sábado, 11 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 5 LA ACCIÓN Y LA IDEA

CAPÍTULO V

LA ACCIÓN Y LA IDEA

Desearía tratar el problema de la acción. En un comienzo puede ser algo abstruso y difícil. Espero, sin embargo, que si reflexionamos al respecto podremos ver claro en este asunto, porque toda nuestra existencia, nuestra vida entera, es un proceso de acción.
La mayoría de nosotros vive en una serie de acciones, de acciones aparentemente inconexas, desarticuladas, que conducen a la desintegración, a la frustración. Es un problema que atañe a cada uno de nosotros, porque todos vivimos por la acción; y sin acción no hay vida, no hay experiencia, no hay pensamiento. El pensamiento es acción; y el desarrollar acción tan sólo en determinado nivel de la conciencia, o sea en lo externo, el vernos atrapados en la mera acción externa sin comprender todo el proceso de la acción en sí, inevitablemente nos llevará a la frustración, a la desdicha.
Nuestra vida, pues, es una serie de acciones, o un proceso de acción, en diferentes niveles de la conciencia. La conciencia es vivencia, nominación y registro. Es decir, la conciencia es reto y respuesta, lo cual es vivenciar, luego definir o nombrar, y finalmente registrar, que es la memoria. Este proceso es acción, ¿verdad? La conciencia es acción; y sin reto y respuesta, sin experimentar, nombrar o definir, y sin registrar, que es la memoria, no hay acción.
Ahora bien, la acción crea el actor. Es decir, el actor surge cuando la acción tiene en vista un resultado, un fin. Si en la acción no se persigue resultado alguno, no hay actor; pero si hay un fin o un resultado en vista, la acción produce el actor. De suerte que el actor, la acción, y el fin o resultado, son un proceso unitario, un proceso único, que se manifiesta cuando la acción tiene un fin en vista. La acción hacia un resultado, es voluntad; de otro modo no hay voluntad, ¿no es así? El deseo de lograr un resultado engendra voluntad, que es el actor: “yo” quiero lograr algo, “yo” quiero escribir un libro, “yo” deseo ser hombre rico, “yo” quiero pintar un cuadro.
Los tres estados: el actor, la acción y el resultado, nos son conocidos. Eso es nuestra existencia diaria. Yo no hago más que explicar lo que es; pero sólo empezaremos a comprender como se puede transformar lo que es, cuando lo examinemos claramente, de modo que no haya ilusión, prejuicio ni parcialidad a su respecto. Ahora bien, estos tres estados constitutivos de la experiencia: el actor, la acción y el resultado, son ciertamente un proceso de devenir. De otra manera no hay devenir, ¿verdad? Si no hay actor, y si no hay acción hacia un fin, no hay devenir; pero la vida tal como la conocemos, nuestra vida diaria, es un proceso de devenir. Soy pobre, y actúo con un fin en vista, que es el de hacerme rico. Soy feo, y quiero volverme hermoso. Mi vida, por lo tanto, es un proceso de llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de devenir en diferentes niveles de la conciencia, en diferentes estados; y en ello hay reto, respuesta, nominación y registro. Pero este devenir es lucha, este devenir es dolor, ¿no es así? Es una lucha constante: soy esto y quiero llegar a ser aquello.
El problema es, pues, éste: ¿no hay acción sin ese devenir? Es decir, ¿no hay acción sin ese dolor, sin esa constante batalla? Si no hay finalidad no hay actor, porque la acción con un fin en vista crea el actor. ¿Pero puede haber acción sin un propósito, sin un fin, y por lo mismo sin ningún actor, sin el deseo de un resultado? Tal acción no es un devenir y por lo tanto no hay lucha. Hay un estado de acción, un estado de vivenciar sin el experimentador y sin la experiencia. Esto suena bastante filosófico, pero es realmente muy simple.
En el momento de vivenciar, no os dais cuenta de vosotros mismos como experimentador distinto de la experiencia os halláis en un estado de vivencia. Tomad un ejemplo muy sencillo: estáis encolerizado. En ese momento de ira, no hay experimentador ni experiencia; sólo hay vivencia. Pero no bien salís de ese estado, una fracción de segundo después de la vivencia, surge el experimentador y la experiencia, el actor y la acción con un fin en vista, que es el de deshacerse de la ira o suprimirla. De suerte que en ese estado de vivencia nos hallamos repetidas veces; pero siempre salimos de él y le aplicamos un término, nombrándolo y registrándolo, con lo cual damos continuidad al devenir.
Si podemos comprender la acción en el sentido fundamental del vocablo, esa comprensión fundamental afectará también actividades superficiales; pero primero tenemos que comprender la naturaleza fundamental de la acción. Ahora bien, ¿es la acción producida por una idea? ¿Tenéis primero una idea y luego actuáis? ¿O la acción viene primero, y, como la acción engendra conflicto, fabricáis después una idea en torno de ella? Es decir, ¿la acción crea el actor, o el actor está primero?
Es muy importante descubrir cuál viene primero. Si la idea viene primero, entonces la acción se adapta simplemente a una idea, y por lo tanto ya no es acción sino imitación, compulsión conforme a una idea. Es muy importante comprender esto; porque, como nuestra sociedad está construida principalmente en el nivel intelectual o verbal, en nuestro caso la idea viene primero y la acción le sigue. Entonces la acción es la doncella de la idea, y la mera elaboración de ideas es evidentemente perjudicial para la acción. Es decir, las ideas engendran más ideas, y cuando no se hace más que engendrar ideas, hay antagonismos, y la sociedad se hipertrofia con el proceso intelectual de la ideación. Nuestra estructura social es muy intelectual. Cultivamos el intelecto a expensas de todos los otros factores de nuestro ser, y por ello las ideas nos sofocan.
¿Pueden jamás las ideas producir acción, o ellas simplemente moldean el pensamiento y por lo tanto limitan la acción? Cuando la acción es forzada por una idea, jamás la acción puede libertar al hombre. Es extraordinariamente importante para nosotros el comprender este punto. Si una idea plasma la acción, ésta jamás podrá traer solución a nuestras miserias; porque, antes de que la idea pueda ser puesta en acción, tenemos que descubrir cómo surge la idea. La investigación de la ideación, de la elaboración de ideas -sean ellas las de los socialistas, los capitalistas, los comunistas o las diversas religiones- es de la mayor importancia, máxime cuando nuestra sociedad está al borde de un precipicio, lo que puede provocar otra catástrofe, otra escisión; y los que son realmente serios en su intención de descubrir la solución humana de nuestros muchos problemas, deben primero comprender el proceso de la ideación.
¿Qué entendemos por idea? ¿Cómo surge la idea? ¿Y es posible acoplar la idea con la acción? Es decir, yo tengo una idea y deseo ponerla en práctica, para lo cual busco un método; y nosotros especulamos, y malgastamos nuestro tiempo y energías, en disputas acerca de cómo poner la idea en ejecución. De suerte que es muy importante averiguar como surgen las ideas; y luego de descubrir la verdad al respecto, podremos discutir el problema de la acción. Sin discutir las ideas, carece de sentido el averiguar simplemente cómo se ha de actuar.
Bueno, ¿cómo os viene una idea? Cualquier idea, por simple que sea, no necesita ser filosófica, religiosa ni económica. Es evidente que ella es un proceso de pensamiento, ¿no es así? La idea es el resultado de un proceso de pensamiento; sin proceso de pensamiento no puede haber idea. Debo, pues, comprender el proceso mismo de pensar antes de que pueda comprender su producto, la idea. ¿Qué entendemos por pensamiento? ¿Cuándo pensáis? El pensamiento, evidentemente, es el resultado de una respuesta, neurológica o psicológica, ¿verdad? . Hay la respuesta inmediata de los nervios a una sensación, y hay la respuesta psicológica del recuerdo almacenado: la influencia de la raza, del grupo, del “gurú”, de la familia, de la tradición, y lo demás. A todo eso le llamáis pensamiento. De modo que el proceso del pensamiento es la respuesta de la memoria, ¿no es así? No tendríais pensamientos si no tuvierais memoria; y la respuesta de la memoria a determinada experiencia pone en acción el proceso de pensar. Digamos, por ejemplo, que yo tengo los recuerdos almacenados del nacionalismo, llamándome a mí mismo hindú. Ese depósito de recuerdos de pasadas respuestas, acciones, implicaciones, tradiciones, costumbres, responde al reto de un musulmán, un budista o un cristiano y la respuesta de la memoria al reto produce invariablemente un proceso de pensamiento. Observad el proceso de pensar tal como opera en vosotros mismos, y podréis poner a prueba directamente la verdad de esto. Habéis sido insultados por alguien, y eso os queda en la memoria, forma parte de vuestro “trasfondo”; y cuando os encontráis con la persona -lo cual es el reto- la respuesta es el recuerdo de aquel insulto. De suerte que la respuesta de la memoria, que es el proceso de pensar, engendra una idea; y por eso la idea es siempre condicionada, lo cual resulta importante comprender. Es decir, la idea es el resultado del proceso del pensamiento, éste es la respuesta de la memoria, y la memoria es siempre condicionada. El recuerdo es siempre del pasado, y un reto le da vida a ese recuerdo en el presente. El recuerdo no tiene vida por sí mismo; surge a la vida en el presente, al impacto de un estímulo. Y todo recuerdo, ya sea latente o activo, es condicionado. ¿No es así?
Tiene, pues, que haber un enfoque totalmente diferente. Debéis descubrir por vosotros mismos, en vuestro fuero íntimo, si obráis movidos por una idea y si puede haber acción sin ideación. Veamos en qué consiste la acción que no se basa en una idea.
¿Cuándo obráis sin ideación? Cuándo se produce una acción que no sea resultado de la experiencia? Como ya lo hemos dicho, la acción basada en la experiencia es limitadora, y por consiguiente es un estorbo. La acción que no es resultado de una idea es espontánea cuando el proceso del pensamiento, que se basa en la experiencia, no gobierna la acción; es decir, la acción es independiente de la experiencia cuando no está dominada por la mente. Ese es el único estado en que hay comprensión; cuando la mente, basada en la experiencia, no guía la acción; cuando no es el pensamiento, basado en la experiencia, el que da forma a la acción. ¿Qué es la acción cuando no hay proceso de pensamiento? ¿Puede haber acción sin proceso mental? Quiero, por ejemplo, construir un puente o una casa; conozco la técnica, y ésta me dice cómo he de construir. A eso le llamamos acción. Está asimismo la acción de escribir un poema, de pintar, de asumir las responsabilidades del gobierno, la de las reacciones sociales y ambientales. Todo ello se basa en una idea o experiencia previa que imprime rumbos a la acción. ¿Pero hay acción en ausencia de toda ideación?
La hay, por cierto, cuando la idea cesa; y la idea cesa tan sólo cuando hay amor. El amor no es memoria; el amor no es experiencia. El amor no es el pensar en la persona que uno ama, ya que entonces se trata simplemente de pensamiento. No podéis pensar en el amor. Podéis pensar en la persona que amáis, o a la que sois adicto: vuestro “gurú”, vuestra imagen, vuestra esposa, vuestro marido; pero el pensamiento, el símbolo, no es lo real, es decir, el amor. El amor, por consiguiente, no es una experiencia.
Cuando hay amor hay acción, ¿no es así? ¿Y esa acción no es libertadora? Ella no es resultado de un proceso mental; y no hay intervalo entre el amor y la acción, como lo hay entre la idea y la acción. La idea es siempre vieja; ella proyecta su sombra sobre el presente y procura construir un puente entre sí misma y la acción. Cuando hay amor -que no ideación, ni elaboración mental, ni memoria, y que no es resultado de la experiencia o de la práctica de una disciplina- ese amor es en sí mismo acción, y sólo él puede libertarnos. Mientras haya un proceso mental, mientras la acción sea determinada por una idea que es experiencia, no puede haber liberación; y mientras ese proceso continúe, toda acción será limitada. Cuando se percibe esta verdad, surge a la existencia la cualidad del amor, que no es elaboración mental y a cuyo respecto no cabe pensamiento alguno.
Es preciso darse cuenta de todo este proceso, de cómo surgen las ideas, de cómo la acción emana de las ideas, y cómo éstas, que dependen de la sensación, dominan la acción y por lo tanto la limitan. No importa de quien sean las ideas, si de la izquierda o de la extrema derecha. Mientras nos aferremos a las ideas, permaneceremos en un estado en que no puede haber vivencia alguna. Entonces vivimos tan sólo en la esfera del tiempo: en el pasado, que brinda más sensación, o en el futuro, que es otra forma de sensación. Sólo cuando la mente está libre de ideas puede haber vivencia.
Las ideas no son la verdad; y la verdad es algo que ha de ser experimentado directamente, de instante en instante; no es una experiencia que deseáis, lo cual resulta entonces mera sensación. Sólo cuando se logra ir más allá del haz de ideas que es el “yo”, la mente, y que tiene una continuidad parcial o completa, sólo cuando se puede ir más allá de eso, sólo cuando el pensamiento está totalmente callado, sólo entonces hay un estado de vivencia. Entonces uno sabrá lo que es la verdad.



1 comentario:

  1. Muy bueno... lo comprendo aunque ¿la ideación basada en el tiempo es útil en términos pragmáticos?. Supongo que K habla del terreno psicológico, en el cual cualquier acción tomada por el buscador,pensador... necesariamente es tiempo y el tiempo es el problema (tiempo psicológico)

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