24. EL TIEMPO
Pregunta: ¿El pasado puede disolverse de inmediato, o ello invariablemente requiere tiempo?
KRISHNAMURTI: Somos un resultado del pasado. Nuestro pensamiento se basa en el ayer, y en muchos miles de “ayeres”. Somos un producto del tiempo, y nuestras reacciones, nuestras actitudes presentes, son efecto acumulado de muchos miles de instantes, incidentes y experiencias. De modo que el pasado, para la mayor parte de nosotros, es el presente. Ese es un hecho innegable. Vosotros, vuestros pensamientos, vuestros actos, vuestras respuestas, son resultado del pasado. Ahora bien, el interlocutor quiere saber si ese pasado puede borrarse de inmediato; es decir, no con el andar del tiempo sino instantáneamente; o si, por el contrario, ese pasado acumulado requiere tiempo para que la mente se libre de él en el presente. Es importante comprender la pregunta: Siendo que cada uno de nosotros es resultado del pasado, con un fondo de innumerables influencias que varían y cambian constantemente, ¿es posible borrar todo ello, sin pasar por el proceso del tiempo? ¿Qué es el pasado? ¿Qué entendemos por “pasado”? No entendemos, ciertamente, el pasado cronológico. Entendemos, sin duda, las experiencias acumuladas, la acumulación de reacciones, recuerdos, tradiciones, conocimientos, el depósito subconsciente de innumerables pensamientos, sentimientos, influencias y respuestas. Con ese fondo mental no es posible comprender la realidad, porque la realidad no debe ser de tiempo alguno: ella es “atemporal”. No se puede comprender lo “atemporal” con una mente que es producto del tiempo. El interlocutor desea saber si la mente puede ser libertada, si esa mente -resultado del tiempo- puede instantáneamente dejar de ser; o si hay que pasar por una larga serie de exámenes y análisis y así librar la mente de su contenido. La mente es el trasfondo; la mente es el resultado del tiempo; mente es el pasado, no el futuro. Ella puede proyectarse en el futuro, y utiliza el presente como tránsito hacia el futuro. De modo, pues, que haga lo que haga, sea cual sea su actividad -pasada, presente y futura-, la mente está siempre en la red del tiempo. ¿Es posible que la mente cese por completo, es decir, que el proceso del pensamiento llegue a su término? Hay, evidentemente, muchas capas en la mente. Lo que llamamos “conciencia” tiene muchos niveles, cada uno relacionado con otro, dependiente de otro, obrando unos sobre otros; y nuestra conciencia, en su totalidad, no sólo vivencia sino que denomina, emplea palabras y acumula los recuerdos. En eso consiste todo el proceso de la conciencia, ¿no es así? Cuando nos referimos a la conciencia, ¿no queremos acaso expresar que ella experimenta algo a lo que da un nombre, almacenando así esa experiencia en la memoria? Todo esto, en diferentes niveles, es la conciencia. ¿Y puede la mente, que es resultado del tiempo, ir paso a paso en un proceso de análisis para librarse del trasfondo? ¿O es posible estar enteramente libre del tiempo y mirar la realidad directamente? Muchos analistas dicen que, para estar libre del trasfondo, hay que examinar toda reacción, todo complejo, todo impedimento, toda obstrucción, lo cual representa, evidentemente, un proceso de tiempo. Ello significa que el analizador debe comprender lo que analiza y no interpretarlo erróneamente. Si interpreta mal lo que analiza, en efecto, llegará a conclusiones falsas, estableciendo con ello otro trasfondo. El analizador debe ser capaz de analizar sus pensamientos y sentimientos sin la más ligera desviación; y no debe equivocarse en ninguna etapa de su análisis, porque dar un paso en falso, llegar a una conclusión errada, significa establecer otro trasfondo siguiendo otra línea, en un nivel diferente. Y también surge este problema: ¿es el analizador diferente de lo que analiza? ¿No son el analizador y lo analizado un fenómeno conjunto? El experimentador y la experiencia son ciertamente un fenómeno conjunto; no son dos procesos separados. Veamos, pues, en primer término, en qué consiste la dificultad del análisis. Es casi imposible analizar el contenido integro de nuestra conciencia para ser libres mediante dicho proceso. Porque, después de todo, ¿quién es el analizador? El analizador no es diferente, aunque crea serlo, de aquello que analiza. Podrá separarse de lo que analiza, pero el analizador forma parte de lo que analiza. Surge en mí un pensamiento, un sentimiento; digamos, por ejemplo, que estoy encolerizado. La persona que analiza la cólera, la ira, no deja por ello de formar parte de la ira; el analizador y lo analizado son un fenómeno conjunto, no dos fuerzas o procesos separados. De ahí que sea incalculablemente grande la dificultad de analizarnos a nosotros mismos, de abrirnos, de leernos página a página, observando toda respuesta, toda reacción. ¿No es cierto? Ese no es, por consiguiente, el modo de librarnos de nuestro “trasfondo”. Tiene, entonces, que haber un camino más simple y directo; y eso es lo que vosotros y yo vamos a indagar. Para ello, empero, no debemos seguir adheridos a lo que es falso sino descartarlo. El análisis, pues, no es el camino a seguir; debemos desechar el proceso de análisis. ¿Qué os queda, entonces? Estáis habituados tan sólo al análisis, ¿verdad? El hecho de que el observador observe -siendo el observador y lo observado un solo fenómeno- y de que el observador intente analizar lo que observa, no lo librará de su trasfondo. Si ello es así -y lo es- vosotros abandonaréis ese proceso, ¿no es cierto? Si veis que se trata de un enfoque falso, si os dais cuenta no sólo intelectualmente, sino realmente, de que ese es un proceso falso, ¿que ocurrirá con vuestro análisis? Dejaréis de analizar, ¿no es así? ¿Entonces qué os queda? Observad, seguid esto y veréis cuán rápida y prontamente uno puede verse libre de su trasfondo. Si aquel no es el camino, ¿qué otra cosa os queda? ¿Cuál es, entonces, el estado de la mente que está acostumbrada al análisis, a la indagación, a la disección y demás? Si ese proceso cesa, ¿cuál es el estado de vuestra mente? Diréis que la mente queda en blanco. Penetrad ahora un poco más en esa mente vacía. En otros términos: cuando descartáis lo que ya os es conocido por ser falso, ¿qué le ha ocurrido a vuestra mente? Después de todo, ¿qué habéis descartado? Habéis descartado el falso proceso que era una consecuencia de vuestro trasfondo. ¿No es así? De un soplo, por así decirlo, habéis descartado todo eso. Vuestra mente, por lo tanto -cuando dejáis a un lado el proceso de análisis con todo lo que él implica, cuando veis que es falso-, queda libre del ayer y se capacita para captar directamente, sin pasar por el proceso del tiempo. Y con ello descarta en seguida su trasfondo. Expresemos todo esto de diferente manera: el pensamiento es resultado del tiempo, ¿no es cierto? El pensamiento es un producto del medio ambiente, de las influencias sociales y religiosas, lo cual forma parte del tiempo. Ahora bien: ¿puede el pensamiento estar libre del tiempo? Es decir, el pensamiento -que es resultado del tiempo- ¿puede cesar y quedar libre del proceso del tiempo? El pensamiento puede ser dominado, regulado; pero esa regulación sigue estando en la esfera del tiempo, de modo que nuestra dificultad es ésta: ¿cómo puede una mente que es resultado del tiempo, de muchos miles de “ayeres”, quedar instantáneamente libre de ese trasfondo complejo? Ello os es posible en el presente, no en el mañana; os es posible en el “ahora”. Lo podréis si os dais cuenta de lo que es falso; y lo falso es evidentemente el proceso analítico, que es lo único que tenemos. Cuando el proceso analítico haya cesado completamente -no por coacción sino comprendiendo la inevitable falsedad de ese proceso-, hallaréis que vuestra mente está completamente disociada del pasado. Ello no significa que no reconozcáis el pasado, sino que en vuestra mente ya no hay comunión directa con el pasado. La mente puede, pues, librarse del pasado instantáneamente, ahora; y esta disociación del pasado, esta completa emancipación del ayer -no en un sentido cronológico sino psicológico- no sólo es posible sino que es la única manera de comprender la realidad. Dicho de un modo más sencillo: ¿cuál es el estado de vuestra mente cuando queréis comprender algo? Cuando deseáis comprender a uno de vuestros niños, a cualquier persona, o comprender algo que alguien dice, ¿cuál es vuestro estado mental? No analizáis, ni criticáis, ni juzgáis lo que esa persona dice; escucháis, simplemente. ¿No es así? Vuestra mente se halla en un estado en que el proceso de pensar no es activo, pero sí muy alerta. Y en ese estado de alerta el tiempo no existe, ¿verdad? Sólo estáis atentos, alertas, pasivamente receptivos, y sin embargo plenamente conscientes; y es sólo en ese estado que hay comprensión. Cuando la mente está agitada, preocupada, con ánimo de inquirir, de disecar, de analizar, no hay comprensión. Cuando con toda intensidad se quiere comprender, la mente, sin duda alguna, está tranquila. Esto, por supuesto, habréis de experimentarlo; no lo creáis tan sólo porque yo lo digo. Pero podéis ver que, cuanto más y más analicéis, menos y menos comprenderéis. Podréis entender determinados sucesos o experiencias; pero no podréis vaciar vuestra conciencia de todo su contenido mediante el proceso analítico. Sólo podrá ser vaciada cuando veáis cuán falso es enfocar el problema a través del análisis. Cuando veáis lo falso como tal, empezaréis a percibir lo que es verdadero; y es la verdad que os librará de vuestro trasfondo
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