CAPÍTULO IX
¿QUÉ ES EL “YO”?
¿Sabemos qué entendemos por el “yo”? Por ello entiendo la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de intenciones nombrables o innominables, el constante empeño por ser o por no ser, la memoria acumulada de lo inconsciente: lo racial, el grupo, lo individual, el clan y la totalidad de tales cosas, ya sea proyectada hacia afuera en acción, o proyectada espiritualmente como virtud. El esforzarse por todo eso es el “yo”. En ello se incluye la rivalidad, el deseo de ser. El proceso íntegro de todo eso es el “yo”; y realmente sabemos, cuando nos enfrentamos con ello, que es cosa maligna. Empleo la palabra “maligna” intencionalmente, porque el “yo” es causa de división, el “yo” nos encierra en nosotros mismos; sus actividades, por nobles que sean, son separativas y aisladoras. Esto lo sabemos. También sabemos que son extraordinarios los momentos en que el “yo” no está presente, en que no hay sensación de empeño, de esfuerzo, lo que ocurre cuando hay amor.
Paréceme importante comprender como la experiencia fortalece el “yo”. Si somos serios, deberíamos comprender este problema de la experiencia. Ahora bien, ¿qué entendemos por experiencia? En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas impresiones las interpretamos, y reaccionamos ante ellas; o actuamos de acuerdo con esas impresiones; somos calculadores, astutos, y lo demás. Hay constante influencia reciproca entre lo que se ve objetivamente y nuestra reacción ante ello, y acción recíproca entre lo consciente y los recuerdos de lo inconsciente.
Conforme a mis recuerdos, reacciono ante cualquier cosa que veo, ante cualquier cosa que siento. En este proceso de reaccionar ante lo que veo, lo que siento, lo que sé, lo que creo, la experiencia se va produciendo. ¿No es así? La reacción ante la respuesta de algo visto, es experiencia. Cuando os veo, reacciono; el nombrar esa reacción es experiencia. Si no la nombro, esa reacción no es una experiencia. Observad vuestras propias respuestas y lo que ocurre en torno vuestro. No hay experiencia a menos que al mismo tiempo se desarrolle un proceso de nombrar. Si no os reconozco, ¿cómo puedo tener la experiencia de veros? Ello suena sencillo y correcto. ¿No es un hecho? Esto es, si no reacciono ante vosotros según mis recuerdos, según mi condicionamiento, según mis prejuicios, ¿cómo puedo saber que he tenido una experiencia?
Está luego la proyección de diversos deseos. Deseo estar protegido, tener seguridad interior; o deseo tener un Maestro, un guía espiritual, un instructor, un Dios; y experimento aquello que he proyectado. Es decir, he proyectado un deseo que ha tomado una forma, al cual le he dado un nombre; ante eso reacciono. Es mi proyección. Es mi nominación. Ese deseo que me brinda una experiencia, me hace decir: “he experimentado”, “me he encontrado con el Maestro”, o bien “no he encontrado al Maestro”. Ya conocéis todo el proceso de nombrar una experiencia. El deseo es lo que llamáis “una experiencia”. ¿No es cierto?
Cuando deseo el silencio de la mente, ¿qué es lo que ocurre?, ¿qué sucede? Veo la importancia de tener una mente silenciosa, una mente quieta, por diversas razones: porque eso lo han dicho los Upanishads, las escrituras religiosas, los santos; y, ocasionalmente, yo mismo siento lo bueno que es estar tranquilo, pues mi mente parlotea demasiado todo el día. Por momentos siento lo bello, lo agradable que es tener una mente apacible, una mente silenciosa. El deseo es experimentar el silencio. Yo deseo tener una mente silenciosa, y entonces pregunto “¿cómo lograrla?” Conozco lo que este o aquel libro dice acerca de la meditación y las diversas formas de disciplina. Así por la disciplina busco experimentar el silencio. El “yo”, por eso, se instala en la experiencia del silencio.
Quiero comprender qué es la Verdad; ese es mi deseo, mi anhelo. Luego está mi proyección de lo que considero a que es la verdad, porque he leído mucho al respecto, he oído hablar de ella a mucha gente; las escrituras religiosas la han descrito. Deseo todo eso. ¿Qué ocurre? La misma demanda, el deseo mismo, es proyectado; y experimento porque reconozco ese estado proyectado. Si no reconozco ese estado, no la llamaría “verdad . Lo reconozco y lo experimento. Esa experiencia da vigor al “sí mismo”, al “yo”. ¿No es así? De suerte que el “yo” se atrinchera en la experiencia. Entonces decís “yo sé”, “el Maestro existe”, “hay Dios” o “no hay Dios”; decís que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
La experiencia, pues, está siempre fortaleciendo el “yo”. Cuanto más atrincherados estáis en vuestra experiencia, tanto más se fortalece el “yo”. Como resultado de esto, tenéis cierta fuerza de carácter, de conocimiento, de creencia, de lo que hacéis gala ante otras personas porque sabéis que no son tan avisados como vosotros, y porque vosotros tenéis el don de la pluma o de la palabra y sois astutos. Es porque el “yo” sigue actuando que vuestras creencias, vuestros Maestros, vuestras castas, vuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento, y por lo tanto todo ello trae contienda. Si en vosotros hay alguna seriedad o fervor al respecto, debéis disolver este centro completamente, y no justificarlo. Es por eso que debemos comprender el proceso de la experiencia.
¿Es posible que la mente, que el “yo”, no proyecte, no desee, no experimente? Vemos que todas las experiencias del “yo” son una negación, una destrucción; y, sin embargo, a las mismas les llamamos “acción positiva”. ¿No es así? Eso es lo que llamamos “modo positivo de vida”. Deshacer todo ese proceso es lo que llamáis negación. ¿Tenéis razón en eso? ¿Podemos nosotros -vosotros y yo como individuos- ir a la raíz de ello y comprender el proceso del “yo”? Ahora bien, ¿qué es lo que produce la disolución del “yo”? Grupos religiosos y otros han propuesto la identificación. ¿No es cierto? “Identificaos con algo más grande, y el ‘yo’ desaparece”; eso es lo que ellos dicen. Sin duda, la identificación sigue siendo el proceso del “yo”; lo más grande es simplemente la proyección del “yo”, que yo experimento y que por tanto fortalece el “yo”.
Todas las diversas formas de disciplina, creencias y conocimiento, sólo fortalecen el “yo”. ¿Podemos encontrar un elemento que disolverá el “yo”? ¿O es esa una pregunta impropia? Eso es lo que en el fondo queremos. Queremos encontrar algo que disuelva el “yo”. ¿No es cierto? Creemos que hay diversas formas de hallar eso: identificación, creencias, y lo demás. Pero todas ellas están al mismo nivel, una no es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente poderosas para fortalecer el “sí mismo”, el “yo”. Veo ahora el “yo” dondequiera funcione, y veo sus fuerzas y energía destructivas. Sea cual fuere el nombre que le deis, él es una fuerza aisladora, destructiva; y deseo hallar una manera de disolverlo. Debéis haberos dicho esto a vosotros mismos: “veo que el ‘yo’ funciona todo el tiempo, y que siempre trae ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo a mí mismo sino a cuantos me rodean; ¿es posible que ese ‘yo’ sea disuelto, no parcial sino completamente?” ¿Podemos ir hasta la raíz de él y destruirlo? Ese es el único modo de actuar ¿no es así? No deseo ser parcialmente inteligente sino inteligente de un modo integral. La mayoría de nosotros somos inteligentes por capas; vosotros probablemente en un sentido, y yo en algún otro. Algunos de vosotros sois inteligentes en vuestros negocios, otros en vuestro trabajo de oficina, y lo demás. La gente es inteligente de diferentes maneras; pero no lo somos integralmente. Ser integralmente inteligente significa ser sin “yo”. ¿Es ello posible?
¿Es posible que el “yo” esté completamente ausente ahora? Sabéis que sí es posible. ¿Cuáles son los ingredientes, los requisitos necesarios? ¿Cuál es el elemento que produce eso? ¿Puedo encontrarlo? Cuando hago la pregunta “¿puedo encontrarlo?”, estoy sin duda convencido de que ello es posible. Ya he creado una experiencia en la que el “yo” va a ser fortalecido. ¿No es así? La comprensión del “yo” requiere gran dosis de inteligencia, gran dosis de desvelo, de vigilancia, incesante observación, para que él no se escabulla. Yo, que soy muy serio, quiero disolver el “yo”. Cuando digo eso, sé que es posible disolver el “yo”. En el momento en que digo “quiero disolver esto”, en ello existe aún la experiencia del “yo”, y así el “yo” se fortalece. ¿Cómo será posible, pues, que el “yo” no experimente? Uno puede ver que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del “yo”. Hay creación cuando el “yo” no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es autoproyectada, es algo que está más allá de toda experiencia, como lo sabemos. ¿Es posible que la mente esté del todo quieta, en un estado de no reconocimiento, es decir, de no experiencia; que se halle en un estado en el que la creación pueda ocurrir, lo que significa que el “yo” no está ahí, que el “yo” está ausente? El problema es ése. ¿No es cierto? Cualquier movimiento de la mente, positivo o negativo, es una experiencia que realmente fortalece el “yo”. ¿Es posible para la mente no reconocer? Eso puede ocurrir tan sólo cuando hay completo silencio, mas no el silencio que es una experiencia del “yo” y que por lo tanto lo fortalece.
¿Hay una entidad aparte del “yo”, que mire al “yo”, y lo disuelva? ¿Existe una entidad espiritual que desaloje al “yo” y lo destruya, que haga caso omiso de él? Creemos que la hay. ¿No es así? La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El materialista dice “es imposible que el ‘yo’ sea destruido; sólo puede ser condicionado y restringido -en lo político, en lo económico y en lo social-; podemos sujetarlo firmemente dentro de cierto molde y podemos dominarlo; y por lo tanto se puede hacer que lleve una vida elevada, una vida moral y que no se ocupe en otra cosa que en seguir la norma social y funcionar como simple máquina”. Eso lo sabemos. Hay otras personas, las llamadas “religiosas” -no son realmente religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: “Fundamentalmente, tal elemento existe. Si podemos ponernos en contacto con el, él disolverá el ‘yo’”.
¿Existe tal elemento para disolver el “yo”? Ved, por favor, lo que estamos haciendo. Sólo estamos arrinconando forzadamente al “yo”. Si permitís que se os arrincone forzadamente, veréis lo que habrá de ocurrir. Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al “yo”, y que -así lo esperamos- venga para interceder y destruir el “yo”, y al que llamamos Dios. Ahora bien, ¿hay cosa tal que la mente pueda concebir? Podrá o no haberla; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entrará en acción para destruir el “yo”, ¿no es esa otra forma de experiencia que fortalece el “yo”? Cuando creéis, ¿no es eso lo que realmente ocurre? Cuando creéis que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, ¿no es ese el proceso de fortalecimiento del “yo”? El “yo” ha proyectado esa cosa que, según sentís y creéis, vendrá a destruir el “yo”. Habiendo, pues, proyectado esa idea de continuación en un estado atemporal como entidad espiritual, tenéis experiencia; y tal experiencia no hará sino fortalecer el “yo”. ¿Qué habréis hecho por lo tanto? No habréis destruido realmente el “yo” sino que le habréis dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el “yo” seguirá estando así, porque la habréis experimentado. De suerte que nuestra acción, desde el comienzo hasta el fin, es la misma acción; sólo que nosotros creemos que ella evoluciona, crece, se vuelve más y más bella; pero, si lo observáis, interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo “yo” que funciona en diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Cuando veis todo el proceso, las astutas y extraordinarias invenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando veis que os estáis moviendo en un circulo, en una jaula que él mismo fabrica, ¿qué sucede? Cuando os dais cuenta de ello, cuando tenéis pleno conocimiento de ello, ¿no estáis entonces extraordinariamente quietos? Y no por compulsión, ni mediante recompensa alguna, ni por ningún temor. Cuando reconocéis que todo movimiento de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del “yo”, cuando observáis eso y lo veis, cuando os dais completamente cuenta de eso en la acción, cuando llegáis a ese punto -no de un modo ideológico, verbal; ni por experiencia proyectada, sino cuando estáis realmente en ese estado-, entonces veréis que, estando la mente del todo quieta, ella no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente, lo es en un circulo, dentro del ámbito del “yo”. Cuando la mente es no creadora, hay creación, lo cual no es un proceso reconocible.
La realidad, la verdad, no ha de ser reconocida. Para que la verdad advenga, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir la virtud -todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que tiene conciencia de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la realidad. Podrá ser una persona muy decente; eso es enteramente diferente del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En el hombre que vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá comprender qué es la verdad; porque la virtud, para él, es el encubrimiento del “yo”, el fortalecimiento del “yo”, porque él persigue la virtud. Cuando él dice “debo ser sin codicia”, el estado de no codicia que él experimenta fortalece el “yo”. Es por eso que es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo sino también en creencia y en conocimiento. Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de todo daño y miseria. Mas si vosotros y yo, como individuos, podemos ver todo este funcionamiento del “yo”, entonces sabremos qué es el amor. Os aseguro que esa es la única reforma que pueda posiblemente cambiar el mundo. El amor no es del “yo”. El “yo” no puede reconocer el amor. Decís “yo amo”; pero entonces, en el decirlo y en la experiencia misma de ello, no hay amor. Mas cuando conocéis el amor, no hay “yo”. Cuando hay amor, no hay “yo”.
¿QUÉ ES EL “YO”?
¿Sabemos qué entendemos por el “yo”? Por ello entiendo la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de intenciones nombrables o innominables, el constante empeño por ser o por no ser, la memoria acumulada de lo inconsciente: lo racial, el grupo, lo individual, el clan y la totalidad de tales cosas, ya sea proyectada hacia afuera en acción, o proyectada espiritualmente como virtud. El esforzarse por todo eso es el “yo”. En ello se incluye la rivalidad, el deseo de ser. El proceso íntegro de todo eso es el “yo”; y realmente sabemos, cuando nos enfrentamos con ello, que es cosa maligna. Empleo la palabra “maligna” intencionalmente, porque el “yo” es causa de división, el “yo” nos encierra en nosotros mismos; sus actividades, por nobles que sean, son separativas y aisladoras. Esto lo sabemos. También sabemos que son extraordinarios los momentos en que el “yo” no está presente, en que no hay sensación de empeño, de esfuerzo, lo que ocurre cuando hay amor.
Paréceme importante comprender como la experiencia fortalece el “yo”. Si somos serios, deberíamos comprender este problema de la experiencia. Ahora bien, ¿qué entendemos por experiencia? En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas impresiones las interpretamos, y reaccionamos ante ellas; o actuamos de acuerdo con esas impresiones; somos calculadores, astutos, y lo demás. Hay constante influencia reciproca entre lo que se ve objetivamente y nuestra reacción ante ello, y acción recíproca entre lo consciente y los recuerdos de lo inconsciente.
Conforme a mis recuerdos, reacciono ante cualquier cosa que veo, ante cualquier cosa que siento. En este proceso de reaccionar ante lo que veo, lo que siento, lo que sé, lo que creo, la experiencia se va produciendo. ¿No es así? La reacción ante la respuesta de algo visto, es experiencia. Cuando os veo, reacciono; el nombrar esa reacción es experiencia. Si no la nombro, esa reacción no es una experiencia. Observad vuestras propias respuestas y lo que ocurre en torno vuestro. No hay experiencia a menos que al mismo tiempo se desarrolle un proceso de nombrar. Si no os reconozco, ¿cómo puedo tener la experiencia de veros? Ello suena sencillo y correcto. ¿No es un hecho? Esto es, si no reacciono ante vosotros según mis recuerdos, según mi condicionamiento, según mis prejuicios, ¿cómo puedo saber que he tenido una experiencia?
Está luego la proyección de diversos deseos. Deseo estar protegido, tener seguridad interior; o deseo tener un Maestro, un guía espiritual, un instructor, un Dios; y experimento aquello que he proyectado. Es decir, he proyectado un deseo que ha tomado una forma, al cual le he dado un nombre; ante eso reacciono. Es mi proyección. Es mi nominación. Ese deseo que me brinda una experiencia, me hace decir: “he experimentado”, “me he encontrado con el Maestro”, o bien “no he encontrado al Maestro”. Ya conocéis todo el proceso de nombrar una experiencia. El deseo es lo que llamáis “una experiencia”. ¿No es cierto?
Cuando deseo el silencio de la mente, ¿qué es lo que ocurre?, ¿qué sucede? Veo la importancia de tener una mente silenciosa, una mente quieta, por diversas razones: porque eso lo han dicho los Upanishads, las escrituras religiosas, los santos; y, ocasionalmente, yo mismo siento lo bueno que es estar tranquilo, pues mi mente parlotea demasiado todo el día. Por momentos siento lo bello, lo agradable que es tener una mente apacible, una mente silenciosa. El deseo es experimentar el silencio. Yo deseo tener una mente silenciosa, y entonces pregunto “¿cómo lograrla?” Conozco lo que este o aquel libro dice acerca de la meditación y las diversas formas de disciplina. Así por la disciplina busco experimentar el silencio. El “yo”, por eso, se instala en la experiencia del silencio.
Quiero comprender qué es la Verdad; ese es mi deseo, mi anhelo. Luego está mi proyección de lo que considero a que es la verdad, porque he leído mucho al respecto, he oído hablar de ella a mucha gente; las escrituras religiosas la han descrito. Deseo todo eso. ¿Qué ocurre? La misma demanda, el deseo mismo, es proyectado; y experimento porque reconozco ese estado proyectado. Si no reconozco ese estado, no la llamaría “verdad . Lo reconozco y lo experimento. Esa experiencia da vigor al “sí mismo”, al “yo”. ¿No es así? De suerte que el “yo” se atrinchera en la experiencia. Entonces decís “yo sé”, “el Maestro existe”, “hay Dios” o “no hay Dios”; decís que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
La experiencia, pues, está siempre fortaleciendo el “yo”. Cuanto más atrincherados estáis en vuestra experiencia, tanto más se fortalece el “yo”. Como resultado de esto, tenéis cierta fuerza de carácter, de conocimiento, de creencia, de lo que hacéis gala ante otras personas porque sabéis que no son tan avisados como vosotros, y porque vosotros tenéis el don de la pluma o de la palabra y sois astutos. Es porque el “yo” sigue actuando que vuestras creencias, vuestros Maestros, vuestras castas, vuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento, y por lo tanto todo ello trae contienda. Si en vosotros hay alguna seriedad o fervor al respecto, debéis disolver este centro completamente, y no justificarlo. Es por eso que debemos comprender el proceso de la experiencia.
¿Es posible que la mente, que el “yo”, no proyecte, no desee, no experimente? Vemos que todas las experiencias del “yo” son una negación, una destrucción; y, sin embargo, a las mismas les llamamos “acción positiva”. ¿No es así? Eso es lo que llamamos “modo positivo de vida”. Deshacer todo ese proceso es lo que llamáis negación. ¿Tenéis razón en eso? ¿Podemos nosotros -vosotros y yo como individuos- ir a la raíz de ello y comprender el proceso del “yo”? Ahora bien, ¿qué es lo que produce la disolución del “yo”? Grupos religiosos y otros han propuesto la identificación. ¿No es cierto? “Identificaos con algo más grande, y el ‘yo’ desaparece”; eso es lo que ellos dicen. Sin duda, la identificación sigue siendo el proceso del “yo”; lo más grande es simplemente la proyección del “yo”, que yo experimento y que por tanto fortalece el “yo”.
Todas las diversas formas de disciplina, creencias y conocimiento, sólo fortalecen el “yo”. ¿Podemos encontrar un elemento que disolverá el “yo”? ¿O es esa una pregunta impropia? Eso es lo que en el fondo queremos. Queremos encontrar algo que disuelva el “yo”. ¿No es cierto? Creemos que hay diversas formas de hallar eso: identificación, creencias, y lo demás. Pero todas ellas están al mismo nivel, una no es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente poderosas para fortalecer el “sí mismo”, el “yo”. Veo ahora el “yo” dondequiera funcione, y veo sus fuerzas y energía destructivas. Sea cual fuere el nombre que le deis, él es una fuerza aisladora, destructiva; y deseo hallar una manera de disolverlo. Debéis haberos dicho esto a vosotros mismos: “veo que el ‘yo’ funciona todo el tiempo, y que siempre trae ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo a mí mismo sino a cuantos me rodean; ¿es posible que ese ‘yo’ sea disuelto, no parcial sino completamente?” ¿Podemos ir hasta la raíz de él y destruirlo? Ese es el único modo de actuar ¿no es así? No deseo ser parcialmente inteligente sino inteligente de un modo integral. La mayoría de nosotros somos inteligentes por capas; vosotros probablemente en un sentido, y yo en algún otro. Algunos de vosotros sois inteligentes en vuestros negocios, otros en vuestro trabajo de oficina, y lo demás. La gente es inteligente de diferentes maneras; pero no lo somos integralmente. Ser integralmente inteligente significa ser sin “yo”. ¿Es ello posible?
¿Es posible que el “yo” esté completamente ausente ahora? Sabéis que sí es posible. ¿Cuáles son los ingredientes, los requisitos necesarios? ¿Cuál es el elemento que produce eso? ¿Puedo encontrarlo? Cuando hago la pregunta “¿puedo encontrarlo?”, estoy sin duda convencido de que ello es posible. Ya he creado una experiencia en la que el “yo” va a ser fortalecido. ¿No es así? La comprensión del “yo” requiere gran dosis de inteligencia, gran dosis de desvelo, de vigilancia, incesante observación, para que él no se escabulla. Yo, que soy muy serio, quiero disolver el “yo”. Cuando digo eso, sé que es posible disolver el “yo”. En el momento en que digo “quiero disolver esto”, en ello existe aún la experiencia del “yo”, y así el “yo” se fortalece. ¿Cómo será posible, pues, que el “yo” no experimente? Uno puede ver que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del “yo”. Hay creación cuando el “yo” no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es autoproyectada, es algo que está más allá de toda experiencia, como lo sabemos. ¿Es posible que la mente esté del todo quieta, en un estado de no reconocimiento, es decir, de no experiencia; que se halle en un estado en el que la creación pueda ocurrir, lo que significa que el “yo” no está ahí, que el “yo” está ausente? El problema es ése. ¿No es cierto? Cualquier movimiento de la mente, positivo o negativo, es una experiencia que realmente fortalece el “yo”. ¿Es posible para la mente no reconocer? Eso puede ocurrir tan sólo cuando hay completo silencio, mas no el silencio que es una experiencia del “yo” y que por lo tanto lo fortalece.
¿Hay una entidad aparte del “yo”, que mire al “yo”, y lo disuelva? ¿Existe una entidad espiritual que desaloje al “yo” y lo destruya, que haga caso omiso de él? Creemos que la hay. ¿No es así? La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El materialista dice “es imposible que el ‘yo’ sea destruido; sólo puede ser condicionado y restringido -en lo político, en lo económico y en lo social-; podemos sujetarlo firmemente dentro de cierto molde y podemos dominarlo; y por lo tanto se puede hacer que lleve una vida elevada, una vida moral y que no se ocupe en otra cosa que en seguir la norma social y funcionar como simple máquina”. Eso lo sabemos. Hay otras personas, las llamadas “religiosas” -no son realmente religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: “Fundamentalmente, tal elemento existe. Si podemos ponernos en contacto con el, él disolverá el ‘yo’”.
¿Existe tal elemento para disolver el “yo”? Ved, por favor, lo que estamos haciendo. Sólo estamos arrinconando forzadamente al “yo”. Si permitís que se os arrincone forzadamente, veréis lo que habrá de ocurrir. Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al “yo”, y que -así lo esperamos- venga para interceder y destruir el “yo”, y al que llamamos Dios. Ahora bien, ¿hay cosa tal que la mente pueda concebir? Podrá o no haberla; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entrará en acción para destruir el “yo”, ¿no es esa otra forma de experiencia que fortalece el “yo”? Cuando creéis, ¿no es eso lo que realmente ocurre? Cuando creéis que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, ¿no es ese el proceso de fortalecimiento del “yo”? El “yo” ha proyectado esa cosa que, según sentís y creéis, vendrá a destruir el “yo”. Habiendo, pues, proyectado esa idea de continuación en un estado atemporal como entidad espiritual, tenéis experiencia; y tal experiencia no hará sino fortalecer el “yo”. ¿Qué habréis hecho por lo tanto? No habréis destruido realmente el “yo” sino que le habréis dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el “yo” seguirá estando así, porque la habréis experimentado. De suerte que nuestra acción, desde el comienzo hasta el fin, es la misma acción; sólo que nosotros creemos que ella evoluciona, crece, se vuelve más y más bella; pero, si lo observáis, interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo “yo” que funciona en diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Cuando veis todo el proceso, las astutas y extraordinarias invenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando veis que os estáis moviendo en un circulo, en una jaula que él mismo fabrica, ¿qué sucede? Cuando os dais cuenta de ello, cuando tenéis pleno conocimiento de ello, ¿no estáis entonces extraordinariamente quietos? Y no por compulsión, ni mediante recompensa alguna, ni por ningún temor. Cuando reconocéis que todo movimiento de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del “yo”, cuando observáis eso y lo veis, cuando os dais completamente cuenta de eso en la acción, cuando llegáis a ese punto -no de un modo ideológico, verbal; ni por experiencia proyectada, sino cuando estáis realmente en ese estado-, entonces veréis que, estando la mente del todo quieta, ella no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente, lo es en un circulo, dentro del ámbito del “yo”. Cuando la mente es no creadora, hay creación, lo cual no es un proceso reconocible.
La realidad, la verdad, no ha de ser reconocida. Para que la verdad advenga, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir la virtud -todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que tiene conciencia de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la realidad. Podrá ser una persona muy decente; eso es enteramente diferente del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En el hombre que vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá comprender qué es la verdad; porque la virtud, para él, es el encubrimiento del “yo”, el fortalecimiento del “yo”, porque él persigue la virtud. Cuando él dice “debo ser sin codicia”, el estado de no codicia que él experimenta fortalece el “yo”. Es por eso que es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo sino también en creencia y en conocimiento. Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de todo daño y miseria. Mas si vosotros y yo, como individuos, podemos ver todo este funcionamiento del “yo”, entonces sabremos qué es el amor. Os aseguro que esa es la única reforma que pueda posiblemente cambiar el mundo. El amor no es del “yo”. El “yo” no puede reconocer el amor. Decís “yo amo”; pero entonces, en el decirlo y en la experiencia misma de ello, no hay amor. Mas cuando conocéis el amor, no hay “yo”. Cuando hay amor, no hay “yo”.