jueves, 31 de diciembre de 2020

DIOS

30.

 DIOS

 Pregunta: Usted ha comprendido la realidad. ¿Puede decirnos qué es Dios?

 KRISHNAMURTI: ¿Cómo sabe usted que yo he realizado? Para saberlo, usted también tiene que haber realizado. Esta no es una simple respuesta hábil. Para saber algo, usted tiene que ser parte de ese algo. Usted mismo debe haber tenido también la vivencia, y por lo tanto el que usted diga qué yo he realizado carece aparentemente de sentido. ¿Qué importa que yo haya o no realizado? ¿No es acaso verdad lo que estoy diciendo? Aunque yo sea el ser humano más perfecto, si lo que yo digo no es la verdad, ¿por qué habríais siquiera de escucharme? Mi realización, ciertamente, nada tiene que ver con lo que estoy diciendo, y el hombre que rinde culto a otro porque ese otro ha realizado, en realidad rinde culto a la autoridad y por lo tanto jamás podrá encontrar la verdad. El comprender aquello que ha sido realizado, y el conocer a quien ha realizado, no tiene importancia alguna, ¿verdad? Bien sé que toda la tradición dice: “estad con el hombre que ha realizado”. ¿Cómo podéis saber que él ha realizado? Todo lo que podéis hacer es estar en su compañía, y aun eso es muy difícil en nuestros días. Hay muy poca buena gente, en el verdadero sentido de la palabra -gente que no ande en busca de algo, en pos de algo. Aquellos que andan en busca o en pos de algo son explotadores, y por consiguiente, resulta muy difícil encontrar un compañero a quien amar. Idealizamos a los que han realizado, y esperamos que nos den algo, lo cual es una relación falsa. ¿Cómo puede comunicarse el hombre que ha realizado, no habiendo amor? Esa es nuestra dificultad. En todas nuestras discusiones no nos amamos realmente unos a otros; somos suspicaces. Deseáis algo de mí: conocimiento, realización, o queréis estar en mi compañía, todo lo cual indica que no amáis. Deseáis algo, y por lo tanto os ponéis a explotar. Si realmente nos amamos unos a otros, habrá comunión instantánea. Entonces no importa que hayáis realizado y yo no, o que vosotros seáis lo superior o lo inferior. Como nuestro corazón se ha marchitado, Dios ha adquirido enorme importancia. Esto es, deseáis conocer a Dios porque vuestro corazón ya no canta; y perseguís al cantor y le preguntáis si os puede enseñar a cantar. Él puede enseñaros la técnica, pero la técnica no os llevará a crear. No podéis ser músicos por el simple hecho de saber cantar. Puede que conozcáis todos los pasos de una danza, pero si en vuestro corazón no hay fuerza creadora, sólo funcionáis como una máquina. No podéis amar si vuestro objeto es simplemente lograr un resultado. No hay cosa alguna que sea un ideal, porque ello es solamente un logro. La belleza no es un logro; es la realidad, ahora, no mañana. Habiendo amor, comprenderéis lo desconocido; sabréis qué es Dios, y nadie necesitará decíroslo -y esa es la belleza del amor. Es la eternidad en sí misma. Es porque no hay amor, que deseamos que otra persona o Dios, nos lo dé. Si realmente amarais, ¿sabéis cuán diferente sería este mundo? Seríamos gente realmente feliz. Por lo tanto no debiéramos dejar que nuestra felicidad dependa de Las cosas, de la familia, de los ideales. Debiéramos ser felices, y por lo tanto las cosas, las personas y los ideales no dominarían nuestra vida. Son cosas secundarias todas ellas. Como no amamos y no somos felices, nos interesamos en las cosas, creyendo que nos darán felicidad; y una de las cosas en las cuales nos interesamos es Dios. Deseáis que os diga qué es la realidad. ¿Lo indescriptible puede ser acaso expresado en palabras? ¿Podéis acaso medir algo inconmensurable? ¿Podéis atrapar la brisa en vuestro puño? Si lo hacéis, ¿es eso acaso la brisa? Si medís aquello que es inconmensurable, ¿es eso acaso lo real? Si lo formuláis, ¿es ello lo real? Por cierto que no, pues en cuanto describís algo que es indescriptible, ello deja de ser lo real. En el momento en que traducís lo incognoscible en términos de lo conocido, ello deja de ser lo incognoscible. Sin embargo, eso es lo que anhelamos. Constantemente deseamos saber, porque entonces podremos continuar, entonces, según lo imaginamos, podremos alcanzar la felicidad fundamental, la permanencia. Deseamos saber por qué no somos felices, por qué luchamos miserablemente, por qué estamos gastados, por qué nos hemos envilecido. Sin embargo, en vez de comprender el simple hecho de que nos hemos envilecido, de que somos torpes, de que estamos hastiados, agitados, deseamos alejarnos de aquello que es conocido hacia lo desconocido que vuelve a ser lo conocido; y por consiguiente no podemos nunca encontrar lo real. Por lo tanto, en vez de preguntar quién ha comprendido, o qué es Dios, ¿por qué no consagrar toda la atención y percepción a lo que uno es? Entonces encontraréis lo desconocido, o más bien, lo desconocido vendrá a vosotros. Si comprendéis qué es lo conocido, “vivenciaréis” ese extraordinario silencio que no es inducido, que no es forzado; y sólo en ese vacío creador puede advenir la realidad. Ella no puede venir hacia aquello que está tratando de llegar a ser algo, que está esforzándose; sólo puede venir a lo que es; que comprende lo que es. Entonces veréis que la realidad no se halla lejos; lo desconocido no está alejado; está en lo que es. Así como la respuesta a un problema está en el problema mismo, la realidad está en lo que es. Si eso lo podemos comprender, conoceremos la verdad. Es en extremo difícil darse cuenta de la torpeza, de la codicia, de la mala voluntad, de la ambición, etc. El hecho mismo de darse cuenta de lo que uno es, es la verdad. Es la verdad que liberta, no vuestro esfuerzo por ser libres. De suerte que la realidad no está lejos; pero nosotros la situamos lejos porque procuramos utilizarla como medio de autoprolongación. Está aquí ahora en lo inmediato. Lo eterno, lo atemporal, es ahora; y el “ahora” no puede ser comprendido por el hombre que se halla atrapado en la red del tiempo. Libertar al pensamiento del tiempo, exige acción; pero la mente es perezosa lerda y por lo tanto crea siempre otros impedimentos. Ello sólo es posible por la verdadera meditación, la cual significa acción completa no una acción continua; y la acción integral sólo puede ser comprendida cuando la mente comprende el- proceso de la continuidad, que es la memoria, no la memoria “factual” sino la memoria psicológica. Mientras funciona la memoria, la mente no puede comprender lo que es. Pero la propia mente, la totalidad del propio ser, llega a ser en extremo creadora, a estar pasivamente alerta, cuando uno comprende la significación del terminar, porque en el terminar hay renovación, mientras en la continuidad está la muerte, la desintegración.  

miércoles, 30 de diciembre de 2020

LA VERDAD Y LA MENTIRA

 29.

 LA VERDAD Y LA MENTIRA

 Pregunta: ¿Cómo es que, según usted lo ha dicho, una verdad que se repite se convierte en mentira? ¿Qué es realmente la mentira? ¿Por qué es malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los niveles de nuestra existencia?

 KRISHNAMURTI: Como en esto hay dos preguntas, examinemos la primera. Cuando una verdad se repite, ¿cómo es que se convierte en mentira? ¿Qué es lo que repetimos? ¿Podéis repetir una comprensión? Yo comprendo algo; ¿puedo repetirlo? Puedo hablar de ello, puedo comunicarlo; pero la vivencia, a buen seguro, no es lo que se repite. Mas nos quedamos presos en la palabra y perdemos el significado de la vivencia. Si habéis tenido una vivencia, ¿podéis repetirla? Podéis querer repetirla; podéis desear su repetición, su sensación; pero una vez que habéis tenido una vivencia, ésta ha terminado, no puede ser repetida. Lo que puede repetirse es la sensación, y la palabra correspondiente que da vida a esa sensación. Y como, desgraciadamente, la mayoría de nosotros somos propagandistas, caemos en la repetición de la palabra. Vivimos de palabras, y la verdad es negada. Tomemos como ejemplo el sentimiento del amor. ¿Podéis repetirlo? Cuando oís que os dicen “amad a vuestro prójimo”, ¿es eso una verdad para vosotros? Sólo es verdad cuando en realidad amáis al prójimo; y ese amor no puede ser repetido, sino tan sólo la palabra. Sin embargo, casi todos nos sentimos felices y contentos con la repetición: “amad al prójimo”, o “no seáis codiciosos”. De modo que la verdad de otro, o una vivencia real que hayáis tenido, no se convierte en una realidad por la simple repetición. Por el contrario, la repetición impide la realidad; El mero repetir determinadas ideas no es la realidad. La dificultad de esto consiste en comprender el asunto sin pensar en términos de lo opuesto. Una mentira no es algo opuesto a la verdad. Es posible ver la verdad de lo que estoy diciendo, no en oposición o en contraste, como verdad o como mentira, sino ver, simplemente, que la mayoría de nosotros repetimos sin comprensión. Por ejemplo, hemos estado discutiendo el “nombrar” y el “no nombrar” un sentimiento y lo demás. Muchos de vosotros lo repetiréis, estoy seguro de ello, pensando que es “la verdad”. Jamás repetiréis una vivencia si es una experiencia directa. Podéis comunicarla; pero cuando es una vivencia real, las sensaciones que la acompañaron han pasado, el contenido emocional que había detrás de las palabras se ha desvanecido por completo. Tomemos por ejemplo, la idea de que el pensador y el pensamiento son uno solo. Puede que sea una verdad para vosotros, porque lo habéis experimentado directamente. Pero si yo lo repitiera, eso no sería verdadero -¿no es así?-, verdadero, no como opuesto a lo falso, entendedlo bien. No sería real; sería una simple repetición, y, por lo tanto, carecería de significación. Pero ya veis, con la repetición crearnos un dogma, edificamos una iglesia, y en eso nos refugiamos. La palabra, no la verdad, se convierte en “la verdad”. La palabra no es la cosa. Pero para nosotros, la cosa es la palabra. Y es por eso que uno tiene que guardarse con sumo cuidado de repetir algo que no comprenda realmente. Si comprendéis algo, podéis comunicarlo; pero las palabras y el recuerdo han perdido su significación emocional. Es por eso que, en la conversación corriente, la propia perspectiva y el propio vocabulario sufren un cambio. Siendo, pues, que estamos buscando la verdad por medio del conocimiento propio, y no somos meros propagandistas, es importante que comprendamos esto. Mediante la repetición, en efecto, uno se hipnotiza con palabras, con sensaciones, queda atrapado en ilusiones. Y para libertarse de eso, es imperativo experimentar directamente y, para experimentar directamente, uno debe captarse a sí mismo en el proceso de la repetición, de los hábitos, de las palabras, de las sensaciones. Esa captación nos brinda extraordinaria libertad, y así puede haber renovación, una constante vivencia, un estado de cosa nueva. La otra pregunta es: “¿qué es realmente la mentira? ¿Por qué es malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los niveles de nuestra existencia?” ¿Qué es una mentira? Es una contradicción -¿no es así?-, una autocontradicción. Uno puede contradecirse consciente o inconscientemente; puede hacerlo de un modo deliberado o inconsciente. La contradicción puede ser sumamente sutil o muy obvia. Y cuando la división en la contradicción es muy grande, uno se vuelve desequilibrado o se da cuenta del conflicto y se dispone a remediarlo. Para comprender este problema: qué es una mentira y por qué mentimos, hay que ahondarlo sin pensar en términos de lo opuesto. ¿Podemos observar este problema de la contradicción en nosotros mismos sin tratar de no ser contradictorios? Nuestra dificultad al examinar esta cuestión -¿no es así?- está en que condenamos una mentira con gran facilidad; ¿mas para comprenderla podemos considerarla en términos de lo que es la contradicción y no en términos de verdad y falsedad? ¿Por que nos contradecimos? ¿Por qué hay contradicción en nosotros? ¿No hay un intento de vivir de acuerdo con una norma, con una pauta, un constante acercamiento nuestro a un modelo, un esfuerzo constante por ser algo, ya sea a los ojos de otra persona o ante nuestros propios ojos? Existe un deseo -¿no es así?- de ajustarse a una norma, y cuando uno no vive de acuerdo con ella hay contradicción. Ahora bien, ¿por qué tenemos un modelo, una norma, una tendencia a imitar, una idea en conformidad con la cual tratamos de vivir? ¿Por qué? Evidentemente, para estar en seguridad, para estar a salvo, para ser populares, para tener una buena opinión de nosotros mismos, etc. Ahí está la semilla de la contradicción. Mientras procuremos asemejarnos a algo, mientras tratemos de ser algo, tiene que haber contradicción; por lo tanto, tiene que existir esa división entre lo falso y lo verdadero. Creo que esto es importante, si es que queréis profundizarlo serenamente. No es que no exista lo falso y lo verdadero; ¿pero por qué hay contradicción en nosotros? ¿No es porque intentamos ser algo: nobles, buenos, virtuosos, creadores, felices, etc.? Y en el deseo mismo de ser algo existe una contradicción: la de no ser una cosa diferente. Y es esta contradicción la que resulta destructiva. Si uno es capaz de completa identificación con algo, con esto o con aquello, entonces la contradicción cesa; mas cuando uno se identifica de veras, en un todo, con algo, hay encierro dentro de uno mismo, una resistencia, lo cual causa desequilibrio. Ello es evidente. ¿Por qué, pues, hay contradicción en nosotros? He hecho algo, y no quiero ser descubierto; he pensado algo que no es lo debido, y ello me coloca en un estado de contradicción, cosa que no me agrada. Por tanto, donde hay imitación tiene que haber temor; y es este temor lo que causa contradicción. Mientras que si no hay devenir, si no hay intento alguno de ser algo, no hay sensación de temor. Entonces no hay contradicción; entonces en nosotros no existe la mentira en ningún nivel, consciente o inconsciente; nada hay que suprimir, nada que manifestar. Y como la vida de casi todos nosotros es cuestión de estados de ánimo y de actitudes, asumimos actitudes que dependen de nuestros estados de ánimo, lo cual es una contradicción. Cuando el estado de ánimo desaparece, somos lo que somos. Es esta contradicción lo realmente importante, y no que digáis o dejéis de decir una mentirilla inocente. Mientras haya esta contradicción, tiene que haber una existencia superficial, y por lo tanto temores superficiales que han de ser vigilados; y luego siguen las mentiras inocentes, y todo lo demás que sabéis. Podemos considerar esta cuestión y no preguntar qué es una mentira y qué es la verdad, sino investigar el problema de la contradicción en nosotros mismos sin recurrir a los opuestos, lo cual es sumamente difícil. Porque, como dependemos tanto de nuestras sensaciones, la vida de casi todos nosotros es contradictoria. Dependemos de los recuerdos, de las opiniones; tenemos innumerables temores que deseamos disimular; todo esto crea contradicción en nosotros mismos; y cuando esa contradicción se hace insoportable, perdemos la cabeza. Deseando la paz, todo lo que uno hace engendra la guerra, no sólo en la familia, sino fuera de ella. Y en lugar de comprender lo que crea el conflicto, sólo tratamos, cada vez más, de convertirnos en una cosa o en otra, en lo opuesto, agrandando de ese modo la división. ¿Es posible comprender por qué existe contradicción en nosotros, no sólo en la superficie sino en un nivel psicológico mucho más profundo? En primer lugar, ¿se da uno cuenta de que vive una vida contradictoria? Deseamos la paz, y somos nacionalistas; queremos evitar la miseria social y, no obstante, cada uno de nosotros es individualista y limitado, encerrado en sí mismo. Vivimos, pues, en constante contradicción. ¿Por qué? ¿No será que somos esclavos de la sensación? No se trata de negar o de aceptar esto, que exige comprender muy bien lo que implica la sensación, es decir, los deseos. Deseamos muchas cosas, todas en contradicción unas con otras. Somos un cúmulo de máscaras en conflicto; adoptamos una careta cuando nos conviene, y la repudiamos cuando alguna otra cosa es más provechosa, más agradable. Es ese estado de contradicción lo que crea la mentira. Y, en oposición a eso, creamos “la verdad”. Pero, ciertamente, la verdad no es lo contrario de la mentira. Aquello que tiene un opuesto no es la verdad. Lo opuesto contiene su propio opuesto, y por lo tanto no es la verdad. Y para comprender este problema bien a fondo, hemos de darnos cuenta de todas las contradicciones en que vivimos. Cuando yo digo “os amo”, con ello van los celos, la envidia, la ansiedad, el temor, lo cual es una contradicción. Y es esta contradicción la que debe ser comprendida; y sólo se la puede comprender cuando uno se da cuenta de ella sin condenarla ni justificarla; observándola, no más. Y, para observarla pasivamente, uno ha de comprender todos los procesos de la justificación y de la condenación. No es cosa fácil el observar algo pasivamente; pero al comprender eso, empieza uno a comprender el proceso íntegro de las modalidades de nuestro pensar y sentir. Y cuando uno percibe el significado total de la contradicción en uno mismo, ello produce un cambio extraordinario: sois entonces vosotros mismos, no algo que tratáis de ser. Ya no seguís un ideal, ya no buscáis felicidad. Sois lo que sois, y de ahí podéis proseguir. Entonces no hay posibilidad de contradicción. 

martes, 29 de diciembre de 2020

LO CONOCIDO Y LO DESCONOCIDO

 28.

 LO CONOCIDO Y LO DESCONOCIDO

 Pregunta: Nuestra mente sólo conoce lo conocido. ¿Qué es lo que en nosotros nos impulsa a buscar lo desconocido, la realidad, Dios?

 KRISHNAMURTI: ¿Vuestra mente os impulsa hacia lo desconocido? ¿Existe en vosotros apremio por lo desconocido, por la realidad, por Dios? Por favor, pensad seriamente en ello. No se trata de una pregunta retórica; averigüémoslo, realmente. ¿Existe en cada uno de nosotros un apremio interior para encontrar lo desconocido? ¿Existe ese apremio? ¿Cómo podéis encontrar lo desconocido? Si no lo conocéis, ¿como podéis encontrarlo? ¿Existe en nosotros un anhelo de realidad? ¿O es simplemente un deseo de lo conocido, dilatado? ¿Comprendéis lo que quiero decir? He conocido muchas cosas; no me han dado felicidad, ni satisfacción, ni alegría. Por eso quiero ahora otra cosa que me dé mayor alegría, mayor felicidad, mayor vitalidad, lo que sea. ¿Y puede lo conocido, que es mi mente -porque mi mente es lo conocido, el resultado del pasado-, puede esa mente buscar lo desconocido? Si yo no conozco la realidad, lo desconocido, ¿cómo puedo buscarlo? Debe, por cierto, venir a mí; yo no puedo ir en pos de lo desconocido. Si voy en su búsqueda, voy en pos de algo que es lo conocido, de algo proyectado por mí. Nuestro problema, pues, no es el de saber qué es lo que en nosotros nos impulsa a hallar lo desconocido. Eso es bastante claro. El problema es nuestro propio deseo de estar más seguros, de ser más permanentes, más estables, más felices, de escapar al tumulto, al dolor, a la confusión. Ese es, por cierto, nuestro evidente impulso. Y cuando existe ese impulso, ese apremio, hallaréis un escape maravilloso, un maravilloso refugio, en Buda, en Cristo, o en las banderías políticas y otras cosas más. Eso no es la realidad; eso no es lo incognoscible, lo desconocido. Por lo tanto, el apremio por lo desconocido ha de terminar, la búsqueda de lo desconocido ha de cesar; lo cual significa que tiene que haber comprensión de lo conocido cumulativo, que es la mente. La mente debe comprenderse a sí misma como lo conocido, porque eso es todo lo que ella conoce. No podéis pensar en alguna cosa que no conozcáis. Solamente podéis pensar en algo que conocéis. Lo difícil para nosotros es que la mente no prosiga en lo conocido. Y eso puede ocurrir tan sólo cuando la mente se comprende a sí misma y entiende que todo su movimiento proviene del pasado y se proyecta a través del presente hacia el futuro. Es un movimiento continuo de lo conocido; ¿y ese movimiento puede cesar? Sólo puede cesar cuando él mecanismo de su propio proceso ha sido comprendido, sólo cuando la mente se comprende a sí misma y comprende su funcionamiento, sus modalidades, sus propósitos, sus empeños, sus exigencias -no sólo las exigencias superficiales sino los profundos impulsos y móviles del fuero íntimo. Esta es una tarea sumamente ardua; no es en una simple reunión, o en una conferencia, o leyendo un libro, donde vais a descubrir. Al contrario, ello necesita vigilancia continua, constante captación de todo movimiento del pensar, y no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño. Tiene que ser un proceso total, no un proceso parcial y esporádico. Asimismo, la intención debe ser apropiada, adecuada. Esto es, debe cesar la superstición de que, interiormente, todos deseamos lo desconocido. Es una ilusión pensar que buscamos a Dios; no hay tal. Nosotros no tenemos que buscar la luz. Habrá luz cuando no haya oscuridad; y a través de la oscuridad no podemos encontrar la luz. Todo lo que podemos hacer es remover esas barreras que crean oscuridad; y el removerlas depende de la intención. Si la removéis con el propósito de ver la luz, entonces nada removéis; sólo substituís la oscuridad por la palabra luz. Y hasta el hecho de mirar más allá de la oscuridad es huir de la oscuridad. No tenemos, pues, que considerar qué es lo que nos impulsa sino por qué hay en nosotros tal confusión, tanta agitación, lucha y antagonismo, todas las cosas estúpidas de nuestra existencia. Cuando éstas no existen, entonces hay luz y no tenemos que buscarla. Cuando la estupidez desaparece, surge la inteligencia. Cuando el hombre que es estúpido trata de volverse inteligente, sigue siendo estúpido. La estupidez jamás podrá ser transformada en sabiduría; sólo cuando cesa la estupidez hay sabiduría inteligencia. Pero es obvio que el hombre que es estúpido y trata de volverse inteligente, sabio, nunca podrá serlo. Para saber lo que es la estupidez hay que penetrarla, no de un modo superficial sino pleno, completo, profundo. Hay que penetrar todas las distintas capas de la estupidez; y cuando se produce el cese de la estupidez, hay sabiduría. De modo que resulta importante averiguar, no si existe algo más que lo conocido, algo más grande que nos impulsa hacia lo desconocido, sino ver qué es lo que en nosotros origina confusión, guerras, diferencias de clases, “snobismo”, búsqueda de renombre, acumulación de conocimientos, evasión por medio de la música, del arte y de tantas otras maneras. Es importante, por cierto, ver esas cosas como son, y volver a nosotros mismos tal cuales somos. Y desde ahí podemos proseguir. Entonces resulta relativamente fácil despojarse de lo conocido. Cuando la mente está en silencio, cuando ya no se proyecta hacia el futuro, deseando algo, cuando la mente está realmente serena, en una paz profunda, lo desconocido se manifiesta. No tenéis que buscarlo. No podéis atraerlo. Lo que podéis atraer es tan sólo aquello que conocéis. No podéis invitar a un huésped desconocido; sólo podéis invitar a alguien que conocéis. Pero no conocéis lo desconocido, Dios, la realidad, o lo que sea. Ello debe advenir. Sólo puede advenir cuando el campo está listo, cuando la tierra está labrada. Pero si preparáis el terreno a fin de que aquello advenga, entonces no lo tendréis. Así, nuestro problema no estriba en buscar lo incognoscible, sino en comprender los procesos acumulativos de la mente, la cual siempre es lo conocido. Y esa es una ardua tarea, requiere atención, requiere una percepción, una captación constantes en la que no haya sentido alguno de distracción, de identificación, de condenación; es estar con lo que es. Sólo entonces puede la mente estar serena, quieta. Ninguna clase de meditación o disciplina puede aquietar la mente, en el verdadero sentido de la palabra. Sólo cuando la brisa cesa, el lago entra en calma. No podéis aquietar el lago. Nuestra tarea no es, pues, la de buscar lo incognoscible, sino la de comprender la confusión, la agitación, la desdicha que hay en nosotros. Y entonces surge misteriosamente ese “algo” en el que hay júbilo, dicha.

lunes, 28 de diciembre de 2020

 27.

 EL NOMBRAR

 Pregunta: ¿Cómo puede uno darse cuenta de una emoción sin darle nombre o sin clasificarla? Si percibo un sentimiento, parece que sé lo que ese sentimiento es, casi inmediatamente después que surge. ¿O quiere usted significar algo diferente cuando dice “no nombréis”?

 KRISHNAMURTI: ¿Por qué le ponemos nombre a alguna cosa? ¿Por qué le ponemos rotulo a una flor, a una persona, a un sentimiento? Uno hace eso para comunicar el propio sentimiento, para describir la flor, y así sucesivamente, o para identificarse con ese sentimiento. ¿No es así? Yo nombro algo, un sentimiento, para comunicarlo. “Estoy enojado”. O me identifico con ese sentimiento, para fortalecerlo, para disolverlo o para hacer algo a su respecto. Le damos nombre a algo, a una rosa, para comunicarlo a otros; o al darle un nombre creemos que la hemos comprendido. Decimos “eso es una rosa”, la miramos rápidamente y continuamos nuestro camino. Al darle un nombre creemos haberla comprendido; la hemos clasificado y creemos que por eso hemos comprendido el contenido total y la belleza de esa flor. Al darle un nombre a alguna cosa, la hemos puesto simplemente en una categoría, y creemos haberla comprendido; no la miramos más de cerca. Pero si no le damos un nombre, nos vemos obligados a mirarla. Es decir, nos acercamos a la flor, o a lo que fuere, en actitud nueva, con una nueva cualidad de examen; la miramos como si nunca la hubiésemos visto antes. El poner nombre es un medio muy cómodo de deshacerse de las cosas y de la gente, diciendo que se trata de alemanes, de japoneses, de americanos, de hindúes. Les ponéis un rótulo y destruís el rótulo. Pero si no le ponéis un rótulo a las personas, os veis obligados a observarlas, y entonces resulta mucho más difícil matar a alguien. Podéis destruir el rótulo, con una bomba, y sentir que obráis con rectitud. Pero si no le ponéis un rótulo, y, por lo tanto, tenéis que mirar la cosa individualmente -ya sea un hombre o una flor, un incidente o una emoción-, entonces os veis forzados a considerar vuestra relación con la cosa y la acción que de ahí resulte. De suerte que nombrar o poner un rótulo es un modo muy cómodo de deshacerse de tal o cual cosa, de negarla, condenarla o justificarla. Ese es un aspecto de la cuestión. ¿Cuál es el centro desde el cual nombráis? ¿Cuál es el centro que siempre está nombrando, escogiendo, clasificando? Todos sentimos que hay un centro, un núcleo, desde el cual actuamos, juzgamos y denominamos, ¿no es así? ¿Qué es ese centro, ese núcleo? A algunos les agradaría pensar que es una esencia espiritual, Dios o lo que os plazca. Por lo tanto, descubramos qué es ese núcleo, ese centro que nombra, define, juzga. Ese centro, por cierto, es la memoria, ¿no es así? Una serie de sensaciones identificadas y conservadas; el pasado, vivificado a través del presente. Ese núcleo, ese centro, se alimenta del presente al nombrar, al clasificar, al recordar. Pronto veremos, según vamos poniéndolo de manifiesto, que mientras exista ese núcleo, ese centro, no puede haber comprensión. Sólo con la disipación de ese núcleo surge la comprensión. Porque, al fin y al cabo, ese núcleo es memoria, recuerdo de diversas experiencias a las que se ha dado nombres, rótulos, identificaciones. Con esas experiencias nombradas y rotuladas, desde ese centro, se acepta y se rechaza, se toma la determinación de ser o de no ser, conforme a las sensaciones, placeres y penas del recuerdo de la experiencia. Ese centro es, pues, la palabra. Si no le dais nombre a ese centro, ¿hay acaso un centro? Esto es, si no pensáis con palabras, si no empleáis palabras, ¿podéis pensar? El pensar surge mediante la verbalización; o bien la verbalización empieza a responder al pensar. De suerte que el centro, el núcleo, es el recuerdo de innumerables experiencias de placer y dolor, expresado por medio de palabras. Observadlo en vosotros mismos, por favor, y veréis que las palabras, los nombres, se han vuelto mucho más importantes que la substancia; y vivimos de palabras. Las palabras tales como verdad, Dios, o los sentimientos que esas palabras representan, han adquirido para nosotros gran importancia. Cuando decimos la palabra “americano”, “cristiano”, “hindú”, o la palabra “ira”, somos la palabra que representa el sentimiento. Pero no sabemos qué es ese sentimiento, porque lo que se ha vuelto importante es la palabra. Cuando decís que sois budistas, cristianos, ¿qué significa la palabra, qué sentido hay detrás de esa palabra que nunca habéis examinado? Nuestro centro, el núcleo, es la palabra, el rótulo. Si el nombre no hace al caso, si lo que importa es aquello que está detrás del nombre, entonces podéis inquirir; pero si estáis identificados con el nombre y confundidos con él, no podéis proseguir. Y nosotros estamos identificados con el nombre: la casa; la forma, el nombre, el mobiliario, la cuenta bancaria, nuestras opiniones, nuestros estimulantes, y así sucesivamente. Somos todas esas cosas; y esas cosas están representadas por un nombre. Las cosas han llegado a ser importantes, los nombres, los rótulos; y, por lo tanto, el centro, el núcleo, es la palabra. Si no hay palabra ni rótulo, no hay centro, ¿no es así? Hay disolución, hay un vacío, no el vacío del miedo, lo cual es una cosa enteramente distinta. Hay una sensación de ser como la nada; y puesto que habéis eliminado todos los rótulos, o más bien, habiendo comprendido por qué les ponéis rótulo a los sentimientos y a las ideas, sois completamente nuevos, ¿verdad? No hay centro desde el cual actuéis. El centro, que es la palabra, ha sido disuelto. El rótulo ha sido eliminado, ¿y dónde estáis vosotros como centros? Estáis ahí, pero ha habido una transformación. Y esa transformación os asusta un poco; por eso no proseguir con lo que continúa implícito en ella; ya estáis empezando a juzgarla, a decidir si os gusta o no os gusta. No proseguís con la comprensión de lo que va a surgir, sino que ya estáis juzgando; lo cual significa que tenéis un centro desde el cual actuáis. Por lo tanto, os quedáis estancados tan pronto juzgáis; las palabras “me gusta” y “no me gusta” se vuelven importantes. ¿Pero qué ocurre cuando no nombréis? Captáis más directamente la emoción, la sensación, y, por lo tanto, os relacionáis con ella de manera muy distinta, igual que con una flor cuando no le dais nombre. Os veis forzados a mirarla de un modo nuevo. Cuando no dais nombre a un grupo de personas, os veis obligados a mirar cada rostro individual y no a tratarlos a todos ellos como “masa”. Estáis, por lo tanto, mucho más alertas, mucho más atentos, sois más comprensivos, tenéis un sentido de piedad, de amor, más profundo; mas si a todos los tratáis como “masa”, se acabó. Si no le ponéis nombre, tenéis que considerar cada sentimiento a medida que surge. Cuando nombráis, ¿es el sentimiento diferente del nombre? ¿O el nombre despierta el sentimiento? Por favor, pensadlo bien. Cuando le asignamos un nombre, casi todos nosotros intensificamos el sentimiento. El sentimiento, y el darle un nombre, son instantáneos. Si hubiera un intervalo entre el sentimiento y el nombrar, podríais descubrir si el sentimiento es diferente del nombre, y entonces podríais habéroslas con el sentimiento, sin ponerle nombre. El problema es éste: ¿como librarnos de un sentimiento que nombramos, tal como la ira? No se trata de subyugarlo, de sublimarlo, de reprimirlo, todo lo cual es idiota y falto de madurez; se trata de como librarse realmente de él. Y para estar realmente libres de él, tenemos que descubrir si la palabra es más importante que el sentimiento. La palabra “ira” tiene más significación que el sentimiento mismo. Y, para descubrir eso, en realidad, tiene que haber un intervalo entre el sentimiento y el nombrar. Esa es una parte. Si no nombro un sentimiento, es decir, si el pensamiento no funciona solamente a causa de las palabras, o si no pienso en términos de palabras, imágenes o símbolos, lo que casi todos hacemos, ¿qué ocurre entonces? Entonces la mente, por cierto, no es simplemente el observador. Esto es, cuando la mente no piensa en términos de palabras, símbolos, imágenes, no hay pensador separado del pensamiento, el cual es la palabra. Entonces la mente está serena, quieta, ¿no es así? No está aquietada sino quieta. Y cuando la mente está realmente quieta, es posible habérnoslas instantáneamente con los sentimientos que surgen. Es tan sólo cuando les damos nombres a los sentimientos y con ello los fortalecemos, que los sentimientos tienen continuidad; se acumulan en el centro desde el cual seguimos poniéndoles nombres, ya sea para fortalecerlos o para comunicarlos. Cuando la mente ya no es, en calidad de pensador, el centro hecho de palabra, de experiencias pasadas -todas las cuales son recuerdos, nombres, acumulados y ordenados en categorías, en casillas-, cuando no hace ninguna de esas cosas, entonces es obvio que la mente está quieta. Ya no está atada, ya no hay un centro como el “yo” -“mi” casa, “mi” logro, “mi” trabajo-, que siguen siendo palabras, las cuales dan ímpetu al sentimiento y con ello fortalecen la memoria. Cuando ninguna de esas cosas ocurre, la mente está muy serena, quieta. Ese estado no es negación. Por el contrario, para llegar a ese punto tenéis que pasar por todo eso, lo cual es una empresa enorme. Ello no consiste simplemente en aprender unas cuantas series de palabras y repetirlas como lo haría un escolar: no nombrar, no nombrar. Seguir a fondo todo lo que ello implica, vivenciarlo, ver cómo la mente funciona y así llegar al punto en que ya no ponéis nombres -lo cual significa que ya no hay un centro distinto del pensamiento-; todo este proceso, sin duda, es verdadera meditación. Cuando la mente está de veras tranquila, entonces es posible que se manifieste aquello que es inconmensurable. Cualquier otro proceso, cualquiera otra búsqueda de la realidad, es mera autoproyección, cosa de nuestra propia hechura, y, por tanto, ilusoria. Pero este proceso es arduo, y él significa que la mente tiene en todo instante que darse cuenta do todo lo que internamente le ocurre. Para llegar a ese punto, no puede haber condenación ni justificación desde el principio hasta el fin, sin que esto sea un fin. No existe un fin, porque hay algo extraordinario que aún continúa. Esto no es una promesa. A vosotros os toca experimentar, penetrar de más en más profundamente en vosotros mismos, de suerte que todas la innumerables capas del centro sean disueltas; y eso lo podéis hacer rápida o perezosamente. Pero es en extremo interesante observar el proceso de la mente, cómo depende de las palabras, cómo las palabras estimulan la memoria, resucitan la experiencia muerta y le infunden vida. Y en ese proceso la mente vive en el futuro o en el pasado. Por tanto, las palabras tienen un enorme significado, tanto neurológico como psicológico. Os ruego que no aprendáis todo esto de mi o de un libro. No podéis aprenderlo de otra persona ni hallarlo en un libro. Lo que aprendáis o encontréis en un libro no será lo real. Pero podéis experimentarlo, podéis observaros en la acción, observaros al pensar, ver cómo pensáis, cuán rápidamente le dais nombre al sentimiento a medida que surge; y la observación de todo este proceso librará a la mente de su centro. Entonces la mente, estando quieta, puede recibir aquello que es eterno. 

domingo, 27 de diciembre de 2020

LO VIEJO Y LO NUEVO

 26.

 LO VIEJO Y LO NUEVO

 Pregunta: Cuando le escucho a usted, todo me parece claro y nuevo. En mi hogar, el viejo y sordo desasosiego se hace sentir. ¿Qué es lo que en mí anda mal?

 KRISHNAMURTI: ¿Qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra vida? Hay constante reto y respuesta. Eso es la existencia, eso es la vida: constante provocación y respuesta. ¿No es así? El reto, siempre es nuevo, y la respuesta siempre es vieja. Lo encontré a usted ayer, y hoy viene usted a mí. Es diferente, ha cambiado, es un nuevo hombre. Pero yo tengo la imagen de usted tal cual era ayer. Absorbo, por lo tanto, lo nuevo en lo viejo. No me encuentro con usted de un modo nuevo, sino que tengo su imagen de ayer; de suerte que mi respuesta al reto presente es siempre condicionada. Aquí, por el momento, usted deja de ser brahmán, o cristiano, deja de ser casta superior, o lo que sea; se olvida de todo. No hace más que escuchar, absorto, tratando de descubrir. Mas cuando reasume su vida cotidiana, vuelve a ser usted lo que era: está de nuevo en su casta, su sistema, su empleo, su familia. Es decir, lo nuevo se ve siempre absorbido en lo viejo, en los viejos hábitos, costumbres, ideas, tradiciones, recuerdos. Lo nuevo nunca está presente, puesto que siempre hacéis frente a lo nuevo con lo viejo; el reto es nuevo, pero le hacéis frente con lo viejo. De modo que el problema, en este asunto, es éste: ¿cómo liberar el pensamiento de lo viejo, para que sea nuevo en todo momento? Cuando veis una flor, cuando veis un rostro, cuando veis el cielo, un árbol, una sonrisa, ¿cómo vais a hacerle frente de un modo nuevo? ¿Por qué no le hacemos frente de un modo nuevo? ¿Por qué es que lo pasado absorbe lo nuevo y lo modifica? ¿Por qué lo nuevo cesa cuando volvéis al hogar? Ahora bien, la vieja respuesta surge del pensador. ¿No es el pensador siempre lo viejo? Como vuestro pensamiento se basa en el pasado, cuando os encontráis con lo nuevo es el pensador quien le hace frente; es la experiencia de ayer que le hace frente. El pensador es siempre lo viejo. Volvemos, pues, al mismo problema de manera diferente: ¿cómo liberar la mente de sí mismo como pensador? ¿Cómo extirpar el recuerdo, no el recuerdo “factual” sino el recuerde psicológico, que es la acumulación de la experiencia? Porque, sin estar libre del residuo de la experiencia, no puede haber captación de lo nuevo. Ahora bien, el libertar el pensamiento, el estar libre del proceso de pensar y así hacer frente a lo nuevo, es arduo, ¿verdad? Porque todas nuestras creencias, todas nuestras tradiciones, todos nuestros métodos educativos, son un proceso de imitación, de copia, de “memorización”, de formar el receptáculo de la memoria. Esa memoria responde constantemente a lo nuevo; y a la respuesta de esa memoria llamamos “pensar”, y ese pensar hace frente a lo nuevo. ¿Cómo, pues, puede existir lo nuevo? Sólo cuando no hay residuo de la memoria puede haber lo nuevo, y hay residuo cuando la experiencia no está finalizada, concluida, terminada, es decir, cuando la comprensión de la experiencia es incompleta. Cuando la experiencia es completa, no hay residuo. Esa es la belleza de la vida. El amor no es residuo, el amor no es experiencia; es un estado de ser. El amor es enteramente nuevo. De suerte que nuestro problema es éste: ¿puede uno hacer frente a lo nuevo constantemente, aun en el hogar? Por cierto que sí. Para hacer eso hay que producir una revolución en el pensamiento, en el sentir, y sólo podéis ser libres cuando todo incidente es cabalmente pensado de instante en instante, cuando toda respuesta es plenamente comprendida, no mirada de un modo casual y luego desechada. Sólo se está libre de la acumulación de recuerdos cuando todo pensamiento, todo sentimiento, es completado, pensado cabalmente hasta el final. Es decir, cuando cada pensamiento y cada sentimiento es considerado acabadamente y concluye, hay un final; y entonces existe un intervalo entre ese final y el siguiente pensamiento. En ese intervalo de silencio hay renovación; la nueva “creatividad” se manifiesta. Ahora bien, esto no es teórico ni impracticable. Si tratáis de captar por completo todo pensamiento y sentimiento, descubriréis que eso es extraordinariamente práctico en vuestra vida diaria; pues entonces sois nuevos, y lo que es nuevo es eterno, perdurable. Lo nuevo es creador, y ser creador es ser feliz; y a un hombre feliz no le importa ser rico o pobre, ni a qué casta, clase social o país pertenece. No tiene dirigentes, ni dioses, ni templos, ni iglesias y por lo tanto tampoco tiene disputas ni enemistad. Ese, por cierto, es el modo más práctico de resolver nuestras dificultades en el presente caos mundial. Es porque no somos creadores en el sentido en que uso ese término, que somos tan antisociales en todos los diferentes niveles de vuestra conciencia. Para ser muy práctico y eficaz en nuestras relaciones sociales, en nuestras relaciones con todo, uno debe ser feliz; y no puede haber felicidad si no hay terminación, no puede haber felicidad si hay un constante proceso de llegar a ser algo. En el finalizar hay renovación, renacimiento, novedad, lozanía, júbilo. Pero lo nuevo es absorbido en lo viejo, y lo viejo destruye lo nuevo, mientras haya trasfondo, mientras el pensamiento condicione a la mente, al pensador. Para verse libre del trasfondo, de las influencias condicionantes, del recuerdo hay que estar libre de la continuidad; y hay continuidad mientras el pensamiento y el sentimiento no hayan terminado por completo. Usted completa un pensamiento cuando lo sigue hasta el final, poniendo con ello fin a todo pensamiento, a todo sentimiento. El amor, por cierto, no es hábito, memoria; el amor siempre es nuevo. Sólo puede haber captación de lo nuevo cuando la mente es nueva; y la mente no es nueva mientras haya el residuo de pasadas experiencias. La memoria es “factual” a la vez que psicológica. No me refiero a la memoria “factual” sino a la memoria psicológica. Mientras la experiencia no sea completamente comprendida; deja residuo, que es lo viejo, que es lo de ayer, la cosa del pasado; y el pasado está siempre absorbiendo lo nuevo, y por lo tanto destruyéndolo. Sólo cuando la mente está libre de lo viejo, hace frente a lo nuevo de un modo nuevo, y en eso hay júbilo. 

sábado, 26 de diciembre de 2020

ACCIÓN SIN IDEA

 25.

 ACCIÓN SIN IDEA 

Pregunta: Para que la verdad advenga, usted aboga por la acción sin idea. ¿Es posible actuar en todo momento sin idea, sin un propósito en vista? 

KRISHNAMURTI: ¿Qué es actualmente nuestra acción? ¿Qué entendemos por acción? Hacer algo, ser, hacer; nuestra acción se basa en la idea, ¿verdad? Eso es todo lo que sabemos; tenemos ideas, ideales, promesas, diversas fórmulas acerca de lo que somos y lo que no somos. Esta es la base de nuestra acción: recompensa en el futuro o temor al castigo. Eso lo sabemos, ¿no es cierto? Tal actividad es aisladora, nos encierra en nosotros mismos. Tenéis una idea de la virtud, y de acuerdo con esa idea vivís, es decir, actuáis en la relación. En otros términos, para vosotros la relación colectiva o individual es acción hacia un ideal, hacia la virtud, hacia el propio logro, colectivo o individual, y lo demás. Cuando mi acción se basa en un ideal -que es idea- esa idea plasma mi acción, guía mi acción; ideas tales como “debo ser valiente”, “debo seguir el ejemplo”, “debo ser caritativo”, “debo tener conciencia social”, y lo demás. Todos decimos “hay un ejemplo de virtud que debo seguir”, lo cual una vez más significa “debo vivir de acuerdo con eso”. La acción, pues, se basa en esa idea. De suerte que entre acción e idea hay un intervalo, un proceso de tiempo, una separación. Eso es así, ¿verdad? Es decir, “no soy caritativo, no soy amoroso, no hay clemencia en mi corazón; pero, en mi sentir, debo ser caritativo”. Hay un intervalo entre lo que yo soy y lo que yo debiera ser, y todo el tiempo tratamos de tender un puente entre lo que yo soy y lo que debiera ser. Esa es nuestra actividad, ¿no es cierto? Ahora bien, ¿que acontecería si la idea no existiese? De golpe habríais suprimido el intervalo, la separación, ¿no es así? Serías lo que sois. Decís “soy feo, debo volverme bello”; ¿qué habré de hacer?, lo cual es acción basada en una idea. Decís “no soy compasivo, debo llegar a serlo”. Introducís, pues, la idea, separada de la acción. Por lo tanto nunca hay verdadera acción de lo que sois, y sí acción basada en el ideal de lo que seréis. El hombre estúpido dice siempre que habrá de volverse inteligente. Se sienta y trabaja, lucha por “llegar a ser”; nunca se detiene, nunca dice “soy estúpido”. Así, pues, su acción basada en una idea no es acción en absoluto. La acción significa hacer, moverse. Pero cuando tenéis ideas, sólo actúa la ideación, el proceso de pensamiento con relación a la acción. ¿Y qué sucedería si no hay idea? Vosotros sois lo que sois. Sois faltos de benevolencia, sois inclementes, sois crueles, estúpidos, irreflexivos, ¿podéis quedaros con eso? Si lo hacéis, ved entonces qué acontece. Cuando reconozco que no soy caritativo, que soy estúpido, ¿qué ocurre al darme cuenta de que ello es así? ¿Acaso no hay caridad, no hay inteligencia, cuando yo reconozco por completo la falta de caridad, no verbalmente, ni artificialmente, cuando me doy cuenta de que no soy caritativo y no soy afectuoso? ¿En ese mismo hecho, de ver “lo que soy”, no hay acaso amor? ¿No me vuelvo instantáneamente caritativo? Si yo veo la necesidad de estar limpio, es muy sencillo: voy y me lavo. Pero si es un ideal, eso de que yo debiera ser limpio, ¿qué ocurre entonces? Pues que entonces la limpieza es muy superficial, o se pospone. La acción basada en ideas es muy superficial. Ella no es en absoluto verdadera acción sino mera ideación, es tan sólo un proceso de pensamiento que prosigue. Mas la acción que transforma a los seres humanos, que trae regeneración, redención, transformación -llamadla como os plazca-, tal acción no se basa en ideas. Es acción con prescindencia de lo que le sigue, sea recompensa o castigo. Tal acción es atemporal, porque la mente no interviene en ella; y la mente es proceso de tiempo, proceso de cálculo, proceso de división, proceso de aislamiento. Esta cuestión no se resuelve tan fácilmente. La mayoría de vosotros hace preguntas y espera por respuesta “sí” o “no”. Es fácil hacer preguntas como “¿qué quiere usted decir?”, y luego sentarse a oírme explicar. Pero mucho más arduo es descubrir la respuesta vosotros mismos, penetrar tan profunda y claramente en el problema, tan sin corrupción, que el problema cese. Y eso puede acontecer tan sólo cuando la mente está realmente silenciosa frente al problema. El problema es tan hermoso como una puesta de sol, si amáis el problema. Si sois antagonistas del problema, jamás comprenderéis. La mayoría de nosotros somos antagonistas porque estamos asustados del resultado, de lo que puede ocurrir si proseguimos, de suerte que perdemos la significación y alcance del problema.

viernes, 25 de diciembre de 2020

EL TIEMPO

24. EL TIEMPO

 Pregunta: ¿El pasado puede disolverse de inmediato, o ello invariablemente requiere tiempo?

 KRISHNAMURTI: Somos un resultado del pasado. Nuestro pensamiento se basa en el ayer, y en muchos miles de “ayeres”. Somos un producto del tiempo, y nuestras reacciones, nuestras actitudes presentes, son efecto acumulado de muchos miles de instantes, incidentes y experiencias. De modo que el pasado, para la mayor parte de nosotros, es el presente. Ese es un hecho innegable. Vosotros, vuestros pensamientos, vuestros actos, vuestras respuestas, son resultado del pasado. Ahora bien, el interlocutor quiere saber si ese pasado puede borrarse de inmediato; es decir, no con el andar del tiempo sino instantáneamente; o si, por el contrario, ese pasado acumulado requiere tiempo para que la mente se libre de él en el presente. Es importante comprender la pregunta: Siendo que cada uno de nosotros es resultado del pasado, con un fondo de innumerables influencias que varían y cambian constantemente, ¿es posible borrar todo ello, sin pasar por el proceso del tiempo? ¿Qué es el pasado? ¿Qué entendemos por “pasado”? No entendemos, ciertamente, el pasado cronológico. Entendemos, sin duda, las experiencias acumuladas, la acumulación de reacciones, recuerdos, tradiciones, conocimientos, el depósito subconsciente de innumerables pensamientos, sentimientos, influencias y respuestas. Con ese fondo mental no es posible comprender la realidad, porque la realidad no debe ser de tiempo alguno: ella es “atemporal”. No se puede comprender lo “atemporal” con una mente que es producto del tiempo. El interlocutor desea saber si la mente puede ser libertada, si esa mente -resultado del tiempo- puede instantáneamente dejar de ser; o si hay que pasar por una larga serie de exámenes y análisis y así librar la mente de su contenido. La mente es el trasfondo; la mente es el resultado del tiempo; mente es el pasado, no el futuro. Ella puede proyectarse en el futuro, y utiliza el presente como tránsito hacia el futuro. De modo, pues, que haga lo que haga, sea cual sea su actividad -pasada, presente y futura-, la mente está siempre en la red del tiempo. ¿Es posible que la mente cese por completo, es decir, que el proceso del pensamiento llegue a su término? Hay, evidentemente, muchas capas en la mente. Lo que llamamos “conciencia” tiene muchos niveles, cada uno relacionado con otro, dependiente de otro, obrando unos sobre otros; y nuestra conciencia, en su totalidad, no sólo vivencia sino que denomina, emplea palabras y acumula los recuerdos. En eso consiste todo el proceso de la conciencia, ¿no es así? Cuando nos referimos a la conciencia, ¿no queremos acaso expresar que ella experimenta algo a lo que da un nombre, almacenando así esa experiencia en la memoria? Todo esto, en diferentes niveles, es la conciencia. ¿Y puede la mente, que es resultado del tiempo, ir paso a paso en un proceso de análisis para librarse del trasfondo? ¿O es posible estar enteramente libre del tiempo y mirar la realidad directamente? Muchos analistas dicen que, para estar libre del trasfondo, hay que examinar toda reacción, todo complejo, todo impedimento, toda obstrucción, lo cual representa, evidentemente, un proceso de tiempo. Ello significa que el analizador debe comprender lo que analiza y no interpretarlo erróneamente. Si interpreta mal lo que analiza, en efecto, llegará a conclusiones falsas, estableciendo con ello otro trasfondo. El analizador debe ser capaz de analizar sus pensamientos y sentimientos sin la más ligera desviación; y no debe equivocarse en ninguna etapa de su análisis, porque dar un paso en falso, llegar a una conclusión errada, significa establecer otro trasfondo siguiendo otra línea, en un nivel diferente. Y también surge este problema: ¿es el analizador diferente de lo que analiza? ¿No son el analizador y lo analizado un fenómeno conjunto? El experimentador y la experiencia son ciertamente un fenómeno conjunto; no son dos procesos separados. Veamos, pues, en primer término, en qué consiste la dificultad del análisis. Es casi imposible analizar el contenido integro de nuestra conciencia para ser libres mediante dicho proceso. Porque, después de todo, ¿quién es el analizador? El analizador no es diferente, aunque crea serlo, de aquello que analiza. Podrá separarse de lo que analiza, pero el analizador forma parte de lo que analiza. Surge en mí un pensamiento, un sentimiento; digamos, por ejemplo, que estoy encolerizado. La persona que analiza la cólera, la ira, no deja por ello de formar parte de la ira; el analizador y lo analizado son un fenómeno conjunto, no dos fuerzas o procesos separados. De ahí que sea incalculablemente grande la dificultad de analizarnos a nosotros mismos, de abrirnos, de leernos página a página, observando toda respuesta, toda reacción. ¿No es cierto? Ese no es, por consiguiente, el modo de librarnos de nuestro “trasfondo”. Tiene, entonces, que haber un camino más simple y directo; y eso es lo que vosotros y yo vamos a indagar. Para ello, empero, no debemos seguir adheridos a lo que es falso sino descartarlo. El análisis, pues, no es el camino a seguir; debemos desechar el proceso de análisis. ¿Qué os queda, entonces? Estáis habituados tan sólo al análisis, ¿verdad? El hecho de que el observador observe -siendo el observador y lo observado un solo fenómeno- y de que el observador intente analizar lo que observa, no lo librará de su trasfondo. Si ello es así -y lo es- vosotros abandonaréis ese proceso, ¿no es cierto? Si veis que se trata de un enfoque falso, si os dais cuenta no sólo intelectualmente, sino realmente, de que ese es un proceso falso, ¿que ocurrirá con vuestro análisis? Dejaréis de analizar, ¿no es así? ¿Entonces qué os queda? Observad, seguid esto y veréis cuán rápida y prontamente uno puede verse libre de su trasfondo. Si aquel no es el camino, ¿qué otra cosa os queda? ¿Cuál es, entonces, el estado de la mente que está acostumbrada al análisis, a la indagación, a la disección y demás? Si ese proceso cesa, ¿cuál es el estado de vuestra mente? Diréis que la mente queda en blanco. Penetrad ahora un poco más en esa mente vacía. En otros términos: cuando descartáis lo que ya os es conocido por ser falso, ¿qué le ha ocurrido a vuestra mente? Después de todo, ¿qué habéis descartado? Habéis descartado el falso proceso que era una consecuencia de vuestro trasfondo. ¿No es así? De un soplo, por así decirlo, habéis descartado todo eso. Vuestra mente, por lo tanto -cuando dejáis a un lado el proceso de análisis con todo lo que él implica, cuando veis que es falso-, queda libre del ayer y se capacita para captar directamente, sin pasar por el proceso del tiempo. Y con ello descarta en seguida su trasfondo. Expresemos todo esto de diferente manera: el pensamiento es resultado del tiempo, ¿no es cierto? El pensamiento es un producto del medio ambiente, de las influencias sociales y religiosas, lo cual forma parte del tiempo. Ahora bien: ¿puede el pensamiento estar libre del tiempo? Es decir, el pensamiento -que es resultado del tiempo- ¿puede cesar y quedar libre del proceso del tiempo? El pensamiento puede ser dominado, regulado; pero esa regulación sigue estando en la esfera del tiempo, de modo que nuestra dificultad es ésta: ¿cómo puede una mente que es resultado del tiempo, de muchos miles de “ayeres”, quedar instantáneamente libre de ese trasfondo complejo? Ello os es posible en el presente, no en el mañana; os es posible en el “ahora”. Lo podréis si os dais cuenta de lo que es falso; y lo falso es evidentemente el proceso analítico, que es lo único que tenemos. Cuando el proceso analítico haya cesado completamente -no por coacción sino comprendiendo la inevitable falsedad de ese proceso-, hallaréis que vuestra mente está completamente disociada del pasado. Ello no significa que no reconozcáis el pasado, sino que en vuestra mente ya no hay comunión directa con el pasado. La mente puede, pues, librarse del pasado instantáneamente, ahora; y esta disociación del pasado, esta completa emancipación del ayer -no en un sentido cronológico sino psicológico- no sólo es posible sino que es la única manera de comprender la realidad. Dicho de un modo más sencillo: ¿cuál es el estado de vuestra mente cuando queréis comprender algo? Cuando deseáis comprender a uno de vuestros niños, a cualquier persona, o comprender algo que alguien dice, ¿cuál es vuestro estado mental? No analizáis, ni criticáis, ni juzgáis lo que esa persona dice; escucháis, simplemente. ¿No es así? Vuestra mente se halla en un estado en que el proceso de pensar no es activo, pero sí muy alerta. Y en ese estado de alerta el tiempo no existe, ¿verdad? Sólo estáis atentos, alertas, pasivamente receptivos, y sin embargo plenamente conscientes; y es sólo en ese estado que hay comprensión. Cuando la mente está agitada, preocupada, con ánimo de inquirir, de disecar, de analizar, no hay comprensión. Cuando con toda intensidad se quiere comprender, la mente, sin duda alguna, está tranquila. Esto, por supuesto, habréis de experimentarlo; no lo creáis tan sólo porque yo lo digo. Pero podéis ver que, cuanto más y más analicéis, menos y menos comprenderéis. Podréis entender determinados sucesos o experiencias; pero no podréis vaciar vuestra conciencia de todo su contenido mediante el proceso analítico. Sólo podrá ser vaciada cuando veáis cuán falso es enfocar el problema a través del análisis. Cuando veáis lo falso como tal, empezaréis a percibir lo que es verdadero; y es la verdad que os librará de vuestro trasfondo 

jueves, 24 de diciembre de 2020

LA MUERTE

 23.

 LA MUERTE

 Pregunta: ¿Qué relación existe entre la muerte y la vida?

 KRISHNAMURTI: ¿Hay división entre vida y muerte? ¿Por qué consideramos la muerte como algo distinto de la vida? ¿Por qué tenemos miedo de la muerte? ¿Y por qué se han escrito tantos libros sobre la muerte? ¿Por qué existe esa línea de demarcación entre la vida y la muerte? ¿Y esa separación es real o meramente arbitraria, es decir, cosa de la mente? Cuando hablamos de la vida, entendemos el vivir como proceso de continuidad en el que hay identificación. “Yo” y “mi” casa, “yo” y “mi” esposa, “yo” y “mi” cuenta bancaria, “yo” y “mis” experiencias pasadas, eso es lo que entendemos por vida, ¿no es así? El vivir es un proceso de continuidad en la memoria, consciente tanto como inconsciente, con sus diversas luchas, reyertas, incidentes, experiencias, y lo demás. Todo eso es lo que llamamos vida; y en oposición a eso está la muerte, que pone fin a todo eso. Habiendo, pues, creado lo opuesto, que es la muerte, y temiéndole, procedemos a buscar qué relación existe entre la vida y la muerte; y si podemos llenar el vacío con alguna explicación, con una creencia en la continuidad, en el más allá, estamos satisfechos. Creemos en la reencarnación o en alguna otra forma de continuidad del pensamiento, y luego tratamos de establecer una relación entre lo conocido y lo desconocido. Procuramos tender un puente entre lo conocido y lo desconocido, y con ello tratamos de hallar la relación entre el pasado y el futuro. Eso es lo que hacemos -¿no es así?- cuando indagamos si existe relación entre la vida y la muerte. Deseamos saber cómo conectar el vivir y el terminar. Ese es nuestro pensamiento fundamental. Ahora bien: el final que es la muerte, ¿puede ser conocido mientras se vive? Es decir, si podemos conocer lo que es la muerte mientras estamos con vida, no habrá problema para nosotros. Es porque no podernos experimentar lo desconocido mientras vivimos, que tenemos miedo de lo desconocido. Nuestra lucha, pues, consiste en establecer una relación entre nosotros -que somos un resultado de lo conocido- y lo desconocido, que llamamos muerte. ¿Y puede haber una relación entre el pasado y algo que la mente no puede concebir, eso que llamamos muerte? ¿Por qué separamos ambas cosas? ¿No es porque nuestra mente sólo puede funcionar en la esfera de lo conocido, de lo continuo? Uno se conoce a sí mismo tan sólo como pensador, como actor con ciertos recuerdos de desdicha, de placer, de amor, de afecto, de diversas clases de experiencia; uno se conoce a sí mismo tan sólo como ente continuo, pues de otro modo no tendría recuerdo de sí mismo, de ser algo. Ahora bien: cuando ese “algo” llega a su término -lo que denominamos muerte- surge el temor de lo desconocido. Queremos, pues, atraer lo desconocido hacia lo conocido, y todo nuestro esfuerzo consiste en dar continuidad a lo desconocido. Es decir, no queremos conocer la vida, que incluya a la muerte; queremos saber cómo continuar y no llegar al fin. No deseamos saber de la vida y de la muerte sino tan sólo cómo continuar, sin finalizar. Lo que continúa no conoce renovación. Nada nuevo, nada creador, puede haber en aquello que tiene continuación. Esto es bastante obvio. Tan sólo cuando termina la continuidad existe una posibilidad de aquello que es siempre nuevo. Pero es esa terminación lo que nos infunde pavor, y no vemos que sólo en el terminar puede estar la renovación, lo creador, lo desconocido, no en llevar de un día para el otro nuestras experiencias, nuestros recuerdos, e infortunios. Es únicamente cuando morimos cada día para lo viejo, lo pasado, que lo nuevo puede surgir. Lo nuevo no puede estar donde hay continuidad, pues lo nuevo es lo creador, lo desconocido, lo eterno, Dios, o lo que os plazca. La persona, la entidad continua que busca lo real, lo eterno, jamás lo encontrará porque sólo puede encontrar lo que él proyecta de sí mismo; y eso que él proyecta no es lo real. Sólo terminando, muriendo, lo nuevo puede ser conocido; y el hombre que procura hallar relación entre la vida y la muerte, tender un puente entre lo que continúa y lo que él cree que hay más allá, vive en un mundo ficticio, ilusorio, que es una proyección de sí mismo. Ahora bien: ¿es posible morir en vida, es decir, terminar, ser como la nada? ¿Es posible, mientras uno vive en este mundo donde todo se va haciendo más y más, o se va haciendo menos y menos, donde todo es un proceso de ascender, de lograr, de alcanzar éxito, es posible en semejante mundo conocer la muerte? ¿Es posible terminar con todos los recuerdos, no con el recuerdo de los hechos, del camino a vuestra casa, y demás, sino con el apego interno a la seguridad psicológica mediante la memoria, terminar con los recuerdos que uno ha acumulado, almacenado, y en los que busca seguridad, felicidad? ¿Es posible poner fin a todo eso, es decir, morir diariamente para que mañana haya renovación? Sólo entonces se conoce la muerte en vida. Sólo en ese morir, en ese terminar, en ese poner fin a la continuidad, está la renovación, esa creación que es eterna. 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

EL AMOR

 22.

 EL AMOR

 Pregunta: ¿Qué entiende usted por amor?

 KRISHNAMURTI: Vamos a descubrir comprendiendo lo que el amor no es; porque, como el amor es lo desconocido, a él tenernos que allegarnos descartando lo conocido. Lo desconocido no puede ser descubierto por una mente que está llena de lo conocido. Lo que vamos a hacer, pues, es descubrir los valores de lo conocido, considerar lo conocido; y cuando simplemente se lo considera sin condenación, la mente se libra de lo conocido. Entonces sabremos lo que es el amor. Tenemos, pues, que enfocar el amor negativamente, no positivamente. ¿Qué es el amor para la mayoría de nosotros? Cuando decimos que amamos a alguien, ¿qué queremos dar a entender? Queremos decir que poseemos esa persona. De esa posesión surgen los celos, porque si lo pierdo a él -o a ella- ¿qué sucede? Me siento vacío, perdido; por lo cual legalizo la posesión. Lo retengo a él -o a ella-. Del hecho de retener, de poseer a esa persona, provienen los celos, el temor y todos los innumerables conflictos que surgen de la posesión. Esa posesión, ciertamente, no es amor. ¿Acaso lo es? Es obvio que el amor no es sentimiento. Ser sentimental, ser emotivo, no es amor, porque el sentimentalismo y la emoción son meras sensaciones. Una persona religiosa que llora nombrando a Jesús o a Krishna, a su “guía espiritual” o a alguna otra persona, es simplemente sentimental, emotiva. Se entrega a la sensación, que es un proceso de pensamiento, y el pensamiento no es amor. El pensamiento es resultado de la sensación. Así, pues, la persona que es sentimental, emotiva, no tiene posibilidad de conocer el amor. Nuevamente, ¿no somos emotivos y sentimentales? El sentimentalismo, la emotividad, son una mera forma de la autoexpansión. Estar lleno de emoción no es amor, evidentemente, porque una persona sentimental puede ser cruel cuando sus sentimientos no se ven correspondidos, cuando no tienen salida. Una persona emotiva puede ser incitada a odiar, lanzada a la guerra, a la matanza. Y el hombre que es sentimental, lleno de lágrimas con motivo de su religión, carece ciertamente de amor. ¿El perdón es amor? ¿Qué está implícito en el perdón? Vosotros me insultáis y yo me resiento, lo recuerdo; luego, por compulsión o arrepentimiento, digo “os perdono”. Primero retengo y luego rechazo. ¿Eso qué significa? Que yo sigo siendo la figura central. Sigo siendo importante; soy yo que perdono a alguien. Mientras exista la actitud de perdonar, quien es importante soy yo, no la persona que, según se supone, me ha insultado. De suerte que, cuando yo acumulo resentimiento y luego niego ese resentimiento, lo cual vosotros llamáis “perdón”, ello no es amor. Es obvio que el hombre que ama no tiene enemistad alguna, y a todas estas cosas él es indiferente. La simpatía, el perdón, la relación que existe cuando se posee, los celos y el temor, nada de eso es amor. Todo eso pertenece a la mente, ¿no es así? Mientras la mente sea el árbitro no hay amor, pues la mente sólo arbitra poseyendo, y su arbitraje es mera posesividad en diferentes formas. La mente sólo puede corromper el amor, no puede dar nacimiento al amor, no puede brindar belleza. Podéis escribir un poema sobre el amor, pero eso no es amor. Es obvio que no hay amor cuando no hay verdadero respeto, cuando no respetáis a los demás, ya se trate de criados o de amigos. ¿No habéis advertido que no sois respetuosos, buenos, generosos, con vuestros servidores, con las personas que, según se dice, están “por debajo” de vosotros? Pero sentís respeto por los que están arriba, por vuestro jefe, por el millonario, por el hombre con título y una gran casa, por el que puede brindaros mejor posición, un empleo mejor, por la persona de quien podéis obtener algo. Pero maltratáis a los de condición más baja que vosotros, con quienes usáis un lenguaje especial. Donde no hay, pues, respeto, no hay amor. Donde no hay compasión, piedad, perdón, no hay amor. Y como la mayoría de nosotros nos hallamos en ese estado, carecemos de amor. No somos respetuosos, ni compasivos, ni generosos. Somos posesivos, llenos de sentimientos y emociones que pueden ser dirigidos en uno de estos sentidos: matar, asesinar, o hacer causa común con otros para algún fin disparatado, fruto de la ignorancia. ¿Cómo, pues, puede haber amor? Sólo podéis conocer el amor cuando todas esas cosas han cesado, terminado; sólo cuando no poseéis, cuando no sois meramente emotivos en vuestra devoción por un objeto. Tal devoción es una súplica, es buscar algo en forma diferente. El hombre que ora no conoce el amor. Como sois posesivos, como buscáis una finalidad, un resultado, mediante la devoción y la plegaria -lo cual os torna sentimentales, emotivos- es natural que no haya amor; y es obvio que no hay amor cuando no hay respeto. Podréis decir que sí tenéis respeto, pero vuestro respeto es para el superior; ello es simplemente el respeto que proviene de desear algo, es el respeto del temor. Si realmente sintierais respeto, seríais respetuosos con los inferiores y no sólo con los llamados “superiores”; y como ese respeto no lo tenéis, en vosotros no hay amor. ¡Cuán pocos entre nosotros somos generosos, magnánimos, compasivos! Sois generosos cuando os conviene, compasivos cuando esperáis algún provecho. Cuando esas cosas desaparezcan, cuando no ocupen vuestra mente, y cuando las cosas de la mente no llenen vuestro corazón, entonces habrá amor; y sólo el amor puede transformar la actual locura e insanía del mundo, no los sistemas, ni las teorías de izquierda o de derecha. Sólo amáis realmente cuando no poseéis, cuando no sois envidiosos, codiciosos, cuando sois respetuosos, cuando tenéis misericordia y compasión, cuando tenéis consideración por vuestra esposa, vuestros hijos, vuestro vecino, vuestros infortunados servidores Acerca del amor no se puede pensar; el amor no puede ser cultivado ni practicado. La práctica del amor, la práctica de la fraternidad, sigue estando en el ámbito de la mente, y por lo tanto no es amor. Cuando todo eso ha cesado, entonces surge el amor, entonces conoceréis qué es amar. Por consiguiente el amor no es cuantitativo sino cualitativo. No decís “amo al mundo entero”; pero cuando sabéis amar a uno, sabéis amar a todos. Es porque no sabemos amar a uno, que nuestro amor a la humanidad es ficticio. Cuando amáis, no hay uno ni muchos: hay sólo amor. Sólo cuando hay amor pueden resolverse todos nuestros problemas; y entonces conoceremos su felicidad y su bienaventuranza.

martes, 22 de diciembre de 2020

EL PROBLEMA SEXUAL

 21.

 EL PROBLEMA SEXUAL

 Pregunta: Sabemos que el sexo es una necesidad física y psicológica ineludible, y él parece ser una causa profunda de caos en la vida personal de nuestra generación. ¿Cómo podemos entendernos con este problema? 

KRISHNAMURTI: ¿Por qué es que cualquier cosa que tocamos la convertimos en problema? Hemos hecho de Dios un problema, hemos hecho del amor, de la relación, del vivir, un problema, y hemos hecho del sexo un problema. ¿Por qué todo lo que hacemos es un problema, un horror? ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué se ha convertido el sexo en un problema? ¿Por qué nos allanamos a vivir con problemas, por qué no les ponemos fin? ¿Por qué no morimos para nuestros problemas en lugar de llevarlos con nosotros día tras día, año tras año? El sexo es, por cierto, una cuestión pertinente; pero está la pregunta primordial: ¿por qué hacemos de la vida un problema? El trabajar, el sexo, el ganar dinero, el pensar, el sentir, el vivenciar -toda la trama del vivir, bien lo sabéis-, ¿por qué constituye un problema? ¿No es esencialmente porque siempre pensamos desde un punto de vista particular, desde un punto de vista fijo? Siempre pensamos desde un centro hacia la periferia; mas la periferia es el centro para la mayoría de nosotros, de suerte que todo lo que tocamos es superficial. Pero la vida no es superficial, exige ser vivida completamente, y como sólo vivimos superficialmente, conocemos tan sólo la reacción superficial. Cualquier cosa que hagamos en la periferia tiene inevitablemente que crear un problema, y eso es nuestra vida; vivimos en lo superficial, y ahí estamos contentos de vivir con todos los problemas de lo superficial. Así, pues, los problemas existen mientras vivimos en lo superficial, en la periferia, siendo la periferia el “yo”, y sus sensaciones, las cuales pueden ser exteriorizadas o hechas subjetivas, que pueden ser identificadas con el universo, con la patria o con alguna otra cosa compuesta por la mente. Mientras vivamos dentro del ámbito de la mente, tiene que haber complicaciones, tiene que haber problemas; y eso es todo lo que sabemos. La mente es sensación, la mente es el resultado de sensaciones y reacciones acumuladas, y todo lo que ella toca ha de causar forzosamente miseria, confusión, un interminable problema. La mente es la causa real de nuestros problemas, la mente que funciona de un modo mecánico día y noche, consciente e inconscientemente. La mente es algo sumamente superficial; y hemos pasado generaciones, y pasamos toda nuestra vida cultivando la mente, haciéndola más y más sagaz, más y más sutil, más y más astuta, más y más falsa y tortuosa, todo lo cual resulta manifiesto en todas las actividades de nuestra vida. La naturaleza misma de nuestra mente es ser deshonesta, aviesa, incapaz de enfrentar los hechos; y eso es lo que crea problemas, esa es la cosa que constituye en sí el problema. ¿Qué entendemos por problema del sexo? ¿Es el acto, o es un pensamiento acerca del acto? No es el acto, por cierto. El acto sexual no es para vosotros un problema en mayor grado que lo es el comer; pero si pensáis en la comida o en cualquier otra cosa el día entero porque no tenéis nada más en qué pensar, ello llega a ser para vosotros un problema. ¿El problema es, pues, el acto sexual o lo es el pensamiento acerca del acto? ¿Y por qué pensáis en él? ¿Por qué lo reforzáis, cosa que evidentemente hacéis? Los cines, las revistas ilustradas, los cuentos que leéis, el modo de vestir de las mujeres, todo ello refuerza vuestro pensamiento sexual. Y por qué la mente lo refuerza, por qué la mente piensa absolutamente en el acto sexual? ¿Por qué? ¿Por qué ha llegado a ser asunto principal en vuestra vida? Habiendo tantas cosas que llaman y reclaman vuestra atención, prestáis atención completa al pensamiento sexual. ¿Qué ocurre, por qué vuestra mente se halla tan ocupada con eso? Porque eso es un modo de fundamental evasión, ¿no es así? Es una manera de olvidarse completamente de uno mismo. Por el momento, por aquel instante al menos; podéis olvidaros de vosotros mismos -y no hay ninguna otra manera de lograr ese olvido. Todo lo demás que hacéis en la vida acentúa el “yo”. Vuestros negocios, vuestra religión, vuestros dioses, vuestros dirigentes, vuestras acciones políticas y económicas, vuestras evasiones, vuestras actividades sociales, vuestro ingreso a un partido y repudio de otro, todo eso acentúa y da vigor al “yo”. Es decir, un solo acto existe en el cual no hay acentuación del “yo”, de suerte que ese acto se convierte en problema, ¿no es cierto? Cuando en vuestra vida hay una sola cosa que sea una vía de escape fundamental, de completo olvido de vosotros mismos si bien por pocos segundos tan sólo, os aferráis a ese acto por ser el único momento en que sois felices. Todo otro asunto que toquéis se convierte en pesadilla, en fuente de sufrimiento y dolor, de suerte que os apegáis a la única cosa que os brinda completo olvido de vosotros mismos, y a la que llamáis felicidad. Mas cuando os aferráis a ella, también ella se vuelve pesadilla, porque entonces deseáis libraros de ella, no queréis ser su esclavo. Y así inventáis -de nuevo interviene la mente- la idea de castidad, de celibato, y tratáis de ser célibes, de ser castos, mediante la represión, todo lo cual son operaciones de la mente para aislarse del hecho. Esto, una vez más, acentúa de un modo particular el “yo”, que trata de llegar a ser algo, y una vez más os veis atrapados en afanes, en dificultades, en el esfuerzo y el dolor. El sexo llega a ser un problema en extremo difícil y complejo mientras no comprendéis la mente que piensa en el problema. El acto en sí jamás puede ser un problema, pero el pensamiento acerca del acto crea el problema. El acto lo protegéis, lo resguardáis; vivís en forma disoluta u os dais rienda suelta en el matrimonio prostituyendo a vuestra esposa, todo lo cual resulta muy respetable en apariencia; y quedáis satisfechos de dejarlo todo en ese estado. Lo cierto es que el problema sólo puede resolverse cuando comprendéis íntegramente el proceso y la estructura del “yo” y de lo “mío”: “mi” esposa, “mi” hijo, “mi” propiedad, “mi” coche, “mi” logro, “mi” éxito; y hasta que comprendáis y resolváis todo eso, el sexo seguirá siendo un problema. Mientras seáis ambiciosos -en el terreno político, religioso o en cualquier otro-, mientras acentuéis el “yo”, el pensador, el experimentador, nutriéndolo de ambición ya sea en nombre de vosotros mismos como individuos o en nombre del país, del partido o de una idea que llamáis religión, mientras haya esa actividad de autoexpansión, tendréis un problema sexual. Vosotros, por una parte, os creáis, os alimentáis y os expandís, mientras por otra parte tratáis de olvidaros de vosotros mismos, de perder la noción de vosotros mismos, así sea por un momento. ¿Cómo pueden existir juntas ambas cosas? Vuestra vida, pues, es una contradicción: acentuación del “yo” y olvido del “yo”. La sexualidad no es un problema; el problema es esta contradicción en vuestra vida; y la contradicción no puede ser salvada por la mente, porque la mente misma es una contradicción. La contradicción puede ser comprendida tan sólo cuando comprendéis plenamente el proceso total de vuestra existencia diaria. El ir al cine y observar a las mujeres en la pantalla, el leer libros que estimulan el pensamiento, las revistas con sus imágenes semidesnudas, vuestra manera de mirar a las mujeres, los ojos subrepticios que os atrapan; todas esas cosas alientan a la mente por medios tortuosos a acentuar el “yo”; y al mismo tiempo tratáis de ser buenos, afectuosos, tiernos. Ambas cosas no pueden ir juntas. El hombre que es ambicioso, en lo espiritual o de otro modo, nunca podrá estar sin problemas, porque los problemas sólo cesan cuando el “yo” es olvidado, cuando el “yo” es inexistente; y ese estado de inexistencia del “yo” no es un acto de voluntad, no es una mera reacción. La sexualidad llega a ser una reacción; y cuando la mente procura resolver el problema, sólo torna el problema más confuso, más fastidioso, más doloroso. El acto, pues, no es el problema, sino que lo es la mente, la mente que dice que debe ser casta. La castidad no es de la mente. La mente sólo puede reprimir sus propias actividades, y la represión no es castidad. La castidad no es una virtud, la castidad no puede ser cultivada. El hombre que cultiva la humildad no es por cierto un hombre humilde; podrá llamarle a su orgullo humildad, pero él es un hombre orgulloso, y es por eso que busca volverse humilde. Nunca el orgullo puede llegar a ser humilde, y la castidad no es cosa de la mente; no podéis haceros castos. Sólo conoceréis la castidad cuando haya verdadero amor, y el amor no es de la mente ni una cosa de la mente. Así, pues, el problema sexual que tortura a tanta gente a través del mundo, no puede ser resuelto hasta que la mente sea comprendida. No podemos poner fin al pensamiento; pero éste cesa cuando el pensador cesa, y el pensador sólo cesa cuando hay comprensión de todo el proceso. El temor surge cuando hay división entre el pensador y su pensamiento; sólo cuando no hay pensador no hay conflicto en el pensamiento. Lo que está implícito no requiere esfuerzo para comprenderse. El pensador surge del pensamiento; entonces el pensador se empeña por plasmar, por dominar sus pensamientos, o por darles fin. El pensador es un ente ficticio, una ilusión de la mente. Cuando hay comprensión del pensamiento como un hecho, entonces no hay necesidad de pensar en el hecho. Si hay simple y alerta captación sin opción, entonces aquello que está implícito en el hecho empieza a revelarse. Termina, por lo tanto, el pensamiento como hecho. Entonces veréis que los problemas que corroen nuestro corazón y mente, dos problemas de nuestra estructura social, pueden ser resueltas. Entonces lo sexual ya no es un problema, tiene su lugar apropiado, no es ni una cosa impura ni una cosa pura. El sexo tiene su lugar, pero cuando la mente le da un lugar predominante, entonces se convierte en un problema. La mente le da a lo sexual el lugar predominante porque no puede vivir sin algo de felicidad, y así lo sexual se vuelve problema; mas cuando la mente comprende todo el problema y así llega a su fin, es decir, cuando el pensamiento cesa, entonces hay creación; y es esa creación lo que nos hace felices. Estar en ese estado de creación es bienaventuranza, porque es un olvido de uno mismo en el que no hay reacción como del “yo”. Esta no es una respuesta abstracta al diario problema sexual, es la única respuesta. La mente desconoce el amor, y sin amor no hay castidad; y es porque no hay amor que hacéis de lo sexual un problema. 

lunes, 21 de diciembre de 2020

LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE

 20.

 LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE

 Pregunta: La mente consciente es ignorante y temerosa de la mente inconsciente. Usted se dirige de un modo principal a la mente consciente, ¿y eso es bastante? ¿Su método traerá liberación de lo inconsciente? Tenga a bien explicar en detalle cómo se puede enfocar en forma plena la mente inconsciente.

 KRISHNAMURTI: Nos damos cuenta de que existe la mente consciente y la inconsciente, pero la mayoría funcionamos sólo en el nivel consciente, en la capa superficial de la mente, y toda nuestra vida está prácticamente limitada a eso. Vivimos en la llamada mente consciente y nunca prestamos atención a la mente inconsciente, más profunda, de la cual viene ocasionalmente una información, una insinuación; pero no prestamos atención a esa insinuación. la falseamos o la interpretamos de acuerdo con nuestros particulares deseos conscientes del momento. Ahora bien, el interlocutor pregunta si es bastante que yo me dirija de un modo principal a la mente consciente. Veamos qué entendemos por mente consciente. ¿Es ella diferente de la mente inconsciente? Hemos dividido lo consciente de lo inconsciente; ¿y está justificado? ¿Es ello verdadero? ¿Hay tal división entre lo consciente y lo inconsciente? ¿Existe una barrera definida, una línea donde lo consciente termina y lo inconsciente empieza? Nos damos cuenta de que la capa superior, la mente consciente, está activa; ¿pero es ese el único instrumento que está activo durante todo el día? De suerte que si yo me dirigiera tan sólo a la capa superficial de la mente, entonces, sin duda, lo que digo sería sin valor, carecería de sentido. Y sin embargo la mayoría de nosotros se aferra a lo que la mente consciente ha aceptado, porque la mente consciente encuentra cómodo adaptarse a ciertos hechos evidentes; pero lo inconsciente puede rebelarse, y a menudo lo hace, de suerte que hay conflicto entre lo llamado consciente y lo inconsciente. Este es, pues, nuestro problema, ¿verdad? De hecho, hay sólo un estado, no dos estados tales como lo consciente y lo inconsciente; hay sólo un estado del ser, que es la conciencia aunque lo dividáis en lo consciente y lo inconsciente. Pero esa conciencia es siempre del pasado, nunca del presente; sólo sois conscientes de cosas ya pasadas. Sois conscientes de lo que trato de comunicaros al segundo de haber hablado, ¿verdad? Lo comprendéis un instante después. Nunca sois conscientes u os dais cuenta del “ahora”. Observad vuestra propia mente y corazón, y veréis que la conciencia funciona entre el pasado y el futuro, y que el presente es el simple tránsito del pasado al futuro. La conciencia, pues, es un movimiento del pasado al futuro. Si observáis vuestra propia mente en funcionamiento, veréis que el movimiento hacia el pasado y hacia el porvenir es un proceso en el que el presente no existe. O bien el pasado es un medio de huir del presente, que puede ser desagradable, o el futuro es una esperanza alejada del presente. De suerte que la mente está ocupada con el pasado o con el futuro, y se desembaraza del presente. Esto es, la mente está condicionada por el pasado, condicionada como hindú, como brahmán o no brahmán, como cristiano o como budista, y lo demás. Y esa mente condicionada se proyecta hacia el futuro; nunca, por lo tanto, es capaz de mirar directa e imparcialmente ningún hecho. O condena y rechaza el hecho, o lo acepta y se identifica con él. Resulta evidente que una mente así no es capaz de ver ningún hecho como hecho. Ese es nuestro estado de conciencia, que se halla condicionado por el pasado, y nuestro pensamiento es la respuesta, condicionada, al reto de un hecho, de un suceso; y cuanto más respondéis según el condicionamiento de una creencia, del pasado, tanto más se fortalece ese pasado. Ese fortalecimiento del pasado, evidentemente, es la continuidad de sí mismo que se llama futuro. Ese es, pues, el estado de nuestra mente, de nuestra conciencia: un péndulo que oscila hacia atrás y hacia adelante entre el pasado y el futuro. Eso es nuestra conciencia, que está compuesta no sólo de las capas superficiales de la mente, sino asimismo de las más profundas. Tal conciencia, evidentemente, no puede funcionar en un nivel diferente, porque sólo conoce aquellos dos movimientos, hacia atrás y hacia adelante. Si observáis con mucho cuidado, veréis que no es un movimiento constante sino que hay un intervalo entre dos pensamientos; aunque sea una fracción infinitesimal de un segundo, hay un intervalo -que tiene significación- en la oscilación del péndulo hacia atrás y hacia adelante. Vemos, pues, el hecho de que nuestro pensar es condicionado por el pasado, que se proyecta hacia el futuro. Y en el momento en que admitís el pasado, debéis también admitir el futuro: porque no hay dos estados -pasado y futuro- sino un estado que incluye lo consciente tanto como lo inconsciente, el pasado colectivo y el pasado individual. El pasado colectivo y el pasado individual en respuesta al presente, emite ciertas respuestas que crean la conciencia individual; por lo tanto la conciencia es del pasado, y ese es todo el trasfondo de nuestra existencia. Y no bien tenéis el pasado, inevitablemente tenéis el futuro, porque el futuro es la mera continuidad del pasado modificado; pero sigue siendo el pasado. Nuestro problema, pues, es el de cómo producir una transformación en este proceso del pasado sin crear otro condicionamiento, otro pasado. Para expresarlo de diferente manera, el problema es éste: la mayoría de nosotros rechaza determinada forma de condicionamiento y encuentra otra forma, un condicionamiento más amplio, más significativo o más agradable. Abandonáis una religión y abrazáis otra, rechazáis una forma de creencia y aceptáis otra. Tal substitución, evidentemente, no es comprender la vida, que es interrelación. Nuestro problema, pues, es el de cómo estar libres de todo condicionamiento. O decís que ello es imposible, que ninguna mente humana puede jamás estar libre de condicionamiento; o bien empezáis a experimentar, a inquirir, a descubrir. Si afirmáis que es imposible, es obvio que dejasteis de inquirir. Vuestra afirmación podrá basarse en una experiencia limitada o amplia, o en la simple aceptación de una creencia; pero tal aserto es la negación de la busca, de la investigación, de la indagación, del descubrimiento. Para descubrir si es posible que la mente se libre por completo de todo condicionamiento, debéis estar en libertad para indagar y para descubrir. Yo digo ahora que es ciertamente posible para la mente el estar libre de todo condicionamiento; y no es que debáis aceptar mi autoridad. Si esto lo aceptáis basándoos en la autoridad, jamás descubriréis; será otra substitución, y no tendrá significación alguna. Cuando digo que es posible, lo digo porque para mí es un hecho, y os lo expondré verbalmente; mas si habéis de descubrir la verdad de ello por vosotros mismos, debéis experimentar con ello y seguirlo velozmente. La comprensión de todo el proceso de, condicionamiento no os llega por el análisis o la introspección; en el momento en que tenéis el analizador, ese mismísimo analizador forma parte del trasfondo, y por lo tanto su análisis carece de toda significación. Eso es un hecho, y debéis dejar de lado el análisis. El analizador que examina, que analiza la cosa que observa, forma él mismo parte del estado condicionado, y por lo tanto, sea cual fuere su interpretación, su comprensión, sus análisis, él sigue siendo parte del trasfondo. Por ese camino, pues, no hay escape; y el disolver el trasfondo es esencial, porque, para enfrentarse con el reto de lo nuevo, la mente debe ser nueva. Para descubrir a Dios, la verdad o lo que os plazca, la mente tiene que ser pura, no contaminada por el pasado. Analizar el pasado, llegar a conclusiones a través de una serie de experimentos, formular afirmaciones y negaciones, y todo lo demás, implica, por su misma esencia, la continuación del trasfondo en diferentes formas; y cuando veáis la verdad de ese hecho, descubriréis que el analizador ha terminado. Entonces no hay una entidad aparte del trasfondo; sólo hay pensamiento como trasfondo, siendo el pensamiento la respuesta de la memoria, tanto consciente como inconsciente, individual como colectiva. La mente es el resultado del pasado, es decir, el proceso del condicionamiento; ¿y cómo es posible que la mente sea libre? Para ser libre, no sólo debe la mente ver y comprender su oscilación a modo de péndulo entre el pasado y el futuro, sino también darse cuenta del intervalo entre pensamientos. Ese intervalo es espontáneo, no es producido por ninguna causa, por ningún deseo, por ninguna compulsión. Si observáis ahora cuidadosamente, veréis que si bien la respuesta, el movimiento del pensar, parece tan veloz, hay resquicios, hay intervalos entre los pensamientos. Entre dos pensamientos hay un periodo de silencio que no está relacionado con el proceso de pensar. Si lo observáis, veréis que ese periodo de silencio, ese intervalo, no pertenece al tiempo; y el descubrimiento de ese intervalo, la plena vivencia de ese intervalo, os libera del condicionamiento, o, más bien, no os libera a “vosotros” sino que hay liberación del condicionamiento. De suerte que la comprensión del proceso de pensar es meditación. Ahora estamos no sólo discutiendo la estructura y el proceso del pensamiento -que es el trasfondo de la memoria, de la experiencia, del conocimiento- sino asimismo tratando de descubrir si la mente puede librarse del trasfondo. Sólo cuando la mente no da continuidad al pensamiento, cuando está en silencio, en un silencio no inducido, y sin causalidad alguna, es sólo entonces cuando puede haber liberación del trasfondo. 

domingo, 20 de diciembre de 2020

 19.

 ORACIÓN Y MEDITACIÓN

 Pregunta: ¿El anhelo que se expresa en la oración no es un camino hacia Dios? 

KRISHNAMURTI: Vamos a examinar en primer término los problemas contenidos en esta pregunta. Ella comprende la oración, la concentración y la meditación. Ahora bien, ¿qué entendemos por oración? Ante todo, en la oración hay súplica, ruego a lo que llamáis Dios, la Realidad. Vosotros, como individuos, pedís, suplicáis, rogáis y buscáis ser guiados por algo que llamáis Dios; vuestro enfoque, por lo tanto, consiste en buscar recompensa, satisfacción. Os halláis en dificultades, nacionales o individuales, e imploráis que se os guíe. O estáis confusos, y rogáis que se os permita ver claro; esperáis ayuda de lo que llamáis Dios. Esto implica que Dios, sea lo que Dios fuere -esto no lo discutiremos por ahora- habrá de disipar la confusión que vosotros y yo hemos creado. Porque, al fin y al cabo, somos nosotros quienes hemos producido la confusión, la miseria, la espantosa tiranía, la falta de amor; y queremos que lo que llamamos Dios despeje todo eso. En otras palabras; deseamos que nuestra confusión, nuestra miseria, nuestro dolor, nuestro conflicto, sean disipados por otro; suplicamos a otro ser que nos traiga luz y felicidad. Ahora bien, cuando oráis, cuando rogáis, cuando suplicáis pidiendo algo, generalmente se lo obtiene. Cuando pedís, recibís; pero lo que recibís no creará orden porque lo que recibís no trae claridad, comprensión. Sólo satisface, brinda placer, pero no produce comprensión; porque, cuando pedís, recibís aquello que vosotros mismos proyectáis. ¿Cómo puede la realidad, Dios, responder a vuestra petición particular? ¿Puede lo inconmensurable, lo innominable, tener algo que ver con nuestras pequeñas y mezquinas zozobras, miserias, confusiones, que nosotros mismos hemos creado? ¿Qué es, por consiguiente, lo que responde? Es obvio que lo inconmensurable no puede responder a lo mensurable, a lo insignificante, a lo pequeño. ¿Pero qué es lo que responde? En ese momento, cuando rogamos, nos hallamos bastante aquietados, en un estado de receptividad; y nuestro propio subconsciente nos trae una claridad momentánea. Es decir, deseáis algo, lo anheláis, y en ese momento de anhelo, de sumisa súplica, estáis bastante receptivos; vuestra mente consciente, activa, está comparativamente serena, en calma, de modo que lo inconsciente se proyecta en eso y recibís una respuesta. Pero no es, ciertamente, una respuesta de la realidad, de lo inconmensurable; es vuestro propio inconsciente que responde. No nos confundamos, pues, y no pensemos que cuando vuestra plegaria es atendida estáis en relación con la realidad. La realidad debe venir a vosotros; no podéis ir a ella. En este problema de la oración hay luego otro factor envuelto: la respuesta de aquello que denominamos “voz interior”. Como ya lo he dicho, cuando la mente suplica, ruega, está comparativamente serena; y cuando oís la “voz interior”, es vuestra propia voz, que se proyecta en esa mente relativamente serena. Una vez más, ¿cómo puede ser eso la voz de la realidad? Una mente confusa, ignorante, codiciosa, exigente, suplicante, ¿cómo puede comprender la realidad? La mente puede recibir la realidad tan sólo cuando está absolutamente en calma, sin pedir, sin codiciar, sin anhelar, sin rogar, ya sea para vosotros mismos, para la nación o para el prójimo. Cuando la mente está serena en absoluto, cuando el deseo cesa, sólo entonces adviene la realidad. Una persona que pide, que ruega, que suplica, que anhela ser dirigida, hallará lo que busca, pero ello no será la verdad. Lo que reciba será la respuesta de las capas inconscientes de su propia mente, que se proyectan en lo consciente; y esa vocecita silenciosa que os dirige no es lo real sino tan sólo la respuesta de lo inconsciente. En este problema de la oración está lo relativo a la concentración. Para la mayoría de nosotros, la concentración es un proceso de exclusión. La concentración se produce por el esfuerzo, la coacción, la dirección, la imitación, por lo cual la concentración es un proceso de exclusión. Me intereso en la así llamada “meditación”, pero mis pensamientos se distraen, divagan. Fijo, pues, mi mente en un cuadro, una imagen, o en una idea, y excluyo todos los otros pensamientos; y a este proceso de concentración, que es exclusión, se lo considera como un medio de meditar. Es eso lo que hacéis, ¿verdad? Cuando os sentáis a meditar, fijáis vuestra mente en una palabra, en una imagen o en un cuadro; pero la mente vaga por todas partes. Hay constante interrupción de otras ideas, otros pensamientos, otras emociones, y tratáis de alejarlos; empleáis vuestro tiempo batallando con vuestros pensamientos. A este proceso vosotros lo llamáis Meditación”. Esto es, procuráis concentraros en algo que no os interesa, y vuestros pensamientos continúan multiplicándose, aumentando, interrumpiendo. De suerte que gastáis vuestra energía en excluir, en desviar, en rechazar; y si podéis concentraros en un pensamiento escogido, en un objeto determinado, creéis que por fin habéis logrado éxito en la meditación. Eso, por cierto, no es meditación, ¿verdad? La meditación no es un proceso de excluir, excluir en el sentido de evitar las ideas intrusas, de erigir contra ellas una resistencia. La plegaria, pues, no es meditación, y la concentración excluyente no es meditación. ¿Qué es, pues, la meditación? La concentración no es meditación, porque, cuando hay interés, es relativamente fácil concentrarse en algo. Un general que hace planes para la guerra, para la matanza, está muy concentrado. Un hombre de negocios ocupado en ganar dinero está muy concentrado; hasta puede ser cruel al prescindir de todo otro sentimiento y concentrarse completamente en lo que él desea. Un hombre que está interesado en cualquier cosa se concentra de un modo natural, espontáneo. Pero esa concentración, por cierto, no es meditación, es una mera exclusión. ¿Qué es, entonces, la meditación? La meditación es por cierto comprensión, la meditación del corazón es comprensión. ¿Cómo puede haber comprensión habiendo exclusión? ¿Cómo puede haber comprensión cuando hay ruego, súplica? En la comprensión está la paz, la libertad; quedáis libres de aquello que comprendéis. Pero el mero hecho de concentrarse o de orar no trae comprensión. La comprensión es la base misma, el proceso fundamental de la meditación. No tenéis que aceptar mi palabra al respecto; pero si examináis la oración y la concentración con mucho cuidado, a fondo, hallaréis que ninguna de ellas trae comprensión. Sólo conducen a la obstinación, a la fijación, a la ilusión. Mientras que la meditación, en la cual hay comprensión, trae libertad, claridad e integración. Ahora bien, ¿qué entendemos por comprensión? La comprensión significa atribuir significado verdadero, dar su verdadero valor a todas las cosas. Ser ignorante es dar falsos valores. Está en la naturaleza misma de la estupidez la falta de comprensión de los verdaderos valores. La comprensión, pues, surge cuando existen verdaderos valores, cuando los verdaderos valores son establecidos. ¿Y cómo habrá uno de establecer verdaderos valores: el verdadero valor de la propiedad, el verdadero valor de las relaciones, el verdadero valor de las ideas? Para que surjan los verdaderos valores, es preciso que comprendáis al pensador, ¿no es así? Si no comprendo al pensador, que soy yo mismo, lo que yo escojo carece de sentido. Es decir, si no me conozco a mí mismo, mi acción, mi pensamiento, no tienen fundamento alguno. De suerte que el conocimiento propio es el comienzo de la meditación; no el conocimiento que uno obtiene de los libros, de las autoridades, de los “gurús”, sino el conocimiento que surge de la exploración de uno mismo, que es autopercepción. La meditación es el principio del conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Porque, si no comprendo las modalidades de mis pensamientos, de mis sentimientos, si no comprendo mis móviles, mis deseos, mis exigencias, mi busca de normas de acción, que son ideas; si no me conozco a mí mismo, no existe base para pensar. Y el pensador que sólo pide, niega o excluye, sin comprenderse a sí mismo, tiene inevitablemente que terminar en la confusión, en la ilusión. El principio de la meditación es, pues, el conocimiento propio, y éste significa darse cuenta de todo movimiento del pensar y del sentir, conocer todas las capas de mi conciencia, no sólo las superficiales sino las ocultas, las actividades profundamente encubiertas. Mas para conocer las actividades profundamente encubiertas, los móviles, respuestas, pensamientos y sentimientos ocultos, tiene que haber tranquilidad en la mente consciente; es decir, la mente consciente debe estar en calma, serena, a fin de recibir la proyección de lo inconsciente. La mente superficial, consciente, está ocupada con sus diarias actividades: ganar el sustento, engañar y explotar a los demás, huir de los problemas, todas las diarias actividades de nuestra existencia. Esa mente superficial tiene que comprender el verdadero significado de sus propios actividades, y con ello lograr tranquilidad para sí misma. No puede lograr tranquilidad, calma, por la mera regulación, por la coacción, por la disciplina. Sólo puede lograr tranquilidad, paz, serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas, dándose cuenta de ellas, viendo su propia crueldad, cómo habla al sirviente, a la esposa, a la hija, a tu madre, y lo demás. Cuando la mente superficial, consciente, se da así plena cuenta de todas sus actividades, mediante esa comprensión llega ella a estar espontáneamente tranquila, no narcotizada por la coacción ni regulada por el deseo; entonces está capacitada para recibir las intimaciones, las insinuaciones de lo inconsciente, de las muchísimas capas ocultas de la mente: los instintos raciales, los recuerdos enterrados, los secretos deseos, las profundas heridas que aún no han sido sanadas. Tan sólo cuando todo eso se ha proyectado y ha sido comprendido, cuando la totalidad de la conciencia se ha descargado y ya no está trabada por ninguna herida, por ninguna clase de recuerdo, está ella en condiciones de recibir lo eterno. La meditación es, pues, conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación. Si no os dais cuenta en todo momento de todas vuestras reacciones, si no sois plenamente conscientes, si no os dais plena cuenta de vuestras diarias actividades, el mero hecho de encerraros en una habitación y sentaros frente a un cuadro de vuestro “guía espiritual”, de vuestro Maestro, de meditar, es una escapatoria. Sin conocimiento propio, en efecto, no hay verdadero pensar, y sin verdadero pensar lo que vosotros hacéis carece de sentido, por nobles que sean vuestras intenciones. La oración no tiene, pues, significado alguno sin conocimiento propio; mas cuando hay conocimiento propio hay verdadero pensar, y por lo mismo verdadera acción. Cuando hay verdadera acción no hay confusión, y por lo tanto no suplicáis a nadie que os saque de ella. Un hombre que es plenamente sensible, perceptivo, está meditando; él no ora, porque nada desea. Mediante la oración, la disciplina, la repetición, y todo lo demás, podéis producir cierta serenidad; pero eso es simple embotamiento, y reduce la mente y el corazón a un estado de hastío, de cansancio. Con ello se narcotiza la mente; y la exclusión, que llamáis concentración, no conduce a la realidad; jamás lo podrá exclusión alguna. Lo que trae comprensión es el conocimiento propio, y no es muy difícil ser consciente, perceptivo, habiendo verdadera intención. Si os interesa descubrir todo el proceso de vosotros mismos -no sólo la parte superficial sino el proceso integro de todo vuestro ser-, entonces ello resulta relativamente fácil. Si realmente deseáis conoceros a vosotros mismos, escudriñaréis vuestro corazón y vuestra mente para conocer su pleno contenido; y cuando exista la intención de conocer, conoceréis. Entonces podréis seguir, sin condenación ni justificación, todo movimiento del pensar y del sentir; y siguiendo todo pensamiento y todo sentimiento a medida que surge, realizaréis una paz que no será producto de la voluntad ni de la disciplina sino el resultado de no tener ningún problema, ninguna contradicción. Es como el lago que se vuelve apacible, sereno, cuando al caer la tarde ya no sopla el viento; y cuando la mente está serena, aquello que es inconmensurable se manifiesta.