para saber cómo empuñar una pala. Por supuesto que los necesita. Tenemos que poseer conocimientos en el mundo de la actividad cotidiana. »Pero estamos hablando del conocimiento acumulado en el mundo psicológico, el conocimiento que hemos reunido acerca de nuestra esposa, si es que tenemos una esposa; ese conocimiento mismo de haber vivido con nuestra esposa por diez días o por cincuenta años, ha embotado nuestro cerebro, ¿no es así? Los recuerdos, los imágenes, todo está almacenado ahí. Estamos hablando de esta clase de conocimiento interno. El conocimiento tiene sus propias sutilezas superficiales -cuándo ceder, cuándo resistir, cuándo acumular y cuándo no- pero nosotros estamos preguntando otra cosa: ese conocimiento mismo, ¿no hace que nuestra mente, nuestro cerebro se vuelva mecánico y repetitivo a causa del hábito? La enciclopedia contiene todo el conocimiento de todas las personas que han escrito en ella. ¿Por qué no dejar ese conocimiento en el estante y utilizarlo cuando sea necesario? No cargarlo en nuestro cerebro. »Preguntamos: Ese conocimiento, ¿impide el instante de comprensión, la percepción instantánea que da origen a la mutación, la sutileza que no se encuentra en las palabras? ¿Es que estamos condicionados por los periódicos, por la sociedad en que vivimos -la que, dicho sea de paso, nosotros hemos creado, porque cada ser humano desde las pasadas generaciones hasta el presente ha creado esta sociedad, ya sea en esta parte del mundo o en cualquier otra parte? ¿Es el condicionamiento por medio de las religiones lo que ha moldeado nuestro pensar? Cuando uno cree intensamente en alguna figura, en alguna imagen, esa misma intensidad de la creencia impide la sutileza, la rapidez mental. »¿Es que estamos tan constantemente ocupados que no hay espacio en nuestra mente y en nuestro corazón -espacio tanto interno como externo? Todos necesitamos un poco de espacio, pero uno no puede tener espacio físicamente si está en una ciudad atestada, o se encuentra atestado en su propia familia, atestado por todas las impresiones que ha recibido, por todas las presiones. Y psicológicamente tiene que haber espacio -no el espacio que el pensamiento puede imaginar, no el espacio del aislamiento, no el espacio que divide política, social y racialmente a los seres humanos, no el espacio entre continentes, sino un espacio interno que no tiene centro. Donde hay un centro, hay una periferia, una circunferencia. No estamos hablando de tal espacio. »Y otra razón de que no seamos sutiles, ágiles, ¿será porque nos hemos vuelto especialistas? Podemos ser ágiles en nuestra propia especialización, pero uno duda de que haya comprensión alguna de la naturaleza del dolor, de la angustia, de la soledad, etcétera, en una persona especializada, adiestrada. Desde luego que uno no puede adiestrarse para tener una mente buena y clara; la palabra ‘adiestrado’ implica estar condicionado. ¿Y cómo puede ser clara jamás una mente condicionada? »De modo, señor, que todos estos pueden ser los factores que nos impiden tener una buena mente, una mente clara y sutil». «Gracias, señor, por recibirme. Tal vez, y así lo espero, algo de lo que usted ha dicho -no es que yo lo haya comprendido completamente- pero algunas de las cosas que usted ha dicho puede que hayan echado semillas en mí, y que yo permita que esas semillas germinen, florezcan sin interferencia alguna de mi parte. Quizás entonces pueda ver algo muy rápidamente, comprender algo sin necesidad de tremendas explicaciones, de análisis verbales, etcétera. Hasta luego, señor». 

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