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«Embriagado de Dios»
El mensaje del Maestro a Krishna en Sydney había ejercido una gran influencia sobre él. El 12 de agosto escribió a Lady Emily diciéndole que durante las dos últimas semanas había estado meditando en ello por media hora todas las mañanas y nuevamente antes de ir a acostarse.
«Voy a regresar a mi antiguo contacto con los Maestros y, después de todo, eso es lo único que importa en la vida». Cinco días después de escribir esto, el 17, pasó por una experiencia de tres días que revolucionó completamente su vida. Sin embargo, pasaron dos semanas antes de que un relato de ello, escrito por Nitya, fuera enviado a Mrs. Besant y Leadbeater: Nuestra cabaña se encuentra en el extremo superior del valle y nadie más vive en las cercanías, excepto Mr. Warrington que tiene una cabaña para él solo a unos pocos cientos de yardas más lejos; y Krishna, Mr. Warrington y yo hemos estado aquí por casi ocho semanas descansando y reponiéndonos. Tenemos un visitante ocasional en Mr. Walton, Vicario General de la Iglesia Liberal Católica en América, quien posee una casa en el valle, y Rosalind, una joven muchacha americana, está con nosotros por una o dos semanas dedicándonos su tiempo. Este incidente que quiero describirle, tuvo lugar hace unas dos semanas cuando acaeció que los cinco estuviéramos todos juntos aquí. Del verdadero significado de lo ocurrido, de su exacta importancia, usted por supuesto podrá hablarnos si lo desea, pero aquí a nosotros nos parece haber sido transportados a un mundo donde los Dioses caminaron otra vez entre los hombres por un breve espacio de tiempo, dejándonos a todos tan transformados que ahora nuestra brújula ha encontrado su norte.
Creo que no exagero cuando digo que nuestras vidas están total y profundamente afectadas por lo ocurrido. Krishna mismo, propiamente hablando, debería relatar la secuencia de los acontecimientos, ya que todos nosotros fuimos meros espectadores dispuestos a ayudar cuando fuera necesario; pero él no recuerda todos los detalles, puesto que estuvo fuera de su cuerpo la mayor parte del tiempo, mientras que todo permanece claro en nuestra memoria, porque lo observamos con gran cuidado todo el tiempo sintiendo que su cuerpo había sido, en parte, confiado a nosotros.
Mr. Warrington no goza de perfecta salud y a mí no se me permite todavía agitarme mucho, así que fue Rosalind la que tuvo la buena fortuna de cuidar a Krishna, y pienso que ella ya ha recibido su recompensa [por haber sido aceptada en el Sendero Probatorio].
En la tarde del jueves 17 Krishna se sintió un poco cansado e inquieto, y notamos en la parte posterior de su cuello una protuberancia dolorosa que parecía deberse a un músculo contraído del tamaño de una bolita grande.
A la mañana siguiente pareció estar muy bien hasta después del desayuno, cuando se recostó para descansar. Rosalind y yo estábamos sentados afuera y Mr. Warrington y Krishna en el interior. Rosalind entró al llamado de Mr. Warrington y encontró a Krishna aparentemente muy enfermo, porque estaba en la cama sacudiéndose y gimiendo como si experimentara fuertes dolores.
Se sentó a su lado tratando de averiguar qué le pasaba, pero Krishna no pudo dar una respuesta clara. Empezó de nuevo a gemir y lo embargó un paroxismo de temblores y escalofríos, y procuraba apretar los dientes y entrelazaba estrechamente las manos para detener los temblores. Era el comportamiento exacto de un enfermo de malaria, excepto que Krishna se quejaba de un calor espantoso.
Rosalind quiso mantenerlo quieto por un rato, y otra vez volvieron los temblores y los escalofríos, como de fiebre palúdica. Entonces él quería apartarla, quejándose de un terrible calor y con los ojos llenos de una extraña inconsciencia.
Y Rosalind quiso sentarse a su lado hasta que volviera a tranquilizarse, mientras le sostenía la mano y lo calmaba como una madre lo hace con su pequeño. Mr. Warrington se sentó en el otro extremo de la habitación y se dio cuenta, como me lo dijo más tarde, que algún proceso se desarrollaba en el cuerpo de Krishna como resultado de influencias dirigidas desde planos distintos del físico.
La pobre Rosalind, que estaba muy ansiosa al principio, alzaba los ojos con mirada interrogante, y Mr. Warrington le aseguró que todo iría bien. Pero durante la mañana las cosas empeoraron, y cuando vine y me senté junto a él, se quejó otra vez del terrible calor y dijo que todos nosotros estábamos muy nerviosos y lo cansábamos; a cada instante se incorporaba bruscamente en la cama y nos rechazaba; y los temblores comenzaban nuevamente.
Todo esto mientras él estaba sólo semiconsciente, pues hablaba de Adyar y de las personas de allá como si estuvieran presentes; y después descansaba otra vez tranquilo por un rato, hasta que el roce de una cortina o el crujir de una ventana o el ruido de un lejano arado en el campo, lo despertaban de nuevo y entonces gemía pidiendo silencio y quietud.
Persistentemente, a cada pocos minutos, apartaba a Rosalind de su lado cuando empezaba a sentir calor, y luego otra vez quería tenerla junto a él. Yo me senté cerca, aunque no demasiado cerca. Hacíamos lo mejor que podíamos para mantener la casa quieta y oscura, pero los más ligeros sonidos que uno apenas nota son inevitables; sin embargo, Krishna se había vuelto tan sensible que el más tenue tintineo ponía sus nervios de punta.
Más tarde, cuando vino el almuerzo, se aquietó y pareció ponerse muy bien y estar plenamente consciente. Tomó el almuerzo que le sirvió Rosalind y, mientras nosotros terminábamos de comer, permaneció tranquilo.
Después, a los pocos minutos estaba otra vez gimiendo y pronto, pobre, no pudo retener la comida que había ingerido. Y esto continuó así toda la tarde: escalofríos, quejidos, agitación. Estando tan sólo semiconsciente y todo el tiempo como si estuviera sufriendo.
Bastante curioso, cuando llegó la hora de nuestra comida, aunque él nada comió, se quedó tranquilo y Rosalind pudo dejarlo por el tiempo suficiente para comer ella, y a la hora de acostarse él se tranquilizó lo bastante como para dormir toda la noche.
Al día siguiente, sábado, eso comenzó de nuevo después de su baño, y él parecía menos consciente que el día anterior. Continuó así durante todo el día, con intervalos regulares para concederle un descanso y permitir a Rosalind tomar sus comidas. Pero el domingo fue el día peor, y el domingo vimos la gloriosa culminación.
Durante esos tres días todos nosotros tratamos de mantener nuestras mentes y emociones imperturbables y en paz, y Rosalind pasó los tres días al lado de Krishna, pronta cuando él la necesitaba y dejándolo solo cuando él así lo quería. Era realmente hermoso verla con él, observar la forma en que podía prodigarle su amor, generosamente y de manera absolutamente impersonal. Aun antes de que todo esto sucediera, habíamos advertido esta gran característica en ella, y aunque nos preguntábamos si una mujer debería estar cerca en esos momentos, los sucesos posteriores demostraron, sin embargo, que con toda probabilidad ella había sido traída especialmente aquí para ayudar a Krishna y a todos nosotros.
Aunque sólo tiene diecinueve años y sabe poco de teosofía, desempeñó el papel de una gran madre durante estos tres días. El domingo, como he dicho, Krishna se veía mucho peor, parecía sufrir enormemente, los temblores y el calor se notaban más intensos y su conciencia se tornó más y más intermitente. Cuando parecía tener el control de su cuerpo, hablaba todo el tiempo de Adyar, de A.B. [Annie Besant], y de los miembros de la Orden Púrpura en Adyar [un grupo interno formado por Mrs. Besant que vestía mantones de seda de color púrpura], y se imaginaba constantemente allá. Entonces decía: «¡Quiero ir a la India! ¿Por qué me han traído aquí? No sé dónde estoy», y una y otra vez repetía: «No sé dónde estoy». Si cualquiera se movía en la casa, casi saltaba de la cama, y cada vez que entrábamos a su habitación, teníamos que avisarle. Sin embargo, a las seis de la tarde, hora de nuestra comida, se aquietó hasta que terminamos.
Entonces, repentinamente, toda la casa pareció llenarse de una fuerza terrorífica, y Krishna estaba como poseído. No quería a ninguno de nosotros cerca de él, y comenzó a quejarse amargamente de la suciedad, la suciedad de la cama, la intolerable suciedad de la casa, la suciedad de todos los que le rodeábamos, y con una voz muy dolorida dijo que ansiaba ir a los bosques.
Ahora estaba sollozando en voz alta, no nos atrevíamos a tocarlo y no sabíamos qué hacer; había abandonado la cama para sentarse sobre el piso en un rincón oscuro de la habitación, sollozando fuertemente y diciendo que quería irse a los bosques de la India.
De repente, anunció su intención de salir a dar un paseo a solas, pero nos las arreglarnos para disuadirle, porque no creíamos que estuviera en condiciones apropiadas para paseos nocturnos.
Entonces, como expresara su deseo de soledad, le dejamos y nos reunimos afuera en la galería, donde después de unos minutos se unió a nosotros llevando un cojín en la mano y sentándose tan lejos como pudo.
Le fueron concedidas fuerza y conciencia suficientes para venir afuera; pero una vez allí volvió a desvanecerse, y su cuerpo, murmurando incoherencias, fue dejado allí, sentado en el vestíbulo.
Formábamos un extraño grupo en esa galería: Rosalind y yo sentados en sillas, Mr. Warrington y Mr. Walton frente a nosotros, sentados en un banco, y Krishna a nuestra derecha, unas yardas más allá.
El sol se había puesto hacía una hora, y al frente teníamos los cerros distantes, purpúreos contra el cielo pálido y la muriente luz del crepúsculo; hablábamos poco y se apoderó de nosotros el sentimiento de una inminente culminación; todos nuestros pensamientos y emociones estaban en tensión con una extrañamente apacible expectativa de algún acontecimiento admirable.
Entonces Mr. Warrington tuvo una inspiración enviada por el cielo.
Enfrente de la casa, a unas cuantas yardas, se alza un joven pimentero con hojas delicadas de un tierno color verde, ahora cargado de fragantes capullos, que todo el día es el «murmurante lugar predilecto de las abejas», de pequeños canarios y brillantes colibríes.
Urgió suavemente a Krishna para que fuera a sentarse bajo el árbol; al principio Krishna no quería, después fue por propia voluntad.
Ahora nos encontrábamos en una oscuridad iluminada por las estrellas y Krishna estaba sentado bajo un techo de delicadas hojas negras que se destacaban contra el cielo.
Todavía murmuraba inconscientemente, pero pronto nos llegó un suspiro de alivio y nos llamó diciéndonos: «Oh, ¿por qué no me enviaron aquí antes?»
Luego siguió un breve silencio.
Y entonces comenzó a cantar. Nada había pasado por sus labios en casi tres días, su cuerpo estaba completamente exhausto por la intensa tensión, y fue una serena y fatigada voz la que oímos entonando el mantrams que se cantaba todas las noches en la capilla del templo de Adyar.
Después el silencio.
Hace mucho tiempo, en Taormina, cuando Krishna contemplaba con ojos meditativos una bella pintura de nuestro Señor Gautama [el Buda] en mendicante vestidura, habíamos sentido por un venturoso instante la divina presencia del Gran Ser, quien se había dignado enviarnos un pensamiento.
Y de nuevo esta noche, mientras Krishna bajo el joven pimentero terminaba su canto de adoración, pensé en el Tathagata [el Buda] bajo el árbol Bo, y otra vez sentí invadido el apacible valle por una ola de aquel esplendor, como si de nuevo Él hubiera enviado una bendición sobre Krishna. Sentados con los ojos fijos sobre el árbol, nos preguntábamos si todo estaría bien, porque ahora había un silencio completo, y mientras mirábamos, súbitamente vi por momento una gran Estrella brillando encima del árbol, y supe que el cuerpo de Krishna estaba siendo preparado para el Gran Ser.
Me incliné hacia Mr. Warrington y le hablé de la Estrella. El lugar parecía estar lleno de una Gran Presencia, y se apoderó de mí un intenso anhelo de caer de rodillas y adorar, porque supe que el Gran Señor de todos nuestros corazones había venido Él mismo; y aunque no Le veíamos, todos sentimos el esplendor de su presencia. Entonces los ojos de Rosalind fueron abiertos y ella vio. Su rostro cambió como jamás he visto cambiar rostro alguno, pues ella fue bendecida como para ver con ojos físicos las glorias de esa noche. Su faz estaba transfigurada cuando nos dijo: ¿Lo ven ustedes, Lo ven?» Porque ella veía al divino Bodhisattva [el Señor Maitreya], y hay millones que aguardan por encarnaciones para captar un destello así de nuestro Señor, pero ella tenía ojos de inocencia y había servido fielmente a nuestro Señor.
Y nosotros, que no podíamos ver, veíamos los Esplendores de la noche reflejados en su pálido rostro embelesado a la luz de las estrellas. Jamás olvidaré el aspecto de su rostro, porque de inmediato yo, que no podía ver pero que me sentía glorificado en presencia de nuestro Señor, sentí que Él se volvía hacia nosotros y decía algunas palabras a Rosalind, cuyo rostro brilló con éxtasis divino al contestar: «Lo haré, lo haré», y dijo esas palabras como si fueran una promesa hecha con esplendente felicidad.
Nunca olvidaré su cara mientras la miraba; hasta yo mismo casi fui bendecido con su visión. Su rostro mostraba el embeleso de su corazón, pues la parte más recóndita de su ser estaba ardiendo con Su presencia, pero sus ojos veían. Y silenciosamente oré porque Él pudiera aceptarme como Su siervo, y los corazones de todos estaban llenos de esa plegaria. A la distancia oíamos la divina música suavemente tocada, todos la oíamos aunque los Gandharvas [ángeles cósmicos que producen la música de las esferas] estaban ocultos a nuestra vista. El esplendor y la gloria de los muchos Seres presentes perduró por casi media hora y Rosalind, temblando y casi sollozante de júbilo, lo veía todo: «Miren, ¿lo ven?», repetía a menudo; o; «¿Escuchan la música?» Entonces pronto oímos los pasos de Krishna y vimos su blanca figura surgiendo desde la oscuridad, y todo había terminado.
Y Rosalind gritó: «¡Oh, él viene, vayan a su encuentro!», y cayó casi desvanecida en su silla.
Cuando se recuperó, ¡ay!, no recordaba nada, nada, todo se había borrado de su memoria excepto el sonido de la música que aún vibraba en sus oídos. Al día siguiente reaparecieron otra vez los temblores y la conciencia semi-despierta en Krishna, aunque ahora eso sólo duraba unos pocos minutos y a largos intervalos.
Todo el día permaneció bajo el árbol en samadhi (1) , y al atardecer, cuando se sentó en meditación como la noche anterior. Rosalind vio nuevamente tres figuras alrededor de él, las que rápidamente se fueron llevando a Krishna con ellas y dejando su cuerpo bajo el árbol. Desde entonces, él se sienta en meditación bajo el árbol todas las tardes. He descrito lo que vi y oí, pero del efecto que el incidente tuvo sobre todos nosotros no he hablado, porque pienso que tomará tiempo, al menos a mí, comprender plenamente la gloria que tuvimos el privilegio de presenciar, aunque ahora siento que la vida puede ser vivida de una sola manera, al servicio del Señor.
Krishna mismo también escribió un relato de esta experiencia a Mrs. Besant y a Leadbeater pero, debido a que había estado inconsciente, recordaba poco de la misma. Terminaba su relato: Yo era supremamente feliz, porque había visto.
Ya nunca nada podría ser igual.
He bebido en las puras y transparentes aguas que manan de la fuente de la vida y mi sed fue aplacada.
Nunca más podría estar sediento.
Nunca más podría hallarme en la total oscuridad; he visto la luz.
He tocado la compasión que cura todo dolor y sufrimiento; ello no es para mí mismo, sino para el mundo.
He estado en la cumbre de la montaña y he contemplado fijamente a los poderosos Seres.
He visto la gloriosa Luz que cura.
Me ha sido revelada la fuente de la Verdad y las tinieblas han sido disipadas.
El Amor en toda su gloria ha embriagado mi corazón; mi corazón ya nunca podrá cerrarse.
He bebido en la fuente de la Felicidad y de la Belleza eterna.
Estoy embriagado de Dios.
Antes de esto, en su relato había escrito: El primer día, mientras me encontraba en ese estado, y más consciente de las cosas que me rodeaban, tuve la primera y más extraordinaria experiencia.
Había un hombre reparando la carretera; ese hombre era yo mismo; yo era el pico que él sostenía; la piedra misma que él estaba rompiendo, era parte de mí, la tierna brizna de hierba era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi podía sentir y pensar como el hombre que reparaba la carretera, y podía sentir el viento pasando a través del árbol, y a la pequeña hormiga sobre la brizna de hierba. Los pájaros, el polvo y el mismo ruido eran una parte de mí. Justo en ese momento pasaba un automóvil a cierta distancia; yo era el conductor, la máquina y las llantas; conforme el auto se alejaba de mi, yo me alejaba de mí mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas estaban en mí, las inanimadas y las animadas, la montaña, el gusano y toda cosa viviente. Todo el día permanecí en esta dichosa condición.
Mr. Warrington también escribió un relato de la experiencia, avalando la verdad de los otros dos. Se enviaron copias de los tres relatos a Miss Dodge y a Lady Emily, con un pedido a esta última de que hiciera unas cuantas copias por medio de alguna persona de mucha confianza, puesto que eran estrictamente privadas.
Ella optó por Rajagopal, que había aprendido mecanografía para esta tarea (2) .
Después de una quincena tranquila, durante la cual Krishna continuó meditando todas las noches sentado bajo el pimentero, los extraños estados semiconscientes comenzaron otra vez el 3 de septiembre, pero esta vez ocurrían regularmente desde las 6,30 de la tarde hasta las 8,30 o nueve de la noche después de su meditación, y eran acompañados por dolores en la espina dorsal que, después de unos cuantos días, llegaron al paroxismo.
Nitya registraba anotaciones diarias de la condición de Krishna, las que más tarde reunió para transformarlas en una (1) Una palabra del sánscrito usada aquí probablemente como «estado de trance».
Una definición sencilla es: «El maravilloso proceso del Samadhi destruye la muerte, conduce a la felicidad eterna y conduce a la felicidad eterna y confiere la suprema Bendición de Brahman [Realidad]». (2)
Los relatos de Nitya y Krishna se citan de las copias enviadas a Lady Emily, ahora en los AB. narración que envió a Mrs. Besant y Leadbeater (3) .
El «ego» de Krishna, como Nitya lo denominaba, solía retirarse dejando el cuerpo a cargo del «elemental físico» (4) , el cual cargaba con el dolor de modo tal que Krishna no podía recordarlo cuando «regresaba».
Las descripciones de la tortura física experimentada noche tras noche por los siguientes tres meses son desgarradoras.
Nitya y Mr. Warrington, que estuvo allí todo el tiempo, no creían que tal dolor fuera posible.
El «elemental físico» confundía a Rosalind -quien vino a la cabaña todas las noches mientras tuvo lugar lo que posteriormente se conoció como «el proceso»- con la madre muerta de Krishna.
A veces Krishna tenía la sensación de que lo quemaban, y entonces quería correr afuera para sumergirse en el arroyo y había que sujetarlo a la fuerza, ya que podía desmayarse dondequiera que se encontrara y caer sobre su rostro con un «terrible estrépito».
Por lo general, se acostaba en la semioscuridad en un colchón puesto sobre el piso para que no pudiera caerse le la cama. No podía tolerar demasiada luz.
Nitya decía que era como observar a un hombre al que quemaban hasta morir.
El dolor, que afectaba diferentes partes del cuerpo, llegaba en largos espasmos.
Cuando había una leve calma pasajera, Krishna solía conversar con ciertos seres invisibles o con un ser que aparentemente venía todas las noches «para conducir las operaciones». Krishna se refería a esos seres como «Ellos».
Al parecer, le daban indicaciones acerca de lo que iba a suceder, porque se le escuchó decir cosas como: «Oh, ¿así qué ésta será una mala noche? Muy bien, no me importa».
Cuando el dolor se volvía más intenso, sollozaba y se retorcía y daba alaridos terribles, clamando a veces en voz alta por un respiro.
El «elemental físico» solía decir entre sollozos: «Oh, por favor, por favor, no puedo más», y después se interrumpía y se escuchaba la voz de Krishna diciendo: «Todo está muy bien. Yo no quise decir eso, prosigan, por favor», o: «Ahora estoy preparado, continuemos».
A las nueve, después del trabajo nocturno sobre su cuerpo, se sentaba con los otros y tomaba su leche (durante esas noches jamás cenaba), y ellos le contaban lo que había sucedido. Él los escuchaba como si hablaran de un extraño, y su interés en los sucesos era tan grande como el de ellos; para él todo era nuevo, puesto que su memoria no retenía nada de lo sucedido. En una de las peores noches dijo entre gemidos: «Oh, madre, ¿por qué me has engendrado para esto?».
Imploró por un descanso de pocos minutos, y los demás le escucharon hablar con su madre o con «Ellos» diciendo con mucha certidumbre: «¡Sí, por supuesto!, puedo aguantar muchísimo más, no se preocupen por el cuerpo, no puedo impedir que llore», y a veces «Ellos» le decían algo a él y reían «de todo corazón». En cierta ocasión escucharon al «elemental físico» gritando: «¡Por favor, Krishna, regresa!».
Si Krishna «regresaba», «el proceso» se detenía. Al parecer, todas las noches tenía que cumplirse cierta cantidad de trabajo sobre el cuerpo, y si en medio de ello había una interrupción, ésta ponía punto final al trabajo.
El cuerpo de Krishna estaba cada vez más agotado y enflaquecido, y para los otros era una tensión tremenda tener que contemplar su sufrimiento.
A principios de octubre, «Ellos» comenzaron a trabajar sobre sus ojos, una tortura más espantosa que nunca.
Nitya escribió: «Ellos le dijeron esa noche que estaban limpiando sus ojos a fin de que pudiera permitírsele que lo viera a «Él».
Pero esa limpieza era un proceso terrible de presenciar. Le oímos decir: ‘Es como estar amarrado en el desierto, con el rostro vuelto hacia el sol deslumbrante y con los párpados cortados’».
Una tarde, temprano, cuando Krishna venía de su baño para dirigirse a meditar bajo el pimentero antes del comienzo de las tareas nocturnas, dijo a los otros que esa noche iba a presentarse un «Gran Visitante» (ellos extendieron que no sería el Señor Maitreya, de quien se dijo que había estado allí una o dos veces). Krishna le pidió a Nitya que pusiera la pintura del Buda en su cuarto, al que volvería después de la meditación, por lo que a Nitya no le quedaron dudas de quién sería el «Gran Ser».
El trabajo de esa noche pareció el más doloroso de los que el cuerpo de Krishna había soportado hasta entonces, pero también el más glorioso desde aquella primera noche de domingo en agosto bajo el pimentero, porque todos ellos sintieron que la «Gran Presencia» había venido por unos momentos.
Después, cuando Nitya y Rosalind estaban con Krishna en su cuarto, Krishna comenzó a hablar a seres que ellos no podían ver. Aparentemente, el éxito del «trabajo» se hallaba asegurado y Ellos estaban felicitando a Krishna.
Le escucharon decir: «No hay nada de qué felicitarme, ustedes hubieran hecho lo mismo».
Cuando los que le felicitaban se fueron, Krishna, todavía inconsciente dijo: «Madre, todo será diferente ahora, después de esto la vida ya nunca será la misma para ninguno de nosotros.
Le he visto, madre, y ahora ya nada importa». Pero éste no fue el final del sufrimiento físico de Krishna.
«Ellos» comenzaron ahora a abrir algo en su cabeza, lo cual le ocasionaba «una tortura tan indescriptible» que gritaba continuamente: «¡Por favor, ciérrenlo, ciérrenlo!». Cuando el dolor se volvía insoportable, Ellos cerraban eso, pero un rato después volvían a abrirlo y el cuerpo comenzaba a gritar hasta que se desmayaba. Esto prosiguió por unos cuarenta minutos.
Cuando finalmente (3) AA. Firmada por Nitya y fechada el 17 de febrero de 1923. Tomada de la copia del original por amable permiso de Mrs. Radha Burnier. Citada primariamente en Krishnamurti de Pupul Jayakar. 4 La parte del cuerpo que controla sus acciones instintivas y puramente físicas cuando la conciencia superior se ha retirado.
Es un estado inferior, de evolución y necesita ser guiado. terminó, el cuerpo, para asombro de los demás empezó a hablar con la voz de un niño de unos cuatro años, rememorando incidentes de su infancia. «El proceso» continuó sin disminución todas las noches -excepto por unos cuantos días en que Krishna y Nitya estuvieron en Hollywood- hasta principios de diciembre, y cuando terminó, el niñito parloteaba por una hora o más con su madre (que él seguía confundiendo con Rosalind) acerca de sucesos de su infancia. Le contó sobre un duende locuaz que había sido su compañero de juegos, y de cómo había odiado ir a la escuela. Describió la muerte de su madre: «Él pensaba que ella estaba enferma, y cuando veía que el médico le daba la medicina, suplicaba a su madre: ‘No la tomes, madre, no la tomes, es una droga detestable y no va a hacerte ningún bien, por favor, no la tomes, el médico no sabe nada, es un hombre deshonesto’. Poco después, en un tono horrorizado, decía: ‘¿Por qué estás tan callada, madre, qué ha sucedido, por qué padre se cubre el rostro con su dhoti? Madre, respóndeme, madre’».
Mientras «el proceso» continuaba cada noche, Krishna escribía en las mañanas, como relató a Lady Emily en una carta del 17 de septiembre, «un artículo de una naturaleza bastante curiosa. He escrito hasta ahora 23 páginas, absolutamente sin ayuda» (1) . Tanto Mrs. Besant como Leadbeater atribuyeron la experiencia de Krishna de los días 17-20 de agosto, al paso por la tercera iniciación, pero no podían encontrar ninguna explicación para «el proceso».
Krishna mismo estaba convencido de que era algo por lo que tenía que pasar a fin de que su cuerpo estuviera preparado para la recepción del Señor Maitreya, y que no debía hacerse intento alguno de impedir o aliviar sus sufrimientos.
Había un solo profesional médico que lo atendía en este estado, la Dra. Mary Rocke, una teósofa inglesa miembro de la Estrella a quien él conocía muy bien y en quien confiaba. Ella no pudo echar ninguna luz sobre las causas del «proceso» y sólo podía examinar a Krishna cuando éste recuperaba la conciencia. Si algún médico o psicólogo extraño hubiera entrado a la casa, Krishna lo hubiera advertido inmediatamente y no hay duda de que «el proceso» se habría detenido. ¿Qué era, entonces, «el proceso»?
La explicación que dio Nitya en esa época y que fue adoptada por otros, era que se trataba del despertar del kundalini (llamado a veces el «fuego serpentino»), el cual se halla centrado en la base de la espina dorsal, y cuando se lo despierta mediante la práctica del verdadero yoga, libera una energía tremenda y poderes de clarividencia.
Leadbeater discutió esto, escribiéndole a Mrs. Besant que él no había sufrido otra cosa que incomodidad cuando su kundalini fue despertado.
Krishna no desarrolló, después del «proceso», poderes clarividentes mayores que los que había demostrado cuando era niño. De cualquier manera, «el proceso» continuó por demasiado tiempo como para que fuera válida la explicación del kundalini, De tiempo en tiempo, médicos, psicólogos y otros han hecho sugerencias acerca de lo que pudo haber sido aquello. Migrañas, histeria, epilepsia y esquizofrenia, todo ello fue sugerido. Nada de esto corresponde al caso.
Muchos místicos, por supuesto, han tenido visiones y han escuchado voces, ¿pero alguna vez han estado tales cosas acompañadas de semejante agonía física? ¿Existe, acaso, alguna explicación física? ¿Está uno obligado a concluir que sólo puede haber una explicación mística? Lo que parece cierto es que, cualquier cosa que haya sucedido al cuerpo de Krishna en esos años y en los siguientes, hizo posible que él se convirtiera en canal para alguna fuerza o energía inmensa que fue la fuente de su posterior enseñanza. (1) Este artículo, un poema en prosa que alcanza unas 9.000 palabras, se publicó en el Herald, bajo el título de The Path (El Sendero) en tres partes, a partir de febrero de 1923. En 1981, se incluyó en Poems and Parables, J. Krishnamurti (Gollancz, Harper & Row, 1981).
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