miércoles, 15 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 9 ¿QUÉ ES EL YO?

CAPÍTULO IX

¿QUÉ ES EL “YO”?

¿Sabemos qué entendemos por el “yo”? Por ello entiendo la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de intenciones nombrables o innominables, el constante empeño por ser o por no ser, la memoria acumulada de lo inconsciente: lo racial, el grupo, lo individual, el clan y la totalidad de tales cosas, ya sea proyectada hacia afuera en acción, o proyectada espiritualmente como virtud. El esforzarse por todo eso es el “yo”. En ello se incluye la rivalidad, el deseo de ser. El proceso íntegro de todo eso es el “yo”; y realmente sabemos, cuando nos enfrentamos con ello, que es cosa maligna. Empleo la palabra “maligna” intencionalmente, porque el “yo” es causa de división, el “yo” nos encierra en nosotros mismos; sus actividades, por nobles que sean, son separativas y aisladoras. Esto lo sabemos. También sabemos que son extraordinarios los momentos en que el “yo” no está presente, en que no hay sensación de empeño, de esfuerzo, lo que ocurre cuando hay amor.
Paréceme importante comprender como la experiencia fortalece el “yo”. Si somos serios, deberíamos comprender este problema de la experiencia. Ahora bien, ¿qué entendemos por experiencia? En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas impresiones las interpretamos, y reaccionamos ante ellas; o actuamos de acuerdo con esas impresiones; somos calculadores, astutos, y lo demás. Hay constante influencia reciproca entre lo que se ve objetivamente y nuestra reacción ante ello, y acción recíproca entre lo consciente y los recuerdos de lo inconsciente.
Conforme a mis recuerdos, reacciono ante cualquier cosa que veo, ante cualquier cosa que siento. En este proceso de reaccionar ante lo que veo, lo que siento, lo que sé, lo que creo, la experiencia se va produciendo. ¿No es así? La reacción ante la respuesta de algo visto, es experiencia. Cuando os veo, reacciono; el nombrar esa reacción es experiencia. Si no la nombro, esa reacción no es una experiencia. Observad vuestras propias respuestas y lo que ocurre en torno vuestro. No hay experiencia a menos que al mismo tiempo se desarrolle un proceso de nombrar. Si no os reconozco, ¿cómo puedo tener la experiencia de veros? Ello suena sencillo y correcto. ¿No es un hecho? Esto es, si no reacciono ante vosotros según mis recuerdos, según mi condicionamiento, según mis prejuicios, ¿cómo puedo saber que he tenido una experiencia?
Está luego la proyección de diversos deseos. Deseo estar protegido, tener seguridad interior; o deseo tener un Maestro, un guía espiritual, un instructor, un Dios; y experimento aquello que he proyectado. Es decir, he proyectado un deseo que ha tomado una forma, al cual le he dado un nombre; ante eso reacciono. Es mi proyección. Es mi nominación. Ese deseo que me brinda una experiencia, me hace decir: “he experimentado”, “me he encontrado con el Maestro”, o bien “no he encontrado al Maestro”. Ya conocéis todo el proceso de nombrar una experiencia. El deseo es lo que llamáis “una experiencia”. ¿No es cierto?
Cuando deseo el silencio de la mente, ¿qué es lo que ocurre?, ¿qué sucede? Veo la importancia de tener una mente silenciosa, una mente quieta, por diversas razones: porque eso lo han dicho los Upanishads, las escrituras religiosas, los santos; y, ocasionalmente, yo mismo siento lo bueno que es estar tranquilo, pues mi mente parlotea demasiado todo el día. Por momentos siento lo bello, lo agradable que es tener una mente apacible, una mente silenciosa. El deseo es experimentar el silencio. Yo deseo tener una mente silenciosa, y entonces pregunto “¿cómo lograrla?” Conozco lo que este o aquel libro dice acerca de la meditación y las diversas formas de disciplina. Así por la disciplina busco experimentar el silencio. El “yo”, por eso, se instala en la experiencia del silencio.
Quiero comprender qué es la Verdad; ese es mi deseo, mi anhelo. Luego está mi proyección de lo que considero a que es la verdad, porque he leído mucho al respecto, he oído hablar de ella a mucha gente; las escrituras religiosas la han descrito. Deseo todo eso. ¿Qué ocurre? La misma demanda, el deseo mismo, es proyectado; y experimento porque reconozco ese estado proyectado. Si no reconozco ese estado, no la llamaría “verdad . Lo reconozco y lo experimento. Esa experiencia da vigor al “sí mismo”, al “yo”. ¿No es así? De suerte que el “yo” se atrinchera en la experiencia. Entonces decís “yo sé”, “el Maestro existe”, “hay Dios” o “no hay Dios”; decís que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
La experiencia, pues, está siempre fortaleciendo el “yo”. Cuanto más atrincherados estáis en vuestra experiencia, tanto más se fortalece el “yo”. Como resultado de esto, tenéis cierta fuerza de carácter, de conocimiento, de creencia, de lo que hacéis gala ante otras personas porque sabéis que no son tan avisados como vosotros, y porque vosotros tenéis el don de la pluma o de la palabra y sois astutos. Es porque el “yo” sigue actuando que vuestras creencias, vuestros Maestros, vuestras castas, vuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento, y por lo tanto todo ello trae contienda. Si en vosotros hay alguna seriedad o fervor al respecto, debéis disolver este centro completamente, y no justificarlo. Es por eso que debemos comprender el proceso de la experiencia.
¿Es posible que la mente, que el “yo”, no proyecte, no desee, no experimente? Vemos que todas las experiencias del “yo” son una negación, una destrucción; y, sin embargo, a las mismas les llamamos “acción positiva”. ¿No es así? Eso es lo que llamamos “modo positivo de vida”. Deshacer todo ese proceso es lo que llamáis negación. ¿Tenéis razón en eso? ¿Podemos nosotros -vosotros y yo como individuos- ir a la raíz de ello y comprender el proceso del “yo”? Ahora bien, ¿qué es lo que produce la disolución del “yo”? Grupos religiosos y otros han propuesto la identificación. ¿No es cierto? “Identificaos con algo más grande, y el ‘yo’ desaparece”; eso es lo que ellos dicen. Sin duda, la identificación sigue siendo el proceso del “yo”; lo más grande es simplemente la proyección del “yo”, que yo experimento y que por tanto fortalece el “yo”.
Todas las diversas formas de disciplina, creencias y conocimiento, sólo fortalecen el “yo”. ¿Podemos encontrar un elemento que disolverá el “yo”? ¿O es esa una pregunta impropia? Eso es lo que en el fondo queremos. Queremos encontrar algo que disuelva el “yo”. ¿No es cierto? Creemos que hay diversas formas de hallar eso: identificación, creencias, y lo demás. Pero todas ellas están al mismo nivel, una no es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente poderosas para fortalecer el “sí mismo”, el “yo”. Veo ahora el “yo” dondequiera funcione, y veo sus fuerzas y energía destructivas. Sea cual fuere el nombre que le deis, él es una fuerza aisladora, destructiva; y deseo hallar una manera de disolverlo. Debéis haberos dicho esto a vosotros mismos: “veo que el ‘yo’ funciona todo el tiempo, y que siempre trae ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo a mí mismo sino a cuantos me rodean; ¿es posible que ese ‘yo’ sea disuelto, no parcial sino completamente?” ¿Podemos ir hasta la raíz de él y destruirlo? Ese es el único modo de actuar ¿no es así? No deseo ser parcialmente inteligente sino inteligente de un modo integral. La mayoría de nosotros somos inteligentes por capas; vosotros probablemente en un sentido, y yo en algún otro. Algunos de vosotros sois inteligentes en vuestros negocios, otros en vuestro trabajo de oficina, y lo demás. La gente es inteligente de diferentes maneras; pero no lo somos integralmente. Ser integralmente inteligente significa ser sin “yo”. ¿Es ello posible?
¿Es posible que el “yo” esté completamente ausente ahora? Sabéis que sí es posible. ¿Cuáles son los ingredientes, los requisitos necesarios? ¿Cuál es el elemento que produce eso? ¿Puedo encontrarlo? Cuando hago la pregunta “¿puedo encontrarlo?”, estoy sin duda convencido de que ello es posible. Ya he creado una experiencia en la que el “yo” va a ser fortalecido. ¿No es así? La comprensión del “yo” requiere gran dosis de inteligencia, gran dosis de desvelo, de vigilancia, incesante observación, para que él no se escabulla. Yo, que soy muy serio, quiero disolver el “yo”. Cuando digo eso, sé que es posible disolver el “yo”. En el momento en que digo “quiero disolver esto”, en ello existe aún la experiencia del “yo”, y así el “yo” se fortalece. ¿Cómo será posible, pues, que el “yo” no experimente? Uno puede ver que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del “yo”. Hay creación cuando el “yo” no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es autoproyectada, es algo que está más allá de toda experiencia, como lo sabemos. ¿Es posible que la mente esté del todo quieta, en un estado de no reconocimiento, es decir, de no experiencia; que se halle en un estado en el que la creación pueda ocurrir, lo que significa que el “yo” no está ahí, que el “yo” está ausente? El problema es ése. ¿No es cierto? Cualquier movimiento de la mente, positivo o negativo, es una experiencia que realmente fortalece el “yo”. ¿Es posible para la mente no reconocer? Eso puede ocurrir tan sólo cuando hay completo silencio, mas no el silencio que es una experiencia del “yo” y que por lo tanto lo fortalece.
¿Hay una entidad aparte del “yo”, que mire al “yo”, y lo disuelva? ¿Existe una entidad espiritual que desaloje al “yo” y lo destruya, que haga caso omiso de él? Creemos que la hay. ¿No es así? La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El materialista dice “es imposible que el ‘yo’ sea destruido; sólo puede ser condicionado y restringido -en lo político, en lo económico y en lo social-; podemos sujetarlo firmemente dentro de cierto molde y podemos dominarlo; y por lo tanto se puede hacer que lleve una vida elevada, una vida moral y que no se ocupe en otra cosa que en seguir la norma social y funcionar como simple máquina”. Eso lo sabemos. Hay otras personas, las llamadas “religiosas” -no son realmente religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: “Fundamentalmente, tal elemento existe. Si podemos ponernos en contacto con el, él disolverá el ‘yo’”.
¿Existe tal elemento para disolver el “yo”? Ved, por favor, lo que estamos haciendo. Sólo estamos arrinconando forzadamente al “yo”. Si permitís que se os arrincone forzadamente, veréis lo que habrá de ocurrir. Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al “yo”, y que -así lo esperamos- venga para interceder y destruir el “yo”, y al que llamamos Dios. Ahora bien, ¿hay cosa tal que la mente pueda concebir? Podrá o no haberla; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entrará en acción para destruir el “yo”, ¿no es esa otra forma de experiencia que fortalece el “yo”? Cuando creéis, ¿no es eso lo que realmente ocurre? Cuando creéis que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, ¿no es ese el proceso de fortalecimiento del “yo”? El “yo” ha proyectado esa cosa que, según sentís y creéis, vendrá a destruir el “yo”. Habiendo, pues, proyectado esa idea de continuación en un estado atemporal como entidad espiritual, tenéis experiencia; y tal experiencia no hará sino fortalecer el “yo”. ¿Qué habréis hecho por lo tanto? No habréis destruido realmente el “yo” sino que le habréis dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el “yo” seguirá estando así, porque la habréis experimentado. De suerte que nuestra acción, desde el comienzo hasta el fin, es la misma acción; sólo que nosotros creemos que ella evoluciona, crece, se vuelve más y más bella; pero, si lo observáis, interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo “yo” que funciona en diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Cuando veis todo el proceso, las astutas y extraordinarias invenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando veis que os estáis moviendo en un circulo, en una jaula que él mismo fabrica, ¿qué sucede? Cuando os dais cuenta de ello, cuando tenéis pleno conocimiento de ello, ¿no estáis entonces extraordinariamente quietos? Y no por compulsión, ni mediante recompensa alguna, ni por ningún temor. Cuando reconocéis que todo movimiento de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del “yo”, cuando observáis eso y lo veis, cuando os dais completamente cuenta de eso en la acción, cuando llegáis a ese punto -no de un modo ideológico, verbal; ni por experiencia proyectada, sino cuando estáis realmente en ese estado-, entonces veréis que, estando la mente del todo quieta, ella no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente, lo es en un circulo, dentro del ámbito del “yo”. Cuando la mente es no creadora, hay creación, lo cual no es un proceso reconocible.
La realidad, la verdad, no ha de ser reconocida. Para que la verdad advenga, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir la virtud -todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que tiene conciencia de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la realidad. Podrá ser una persona muy decente; eso es enteramente diferente del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En el hombre que vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá comprender qué es la verdad; porque la virtud, para él, es el encubrimiento del “yo”, el fortalecimiento del “yo”, porque él persigue la virtud. Cuando él dice “debo ser sin codicia”, el estado de no codicia que él experimenta fortalece el “yo”. Es por eso que es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo sino también en creencia y en conocimiento. Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de todo daño y miseria. Mas si vosotros y yo, como individuos, podemos ver todo este funcionamiento del “yo”, entonces sabremos qué es el amor. Os aseguro que esa es la única reforma que pueda posiblemente cambiar el mundo. El amor no es del “yo”. El “yo” no puede reconocer el amor. Decís “yo amo”; pero entonces, en el decirlo y en la experiencia misma de ello, no hay amor. Mas cuando conocéis el amor, no hay “yo”. Cuando hay amor, no hay “yo”.



martes, 14 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 8 LA CONTRADICCIÓN

CAPÍTULO VIII

LA CONTRADICCIÓN

En nosotros y en torno nuestro vemos contradicción; de suerte que, como estamos en contradicción, hay falta de paz en nosotros y por tanto fuera de nosotros. Hay en nosotros un estado constante de negación y afirmación: lo que queremos ser y lo que somos. El estado de contradicción engendra conflicto, y este conflicto no trae paz, lo cual es un hecho obvio, sencillo. Esta contradicción íntima no debería interpretarse como dualismo filosófico de algún género, porque eso resulta una muy fácil evasión. Esto es, diciendo que la contradicción es un estado de dualismo, creemos haberla resuelto, lo cual, evidentemente, resulta simple convencionalismo, algo que contribuye a eludir lo existente.
Bueno, ¿qué entendemos por conflicto, por contradicción? ¿Por qué hay contradicción en nosotros -esta constante lucha por ser algo distinto de lo que soy-? Soy esto, y deseo ser aquello. Esta contradicción es en nosotros un hecho, no un dualismo metafísico. La metafísica nada significa para la comprensión de lo que es. Podemos discutir, digamos, el dualismo, lo que es, si existe, y lo demás. ¿Pero qué valor tiene eso si no sabemos que hay contradicción en nosotros, deseos opuestos, intereses opuestos, empeños opuestos? Quiero ser bueno y no soy capaz de serlo. Esta contradicción, esta oposición en nosotros, debe ser comprendida porque engendra conflicto; y estando en conflicto, en lucha, no podemos crear individualmente. Veamos claramente en qué estado nos hallamos. Hay contradicción, y por ello tiene que haber lucha; y la lucha es destrucción, disipación. En ese estado no podemos producir más que antagonismo, lucha, mayor amargura y dolor. Si podemos comprender plenamente y así librarnos de contradicción, podrá haber paz interior, la cual traerá comprensión entre unos y otros.
El problema, es, pues, éste: viendo que el conflicto es destructivo, disipador, ¿por qué es que en cada uno de nosotros hay contradicción? Para comprender eso, debemos llegar algo más lejos. ¿Por qué existe la sensación de deseos opuestos? No sé si nos damos cuenta de ello en nosotros mismos, de esta contradicción, de este sentido de querer y no querer, de recordar algo y tratar de olvidarlo a fin de encontrar alguna cosa nueva. Observad eso, nada más. Es muy sencillo y normal. No es una cosa extraordinaria. El hecho es que hay contradicción. ¿Por qué, entonces, surge esta contradicción?
¿Qué entendemos por contradicción? ¿No implica ella un estado transitorio que se ve contrariado por otro estado transitorio? Esto es, yo creo tener un deseo permanente. Afirmo que hay en mí un deseo permanente, y surge otro deseo que lo contradice; y esta contradicción produce conflicto, el cual es disipación. Es decir, hay constante negación de un deseo por otro deseo; un empeño se sobrepone a otro empeño. ¿Pero existe tal deseo permanente? Todo deseo, por cierto, es transitorio, no en un sentido metafísico sino efectivamente. Yo quiero un empleo, es decir, espero que cierto empleo sea un medio de felicidad; y, cuando lo obtengo, no me siento satisfecho. Quiero llegar a ser gerente, luego propietario, y así sucesivamente, no sólo en este mundo sino en el mundo llamado espiritual; el maestro de escuela llegando a ser director; el cura, obispo, el discípulo, maestro.
Este constante devenir, este llegar a un estado tras otro, produce contradicción, ¿no es cierto? ¿Por qué, por lo tanto; no considerar la vida como una serie de fugaces deseos, siempre en contradicción unos con otros, en vez de considerarla como un deseo permanente? De ese modo la mente no necesita hallarse en un estado de contradicción. Si miro la vida, no como un deseo permanente sino como una serie de deseos temporarios que cambian constantemente, entonces no hay contradicción.
La contradicción surge tan sólo cuando la mente tiene un punto fijo de deseo; es decir, cuando la mente no considera todo deseo como movedizo, transitorio, sino que se apodera de un deseo y hace de él una cosa permanente; y sólo entonces, cuando surgen otros deseos, hay contradicción. Pero todos los deseos están en movimiento constante; no hay fijación de deseo. No hay punto fijo en el deseo, pero la mente establece un punto fijo porque todo lo trata como medio de llegar, de ganar; y tiene que haber contradicción, conflicto, mientras uno esté llegando. Deseáis llegar, lograr éxito, deseáis encontrar un Dios o verdad final que sea vuestra permanente satisfacción. Por consiguiente no buscáis la verdad, no buscáis a Dios. Lo que buscáis es satisfacción duradera, y a esa satisfacción la revestís de una idea, de una palabra de sonido respetable, tal como Dios, la verdad. De hecho, empero, estamos todos nosotros buscando satisfacción, y ese placer, esa satisfacción, la colocamos en el punto más alto, llamándole Dios; y el punto más bajo es la bebida. Mientras la mente busque satisfacción, no hay mucha diferencia entre Dios y la bebida. Socialmente, puede que la bebida sea mala; pero el deseo íntimo de satisfacción, de ganancia, es aun más dañoso, ¿no es así? Si realmente queréis hallar la verdad, debéis ser en extremo honestos, no sólo en el nivel verbal sino en todos los niveles; tenéis que ser extraordinariamente claros, y no podéis serlo si no estáis dispuestos a enfrentar los hechos.
Ahora bien: ¿qué es lo que causa contradicción en cada uno de nosotros? Es, ciertamente, el deseo de llegar a ser algo, alcanzar éxito en el mundo y lograr un resultado en nuestro fuero interno. Mientras pensemos, pues, en términos de tiempo, de logro, de posición, tiene que haber contradicción. Después de todo, la mente es producto del tiempo. El pensamiento se basa en el ayer, en el pasado; y mientras el pensamiento funcione en la esfera del tiempo -pensar en términos de futuro, de devenir, de ganar, de lograr- tiene que haber contradicción porque en tal caso somos incapaces de enfrentar exactamente lo que es. Sólo dándose uno cuenta, comprendiendo y siendo imparcialmente consciente de lo que es, existe una posibilidad de estar libre de ese factor desintegrante que es la contradicción.
De modo que es esencial entender todo el proceso de nuestro pensar, pues ahí es donde hallamos contradicción. El pensamiento en si se ha convertido en una contradicción, porque no hemos comprendido el proceso total de nosotros mismos; y esa comprensión sólo es posible cuando somos plenamente conscientes de nuestro pensar, no como un observador que opera sobre su pensamiento, sino integral e imparcialmente, lo cual es muy arduo. Sólo así disuélvese esa contradicción que es tan perjudicial y dolorosa.
Mientras procuremos lograr un resultado psicológico, mientras queramos seguridad interior, tiene que haber una contradicción en nuestra vida. No creo que la mayoría de nosotros seamos conscientes de esa contradicción; o, si lo somos, no captamos su verdadero significado. Por el contrario, la contradicción nos da ímpetu para vivir; el elemento mismo del razonamiento nos hace sentir que estamos vivos. El esfuerzo, la lucha de la contradicción, nos da una sensación de vitalidad. Es por eso que nos gustan las guerras y que disfrutamos la batalla de las frustraciones. Mientras exista el deseo de lograr un resultado -que es el deseo de estar psicológicamente en seguridad- tiene que haber una contradicción; y donde hay contradicción no puede haber mente serena. La serenidad de la mente es esencial para comprender toda la significación de la vida. El pensamiento nunca puede estar tranquilo; el pensamiento, que es el producto del tiempo, jamás podrá encontrar lo que es atemporal, jamás podrá conocer aquello que está más allá del tiempo. La naturaleza misma de nuestro pensar es una contradicción, porque siempre pensamos en términos de pasado o de futuro; y por ello nunca podemos ser plenamente conocedores, plenamente conscientes del presente.
Ser plenamente consciente del presente es tarea extraordinariamente difícil, porque la mente es incapaz de enfrentar un hecho de un modo directo, sin engaño. El pensamiento es producto del pasado, y por eso sólo puede pensar en términos de pasado o de futuro; el pensamiento no puede ser completamente consciente de un hecho en el presente. Así, pues, mientras el pensamiento -que es producto del pasado- trate de eliminar la contradicción y todos los problemas que ella origina, él persigue tan sólo un resultado, procura lograr un fin; y semejante pensamiento sólo crea más contradicción, y con ella conflicto, desdicha y confusión en nosotros y por lo tanto en torno nuestro.
Para estar libre de contradicción hay que ser consciente del presente, sin opción. ¿Cómo puede haber opción cuando hacéis frente a un hecho? Evidentemente, la comprensión del hecho se hace imposible mientras el pensamiento procure obrar sobre el hecho en términos de devenir, de cambio, de alteración. El conocimiento propio es, pues, el comienzo de la comprensión y, sin conocimiento propio, la contradicción y el conflicto continuarán. Conocer todo el proceso, la totalidad de uno mismo, no requiere ningún experto, ninguna autoridad. El seguir a la autoridad sólo engendra miedo. Ningún experto, ningún especialista, puede mostrarnos como comprender el proceso del “yo”. Uno mismo tiene que estudiarlo. Vosotros y yo podemos ayudarnos mutuamente, conversando al respecto; pero nadie puede revelárnoslo, ningún especialista, ningún instructor, puede explorarlo por nosotros. Sólo en nuestra vida de relación podemos ser conscientes de él: en nuestra relación con las cosas, los bienes, las personas y las ideas. En la vida de relación descubriremos que la contradicción surge cuando la acción deriva de una idea. La idea es mera cristalización del pensamiento como símbolo; y el esfuerzo por vivir en armonía con el símbolo produce una contradicción.
De modo, pues, que mientras haya una norma do pensamiento, la contradicción continuará; y para poner fin a la norma, y con ella a la contradicción, tiene que haber conocimiento propio. Esta comprensión del “yo” no es proceso reservado para unos pocos. El “yo” ha de ser comprendido en nuestro lenguaje de todos los días, en nuestra manera de pensar y sentir, en como miramos a los demás. Si podemos ser conscientes de todo pensamiento, de todo sentimiento, de instante en instante, entonces veremos que en la convivencia se comprenden las modalidades del “yo”. Sólo entonces existe una posibilidad de quietud, único estado de la mente en que la realidad fundamental puede manifestarse.

lunes, 13 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 7 EL ESFUERZO

CAPÍTULO VII

EL ESFUERZO

Para la mayoría de nosotros, toda nuestra vida se basa en el esfuerzo, en algún acto de la voluntad. Y no podemos concebir una acción sin volición, sin esfuerzo; nuestra vida se basa en ella. Nuestra vida social, económica, y la vida llamada “espiritual’ es una serie de esfuerzos que siempre culminan en cierto resultado. Y creemos que el esfuerzo es esencial, necesario.
¿Por qué hacemos esfuerzos? ¿No es acaso, dicho simplemente, con el fin de lograr un resultado, de llegar a ser algo, de alcanzar una meta? Y, si no hacemos un esfuerzo, creemos que nos estancaremos. Tenemos una idea acerca de la meta hacia la cual constantemente nos esforzamos; y ese forcejeo ha llegado a ser parte de nuestra vida. Si queremos transformarnos, si deseamos producir un cambio radical en nosotros mismos, hacemos un tremendo esfuerzo para eliminar los viejos hábitos, para resistir las influencias habituales del ambiente, y lo demás. Estamos, pues, acostumbrados a esta serie de esfuerzos para encontrar o lograr algo, hasta para vivir.
¿Y todo esfuerzo así no es acaso la actividad del yo? ¿No es el esfuerzo una actividad egocéntrica? Y si hacemos un esfuerzo desde el centro del yo, él ha de producir inevitablemente más conflicto, más confusión, más infortunio. Y sin embargo, seguimos haciendo esfuerzo tras esfuerzo. Y muy pocos de nosotros comprenden que la actividad egocéntrica del esfuerzo no disipa ninguno de nuestros problemas. Por el contrario, aumenta nuestra confusión, nuestras miserias y nuestro dolor. Esto lo sabemos, no obstante lo cual continuamos esperando que en alguna forma nos abriremos paso a través de esta actividad egocéntrica del esfuerzo, o acción de la voluntad.
Creo que comprenderemos la significación de la vida, si comprendemos lo que significa hacer un esfuerzo. ¿Acaso el esfuerzo trae felicidad? ¿Habéis tratado alguna vez de ser felices? Es imposible, ¿verdad? Lucháis por ser felices, y la felicidad no os llega, ¿no es así? El júbilo no surge mediante la represión ni mediante el control o la propia complacencia. Podréis complaceros a vosotros mismos, pero al final habrá amargura. Podréis reprimiros o dominaros, pero siempre habrá lucha en lo recóndito. Por lo tanto la felicidad no es fruto del esfuerzo, ni el júbilo es fruto del control y la represión; y sin embargo toda nuestra vida es una serie de represiones, una serie de controles, una serie de complacencias que traen pesar. Constantemente, asimismo, nos dominamos, luchamos con nuestras pasiones, nuestra codicia y nuestra estupidez. ¿No luchamos, no lidiamos, no nos esforzamos en la esperanza de hallar la felicidad, de encontrar algo que nos dé un sentimiento de paz, un sentimiento de amor? Y sin embargo, ¿surge acaso el amor o la comprensión mediante el esfuerzo? Creo que es muy importante comprender qué entendemos por lucha, porfía o esfuerzo.
¿No significa el esfuerzo una lucha por cambiar lo que es en lo que no es, o en aquello que debiera ser o llegar a ser? Es decir, constantemente luchamos para evitar encarar lo que es; o intentamos alejarnos de ello y transformar o modificar lo que es. El hombre verdaderamente contento es aquel que comprende lo que es, que atribuye el verdadero sentido a lo que es. Eso es el verdadero contento; No tiene nada que ver con la posesión de pocas o muchas cosas sino con la comprensión del significado total de lo que es; y ello sólo puede advenir cuando reconocéis lo que es, cuando os dais cuenta de lo que es, no cuando tratáis de modificarlo o de cambiarlo.
Vemos, pues, que el esfuerzo es una porfía o una lucha por transformar aquello qué es en aquello que deseáis que sea. Estoy hablando únicamente de la lucha psicológica, no de la lucha con un problema físico como los de la ingeniería, o de algún descubrimiento o transformación puramente técnica. Yo hablo tan sólo de esa lucha que es psicológica, y que siempre se sobrepone a lo técnico. Puede que construyáis con gran esmero una sociedad maravillosa, empleando los infinitos conocimientos que la ciencia nos ha brindado. Pero mientras no hayamos comprendido el esfuerzo, la lucha y la batalla psicológica, y no hayamos vencido las corrientes e impulsos subconscientes, la estructura de la sociedad, por maravillosa que sea su construcción, tendrá por fuerza que derrumbarse, como ha ocurrido una y otra vez.
El esfuerzo nos aparta de lo que es. No bien yo acepto lo que es, ya no hay lucha. Toda forma de lucha o esfuerzo, es un indicio de distracción; y esa desviación, que es un esfuerzo, tendrá que existir mientras en lo psicológico yo desee transformar lo que es en algo que no es.
Es preciso que empecemos por ser libres para ver que el júbilo y la felicidad no provienen del esfuerzo. ¿Acaso la creación surge mediante el esfuerzo, o surge tan sólo cuando el esfuerzo cesa? ¿Cuándo escribís, pintáis o cantáis? ¿Cuándo creáis? Por cierto que cuando no os esforzáis, cuando estáis completamente receptivos, cuando en todos los niveles estáis en completa comunión, cuando en vosotros hay completa integración: Entonces surge el júbilo, y entonces empezáis a cantar, a escribir un poema o a pintar o modelar algo. El instante creador no nace de la lucha.
Comprendiendo la cuestión de la “creatividad”, podremos tal vez comprender qué entendemos por esfuerzo. ¿Es la “creatividad” un resultado del esfuerzo, y nos damos cuenta de nosotros mismos en los momentos en que somos creadores? ¿O la “creatividad” es un sentido de total olvido de uno mismo, ese sentimiento que se experimenta cuando no hay turbulencia, cuando uno es enteramente inconsciente del movimiento del pensar, cuando sólo existe el ser completo, pleno, exuberante? ¿Es ese estado un resultado del afán, de la lucha, del conflicto, del esfuerzo? No sé si alguna vez habéis notado que cuando hacéis algo con facilidad, con presteza, no hay esfuerzo, hay ausencia completa de lucha; mas como nuestra vida es en su mayor parte una serie de batallas, de conflictos, de luchas, no podemos imaginar una vida, un estado del ser en que el bregar haya cesado completamente.
Para comprender el estado del ser en que no hay lucha, ese estado de existencia creadora, es preciso, por cierto, examinar en su totalidad el problema del esfuerzo. Entendemos por esfuerzo la lucha por la realización de uno mismo, por llegar a ser algo, ¿no es así? Soy esto, y quiero llegar a ser aquello; no soy aquello, y debo llegar a serlo. En el hecho de llegar a ser “aquello” hay forcejeo, hay batalla, conflicto, lucha. En esta lucha nos interesa inevitablemente colmarnos mediante el logro de un fin; buscamos la propia satisfacción en un objeto, en una persona, en una idea, y eso exige constante batalla, lucha, esfuerzo por devenir, por realizarse. De suerte que este esfuerzo lo hemos tenido por inevitable; y yo me pregunto si es inevitable esta lucha por llegar a ser algo. ¿Por qué existe esta lucha? Donde exista el deseo de realizarse, en cualquier grado o en cualquier nivel tiene que haber lucha. La realización es el móvil, el estímulo que hay detrás del esfuerzo; ya se trate de un alto funcionario, de una dueña de casa o de un pobre hombre; esa batalla por llegar a ser algo, por realizarse, prosigue siempre.
Bueno, ¿por qué existe el deseo de colmarnos? Es obvio que el deseo de realizarnos, de llegar a ser algo, surge cuando existe la percepción de que uno nada es. Como no soy nada, como soy insuficiente, vacío, interiormente pobre, lucho por llegar a ser algo; externa o internamente, lucho para llenar mi vacío con una persona, con una cosa, con una idea. Llenar ese vacío es todo el proceso de nuestra existencia. Dándonos cuenta de que somos vacíos, interiormente pobres, luchamos por acumular cosas en lo externo, o por cultivar la riqueza interior. Sólo hay esfuerzo cuando uno escapa a ese vacío interior por medio de la acción, de la contemplación, de la adquisición, del logro, del poder, y lo demás. Esa es nuestra diaria existencia. Yo me doy cuenta de mi insuficiencia, de mi pobreza interna, y lucho para huir de ella o para llenarla. Esto de huir, de evitar el vacío o de procurar encubrirlo, ocasiona lucha, rivalidad, esfuerzo.
¿Y qué sucede si uno no hace un esfuerzo para huir? Que uno vive con esa soledad, con esa vacuidad; y al aceptar esa vacuidad, uno hallará que adviene un estado de ser creador que no tiene nada que ver con la lucha, con el esfuerzo. El esfuerzo sólo existe mientras tratamos de evitar esa soledad, ese vacío interior; más cuando lo miramos y lo observamos, cuando aceptamos lo que es sin esquivarlo, hallaremos que surge un estado de ser en el que cesa toda lucha. Ese estado de ser es creatividad, y no es resultado del esfuerzo.
Pero cuando hay comprensión de lo que es, o sea del vacío, de la insuficiencia interior; cuando uno vive con esa insuficiencia y la comprende plenamente, adviene la realidad creadora, la inteligencia creadora, que es lo único que trae felicidad.
Así, pues, la acción tal como la conocemos es en realidad reacción, es un incesante llegar a ser algo que consiste en negar; en evitar lo que es; mas cuando hay captación del vacío, sin opción, sin condenación ni justificación, en esa comprensión de lo que es hay acción; y esta acción es ser creativo. Esto lo comprenderéis si os dais cuenta de vosotros mismos en la acción. Observaos en el momento en que actuáis, y no sólo exteriormente; ved asimismo el movimiento de vuestro pensar y sentir. Cuando os deis cuenta de ese movimiento, veréis que el proceso de pensar -que es también sentimiento y acción- se basa en una idea de llegar a ser algo. La idea de llegar a ser algo surge tan sólo cuando hay una sensación de inseguridad, y esa sensación de inseguridad llega cuando uno se da cuenta del vacío interior. Así, pues, si os dais cuenta de ese proceso de pensamiento y sentimiento, veréis desarrollarse una constante batalla, un esfuerzo por cambiar, por modificar, por alterar lo que es. Ese es el esfuerzo por devenir, y el devenir es evitar directamente lo que es. Mediante el conocimiento propio, mediante una constante captación, hallaréis que la lucha, la batalla, el conflicto del devenir, conduce al dolor, al sufrimiento y a la ignorancia. Sólo si os dais cuenta de la insuficiencia interior y vivís con ella, sin escapatoria, aceptándolo totalmente, descubriréis una tranquilidad extraordinaria, una tranquilidad que no es un resultado artificial sino que viene con la comprensión de lo que es. Sólo en ese estado de tranquilidad hay ser creativo.



domingo, 12 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 6 LAS CREENCIAS

CAPÍTULO VI

LAS CREENCIAS

La creencia y el conocimiento están muy íntimamente relacionados con el deseo. Tal vez, si podemos comprender estos dos puntos, veremos cómo opera el deseo, y comprenderíamos la naturaleza compleja del mismo.
Una de las cosas que a mi parecer la mayoría de nosotros acepta ávidamente, da por sentado, es la cuestión de las creencias. Yo no ataco las creencias. Lo que tratamos de hacer es descubrir por qué aceptamos las creencias; y si podemos comprender los motivos, las causas de esa aceptación, quizá podamos no sólo comprender por qué hacemos tal cosa, sino asimismo librarnos de ella. Uno puede ver cómo las creencias religiosas, políticas, nacionales y de diversos otros tipos, separan a los hombres, cómo crean conflicto, confusión y antagonismo, lo cual es un hecho evidente; y, sin embargo, no estamos dispuestos a renunciar a ellas. Existe el credo hindú, el credo cristiano, el budista, innumerables creencias sectarias y nacionales, diversas ideologías políticas, todas en lucha unas con otras y procurando convertirse unas a otras. Claramente podemos ver que las creencias separan a la gente, crean intolerancia. ¿Pero es posible vivir sin creencia? Eso puede descubrirse tan sólo si uno logra estudiarse a sí mismo en relación con una creencia. ¿Es posible vivir en este mundo sin una creencia; no cambiar de creencias, ni substituir una por otra, sino estar enteramente libre de toda creencia, de suerte que uno encare la vida de un modo nuevo a cada minuto? La verdad, después de todo, está en esto: en tener la capacidad de encarar todas las cosas de un modo nuevo, de instante en instante, sin la reacción condicionante del pasado, para que no haya ese efecto acumulativo que obra como barrera entre uno mismo y aquello que es.
Si reflexionáis veréis que el temor es una de las razones para que haya deseo de aceptar una creencia. Porque, si no tuviéramos creencia alguna, ¿qué nos sucedería? ¿No nos causaría pavor lo que pudiera ocurrir? Si no tuviéramos ninguna norma de acción basada en una creencia (ya sea en Dios, en el comunismo, en el socialismo, en el imperialismo), o en tal o cual fórmula religiosa, o en algún dogma que nos condicione, nos sentiríamos totalmente perdidos, ¿no es así? Y esa aceptación de una creencia, la ocultación de ese temor, ¿no es acaso el miedo de no ser realmente nada, el miedo de estar vacío? Después de todo, una taza sólo es útil cuando está vacía; y una mente repleta de creencias, de dogmas, de afirmaciones y de citas, en realidad no es una mente creativa, y lo único que hace es repetir. Y el huir de ese miedo, de ese miedo al vacío, a la soledad, al estancamiento, de ese miedo de no llegar, de no triunfar, de no lograr, de no ser algo, de no llegar a ser algo es sin duda una de las razones por las cuales aceptamos las creencias tan ávida y codiciosamente. ¿No es así? ¿Y podemos comprendernos a nosotros mismos mediante la aceptación de una creencia? Todo lo contrario. Es obvio que una creencia, política o religiosa, impide la propia comprensión. Obra a modo de pantalla a través de la cual nos miramos a nosotros mismos. ¿Y podemos mirarnos a nosotros mismos sin creencia alguna? Si suprimimos esas creencias, -las muchas creencias que uno tiene-, ¿queda algo para mirar? Si no tenemos creencias con las cuales la mente se haya identificado, entonces la mente, sin identificación alguna, es capaz de mirarse a sí misma tal cual es; y ahí, ciertamente, está el comienzo de la propia comprensión.
Esta cuestión de la creencia y el conocimiento es en realidad un problema muy interesante. ¡Cuán extraordinario es el papel que ella desempeña en nuestra vida! ¡Cuántas creencias tenemos! Ciertamente, cuanto más inteligente, cuanto más culta, cuanto más espiritual -si es que puedo emplear esa palabra- una persona es, menor es su capacidad de comprender. Los salvajes tienen innumerables supersticiones, aun en el mundo moderno. Los más reflexivos, los más despiertos, los más alertas, son tal vez los menos creyentes. Eso es porque la creencia ata, la creencia aísla; y eso lo vemos a través del mundo, del mundo económico y político, y también en el mundo llamado espiritual. Vosotros creéis que hay Dios, y tal vez yo creo que no hay Dios; o vosotros creéis en el completo control de toda cosa y de todo individuo por el Estado, y yo creo en la empresa privada y todo lo demás; vosotros creéis que sólo hay un Salvador, y que por su intermedio podéis lograr vuestro fin, y yo no lo creo. De suerte que vosotros con vuestra creencia y yo con la mía, nos estamos imponiendo. Y sin embargo ambos hablamos de amor, de paz, de la unidad del género humano, de una sola vida, lo cual nada significa, absolutamente; porque de hecho la creencia misma es un proceso de aislamiento. Vosotros sois brahmanes y yo un “no brahmán”; vosotros sois cristianos, yo musulmán, y así sucesivamente. Pero habláis de fraternidad y yo también hablo de la misma fraternidad, amor y paz. En la realidad de los hechos, estamos separados y nos dividimos. Un hombre que quisiera la paz y deseara crear un mundo nuevo, un mundo feliz, no puede ciertamente aislarse mediante forma alguna de creencia. ¿Está claro? Puede que ello sea verbal; pero si veis su significado, su validez y su verdad, ello empezará a actuar.
Vemos, pues, que donde hay un proceso de deseo en operación, tiene que existir un proceso de aislamiento a través de la creencia; porque, evidentemente, vosotros creéis a fin de estar asegurados, en lo económico, en lo espiritual, y también interiormente. No estoy hablando de la gente que cree por razones económicas, porque se la educa para depender de sus empleos; y por lo tanto ellos serán católicos, hindúes, -no importa qué- mientras haya un empleo para ellos. No discutimos acerca de esa gente que se apega a una creencia por conveniencia. Tal vez a muchos de vosotros os ocurra otro tanto. Por conveniencia creemos en ciertas cosas. Echando a un lado estas razones económicas, debéis ahondar más en esto. Tomad las personas que creen firmemente en algo: económico, social o espiritual; el proceso que hay detrás de ello es el deseo psicológico de estar en seguridad. ¿No es así? Luego está el deseo de continuar. Aquí no estamos discutiendo si hay o no hay continuidad; sólo discutimos el instinto, el impulso constante que nos lleva a creer. Un hombre de paz, un hombre que quisiera realmente comprender el proceso íntegro de la existencia humana, no puede estar atado por una creencia. ¿No es cierto? El ve su deseo en acción como medio de llegar a estar en seguridad. Por favor, no vayáis al otro extremo y digáis que yo predico la “no religión”. Eso no es en absoluto lo que yo sostengo. Lo que sostengo es que, mientras no comprendamos el proceso del deseo bajo forma de creencia, tiene que haber disputas, tiene que haber conflicto, tiene que haber dolor, y el hombre estará contra el hombre, lo cual se ve a diario. De suerte que si percibo, si me doy cuenta de que este proceso toma la forma de creencia, -la cual es una expresión del anhelo de seguridad íntima-, entonces mi problema no es que yo deba creer esto o aquello, sino que debiera libertarme del deseo de estar en seguridad. ¿Puede la mente estar libre del deseo de seguridad? Ese es el problema, no lo que haya de creerse y cuánto haya de creerse. Estas son meras expresiones del íntimo anhelo de estar psicológicamente en seguridad, de tener certeza acerca de algo cuando todo es tan incierto en el mundo.
¿Puede una mente, puede una mente consciente, puede una personalidad, estar libre de su deseo de estar segura? Queremos estar en seguridad, y por tanto necesitamos la ayuda de nuestro patrimonio, de nuestros bienes y de nuestra familia. Queremos estar interiormente en seguridad, y también espiritualmente, erigiendo muros de creencia, los cuales son un indicio de este anhelo de estar seguro. ¿Podéis vosotros, como individuos, estar libres de este impulso, de este anhelo de seguridad, que se expresa en el deseo de creer en algo? Si no estamos libres de todo eso, somos una fuente de disputas; no somos centros de paz; no hay amor en nuestro corazón. La creencia destruye, y esto se ve en nuestra vida diaria. ¿Puedo, pues, verme a mí mismo cuando me hallo atrapado en este proceso del deseo, que se expresa en el apego a una creencia? ¿Puede la mente librarse de él? No debiera encontrar un substituto a la creencia sino estar enteramente libre de ella. A esto no podéis contestar “sí” o “no”; pero podéis definidamente dar una respuesta si vuestra intención es la de llegar a estar libres de creencia. Entonces llegáis inevitablemente al punto en que buscáis los medios de libertaros del impulso a estar en seguridad. Interiormente -ello es obvio- no existe la seguridad que, según os agrada creer, habría de continuar. Os gusta creer que hay un Dios que atiende con solicitud a vuestras pequeñeces: y os dice a quién deberíais ver, que debéis hacer y cómo debiérais hacerlo. Es obvio que esto es pensamiento infantil y sin madurez. Creéis que el Gran Padre está observando a cada uno de nosotros. Eso es simple proyección de vuestro propio gusto personal. No es verdad, evidentemente. La verdad debe ser algo enteramente diferente.
Nuestro problema siguiente es el del conocimiento. ¿Es necesario el conocimiento para la comprensión de la verdad? Cuando digo “yo sé" lo que ello implica es que hay conocimiento. ¿Puede una mente así ser capaz de investigación y búsqueda de lo que es la realidad? Y aparte de ello, ¿qué es lo que sabemos, de lo cual estamos tan orgullosos? ¿Qué es lo que realmente sabemos? Conocemos informaciones; estamos llenos de información y experiencia basada en nuestro condicionamiento, nuestra memoria y nuestras capacidades. Cuando decís “yo sé”, ¿qué queréis significar? O el reconocimiento que conocéis es el reconocimiento de un hecho o de cierta información, o es una experiencia que habéis tenido. La constante acumulación de informaciones, la adquisición de diversas formas de conocimiento, de información, todo eso constituye el aserto “yo sé”; y empezáis traduciendo lo que habéis leído, según vuestro trasfondo, vuestro deseo, vuestra experiencia. Vuestro conocimiento es una cosa en la cual se desarrolla un proceso similar al proceso del deseo. A la creencia le substituimos el conocimiento. “Yo sé, he tenido experiencia, ello no puede ser refutado; mi experiencia es ésa, en eso confío completamente”; estas son manifestaciones de aquel conocimiento. Mas cuando vayáis tras él, lo analicéis, lo consideréis más inteligente y cuidadosamente, veréis que la mismísima afirmación “yo sé” es otro muro que os separa de mí. En busca de comodidad, de seguridad, os refugiáis detrás de ese muro. Por consiguiente, cuanto mayor es el conocimiento de que una mente esta cargada, menos capaz es ella de comprensión.
No sé si alguna vez habéis pensado en este problema de la adquisición de conocimientos, si el conocimiento nos ayuda fundamentalmente a amar, a estar libres de esas cualidades que producen conflicto en nosotros y con el prójimo; si el conocimiento jamás libera a la mente de la ambición. Porque, después de todo, la ambición es una de las cualidades que destruyen la vida de relación, que colocan al hombre contra el hombre. Y si quisiéramos vivir en paz unos con otros, la ambición debe por cierto terminar completamente; no sólo la ambición política, económica, social, sino también la ambición más sutil y perniciosa, la ambición espiritual, la de ser algo. ¿Será alguna vez posible que la mente esté libre de este proceso acumulativo del conocimiento, de este deseo de saber?
Resulta algo muy interesante observar cómo en nuestra vida ambas cosas, conocimiento y creencia, desempeñan un papel extraordinariamente poderoso. ¡Mirad cómo rendimos culto a los que poseen inmenso conocimiento y erudición! ¿Podéis comprender el sentido de ello? Si quisierais hallar alguna cosa nueva, experimentar algo que no es una proyección de vuestra imaginación, vuestra mente debe estar libre. ¿No es cierto? Debe ser capaz de ver algo nuevo. Infortunadamente, empero, cada vez que veis algo nuevo, traéis toda la información que ya os es conocida, todos vuestros conocimientos, todos vuestros recuerdos del pasado; es evidente que os volvéis incapaces de mirar, incapaces de recibir nada que sea nuevo y no pertenezca a lo viejo. Por favor, no traduzcáis esto inmediatamente a detalles. Si yo no sé cómo regresar a mi casa, estaré perdido; si yo no sé manejar una máquina, poco serviré. Eso es cosa enteramente diferente. Aquí no estamos discutiendo eso. Estamos discutiendo acerca del conocimiento que se emplea como medio para la seguridad, para el deseo íntimo y psicológico de ser algo. ¿Qué obtenéis por medio del conocimiento? La autoridad del conocimiento, el peso del conocimiento, el sentido de importancia, de dignidad, el sentido de vitalidad y tantas otras cosas. Un hombre que dice “yo sé”, “hay”, o “no hay”, ha dejado ciertamente de pensar, ha dejado de seguir todo este proceso del deseo.
Entonces nuestro problema, tal como yo lo veo, es éste: “Estamos atados, oprimidos por la creencia, por el conocimiento, ¿y es posible para una mente estar libre del ayer y de las creencias que han sido adquiridas a través del proceso del ayer?” ¿Comprendéis la pregunta? ¿Es posible, para mí como individuo y para vosotros como individuos, vivir en esta sociedad y sin embargo estar libres de las creencias en que la mente ha sido educada? ¿Es posible para la mente estar libre de todo ese conocimiento, de toda esa autoridad? Leemos las diversas escrituras, los libros religiosos. Allí han descrito con mucho esmero qué se ha de hacer, qué no se ha de hacer, cómo se ha de alcanzar la meta, qué es la meta y qué es Dios. Todos vosotros sabéis eso de memoria, y eso habéis perseguido. Ese es vuestro conocimiento, eso es lo que habéis adquirido, eso es lo que habéis aprendido; por ese sendero seguís. Es obvio que lo que perseguís y veis, eso encontraréis. ¿Pero es ello la realidad? ¿No es la proyección de vuestro propio conocimientos. Eso no es la realidad. ¿Es posible comprender esto ahora -no mañana sino ahora- y decir “veo la verdad de ello”, y no ocuparse más de ello, para que vuestra mente no esté mutilada por este proceso de imaginación, de proyección?
¿Es capaz la mente de libertarse de la creencia? Sólo podéis estar libres de ella cuando comprendéis la naturaleza íntima de las causas que os hacen aferraros a ella; no sólo los móviles conscientes sino también los inconscientes, que os hacen creer. Después de todo, no somos meros entes superficiales que funcionan en el nivel consciente. Podemos descubrir las actividades conscientes e inconscientes más profundas, si a la mente inconsciente le dais la oportunidad, porque es mucho más rápida en la respuesta que la mente consciente. Mientras vuestra mente consciente está tranquilamente pensando, escuchando y observando, la mente inconsciente está mucho más activa, mucho más alerta y mucho más receptiva; ella, por lo tanto, puede tener una respuesta. ¿Puede la mente que ha sido subyugada, intimidada, forzada, compelida a creer, puede una mente así estar libre para pensar? ¿Puede mirar de un modo nuevo y suprimir el proceso de aislamiento entre vosotros y otro? No digáis, por favor, que la creencia une a la gente. No la une. Eso es obvio. Ninguna religión organizada jamás lo ha hecho. Miraos a vosotros mismos en vuestro propio país. Todos sois creyentes, ¿pero hay comunión entre vosotros? ¿Estáis todos de acuerdo? ¿Estáis todos unidos? Vosotros mismos sabéis que no lo estáis. Estáis divididos en muchísimos pequeños e insignificantes partidos, en castas. Conocéis las innumerables divisiones. El proceso es el mismo a través del mundo: cristianos que destruyen a cristianos, que se asesinan por cosas pequeñas y mezquinas, que arrojan a la gente en campamentos, etcétera. Todo el horror de la guerra. De suerte que la creencia no une a la gente. Es clarísimo. Si eso es claro y es verdad, y si lo veis, entonces hay que seguirlo. Pero la dificultad estriba en que la mayoría de nosotros no vemos, porque no somos capaces de enfrentar aquella inseguridad interior, aquella íntima sensación de estar solos. Queremos algo en qué apoyarnos, ya sea el Estado, o la casta, o el nacionalismo, o un Maestro, o un Salvador, o cualquier cosa. Y cuando vemos lo falso de todo esto, la mente es capaz -así sea temporariamente, durante un segundo- de ver la verdad al respecto; y aun así, cuando resulta demasiado para ella, la mente vuelve atrás. Basta, empero, ver temporariamente. Si lo veis durante un fugaz segundo, es suficiente; porque entonces veréis ocurrir una cosa extraordinaria. Lo inconsciente está en acción aunque lo consciente pueda rechazar. Y ese segundo no es progresivo sino la cosa única; y él dará sus propios resultados aun a pesar de que la mente consciente luche contra ello.
Esta es, pues, nuestra pregunta: ¿es posible que la mente esté libre de conocimiento y creencia? ¿No está hecha la mente de conocimiento y creencia? ¿No es acaso conocimiento y creencia la estructura de la mente? Conocimiento y creencia son los procesos del reconocimiento, el centro de la mente. El proceso es limitador, el proceso es tanto consciente como inconsciente. ¿Puede, pues, la mente estar libre de su propia estructura? ¿Puede la mente dejar de ser? Ese es el problema. La mente, tal como la conocemos, tiene tras de sí la creencia, el deseo, el impulso de estar en seguridad, conocimiento y acumulación de fuerza. Y si, con todo su poder y superioridad, uno no puede pensar por sí mismo, no es posible que haya paz en el mundo. Podréis hablar acerca de la paz, podréis organizar partidos políticos, podréis gritar desde los techos de las casas, pero no podréis tener paz; porque en la mente está la base misma que crea contradicción, que aísla y separa. Un hombre de paz, un hombre de fervor, no puede aislarse y sin embargo hablar de fraternidad y paz. Ello resulta un simple juego, político o religioso, un sentido de logro y ambición. Un hombre que toma esto con verdadero fervor, que quiere descubrir, debe enfrentar el problema del conocimiento y la creencia; tiene que ir tras él, descubrir todo el proceso del deseo en acción: deseo de estar en seguridad, deseo de certeza.
Una mente que quisiera hallarse en ese estado en que lo nuevo puede acontecer -sea ello la verdad, Dios o lo que os plazca- debe por cierto dejar de adquirir, de acopiar; debe dejar de lado todo conocimiento. Una mente cargada de conocimientos no puede, en modo alguno, por cierto, comprender aquello que es real, inconmensurable.



sábado, 11 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 5 LA ACCIÓN Y LA IDEA

CAPÍTULO V

LA ACCIÓN Y LA IDEA

Desearía tratar el problema de la acción. En un comienzo puede ser algo abstruso y difícil. Espero, sin embargo, que si reflexionamos al respecto podremos ver claro en este asunto, porque toda nuestra existencia, nuestra vida entera, es un proceso de acción.
La mayoría de nosotros vive en una serie de acciones, de acciones aparentemente inconexas, desarticuladas, que conducen a la desintegración, a la frustración. Es un problema que atañe a cada uno de nosotros, porque todos vivimos por la acción; y sin acción no hay vida, no hay experiencia, no hay pensamiento. El pensamiento es acción; y el desarrollar acción tan sólo en determinado nivel de la conciencia, o sea en lo externo, el vernos atrapados en la mera acción externa sin comprender todo el proceso de la acción en sí, inevitablemente nos llevará a la frustración, a la desdicha.
Nuestra vida, pues, es una serie de acciones, o un proceso de acción, en diferentes niveles de la conciencia. La conciencia es vivencia, nominación y registro. Es decir, la conciencia es reto y respuesta, lo cual es vivenciar, luego definir o nombrar, y finalmente registrar, que es la memoria. Este proceso es acción, ¿verdad? La conciencia es acción; y sin reto y respuesta, sin experimentar, nombrar o definir, y sin registrar, que es la memoria, no hay acción.
Ahora bien, la acción crea el actor. Es decir, el actor surge cuando la acción tiene en vista un resultado, un fin. Si en la acción no se persigue resultado alguno, no hay actor; pero si hay un fin o un resultado en vista, la acción produce el actor. De suerte que el actor, la acción, y el fin o resultado, son un proceso unitario, un proceso único, que se manifiesta cuando la acción tiene un fin en vista. La acción hacia un resultado, es voluntad; de otro modo no hay voluntad, ¿no es así? El deseo de lograr un resultado engendra voluntad, que es el actor: “yo” quiero lograr algo, “yo” quiero escribir un libro, “yo” deseo ser hombre rico, “yo” quiero pintar un cuadro.
Los tres estados: el actor, la acción y el resultado, nos son conocidos. Eso es nuestra existencia diaria. Yo no hago más que explicar lo que es; pero sólo empezaremos a comprender como se puede transformar lo que es, cuando lo examinemos claramente, de modo que no haya ilusión, prejuicio ni parcialidad a su respecto. Ahora bien, estos tres estados constitutivos de la experiencia: el actor, la acción y el resultado, son ciertamente un proceso de devenir. De otra manera no hay devenir, ¿verdad? Si no hay actor, y si no hay acción hacia un fin, no hay devenir; pero la vida tal como la conocemos, nuestra vida diaria, es un proceso de devenir. Soy pobre, y actúo con un fin en vista, que es el de hacerme rico. Soy feo, y quiero volverme hermoso. Mi vida, por lo tanto, es un proceso de llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de devenir en diferentes niveles de la conciencia, en diferentes estados; y en ello hay reto, respuesta, nominación y registro. Pero este devenir es lucha, este devenir es dolor, ¿no es así? Es una lucha constante: soy esto y quiero llegar a ser aquello.
El problema es, pues, éste: ¿no hay acción sin ese devenir? Es decir, ¿no hay acción sin ese dolor, sin esa constante batalla? Si no hay finalidad no hay actor, porque la acción con un fin en vista crea el actor. ¿Pero puede haber acción sin un propósito, sin un fin, y por lo mismo sin ningún actor, sin el deseo de un resultado? Tal acción no es un devenir y por lo tanto no hay lucha. Hay un estado de acción, un estado de vivenciar sin el experimentador y sin la experiencia. Esto suena bastante filosófico, pero es realmente muy simple.
En el momento de vivenciar, no os dais cuenta de vosotros mismos como experimentador distinto de la experiencia os halláis en un estado de vivencia. Tomad un ejemplo muy sencillo: estáis encolerizado. En ese momento de ira, no hay experimentador ni experiencia; sólo hay vivencia. Pero no bien salís de ese estado, una fracción de segundo después de la vivencia, surge el experimentador y la experiencia, el actor y la acción con un fin en vista, que es el de deshacerse de la ira o suprimirla. De suerte que en ese estado de vivencia nos hallamos repetidas veces; pero siempre salimos de él y le aplicamos un término, nombrándolo y registrándolo, con lo cual damos continuidad al devenir.
Si podemos comprender la acción en el sentido fundamental del vocablo, esa comprensión fundamental afectará también actividades superficiales; pero primero tenemos que comprender la naturaleza fundamental de la acción. Ahora bien, ¿es la acción producida por una idea? ¿Tenéis primero una idea y luego actuáis? ¿O la acción viene primero, y, como la acción engendra conflicto, fabricáis después una idea en torno de ella? Es decir, ¿la acción crea el actor, o el actor está primero?
Es muy importante descubrir cuál viene primero. Si la idea viene primero, entonces la acción se adapta simplemente a una idea, y por lo tanto ya no es acción sino imitación, compulsión conforme a una idea. Es muy importante comprender esto; porque, como nuestra sociedad está construida principalmente en el nivel intelectual o verbal, en nuestro caso la idea viene primero y la acción le sigue. Entonces la acción es la doncella de la idea, y la mera elaboración de ideas es evidentemente perjudicial para la acción. Es decir, las ideas engendran más ideas, y cuando no se hace más que engendrar ideas, hay antagonismos, y la sociedad se hipertrofia con el proceso intelectual de la ideación. Nuestra estructura social es muy intelectual. Cultivamos el intelecto a expensas de todos los otros factores de nuestro ser, y por ello las ideas nos sofocan.
¿Pueden jamás las ideas producir acción, o ellas simplemente moldean el pensamiento y por lo tanto limitan la acción? Cuando la acción es forzada por una idea, jamás la acción puede libertar al hombre. Es extraordinariamente importante para nosotros el comprender este punto. Si una idea plasma la acción, ésta jamás podrá traer solución a nuestras miserias; porque, antes de que la idea pueda ser puesta en acción, tenemos que descubrir cómo surge la idea. La investigación de la ideación, de la elaboración de ideas -sean ellas las de los socialistas, los capitalistas, los comunistas o las diversas religiones- es de la mayor importancia, máxime cuando nuestra sociedad está al borde de un precipicio, lo que puede provocar otra catástrofe, otra escisión; y los que son realmente serios en su intención de descubrir la solución humana de nuestros muchos problemas, deben primero comprender el proceso de la ideación.
¿Qué entendemos por idea? ¿Cómo surge la idea? ¿Y es posible acoplar la idea con la acción? Es decir, yo tengo una idea y deseo ponerla en práctica, para lo cual busco un método; y nosotros especulamos, y malgastamos nuestro tiempo y energías, en disputas acerca de cómo poner la idea en ejecución. De suerte que es muy importante averiguar como surgen las ideas; y luego de descubrir la verdad al respecto, podremos discutir el problema de la acción. Sin discutir las ideas, carece de sentido el averiguar simplemente cómo se ha de actuar.
Bueno, ¿cómo os viene una idea? Cualquier idea, por simple que sea, no necesita ser filosófica, religiosa ni económica. Es evidente que ella es un proceso de pensamiento, ¿no es así? La idea es el resultado de un proceso de pensamiento; sin proceso de pensamiento no puede haber idea. Debo, pues, comprender el proceso mismo de pensar antes de que pueda comprender su producto, la idea. ¿Qué entendemos por pensamiento? ¿Cuándo pensáis? El pensamiento, evidentemente, es el resultado de una respuesta, neurológica o psicológica, ¿verdad? . Hay la respuesta inmediata de los nervios a una sensación, y hay la respuesta psicológica del recuerdo almacenado: la influencia de la raza, del grupo, del “gurú”, de la familia, de la tradición, y lo demás. A todo eso le llamáis pensamiento. De modo que el proceso del pensamiento es la respuesta de la memoria, ¿no es así? No tendríais pensamientos si no tuvierais memoria; y la respuesta de la memoria a determinada experiencia pone en acción el proceso de pensar. Digamos, por ejemplo, que yo tengo los recuerdos almacenados del nacionalismo, llamándome a mí mismo hindú. Ese depósito de recuerdos de pasadas respuestas, acciones, implicaciones, tradiciones, costumbres, responde al reto de un musulmán, un budista o un cristiano y la respuesta de la memoria al reto produce invariablemente un proceso de pensamiento. Observad el proceso de pensar tal como opera en vosotros mismos, y podréis poner a prueba directamente la verdad de esto. Habéis sido insultados por alguien, y eso os queda en la memoria, forma parte de vuestro “trasfondo”; y cuando os encontráis con la persona -lo cual es el reto- la respuesta es el recuerdo de aquel insulto. De suerte que la respuesta de la memoria, que es el proceso de pensar, engendra una idea; y por eso la idea es siempre condicionada, lo cual resulta importante comprender. Es decir, la idea es el resultado del proceso del pensamiento, éste es la respuesta de la memoria, y la memoria es siempre condicionada. El recuerdo es siempre del pasado, y un reto le da vida a ese recuerdo en el presente. El recuerdo no tiene vida por sí mismo; surge a la vida en el presente, al impacto de un estímulo. Y todo recuerdo, ya sea latente o activo, es condicionado. ¿No es así?
Tiene, pues, que haber un enfoque totalmente diferente. Debéis descubrir por vosotros mismos, en vuestro fuero íntimo, si obráis movidos por una idea y si puede haber acción sin ideación. Veamos en qué consiste la acción que no se basa en una idea.
¿Cuándo obráis sin ideación? Cuándo se produce una acción que no sea resultado de la experiencia? Como ya lo hemos dicho, la acción basada en la experiencia es limitadora, y por consiguiente es un estorbo. La acción que no es resultado de una idea es espontánea cuando el proceso del pensamiento, que se basa en la experiencia, no gobierna la acción; es decir, la acción es independiente de la experiencia cuando no está dominada por la mente. Ese es el único estado en que hay comprensión; cuando la mente, basada en la experiencia, no guía la acción; cuando no es el pensamiento, basado en la experiencia, el que da forma a la acción. ¿Qué es la acción cuando no hay proceso de pensamiento? ¿Puede haber acción sin proceso mental? Quiero, por ejemplo, construir un puente o una casa; conozco la técnica, y ésta me dice cómo he de construir. A eso le llamamos acción. Está asimismo la acción de escribir un poema, de pintar, de asumir las responsabilidades del gobierno, la de las reacciones sociales y ambientales. Todo ello se basa en una idea o experiencia previa que imprime rumbos a la acción. ¿Pero hay acción en ausencia de toda ideación?
La hay, por cierto, cuando la idea cesa; y la idea cesa tan sólo cuando hay amor. El amor no es memoria; el amor no es experiencia. El amor no es el pensar en la persona que uno ama, ya que entonces se trata simplemente de pensamiento. No podéis pensar en el amor. Podéis pensar en la persona que amáis, o a la que sois adicto: vuestro “gurú”, vuestra imagen, vuestra esposa, vuestro marido; pero el pensamiento, el símbolo, no es lo real, es decir, el amor. El amor, por consiguiente, no es una experiencia.
Cuando hay amor hay acción, ¿no es así? ¿Y esa acción no es libertadora? Ella no es resultado de un proceso mental; y no hay intervalo entre el amor y la acción, como lo hay entre la idea y la acción. La idea es siempre vieja; ella proyecta su sombra sobre el presente y procura construir un puente entre sí misma y la acción. Cuando hay amor -que no ideación, ni elaboración mental, ni memoria, y que no es resultado de la experiencia o de la práctica de una disciplina- ese amor es en sí mismo acción, y sólo él puede libertarnos. Mientras haya un proceso mental, mientras la acción sea determinada por una idea que es experiencia, no puede haber liberación; y mientras ese proceso continúe, toda acción será limitada. Cuando se percibe esta verdad, surge a la existencia la cualidad del amor, que no es elaboración mental y a cuyo respecto no cabe pensamiento alguno.
Es preciso darse cuenta de todo este proceso, de cómo surgen las ideas, de cómo la acción emana de las ideas, y cómo éstas, que dependen de la sensación, dominan la acción y por lo tanto la limitan. No importa de quien sean las ideas, si de la izquierda o de la extrema derecha. Mientras nos aferremos a las ideas, permaneceremos en un estado en que no puede haber vivencia alguna. Entonces vivimos tan sólo en la esfera del tiempo: en el pasado, que brinda más sensación, o en el futuro, que es otra forma de sensación. Sólo cuando la mente está libre de ideas puede haber vivencia.
Las ideas no son la verdad; y la verdad es algo que ha de ser experimentado directamente, de instante en instante; no es una experiencia que deseáis, lo cual resulta entonces mera sensación. Sólo cuando se logra ir más allá del haz de ideas que es el “yo”, la mente, y que tiene una continuidad parcial o completa, sólo cuando se puede ir más allá de eso, sólo cuando el pensamiento está totalmente callado, sólo entonces hay un estado de vivencia. Entonces uno sabrá lo que es la verdad.



viernes, 10 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 4 -EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO

CAPÍTULO IV

EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO

Los problemas del mundo son tan colosales, tan complejos, que para comprenderlos y resolverlos hay que abordarlos de un modo muy sencillo y directo; y la sencillez y visión directa no dependen de las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios y estados de ánimo individuales. Como ya lo he señalado, la solución no ha de encontrarse mediante conferencias o proyectos, ni sustituyendo a los viejos dirigentes por otros nuevos, y lo demás. Es evidente que la solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad, del odio y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres humanos. El causante de estos daños, el creador de estos problemas, es el individuo, vosotros y yo, no el mundo, como creemos. El mundo es vuestra relación con otro. El mundo no es algo que existe aparte de vosotros y de mí; el mundo, la sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer entre unos y otros.
De suerte que vosotros y yo somos el problema, no el mundo; porque el mundo es la proyección de nosotros mismos, y para comprender al mundo tenemos que comprendernos a nosotros mismos. El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son los problemas del mundo. Esto no puede repetirse con demasiada frecuencia, porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos de nuestra incumbencia los problemas del mundo; creemos que deben ser resueltos por las Naciones Unidas o reemplazando los viejos dirigentes por otros nuevos. Es una mentalidad bien torpe la que piensa de ese modo; porque nosotros somos responsables de la horrible miseria y confusión que hay en el mundo, de la guerra que nos amenaza. Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros mismos; y lo importante al empezar por nosotros es la intención. La intención tiene que consistir en comprendernos a nosotros mismos, y en no dejar para otros el transformarse o producir un cambio modificando mediante la revolución, de izquierda o de derecha. Es, pues, importante comprender que esta es nuestra responsabilidad, la vuestra y la mía; porque, por pequeño que sea el mundo en que vivimos, si podemos transformarnos, si podemos hacer surgir un punto de vista radicalmente diferente en nuestra existencia diaria, entonces, tal vez, afectaremos al mundo en general, las extensas relaciones de unos con otros.
Como lo he dicho, pues, vamos a tratar de descubrir el proceso de la comprensión de nosotros mismos, que no es un proceso de aislamiento. No es el retiro del mundo, porque aislados no podéis vivir. Ser es estar relacionado, y el vivir en el aislamiento es cosa inexistente. Es la falta de verdadera convivencia lo que causa conflictos, miseria y lucha; y por pequeño que sea nuestro mundo, si podemos transformar nuestras relaciones dentro de ese pequeño mundo, ello será como una onda que se extiende constantemente hacia afuera. Creo que es importante ver eso, o sea que el mundo es nuestra interrelación, por estrecha que sea; y si ahí podernos producir una transformación -no superficial sino radical-, entonces empezaremos activamente a transformar el mundo. La verdadera revolución no es conforme a una norma determinada, de izquierda o de derecha, sino una revolución de valores, una revolución que lleva de los valores sensorios a los que no son sensorios ni creados por influencias ambientales. Para encontrar esos verdaderos valores que traerán una revolución radical, una transformación o regeneración, es esencial que uno se comprenda a sí mismo. El conocimiento de uno mismo es el principio de la sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la transformación o regeneración. Para comprenderse uno mismo, tiene que existir la intención de comprender; y ahí es donde se presenta nuestra dificultad. Porque, si bien la mayoría de nosotros estamos descontentos, deseamos producir un cambio súbito, y nuestro descontento se canaliza hasta el mero logro de cierto resultado; estando descontentos, o buscamos otro empleo o simplemente sucumbimos ante el medio ambiente. De suerte que el descontento, en vez de encendernos, de inducirnos a poner en tela de juicio la vida y todo el proceso de la existencia, se ve canalizado, con lo cual nos volvemos mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios para descubrir todo el significado de la existencia. Por consiguiente, es importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el conocimiento de uno mismo no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir tiene que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea débil o no exista, la mera aserción, o un deseo casual de investigar acerca de uno mismo, tiene muy escasa significación.
La transformación del mundo se efectúa, pues, por la transformación de uno mismo; porque el “yo” es producto y parte del proceso total de la existencia humana. Para transformarse, el conocimiento de uno mismo es esencial; porque sin conocer lo que sois, no hay base para el verdadero pensar, y sin conoceros a vosotros mismos no puede haber transformación. Uno debe conocerse tal cual es, no tal como desea ser, lo cual es un mero ideal y por lo tanto ficticio, irreal; y sólo lo que es puede ser transformado, no aquello que deseáis ser. El conocerse uno mismo como uno es, requiere extraordinaria vigilancia de la mente; porque lo que es sufre constante transformación, cambio, y, para seguirlo velozmente, la mente no debe estar atada a ningún dogma ni creencia en particular, a ninguna norma de acción. Si queréis seguir algo, de nada sirve estar atado. Para conoceros a vosotros mismos, tiene que existir la vigilancia, la actitud alerta de la mente, en la que se está libre de toda creencia, de toda idealización, porque las creencias e ideales no hacen más que daros un color, pervirtiendo la verdadera percepción. Si queréis saber lo que sois, no podéis imaginar o creer en algo que no sois. Si soy codicioso, envidioso violento, el mero hecho de tener un ideal de “no violencia” de “no codicia”, es de escaso valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y comprenderlo, requiere extraordinaria percepción, ¿no es así? Exige honestidad, claridad de pensamiento. Mientras que perseguir un ideal alejado de lo que es, resulta una escapatoria, os impide descubrir y obrar directamente sobre lo que sois.
De suerte que la comprensión de lo que sois: feos o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere; el comprender sin deformación lo que sois, es el comienzo de la virtud. La virtud es esencial porque ella brinda libertad. Sólo en la virtud podéis descubrir, podéis vivir, no en el cultivo de la virtud, que sólo trae respetabilidad, no comprensión ni libertad. Hay una diferencia entre ser virtuoso y hacerse virtuoso. El ser virtuoso proviene de la comprensión de lo que sois, mientras el hacerse virtuoso es aplazamiento, encubrimiento de lo que es con lo que desearíais ser. Al haceros virtuosos, evitáis obrar directamente sobre lo que sois. Este proceso de eludir lo que es mediante el cultivo del ideal, es considerado virtuoso; pero si lo observáis de cerca y directamente, veréis que no es nada de eso. Consiste simplemente en dejar para después el enfrentarse con lo que es. La virtud no es llegar a ser lo que uno no es; la virtud es la comprensión de lo que es y por lo tanto el estar libre de lo que es. Y la virtud resulta indispensable en una sociedad que se desintegra rápidamente. Para crear un mundo nuevo una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser libre tiene que haber virtud, pues sin virtud no hay libertad. El hombre inmoral que lucha por llegar a ser virtuoso, ¿puede jamás conocer la virtud? El hombre que no es moral no podrá nunca ser libre, y por lo tanto no podrá nunca descubrir lo que es la realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que es; y para comprender lo que es, tiene que haber libertad, hay que estar libre del miedo a lo que es.
Para comprender ese proceso, es preciso que haya intención de conocer lo que es, de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo que es, es en extremo difícil porque lo que es jamás está inmóvil estático; siempre está en movimiento. Lo que es, es lo que vosotros sois, no lo que os gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es ficticio; es en realidad lo que vosotros hacéis, pensáis y sentís de instante en instante. Lo que es, es lo real; y para comprender lo real se requiere alerta percepción, una mente muy vigilante y veraz. Pero si empezamos por condenar lo que es, si empezamos por censurarlo o resistirle, no comprenderemos su movimiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo; tengo que observarlo, que estudiarlo. Tengo que amar la cosa misma que estudio. Si queréis comprender a un niño, debéis amarlo, no condenarlo. Debéis jugar con él, observar sus movimientos, su idiosincrasia, sus modos de conducirse; pero si no hacéis más que condenarlo, resistirle o censurarlo, no hay comprensión del niño. De un modo análogo, para comprender lo que es, hay que observar lo que uno piensa, siente y hace de instante en instante. Eso es lo efectivo. Ninguna otra acción, ningún ideal o acción ideológica, es lo existente; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra cosa que lo que uno es.
Para comprender lo que es requiérese un estado de la mente en el que no haya identificación ni condenación, lo cual significa una mente que sea alerta y sin embargo pasiva. En ese estado nos encontramos cuando deseamos realmente comprender algo; cuando hay intensidad en el interés, ese estado mental se produce. Cuando uno está interesado en comprender lo que es, el estado real de la mente no necesita forzarlas disciplinarla ni controlarla; antes bien, hay entonces vigilancia pasiva y alerta. Este estado de alerta percepción surge cuando hay interés, intención de comprender.
La comprensión fundamental de uno mismo no llega mediante el conocimiento o la acumulación de experiencias, lo cual es mero cultivo de la memoria. La comprensión de uno mismo es de instante en instante; y si sólo acumulamos conocimiento del “yo”, es ese conocimiento lo que impide una comprensión más amplia. El conocimiento y la experiencia acumulados, en efecto, llegan a ser el centro a través del cual el pensamiento enfoca y desarrolla su existencia. El mundo no es diferente de nosotros y nuestras actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea los problemas del mundo; y la dificultad, en lo que atañe a la mayoría de nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente, buscamos un sistema, un método, un medio operativo para resolver los múltiples problemas humanos.
Ahora bien: ¿existe un medio, un sistema, para conocerse a sí mismo? Cualquier persona sagaz, cualquier filósofo, puede inventar un sistema, un método; pero, a buen seguro, el seguir un sistema sólo producirá un resultado creado por ese sistema, ¿no es así? Si yo sigo determinado método para conocerme a mí mismo, tendré el resultado que dicho sistema necesita; mas ese resultado no será evidentemente la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un método, un sistema, un medio para conocerme a mí mismo, ajusto mi pensamiento, mis actividades, a una norma; pero el seguir una norma no es comprensión de uno mismo.
No hay, pues, método alguno para el conocimiento de uno mismo. Buscar un método implica invariablemente el deseo de alcanzar algún resultado, y eso es lo que todos queremos. Seguimos a la autoridad -si no la de una persona la de un sistema, una ideología- porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé seguridad. En realidad no queremos comprendernos a nosotros mismos, nuestros impulsos y reacciones, todo el proceso de nuestro pensar, lo consciente así como lo inconsciente; quisiéramos más bien seguir un sistema que nos asegure un resultado Mas el seguir un sistema es invariablemente el resultado de nuestro deseo de seguridad, de certeza; y es evidente que el resultado no es la comprensión de uno mismo. Cuando seguimos un método, debemos tener autoridades el instructor, el “guía espiritual”, el salvador, el Maestro- que nos garanticen lo que deseamos; y, por cierto, ese no es el camino hacia el conocimiento de uno mismo.
La autoridad impide el conocimiento de uno mismo, ¿no es así? Bajo el amparo de una autoridad, de un guía, podréis tener temporariamente un sentido de seguridad, de bienestar; pero esa no es la comprensión del proceso total de uno mismo. Por su propia naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de uno mismo, y por lo tanto destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad cabe la “creatividad”. La “creatividad” sólo puede existir a través del conocimiento de uno mismo. La mayoría de nosotros no somos “creativos”; somos máquinas de repetición, simples discos de fonógrafo que reproducen una y otra vez ciertas canciones de la experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios o ajenos. Semejante repetición no es existencia “creativa”, pero es lo que queremos. Como queremos estar seguros en nuestro fuero íntimo, constantemente buscamos métodos y medios para esa seguridad. Con ello creamos autoridad, el culto de otro ser, lo que destruye la comprensión, esa espontánea serenidad de la mente en la cual tan sólo puede existir un estado de “creatividad”.
Nuestra dificultad, ciertamente, estriba en que la mayoría de nosotros hemos perdido ese sentido de “creatividad”. Ser “creativos” no significa que hayamos de pintar cuadros o escribir poemas, y hacernos famosos. Eso no es “creatividad”; es simplemente capacidad para expresar una idea que el público aplaude o desdeña. Capacidad y “creatividad” no deben ser confundidas. La capacidad no es la “creatividad”; ésta es un estado del ser enteramente diferente, ¿no es así? Es un estado en el que el “yo” está ausente, en el que la mente ya no es foco de nuestras experiencias, ambiciones, empeños y deseos. La “creatividad” no es un estado continuo; es nuevo de instante en instante; es un movimiento en el que no existe el “yo” y lo “mío”, en el que el pensamiento no está enfocado en torno a ninguna experiencia, ambición, realización, propósito o móvil particular. Sólo cuando no hay “yo” puede haber “creatividad”, ese estado del ser que es el único en que puede manifestarse la realidad, el creador de todas las cosas. Mas ese estado no puede ser concebido ni imaginado, no puede ser formulado ni copiado, no puede alcanzarse por ningún sistema, por ningún método, por ninguna filosofía, por ninguna disciplina. Por lo contrario, él surge tan sólo por la comprensión del proceso total de uno mismo.
La comprensión de uno mismo no es un resultado, una culminación; consiste en verse de instante en instante en el espejo de la convivencia, en ver la propia relación con los bienes, las cosas, las personas y las ideas. Pero hallamos difícil estar alertas, ser sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método, aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y de ese modo nuestra mente se hastía, se agota y se insensibiliza. Una mente tal no puede estar en estado de “creatividad”. Ese estado de “creatividad” adviene tan sólo cuando el “yo” que es el proceso de reconocimiento y acumulación- deja de ser; porque, después de todo, la conciencia del “yo”, del “mí mismo”, es el centro de reconocimiento, y el reconocimiento es simplemente el proceso de acumulación de experiencias. Pero a todos nos asusta no ser nada, porque todos queremos ser algo. El hombre pequeño quiere ser hombre grande, el hombre sin virtud quiere ser virtuoso, el débil y oscuro ansía poder, posición y autoridad. Esa es la incesante actividad de la mente. Una mente tal no puede estar serena, y por ello jamás podrá comprender el estado de “creatividad”
Para transformar el mundo que nos rodea, con su miseria, guerras, desempleo, hambre, divisiones de clase y absoluta confusión, tiene que haber una transformación en nosotros mismos. La revolución debe empezar dentro de uno mismo, pero no de acuerdo a ninguna creencia o ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la adaptación a un modelo determinado, no es en modo alguno, evidentemente, una revolución. Para producir una revolución fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del propio pensar y sentir en la vida de relación. Esa es la única solución de todos nuestros problemas, no el tener más disciplinas, más creencias más ideologías y más instructores. Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin el proceso de acumulación, veremos cómo adviene una tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no es imaginada ni cultivada; y solo en ese estado de quietud, de serenidad, puede haber “creatividad”.


jueves, 9 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 3 EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

CAPÍTULO III

EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es el de saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad, o si es el fin de la sociedad. ¿Vosotros y yo, como individuos, hemos de ser utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a cierto molde, por la sociedad, el gobierno, o es que la sociedad, el Estado, existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la sociedad, o es tan sólo un títere al que hay que enseñar, que explotar, que enviar al matadero como instrumento de guerra? Ese es el problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros. Ese es el problema del mundo: el de saber si el individuo es mero instrumento de la sociedad, juguete de influencias, que haya de ser moldeado; o bien si la sociedad existe para el individuo.
¿Cómo habréis de descubrir eso? Es un serio problema, verdad? Si el individuo no es más que un instrumento de la sociedad, entonces la sociedad es mucho más importante que el individuo. Si eso es cierto, debemos renunciar a la
individualidad y trabajar para la sociedad; entonces nuestro sistema educativo debe ser enteramente revolucionado, y el individuo convertido en instrumento que ha de usarse, destruirse, liquidarse, y del que hay que deshacerse. Pero si la sociedad existe para el individuo, entonces la función de la sociedad no consiste en hacer que él se ajuste a molde alguno, sino en darle el sentido y el apremio de libertad. Debemos, pues, descubrir qué es lo falso.
¿Cómo investigaríais este problema? Es un problema vital, ¿no es cierto? Él no depende de ideología alguna, de izquierda o de derecha; y en caso de que si dependa de una ideología, entonces es mero asunto de opinión. Las ideas siempre engendran enemistad, confusión, conflicto. Si dependéis de libros de izquierda o de derecha, o de libros sagrados, entonces dependéis de meras opiniones, sean ellas las de Buda, de Cristo, del capitalismo, del comunismo o de lo que os plazca. Son ideas, no la verdad. Un hecho nunca puede ser negado. La opinión acerca del hecho puede negarse. Si podemos descubrir cuál es la verdad en este asunto, podremos actuar independientemente de la opinión. ¿No resulta necesario, por lo tanto, descartar lo que otros han dicho? La opinión de los izquierdistas u otros lideres es el resultado de su condicionamiento. De suerte que si dependéis para vuestro descubrimiento de lo que se encuentra en los libros, estáis simplemente atados a las opiniones. No se trata, pues, de conocimiento directo.
¿Cómo habrá de descubrirse la verdad acerca de esto? Sobre esa base actuaremos. Para hallar la verdad al respecto, hay que estar libre de toda propaganda, lo cual significa que sois capaces de observar el problema independientemente de la opinión. Todo el cometido de la educación consiste en despertar al individuo. Para ver la verdad respecto de esto habréis de ser muy claros, es decir, no podréis depender de un dirigente. Cuando escogéis un líder, lo hacéis por confusión, de suerte que vuestros dirigentes también están confusos; y eso es lo que ocurre en el mundo. No podéis, por consiguiente, esperar de vuestro dirigente guía ni ayuda.
Una mente que desea comprender un problema debe no sólo comprender el problema por completo, enteramente, sino que debe poder seguirlo rápidamente, porque el problema nunca es estático, siempre es nuevo, ya sea el problema del hambre, un problema psicológico o cualquier problema. Toda crisis siempre es nueva, por lo tanto, para comprenderla, la mente debe ser siempre lozana, clara, veloz en su búsqueda. Creo que la mayoría de nosotros comprendemos la urgencia de una revolución intima, pues ella es lo único capaz de producir una transformación radical de lo externo, de la sociedad. Este es el problema que a mí mismo a todas las personas de intenciones serias nos preocupa. Cómo lograr una transformación fundamental, radical, en la sociedad es nuestro problema; y esta transformación de lo externo no puede ocurrir sin revolución íntima. Dado que la sociedad siempre es estática, cualquier reforma que se realice sin esa revolución intima se vuelve igualmente estática; de suerte que sin esa constante revolución íntima no hay esperanza, porque sin ella la acción externa resulta reiterativa, habitual. La acción implícita en las relaciones entre vosotros y los demás, entre vosotros y yo, es la sociedad; y esa sociedad se vuelve estática, sin cualidades vitalizadoras, mientras no exista esa constante revolución íntima una transformación sociológica creadora; y es por que no hay esa constante revolución íntima que la sociedad siempre se vuelve estática, cristalizada, y tiene por lo tanto que ser destruida constantemente.
¿Qué relación existe entre vosotros, por una parte, y la miseria y confusión en vosotros, y a vuestro alrededor, por la otra? Es evidente que esta confusión, esta miseria, no se ha originado de por sí. Somos vosotros y yo quienes la hemos creado, no la sociedad capitalista, o comunista, o fascista. Vosotros y yo la hemos creado en nuestras relaciones. Lo que sois proyectado hacia afuera, en el mundo. Lo que sois, lo que pensáis y lo que sentís, lo que hacéis en vuestra existencia diaria, se proyecte hasta afuera; y eso es lo que constituye el mundo. Si somos desdichados, confusos, caóticos en nuestro interior, eso, proyectado llega a constituir el mundo, la sociedad -la sociedad es el producto de nuestra relación-, y si nuestra relación es confusa, egocéntrica, estrecha, limitada, nacionalista, eso lo proyectamos y causamos caos en el mundo.
El mundo es lo que vosotros sois. Vuestro problema es el problema del mundo. Ese, a no dudarlo, es un hecho básico y sencillo. Pero en nuestras relaciones con uno o con muchos parecemos siempre, en cierto modo, no tomarlo en cuenta. Pretendemos producir alteraciones mediante sistemas o una revolución en las ideas o los valores, basada en tal o cual sistema, olvidando que somos vosotros y yo quienes creamos la sociedad y producimos el orden o la confusión con nuestra manera de vivir. Debemos entonces empezar por lo que está más próximo; tenemos que preocuparnos por nuestra existencia diaria, por nuestros actos, pensamientos y sentimientos de todos los días, los cuales se revelan en el modo de ganarnos la vida y en nuestra relación con las ideas y las creencias. Esa es nuestra existencia diaria, ¿no es cierto? Nos interesa ganarnos el sustento, conseguir un empleo, ganar dinero; nos interesa la relación con nuestra familia, o con nuestros vecinos, y estamos interesados en ideas y creencias. Si examináis ahora vuestras ocupaciones, veréis que ellas se basan fundamentalmente en la envidia y no en la estricta necesidad de ganar el sustento. La sociedad está estructurada en tal forma que es un proceso de constante conflicto, de constante devenir. Todo se basa en la codicia, en la envidia a nuestros superiores. El empleado quiere llegar a ser gerente, lo que muestra que su preocupación no es sólo ganarse el sustento, un medio de subsistencia, sino también adquirir posición y prestigio. Tal actitud, naturalmente, produce estragos en la sociedad, en la convivencia. Mas si vosotros y yo nos preocupásemos tan sólo por el sustento, hallaríamos medios de vida justos cuya base no sería la envidia. Ésta es uno de los factores más destructivos que obran en la sociedad, ya que la envidia revela deseo de poder, de posición, y al final conduce a la política. Envidia y política están estrechamente ligadas. Cuando el empleado busca llegar a gerente, conviértese en uno de los factores que engendra la política del poder, que conduce a la guerra. Él es, pues, directamente responsable de la guerra.
¿En qué se basan nuestras relaciones? La relación entre vosotros y yo, entre vosotros y los demás -la sociedad es eso-, ¿en qué se basa? No, por cierto, en el amor, aunque hablemos de ello. Si se basara en el amor habría orden, paz y felicidad, entre nosotros. Empero, en esa relación entre vosotros y yo hay una fuerte dosis de mala voluntad que asume la forma del respeto. Si unos y otros fuésemos iguales en pensamientos y en sentimientos, no habría respeto ni mala voluntad, puesto que habría contacto entre dos individuos no se trataría de maestro y discípulo, ni de esposo que domina a su mujer, ni de mujer que domina al marido. Cuando hay mala voluntad hay deseo de dominación, lo cual provoca celos, ira, pasiones; y todo eso, en nuestras mutuas relaciones engendra constante conflicto que hacemos lo posible por eludir, produciendo mayor caos y mayor desdicha.
En lo que atañe a las ideas, creencias y formulaciones, las cuales forman parte de nuestra vida cotidiana, ¿no deforman acaso nuestra mente? ¿Qué es, en efecto, la estupidez? Consiste en atribuir falso valor a las cosas que produce la mano o la mente del hombre. Casi todos nuestros pensamientos se originan en el instinto de autoprotección, ¿no es así? ¿No damos a muchas de nuestras ideas un sentido de que carecen en sí mismas? Cuando, por consiguiente, creemos en determinadas formas -ya sean religiosas, económicas o sociales- o cuando creemos en Dios, en ideas, en un régimen social que separa al hombre del hombre, en e nacionalismo y otras cosas más, es evidente que damos falsa significación a la creencia. Ello indica estupidez, pues la creencia no une a los hombres sino que los divide. Vemos, pues, que por nuestra manera de vivir podemos producir orden o caos, paz o conflicto, felicidad o desdicha.
Nuestro problema, pues, consiste en saber -¿no es así?- si puede haber una sociedad que sea estática y al mismo tiempo un individuo en quien aquella constante revolución esté realizándose. Es decir, la revolución en la sociedad debe empezar por la transformación íntima, psicológica, del individuo. La mayoría de nosotros desea ver una radical transformación en la estructura social. Esa es toda la batalla que se desarrolla en el mundo: producir una revolución social por medios comunistas o cualesquiera otros. Ahora bien, si hay una revolución social, es decir, una acción con respecto a la estructura externa del hombre, la naturaleza misma de esa revolución social, por más radical que ella sea, es estática si no se produce una revolución íntima del individuo, si no hay una transformación psicológica. De suerte que, para hacer surgir una sociedad que no sea reiterativa estática, que no esté desintegrándose, que esté constantemente viva, resulta imperativo que haya una revolución en la estructura psicológica del individuo; pues sin una revolución íntima, psicológica, la mera transformación de lo externo tiene muy poca significación. Es decir, la sociedad se vuelve siempre cristalizada, estática, por lo cual constantemente se desintegra. Por mucho y muy sabiamente que la legislación sea promulgada, la sociedad está siempre en proceso de descomposición; porque la revolución debe producirse por dentro, no sólo exteriormente.
Creo que es importante comprender esto, y no considerarlo con ligereza. Una vez llevada a efecto, la acción externa ha terminado, es estática; y si la relación entre individuos -que es la sociedad- no es el resultado de la revolución íntima, entonces la estructura social, por ser estática, absorbe al individuo y por lo tanto lo torna igualmente estático, reiterativo. Si se comprende esto, si se percibe el extraordinario significado de ese hecho, no puede tratarse de acuerdo o de desacuerdo. Es un hecho que la sociedad siempre se está cristalizando, que siempre absorbe al individuo y que la revolución constante, creadora, sólo puede ocurrir en el individuo, no en la sociedad, en lo externo. Esto es, la revolución creadora sólo puede tener lugar en las relaciones del individuo, que es la sociedad. Vemos cómo la estructura de la sociedad actual en la India, en Europa en América, en todas partes del mundo, se desintegra rápidamente; y esto lo sabemos dentro de nuestra propia vida. Podemos observarlo cuando vamos por la calle. No necesitamos grandes historiadores para que nos revelen el hecho de que nuestra sociedad se derrumba; y es preciso que haya nuevos arquitectos, nuevos constructores, para crear una nueva sociedad. La estructura debe levantarse sobre nuevos cimientos, sobre hechos y valores nuevamente descubiertos. Tales arquitectos aún no existen. No hay constructores, nadie que observando, dándose cuenta del hecho de que la estructura se desploma, esté transformándose en arquitecto. Ese, pues, es nuestro problema. Vemos que la sociedad se derrumba, se desmorona; y somos nosotros -vosotros y yo- quienes tenemos que ser los arquitectos. Vosotros y yo debemos descubrir de nuevo los valores, y edificar sobre cimientos más fundamentales, más duraderos. Porque si algo esperamos de los arquitectos profesionales -los constructores políticos y religiosos- nos hallaremos precisamente en la misma situación de antes.
Porque vosotros y yo no somos creativos, hemos reducido la sociedad a este caos. Vosotros y yo tenemos, pues, que ser creativos, porque el problema es urgente. Vosotros y yo debemos darnos cuenta de las causas del derrumbe de la sociedad, y crear una nueva estructura que no se base en la mera imitación sino en nuestra comprensión creadora. Y esto implica -¿no es así?- pensamiento negativo. El pensamiento negativo es la más alta forma de la comprensión Es decir, para comprender lo que es el pensamiento creador, debemos enfocar el problema negativamente; porque un enfoque positivo del problema -que es que vosotros y yo debemos volvernos creadores a fin de edificar una nueva estructura de la sociedad- será imitativo. Para comprender aquello que se está derrumbando, debemos investigarlo, examinarlo negativamente, no con un sistema positivo, una fórmula positiva, una conclusión positiva.
¿Por qué, pues, la sociedad se derrumba, se desploma, como sin duda ocurre? Una de las razones fundamentales es que el individuo, vosotros, habéis dejado de ser creadores. Explicaré lo que quiero decir. Vosotros y yo hemos llegado a ser imitativos; copiamos exterior e interiormente. Exteriormente, cuando aprendéis una técnica, cuando os comunicáis unos con otros en el nivel verbal, tiene naturalmente que haber algo de imitación, de copia. Copio las palabras. Para llegar a ser ingeniero, primero debo aprender la técnica; y luego empleo la técnica para construir un puente. Tiene, pues, que haber cierto grado de imitación, de copia, en la técnica externa. Pero cuando hay imitación interior, psicológica, dejamos por cierto de ser creadores. Nuestra educación, nuestra estructura social, nuestra vida llamada “religiosa”, todo ello se basa en la imitación; es decir, me ajusto a determinada fórmula social o religiosa. He dejado de ser un verdadero individuo; psicológicamente, me he convertido en una simple máquina de repetir, con ciertas respuestas condicionadas, sean ellas las del hindú las del cristiano, las del budista, las del alemán o las del inglés. Nuestras respuestas están condicionadas según el tipo de sociedad, ya sea oriental u occidental, religiosa o materialista. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, y uno de los factores desintegrantes es el líder, cuya esencia misma es la imitación.
Para comprender, pues, la naturaleza de la sociedad en vía de desintegración, ¿no es importante investigar si vosotros y yo -el individuo- podemos ser creadores? Podemos ver que, cuando hay incitación, tiene que haber desintegración; cuando hay autoridad, tiene que haber imitación. Y como toda nuestra formación mental, psicológica, se basa en la autoridad, hay que estar libre de autoridad para ser creador. ¿No habéis notado que en los momentos de creación, en esos momentos relativamente felices de interés vital, no hay sentido alguno de repetición, de imitación? Tales momentos siempre son nuevos, frescos, creadores, dichosos. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, que es el culto de la autoridad.